Lo único que se logra oír es el retumbar de la lluvia en los
techos. No hay nada más.
La luz se ha ido hace un par de horas con la excusa de traer
salvación pero ya nadie cree que vuelva. De a poco se van apagando las
esperanzas.
¡Hay tanta agua alrededor y tanta sed de sus besos!
La noche se presenta igual que las anteriores: Fría, con
lluvia y más lluvia, aunque hoy tiene los galardones que le ofrecen los
candelabros prendidos por la casa creando constelaciones diminutas y al alcance
de la mano, otorgándonos lo que el cielo nos prohíbe: Luz.
¿Se encontrará bien?
Me pierdo en el danzar de las llamas dejándome hipnotizada
con sus corcoveos seductores donde me muestran la figura de un hombre acercándose
¿Vendrá a cobrarnos la vida?
Los cristales se escarchan amenazando con quebrarse en miles
de partes, pero todavía dejan ver que desde afuera emana una luz
particularmente siniestra iluminando el firmamento imprecisamente pero completo
y nadie logra encontrar de dónde proviene. Solo está ahí. Alumbra. Y por las
fechas no puede ser la luna. Quizás Dios no nos odia y nos dice “Ahí tienen su
esperanza. Aférrense a ella.” O tal vez todo lo contrario, es un vaticinio de
que el tiempo se agota conforme sigue avanzando el reloj y la cosa se pone
peor. Ninguna de las dos opciones parece
confiable a estas alturas y temo por la salvación de mi alma. La duda, cuando
aparece, infecta cada pensamiento en concepción febril tras llenarse de
desesperación y el encierro constante no mejora la situación. Sería mejor que
me quitaran el aliento la próxima vez que vuelva a dormir pues la figura del
hombre, altera el sentido del orden aquí dentro. En mi cabeza. En cada minuto. Él.
Aparece un olor a castañas asadas inundando el aire. Por un
segundo me encontré de nuevo en su cuello, tantos años atrás, pero segura de
cualquier mal.
¿Habrá recibido mis cartas?
Un rayo toca el piso e incendia la tierra dos segundos para
luego, extinguirse en un recuerdo que dejó cicatriz para siempre. En el exterior
se desató el llanto tras la pérdida de sus municiones.
¡Ahora hay música en los cielos! Los truenos marcan la
cadencia de la sinfonía improvisada, poniendo a cantar a los queltehues la
amenaza circundante a sus vidas tras la destrucción de sus nidos y la lluvia
siempre detrás. Trueno, tras trueno, tras trueno como paroxismos en avalancha de
su nombre en mi cabeza cuando enfermo de nostalgia.
¿Volverá por mí?
Hasta las nubes se están cansando de llorar ¿Cuándo lo harán
mis ojos?
Presiento la aniquilación tempestuosa de cuanta alma vague
en la intemperie, como si los demonios jugasen a disposición en los jardines
esperando, asechando para poder robar lo que vinieron a buscar. Puede ser que
ellos conozcan las respuestas a mis preguntas. Puede ser que vengan con el
hombre.
Hasta el momento, lo que he podido sacar en conclusión es
que o me matan los demonios o me mata la lluvia o me mata él si no vuelve a mis
brazos.
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER
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