jueves, 28 de julio de 2016

LOS DOCE PASOS





“Espera. Detente. ¿Qué estás haciendo? Analiza. Compara. Observa. Detente otra vez. ¿Dónde fue que se dejó la razón? Respira. Abre los ojos. Continúa. Habla.”


Los doce pasos por seguir antes de llegar al meollo del asunto. Doce…
  1.  Espera: Baja las revoluciones y para de pensar por un instante. Así no hay motor que aguante.
  2.  Detente: Ya es hora de descansar.
  3. ¿Qué estás haciendo? : Ni la más mínima idea.
  4. Analiza:  ¿Qué tengo por perder? Quien no se arriesga no cruza el río. Arriesgarse siempre es una buena opción.
  5. Compara: Lo mejor de ayer, versus lo mejor del día contra lo mejor del porvenir… Difícil.
  6. Observa: No sé dónde estoy. Me perdí. No me diga. Estúpida.
  7.  Detente otra vez: Hay que salir de aquí ¡Ya!
  8. ¿Dónde fue que se dejó la razón? : En la banqueta de un parque, entrada la noche cuando diciembre era 25, no sé hace cuántos años atrás.
  9. Respira: Respirar no duele más… No duele…Hay olor a magnolias en el aire. Amo las magnolias. Voy a plantar un árbol por aquí cerca. 
  10. Abre los ojos: En el mundo se desplegó la luz al fin. Demonios...¡Terminamos! No soy yo, evidentemente son ustedes. Me aburrieron. Me voy a ir a coquetear con el  sol. Le hace falta a mi piel dorarse un poco.
  11. Continúa: Siempre para adelante que para atrás no cunde, tampoco para los lados, mira que no somos cangrejos.
  12. Habla: Resolví la vida y sus próximas cuatro reencarnaciones y sólo me falta por saber qué mierda te diré cuando te vuelva a ver. Un “Hola! No, es muy vulgar. “Buen (Inserte aquí la zona horaria que le corresponde) muy formal. “Te odio" (¡Mentira!) seguro se desata un holocausto, con lo buena para pelear que salí. Pasar en silencio sin dirigirle ni la mirada, no se puede, no es cortés y apuesto a que luego voy a andar lamentándome todo el día por no haberle dicho algo. ¿Y si lo miro con insinuación? Quizás qué cosas puede pensar. Tal vez, con un ademan exagerado de una venia con la cabeza le nombre por su profesión, demasiado telenovela extranjera. ¡Ya sé! “Mira dónde nos venimos a encontrar”… No, me suena a sarcasmo (Miri dindi nis vinimis i incintrir. ¡Tenía que ponerlo en ese tono! Es tan chistoso.) “Hola baby” ¡TE PA-SAS-TE! ¡Me rindo! ¡Cresta! …Empecemos con los doce pasos de nuevo. 

ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

martes, 26 de julio de 2016

LA MORTAJA



Hay tantas cosas pasando por mi cabeza en este momento que no sé por dónde empezar a tomar el inventario del desquite emocional. Hay tantas ansias acumuladas, tantos planes asumidos que todavía no son concretos, tantos sueños distorsionando por completo los límites entre lo real y lo inventado, lo permitido y lo sano; llego a pesar que vivo más en un mundo irreal y no aquí afuera donde debería estar anclada a lo racionalmente tangible, aunque no estoy segura hasta qué punto es mejor aceptar el vencimiento de mi estadía en esta fortaleza ilusoria, que abandonarse a la pérdida de esencia y volver a pisar tierra. Pienso con fiel firmeza, que todo puede ser real, sólo depende de los sentimientos despertados al vivir una que otra cosa. Mis personajes se convirtieron en mis mejores amigos, en amores que han robado, deshecho y embellecido mi corazón y son tantos los que convergen porque son lo que fui, lo que soy y seré y espero ser, lo que tendré, los hijos que pariré, la casa que tendrá mi insignia en la puerta con sal de mar arrojada en el umbral para dejar afuera a los malos espíritus.

Si tan sólo existiera la forma de estar segura y con pruebas en mano, que estos disparates no se esfumaran al llegar el alba, no como las promesas que me infrinjo con ánimos nefastos de no cumplir

¿Tendré mi recompensa? ¿Habría descanso en mi imaginación inmensamente prolifera? ¿Lograré lo que afano con tanta desesperación? ¿Habría calma en el tormento de los remolinos que son mis ojos al caer la penumbra y encontrar un lecho vacío con sábanas de metal? ¿Se ocupará el lugar sin nombre en medio de mi pecho y que busca su identidad perdida? ¿Alguna vez estas palabras tendrán otro destinatario que no sean mis ojos? ¿Mis poemas los conocerán generaciones que todavía no ha sido concebidas porque aún no nacen ni sus abuelos o encontraran la muerte conmigo? ¿Es probable que haya estado soñando todos estos años siguiendo algún tipo de pesadilla escabrosa o es un dulce remanso el despertar que me espera con el contacto de los labios del que viene en mi rescate?  Se ha corrido la voz acerca de la existencia de una joven amortajada viviendo en algún lado del foso con dragones y no ha habido valiente, lo suficiente, que arriesgue su vida y la salve ¿No valgo la vida de algún caballero acaso o me faltan aptitudes, belleza, destreza, inteligencia? ¿Cuándo fue que perdí el sentido de mi misma? ¿Dios escucha mis suplicas? ¿Las entiende? Espero y confío, o mátame aquí.  


ESCRITO POR: FRANCISCA  KITTSTEINER 

DE CUANDO FUI LA MUERTE



Y el día vuelve a sucumbir sin nadie que lo llore mientras las nubes se condensan en petequias de alquitrán. El auto sigue avanzando por la carretera y le rezo una oración por el descanso de sus albores.
Parece hacer más frío del esperado para la hora, tanto así que el mismo frío comienza a advertir catástrofe y te vi partir. En ese momento también se extinguió mi aliento.

Era martes, el segundo de un junio peculiarmente crudo, cerca de las 7 de la tarde y yo iba camino a la capital después de un día de trabajo larguísimo, cuando los cielos explotaron en caravanas de arreboles desatando una exhalación cargada de dolor.
En dos segundos habitó la oscuridad en el mundo y las almas llenaron de lamentos el aire anunciando el paso de la Muerte llorando su miseria, pero al ver mi rostro supo que el infierno se enraizó en la tierra.
Preguntó el porqué de tanta hiel mezclada con melaza, de la decidua de los ojos hinchados tras la tormenta, si acaso tenía nombre el aura de resignación que delataba la causa y si era el mismo que a ella le robó el corazón.
Preguntó la razón de mi silencio a la fuerza, y si no era mejor el amor confeso que el amor profeso.
Tomó mi mano, caminamos, y dijo “Entre los vivos vagamos los muertos, querida.”

Se quedó conmigo lo que duró la inmensidad dejándome conocer su condición más pura y que alguna vez fue mujer, aunque por guardar mutismo con desespero terminaron por destruirle el amor, aquel hombre que le desgració la vida con besos mentirosos. Me mostró entre cuentos de personajes ajenos que había empezado a transitar el mismo camino tomado por ella hace tiempo ya, sugiriéndome con sutileza la reconsideración del asunto, pues aún no era tarde para buscar la salvación. Entonces cuando amanecía julio, tomé la decisión: Mejor amor confeso que amor profeso, con las consecuencias que fueran y en caso de fracaso me iría corriendo lejos donde se pueda olvidar.

Bajé las defensas traídas desde la cuna para exponer mi esencia frágil estacionada en la encrucijada ofrecida por un término tan simple, sin alcances y que siempre complica las cosas. Lo miré de frente y sentí que la Muerte se había ido porque ahora era yo quien tomaba su lugar. No puede haber dos Muertes en un mismo sitio, es un monopolio macabro por el peso acarreado tras robarle el alma a quien se descuidase un segundo.

Nunca hubo nada, aún habiéndolo todo. La vida misma no tenía sentido desde entonces. La catástrofe llegó a mi puerta. Por primera vez lágrimas.

El muchacho de torpe andar desapareció tras la bruma del invierno luego de escucharme hablar a cerca de mis intenciones con sus afanes. Quería jugar y jugó a probar valía con una presa arisca y tan fácil de cazar para sus ojos.  ¿Por qué los ojos son un abismo suicida?
No había intención de quedarse y no lo hizo, a sabiendas que era el último golpe que soportaría mi corazón en desahucio. Le importó un carajo.
Me robó el soplo de esperanza sin deferencia como el trofeo de sus conquistas por estos lados, convirtiéndolo en el manifiesto de sus hazañas para encontrar los secretos de las sirenas.

Me quedé vagando por las calles sin aliento, pensando en que si tenía suerte, tal vez, un día de estos cuando alcance mi cuota de almas en secuestro, me revoquen la condena.


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER

martes, 19 de julio de 2016

LA RETRIBUCIÓN



Se levantó un olor a recuerdo viejo
Cuando marzo daba su último suspiro
Volviendo poluto y difícil el aire que respiro
Al aventurarme futuros en la imagen de un reflejo.

Consumación tardía de círculos inconclusos,
Rastros de algo conocido y dejado atrás:
Un amor tan inmenso y cortado al ras,
Estando varados y de nuestros pesares reclusos.

Siento la premonición de tu presencia venidera
Y la aniquilación de los suspensos entre los dos,
Para reunir de una vez estos caminos separados
Y matar al frío con esperanzas de primavera.

Puede ser algo parecido a un perdón tierno
O la sapiencia que ya no hay más rencor
Porque los años pasaron añejándonos el amor
Que Dios me promete llegará antes del invierno.

Se levantó un olor a recuerdo viejo y tú,
Necesitando la seguridad que en tus brazos existía
Porque ésta mujer pide por sus pecados amnistía
Porque se quedó ciega antes de ver la luz.

Es como si el tiempo quisiera ser benevolente
Repitiendo la historia al entregar otra oportunidad
Porque te he visto tantas veces vagando por la cuidad
Que creo que reparar los errores debe ser lo más prudente.

Déjame invitarte un café y conversemos
Para condensar los años que estuvimos separados,
Siéndonos indiferentes cuando seguíamos enamorados,
Así que hagamos las paces ¡Y por Dios! recomencemos.

Ven y te explico la razón de tanto revuelo.
Hubiera sido fácil dejar todo tal y como estaba,
Pero en mis noches había algo que faltaba
Y era poder decirte con besos lo mucho que te quiero.

Por eso hay un olor a recuerdo viejo a estas horas.
Se alcanzó el equilibrio y se pagó el dolor.
Ahora ven, entrégame caricias revolucionarias de calor
Y dime entre suspiros que tú también me adoras.



ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

jueves, 14 de julio de 2016

LA PROMESA DEL INFIERNO





Hay algo que no logro entender: Si sólo fue un beso, un mísero beso producto del fervor lascivo del exceso de alcohol en la sangre, la agitación nefasta de la música en descontrol y la complicidad guardada quién sabe desde cuándo, si fue eso y nada más ¿Por qué sigo sufriendo las secuelas de lo que no se concretó? ¿Por qué no consigo descansar y gasto el tiempo pensándole y en cómo volverlo a besar, cómo hacer que esto transmute y que se vaya o que se quede, pero pronto una opción?
No encuentro tranquilidad en ningún lado, en ningún momento y creo formas autótrofas de desterrarlo, pero únicamente logro que vuelva y se aferre más donde no puedo controlar… ¿Por qué el destino afana en hacerme trizas el corazón?

“Pídeme y te daré por herencia las naciones y como posesión tuya, los confines de la tierra” Salmos 2:8

Justo cuando he decidido renunciar, en la misa de las doce, como llamado de atención o como un mensaje camuflado para ajustarse en un momento preciso, aparecen los Salmos.
Pido y no llega, será porque solicito mal o agoté el límite de peticiones permitidas en una vida completa, se olvidaron de mí o continúo prendada de cosas que, a sabiendas de su calaña dudosa, me obstino en poseer a como dé lugar. Comienzo a convencerme que sí agoté mi cuota de peticiones.

Justo ahora que siento que ya no hay vuelta atrás mientras pierdo la conciencia fantaseando con lo que no va a ocurrir con quien no resultó, me abofetea esto. Quizá tengo que pedir cualquier otra cosa, o estoy malinterpretando todo… “Los confines de la tierra” ¿Es el infierno? ¿Me quemaré por egoísta? ¿Me condené?

Puede ser que me haya escapado en un éxodo olvidado en el tiempo, cuando los ángeles habitaban en el calor de las brazas mezcladas con los vapores de sulfuro y los demonios bailaban al compas de cánticos divinos mientras rezaban de rodillas y entre medio no existía la humanidad. Puede ser por eso que soy como un pez fuera del agua.
Siempre he sabido de la carga de un alma vieja, muy vieja, por esa sensación de conocimiento adquirido a través de la experiencia que no se condice con la edad que se dice tener. Quizá sea por el alma vieja los continuos déjà vu o el poder escuchar los pensamientos ajenos.
Puede ser que mi alma sea fugitiva y procedente de donde manda el Cola ´e flecha y por eso hacen oídos sordos allá arriba. No me quieren oír y yo me aburrí de suplicar migajas por compasión. Se me van todos a la cresta y se termina la cuestión.



ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER

lunes, 11 de julio de 2016

ATRAPADA EN EL CUMPLEAÑOS

Atrapada en un taco.  Poco más de treinta minutos para avanzar un metro.
En el túnel de la autopista, autos a todos lados y el inevitable olor a combustión entrando por las rendijas del aire. A este ritmo moriré intoxicada antes de dejar el atochamiento. Hasta la señal de la radio se perdió entre tanto concreto ¡Gracias al cielo por los reproductores de música! Y al libro polizón en mi cartera, aunque a la larga no me sirvió de mucho: Un rato leía un párrafo, después pasaba el cambio para avanzar, volvía a leer y mi mirada quedaba prisionera del parabrisas sin ver nada, sin cansarse de no parpadear. Mente en blanco. Avanza Francisca.
Pensé en ti. Pensé en lo mucho que me gustaría que en vez del abrigo blanco puesto en el asiento del copiloto, estuvieras tú tomándome la mano o leyéndome el horóscopo, quizás tú conducirías y yo cantaría dedicándote versos. No sé si ya aprendiste a conducir.
Pensé en el edificio nuevo construido cerca de mi departamento, cerca de todo, a la mitad del mundo, enorme, con la suficiente luz como para vivir tranquilos y un espacio virgen perfecto para la biblioteca. Entre tus libros, los míos y los por adoptar, la llenaríamos en un dos por tres, y quedaría chica.
Pondríamos un diván inmenso donde perderse entre besos camuflados bajo la excusa de ver una película un sábado en la tarde cuando no haya nada por hacer, luego de ir por el café, de pasear en bicicleta y de ir al museo, llegaríamos de seguro a casa directamente a refugiarnos entre nuestros brazos.
Pensé qué se sentiría despertar prisionera de ti, ahogada en tus ojos, hambrienta de tus labios, cubierta de nada salvo tus manos. No quiero un televisor en el cuarto. Mejor una radio.  Sí, una radio que oculte los suspiros elevados al cielo cuando se desata el caos tras el contacto ponzoñoso de tu piel y mi escarcha, y que sirva de reloj por esa vieja costumbre de medir el tiempo en canciones: hace 4 millones de canciones te conocí amor mío.

¿Plantas? ¡Por supuesto! Nada mejor para dar calor de hogar que el verde floreciendo en la terraza y sobre las mesas de centro. Debo confesar que de plástico tendrán que ser porque mis manos son como arsénico para la jardinería.
De todas que las tengo, dos siguen vivas. Una porque es la oda a la tozudez, negándose a sucumbir ante la muerte, pataleando por quedarse erguida en el sitio perpetuo asignado para su vivienda y la otra, porque… La verdad, ahora que lo pienso, no sé cómo fue que llegó a casa…El destino.
Puede ser que tú seas el dotado para jardinear.

Yo cocino. Tú lavas.  Pero no me pidas queque. Jamás lo aprendí a hacer. Cualquier otro antojo te lo concedo y hasta te lo invento para satisfacerlo a cabalidad. Con lo que me gusta la cocina, feliz me olvido del cansancio.
¡Arrancadas a la playa! Siempre que podamos o al campo o a dónde quieras, lo importante es arrancarse. Tengo ganas de una locura pensada hace tiempo, pero sin concretar porque me faltas todavía. Han pasado unos cuantos años desde, que en una de mis fugas, descubrí una playa donde ni los espíritus de los náufragos han ido a parar. Imagino extinguirse en el deseo de hacer el amor a la orilla del mar cuando el día despierta nublado y la necesidad de consumación aparece rondando entre los cuentos soplados en el viento. Tú y yo y el reventar de las olas bautizando la maravilla de renacer tras subir al cielo, descender a los infiernos y resucitar al tercer día. Creo que eso nos falta: Tres días de resurrección ¿Te apetece? A mí sí.
Te ofrezco también, al regresar a la casa, un par de cócteles de erizos (hay pocos que no sé hacer y cuenta la leyenda que mis pisco sour son los mejores de Pichilemu), prender la chimenea y conversar en la alfombra. Si en ese momento se te ocurre sorprenderme, acepto sugerencias, aunque no habría mejor que tu pecho para descansar después del amor. Buena idea.

¡Decoremos a tu gusto! Yo me conformo con floreros en el fondo con conchitas de mar, velas en los rincones (por si se corta la luz. Uno nunca sabe.), un bar en una esquina para los viernes en la noche luego de llegar del trabajo, un lugar donde guardar mis cuestiones de tejido y pintura y la ambientación del dormitorio. El resto es todo tuyo, incluyendo este proyecto de muchas personas desdobladas rehenes de un mismo cuerpo y todas las noches del año, excepto una. Me dejas sin planes del 23 de junio, porque es cuando se reúne el aquelarre para bailarle a la luna. Este año me quede conversando con un extraño bajo la higuera. Simpático el tipo, pero no entiendo porqué tenía cachos y cola de flecha. En una de esas, pensaba que era Halloween. Hay tanto loco suelto en el mundo.
¡No me vayas a molestar por el cigarro! Hay hábitos difíciles de dejar, aún más cuando todavía queda mucho por estudiar. A eso no renuncio, pese a que sea un vicio despreciable.

Pasa el cambio. Avanza. Freno de mano. Seguimos.

Algo nuevo: Los zapatos. Algo viejo: El vestido de graduación ¡Tan lindo! Algo azul: El collar de zafiros comprado con el primer sueldo cuando me dio por ser chef.
Ceremonia en las rocas debajo de la casa de los viejos en pichilemu. Ahí aprendí los secretos del mar, qué mejor para aprender los secretos de una vida juntos. Por eso quiero raptarte a esa playa, porque el mar tiene que dar su venía. Es un trato que tenemos los dos.

-          ¡Fran! ¿Dónde estás? – Amiga desesperada llamando por celular.
-          Atrapada en un taco en la Costanera Norte, Diana. En una hora más estoy por allá.
-          Fran... Van a ser las siete. Nos íbamos a juntar a las cinco.
-          ¡Perdón! Tuve mucho trabajo en el Hospital. Todos decidieron enfermarse hoy, pero te lo compenso.  ¡Yo pago la cena!
-          ¡Esto es histórico! Francisca invitando la cena – Evidente el tono sarcástico, como si nunca le hubiera invitado algo… Estúpida. – Hoy 11 de julio, cerca de las siete de la tarde, ocurrió el milagro. – Se rió a carcajadas. – Amiga, bromita. Sólo trata de apurarte. Ya llevo dos Bitter franceses por esperarte. Al tercero no respondo. – Siguió riendo.
-          Ya llego. Pídeme uno con coñac. Nos vemos. Te quiero.  – Contesto y colgó. Ahí quedé. Estoica.

Lunes 11 de julio… Cerca de las siete de la tarde, pegada en un taco, después de haber planeado una vida entera en esta fantasía cruel de no asumir todo esto, me faltó una cosa: Feliz cumpleaños, amor mío, dónde quiera que estés.




ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

lunes, 4 de julio de 2016

QUANDO RITORNERAI



Ya no te echaba en falta. Me había resignado a caminar descorazonada por el mundo repitiéndome hasta el cansancio no mirar atrás, ni a los lados, ni al cielo insolente para no encontrarte en una esquina un día de estos.
Sería caminar mirando al frente con un objetivo por perseguir, que de ninguna forma serías tú o lo relativo a ti, porque si había fracasado en la cruzada por recuperarte era evidente la falta de criterio de mi parte para cosas de este estilo. Entonces sería exitosa.
Esa fue la consigna a seguir lo que me restaba de tiempo, después de que llegaras desbaratándome el orden, dejándome caos, tempestad y lágrimas vinagres…

Ya no te aparecías intermitente por aquí y había días que olvidaba recordarte, tampoco seguí rezando por ti, porque como todo en el planeta se trata de hacer las cosas rápido, poner tu nombre en mis plegarias era una pérdida del tan valioso e increíblemente escaso tiempo para dormir.

Dejaste de sonreír en mis sueños y pese a que se hicieron tormentosos e inconstantes, se bamboleaba el descanso en mi cabeza inquieta porque ya no tenía al catalizador de sus quimeras, que si bien le dibujan un mendrugo de risa a la conciencia, al entender la condición de fantasía de los recuerdos que aseguraba suyos, comenzaba a desmoronarse la moral tras morir de pena.
Era un sueño plagado de sobresaltos, pero no por tu causa, sino por las trampas y chinches tiradas al piso por el demonio alojado en el rincón al lado del ropero en mi habitación.  Ahora que mi atención no tenía dueño, podía reclamarla para él y asustarme. Sin embargo, lleva tanto tiempo en ese rincón y lo ha intentado tanto que ya hasta me cae bien. Hay días en que conversamos.

No he vuelto a soñar.

Ya no me preocupaba mirar el reloj afligida por su carrera acelerada, falta de tregua y no verte regresar. Ya no había nada que ocupara mi pensamiento, excepto que el tiempo no iba a alcanzar para terminar de leer lo que resta por estudiar.
No dolían los minutos, ni los días, porque eran minutos y días menos para llegar al objetivo.
La mortificación del tic-tac afanoso, venía condicionado a tu nombre.

Ya no recordaba tu voz. Había logrado exorcizarla de mi sistema reemplazándola en todos los vacíos que dejó con el sonido del mar al recogerse. Fue tan fácil aguantar el peso del mundo en mis brazos.
Un murmullo de agua se instaló en mi cabeza sin nunca dejar de sonar, arrullando a los arrepentimientos que no tenían nada mejor por hacer que contarme entre susurros el error más grande capaz de cometer. Se acabaron. Comenzaba a desvanecerse lo lóbrego de tu vibrato al cantarme versos de amor eterno.

Era feliz de nuevo.

Si volviera a tener tus ojos en frente, de seguro no los distinguiría de la muchedumbre porque cegué a los míos cuando decidiste romper mi corazón por vengar al tuyo.
Estaba decidida a no perderme en el universo indómito oculto tras el brillo casi celestial de tus ojos caoba, por muy tentador que fuera. No otra vez.

Deambular ciega era mejor.

Ahogaba el ocio continuamente peligroso cuando de olvidar se trata, entre libros de difícil entendimiento, criterios diagnósticos, tratamientos y la contemplación obsesiva del mar para sentirme segura de los ataques silenciosos del inconsciente. Sin ocio no hay divagación, sin divagación no existe peligro.

Era otro día sin nada en particular, salvo por el frío glacial que gusta de anidarse en el tuétano, el día cuando respirar no significaba jadear por una brisa de oxigeno, cuando las estrellas cintilaban porque esa era su función y no para llevar mensajes de amor codificado, fue ese día, al caer la tarde que sentí la rotura del lazo invisible hilado con diamantes y condenado a mantenernos unidos desde el mismo instante de la concepción. Pensé que la libertad dejaría un sabor amargo por los recodos, pero no, era igual a cuando se recuerda un menester pasado por alto, un “Ah, verdad, eso era”.
Él era libre, yo era libre, la vida se supondría benevolente y preñada de las posibilidades entregadas por el albedrio nunca más preso de tus manos. Era libre.

Ya no era necesidad conocer tu paradero, ni menos salir a buscarte por si al dar la vuelta en la esquina, coincidiéramos, así que hice lo que se hace cuando no hay nada por hacer: Servir una copa de vino, armarse de cigarros, tomar un libro y salir al jardín a mirar el cielo. Toda la vida funcionó para traerme paz. Fue la última vez que paseaste por aquí.
Ahí estaba, con el presentimiento resucitado en palpitaciones azarosas del destino, convencida de que hiciera lo que hiciera, el magnetismo tuyo seduciría al mío y le haría el amor desde lejos, siempre de lejos, porque juntos nunca pudimos.
Al caer la tarde, justo cuando el sol daba sus exhalaciones terminales, deseaba que los sueños abandonaran Nunca Jamás para que antes de morir, pudiera entregarme a ti.
Todos los días, hasta ese día, era igual, pero como pasaste itinerante, cargué en tus hombros la condensación de nosotros y de los vástagos de ilusiones para que al partir, también itinerante, te la llevaras. Resultó.

Ya no me eras familiar y tu nombre se convirtió en bruma disipándose fugaz con los vientos vaticinantes de una vida retomada donde la dejé siglos atrás, cuando era una niña insulsa que no sabía que con un saludo la desgraciaría el amor al entregar el corazón sin notarlo. Ahora forjaría uno con arcilla y conchas de mar, cosa de que si me lo robaran, no se perdiera tanto como el último que tuve y para que quién fuera el ladrón tuviera presente que ese corazón más que a la tierra y a su gente, le pertenece sólo al mar.

Ya no te conocía… Dios sabe que no te conocía.

Ya no me importaban tus eternos devaneos desplegados para comprobar tu valía. Entiendo por fin, que tus inseguridades eran mayores que la mías y yo que me sentía protegida bajo tu abrigo. Gracioso si se piensa.

Ya no tenía qué escribir.


Sumida en lo cotidiano, escuchando una canción sin significancia para llenar el silencio, mientras sacudía el polvo de la mesita de luz, una frase en un idioma particular que necesariamente se asocia a ciertos años, vino y lo derrumbó todo: “Quando ritornerai”. 



ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER. 

sábado, 2 de julio de 2016

LA RAÍZ IMAGINARIA



Escuché su voz.

Ocurrió lo mismo que con los olores, por muy añejos que sean, levantan reminiscencias desde el panteón donde se habían extinto.
Jamás olvido un sonido.
Son tantos los años que llevo afinando mis odios para la percepción de los cambios en el reventar de las olas en las rocas por si acaso existe peligro y deba salir corriendo, que los rumores de las voces me evocan recuerdos a la primera.

No estoy segura si son tres o cuatro años que no he escuchado palabra suya, pero su particular timbre de tenores con ese ronroneo cargado de sexo camuflándose entre las vocales mientras instan a las consonantes a hacer el amor antes que la frase se esfume en el aire, es casi imposible de pasar por alto.
La verdad, nunca supe si las vibraciones impresas en su hablar parsimonioso, se debían al miedo que mis ojos encontraron al ver los suyos de cerca, tan difícil como la esencia misma, o se parecía más a la forma de seducir que se inventó para aprovecharse del subconsciente de alguna mujer vulnerable. Ahí radica la cuestión.

Cuando dejamos de hablarnos por razones conocidas sólo por él, debido a la supresión causada por esa amnesia selectiva que siempre acaba olvidando lo que no se suponía, pero que esta vez, sí hizo el trabajo encomendado, estaba segura, abismantemente segura (y a salvo) que en lo que me restara de vida, no lo volvería  a escuchar y pasó.

Tras el ausentismo de su figura en estos parajes , y no sólo de forma física y tangible, sino también en fantasías levantadas por la efervescencia de la sangre cuando ataca la lujuria, en sueños incólumes donde bailamos un tango hediondo a naftalina, en mis plegarias diarias por la salvación del alma de mi gente, los que siguen conmigo y los que se fueron a hacer patria al cielo, en mi cama que nunca conoció, el ausentismo de sus manos en mis muslos, regresó de improviso en lo bizarro de mis utopías, reclamando poderío donde no le pertenece.

Ya había amainado la tempestad y el cielo se abría, corrían vientos frescos de los que revitalizan al espíritu y apareció la luz en mi oscuridad. Lo revolvió todo el muy condenado. Tenía el niño que desfilar por mis sueños.
Había sido un dormir intermitente, febril y complejo seguido de la diva perpetua del insomnio, sin embargo, se aburrió rápido de mí, dejándome exhausta para asegurar la profundidad del descanso. No tuvo que haber pasado más de una hora.
Era una escena donde no tenía nada que hacer metido en el medio, casi como si se asomara Mel Gibson cantando en La Sirenita, pero por esas maldades que sólo las necesidades más ocultas provocan, en este sueño me tocó llamarle por teléfono sin siquiera saber porqué su número había aparecido de forma espontánea  en mi celular, le marqué y al segundo tono contestó diciendo “¿Aló? Hola ¿Quién es?”  Yo no fui capaz de pronunciar palabra.

Cuatro palabras, un recuerdo punzante, la hambruna a causa del deseo inconcluso, mi cabeza siempre masoquista, la seguridad de tenerlo entre mis brazos y bajo las sábanas desnudándome los pudores en un futuro ni tan lejano y concluir, por fin, la exaltación del instinto comenzada hace siete años.

La sumatoria de todo y la aparición de esta ecuación armada para explicar la razón de un capítulo tenebroso, de la forma que fuera y después de haber recorrido todos los caminos posibles dentro del laberinto de posibilidades por si el destino se volvía afable entregando una oportunidad para de una vez y por todas, enterrar al amor tan jodido que nos desgració la existencia, seguía resultando en inconclusión con raíz imaginaria 


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 
© Francisca Kittsteiner, 2008 - 2009.
- Franykityzado por Klaus, ©2009.