miércoles, 27 de agosto de 2008

volver

-Volver, con la frente marchita, la fiebre del tiempo banquearon mi piel- Cantaba la mujer mientras cepillaba su largo cabellos oscuro como el cafe de la mañana.- Sentir que es un soplo la vida, que veinte años son nada, que febril la mirada, errante en la sombra te busca y te nombra- Terminó dejando el cepillo de plata sobre la mesa de su cuarto.

Era 31 de Diciembre y en la casa completa habia un algo extraño circuandando por el ambiente. Era tarde, ya los ultimos rayos del sol se despedian de la tierra para ya nunca volver a brillar en un día que perteneciese a ese año casi extinto.

Las mujeres lucian sus mejores vestidos, jamás usados ni siquiera vistos, y que solo los llevarian ese dia, como era la tradicion en la familia, mientras que los hombres hacian los nudos a las corbatas antiguas que amarraban a las camas y la unica que usarian, no seria en el cuello, sino dentro del bolsillo, hasta que dieran las doce justas.

Nadie, estaba preocupado de las personas que no paraban de llegar, a nadie se le ocurrio preveer una lista concreta de cuán sertasian las que se quedarian en la casa y por cuánto tiempo, eso se vería en el momento exacto de la comida y de los abrazos, por ahora, la mayor preocupación de todos era ellos mismos.

Golpearon la puerta, y apareció un hombre de unos veinte años, dispuesto a quedarse en la propiedad esa noche, solo y vestido completamente de negro, sin portar nada más que un maletín. Sin embargo, su llegada no era del todo grata para unos cuantos integrantes de la familia Kittsteiner que no dudaron en expresarlo cuando lo vieron atravezar la casa, dirigiendose al jardín, donde prendió un cigarro disfrutando de la catástrofe desatada dentro del grupo de feminas dispersas que corrían de un lugar a otro buscando las prendas que se les perdían al tratar de esconderlas de los ojos de los demás. Acabó su cigarro y se quedó ahí el resto de la tarde, sin que nadie lo viera, aunque si pasase por su lado. Se había convertido en una sombra respirante.

-¡Mamá! ¿viste mis guantes de satín dorados? ¡Mamá! - Grito Anastacia desde la puerta de su cuarto hacia el pasillo. - ¿quién vio mis guantes de satín? ¡los necesito! ¡mamá!

“Es Anastacia” Pensó Santiago cuando se quitaba unas hojas que cayeron sobre el abrigo, sacando otro cigarro del bolsillo y haciendo señas a otro hombre que se encontraba poniendo unas luces en el techo.

- ¿Necesita ayuda Don Mario? – Casi pierde el equilibrio por la perturbación.
- ¿quién me habla? – preguntó soltando unos clavos que mantenía aprisionados en los labios.
- ¡Aquí abajo, Don Mario!
- ¿Qué estas haciendo aquí Santiago? ¿Anastacia sabe de todo esto? – le alcanzó los clavos desde el piso, cambiando el tono de interrogación a uno de alegría por verlo ahí.
- No, no sabe, pero ha pasado por mi lado un par de veces. Creo que ya no se acuerda de quién soy. Esperaré hasta la media noche. ¿sabe? Cuando entré vi a Sofía, está muy grande, pero… la cara de repudio que dio al verme, me dio a entender que no soy muy bienvenido ¿tengo que irme?
- Espera muchacho, espera que el tiempo hablará cuando quiera hacerlo. En cuanto a Sofía, no le tomes atención, sabes perfectamente que estas fechas la alteran.
- Tiene razón - Mario bajó el techo, observando si las luces habían quedado en su debida posición. - ¿fuma?
- No, ya lo dejé, y tú deberías hacer lo mismo. Te está matando hombre.- se quedaron conversando un rato

Comenzaba a correr viento y el reloj seguía avanzando volviendo locas a las mujeres que continuaban perdiendo cosas, gritando exasperadas desde todas partes, preocupadas solo se si mismas y de las cosas que tenían guardadas desde casi un año.
Santiago se mordía las uñas tomando una copa de champaña que empezaban a servir a las personas que estaban en el jardín esperando la entrada triunfal de sus acompañantes, perdidas en los tubos del cabello y el delineador de ojos y boca. De apoco salían de la casa, tarareando las canciones que la banda tocaba, invitando a bailar a los hombres apegados a sus corbatas de bolsillo, cuidando de no separarse de ellos porque ya pronto darían las doce, para pasar otro año junto a sus esposo, amigos, novios, amores de verano.
Todos emparejado y nadie todavía se daba cuenta que Santiago estaba ahí, la gente no paraba de llegar y los camareros y sirvientas corrían de un lado a otro, procurando que todas las personas tuvieran las manos ocupadas con una copa y algo más.
Medianoche y Anastacia no bajaba, no había rastro de ella por ningún sitio y Sofía tomaba el micrófono para cantar una que otra canción que su madre le había hecho aprender en el transcurso de la tarde.

- “Volver, con la frente marchita, la fiebre del tiempo blanquearon mi sien, sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada, que febril la mirada, errante en las sombras te busca y te nombra, vivir, con el alma aferra a un dulce recuerdo que lloro otra vez. Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos marcaron mi retorno….- Santiago se había ido porque los ojos de Sofía lo incriminaban de algo, y sabía que cantaba eso para hacerlo sentir mal.

Entró a la casa, buscando por algún lugar a Anastacia. Era extraño que no saliera antes de la media noche porque ella esperaba el momento justo, en que todos estarían mirando al frente, esperando los fuegos artificiales que partían desde el suelo hasta el exterior diciendo: “miren, aquí estamos celebrando”



(to be continued yet)

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