jueves, 6 de febrero de 2025

LA CONVERSACIÓN






La semana no había sido buena, no por un algún hecho en especial, sino por la premonición sobre algo extraño sucediendo en el mundo.


Días consecutivos con vaticinios de males peores de los que la humanidad ya conoció: Un círculo en el sol, un círculo en la luna, circulo en el sol, circulo en la luna y baja marea cuando es Mayo, en Chile y en plenilunio. Lo sabía.


Tenía el alma intranquila, como a la espera de cualquier tipo de señal que le advirtiera porvenir, y todo estaba confuso, casi indescifrable y eso, le agitaba todavía más la conciencia.

Había aprendido muchas cosas en esta vida, sobre todo a encontrar pistas de catástrofe camufladas en los designios de la naturaleza. Era su don especial, el predecir cataclimos, muerte, miseria ¿A cambio de qué? Aún no lo sabía, pero mantenía una que otra idea vagabundeando por aquí y por allá. Algo pasaba.



Se volvió  imperativo ir a casa a buscar consejo,  así que tomó el auto y condujo dos horas y media con dirección al sur oeste para encontrarse con el mar.

En medio país se había desatado una tormenta, mas allí, ni rastros de nubes. El día se presentaba mejor que cualquiera de los del verano.

“Volví a casa, querido – Le dijo mientras metía los pies en el agua helada, siempre helada de Pichilemu. - ¿Me extrañaste? – Silencio. – Yo sí, por eso volví. Ya no aguantaba un día más sin conversar contigo. Necesito consejo y sabes a lo que me refiero. ¿Por qué me exiliaste si no entiendo lo que está pasando? ¡Déjame regresar contigo, te lo suplico! – Silencio. Comenzó a caminar por la rivera ante la negativa a sus lamentos. Así se pasó la tarde.



Ya al caer la noche y cuando el aliento se empieza a condensar en arabescos de humo, sintió el desequilibrio. Se asomó al balcón y paz absoluta existía, donde debería haber furia, griterío, algarabía y olas estallando en todas partes. Era como esa calma particular que precede al caos.

“Mejor me voy a preparar la cena” Pensó.



Prendió el fogón de la terraza y de paso, un par de cigarros. Fue a la cocina a sacar los mejillones del refrigerador, una copa y una botella de Riesling guardada hace mucho por si se daba la ocasión.

Tiró los mejillones a las brasas y puso los pies sobre el barandal, observando fijo el horizonte, como escrutando alguna anomalía. Ese día, las nubes formaban un espectáculo magistral, dibujando sobre la línea del mar los perfiles de islas olvidadas y  rostros familiares, desintegrándose para dar cabida a los últimos rayos que entregaba el sol. Las nubes hicieron el amor frente a sus ojos antes de oscurecerse todo. Tuvo envidia.



Sirvió la copa.



- ¿Sabes hace cuánto que tengo esta botella guardada? Incluso más años de los que llevo conversando contigo. Te daría un poco, pero se te olvidó cumplir tu parte del trato. Obligada a tomármela sola. No sabes de lo que te pierdes por maricón.



Se quedó inamovible desde las siete de la tarde hasta pasada las dos de la madrugada, cuando marte se presentaba de frente invitándola a bailar, sorbiendo a intervalos regulares el  contenido de los mejillones. 



Hipnotizada por el vaivén de las aguas, comenzó a cantar en una lengua que solo él y ella conocían, reprochándole el silencio y lo inquisidora que se había vuelto su presencia a su lado.

Seguía pensando en la razón de su agitación y no apareció nada. Lo único que tenia claro era que no leería las cartas nunca más, pese a que las guardaba en la cartera. Jamás.



Había que renunciar a mucho para poder conocer una miseria de futuro, dispuesto a cambio a la primera de posibilidades. La ultima vez que lo hizo, le quitaron la felicidad y su destino se distorsionó, teniendo todo lo que le dijeron e incluso más, pero sola, después de haberle levantado ilusiones de romance. No lo volvería a hacer y punto.



Se acabaron los cigarros, por lo tanto se acabó su permanencia en el balcón, no hubo más por hacer que ordenar los platos, llevar las cosas a la cocina y traer un balde con agua para apagar el fogón y lo supo.

Era la misma sensación que queda al encontrar descaso tras caminar la vida entera: un hormigueo entre dolor y placer en las piernas acalambradas, mezclado con el alivio del descanso al final del camino. Era libre.


Siempre estuvo convencida de haber sido ella quien tomó rehenes, de haberse convertido en la carcelaria de destinos depositados en sus manos hace muchos años, pero no, el amarre de manos y piernas y el futuro en suspenso, era de ella. Era libre.

- ¿¡Esto es lo que tenías por decir!? ¡No fuiste capaz de prevenirme primero! ¡Maricón!  ¡Mil veces maricón traicionero! – Gritó a todo pulmón mientras se alzaban las olas con ruido creciente. - ¡Lanza todo de una vez! ¡Dime todo de una vez!

Abrió los brazos inhalando tan profundamente que se le congelaron los pulmones y sintió la estocada atravesándole el cuerpo, angustia, libertad y agonía, ilusiones desechas y ahora, sí que se presentaba flamante la incertidumbre.


En la cuidad, a dos horas y media al noreste, estaba el causal de todo. Él le entregó el corazón a otra mujer y con eso terminaba de una vez y por todas, el lazo que lo unió al pasado y por lo mismo, inevitablemente a ella. No volvería a ser feliz, sino era con ella, aunque estaba dispuesto a sacrificar todo con tal de olvidarla. Fue mayor el daño causado por un romance tan grande, siendo tan jóvenes, que se les escapó  de las manos. Con ella fue  alcanzar el límite de lo permitido para las personas. Nada se podría comparar, eso estaba claro, pero tampoco nada se perdía con intentar.



Ella se sentó en el barandal sin derramar una lágrima porque muy en el fondo, arraigado en lo más profundo y prohibido de sus pensamientos, de esos que se piensan y antes de terminarlos, se censuran y no aparecen otra vez porque el miedo de su profecía era amenazante, sabía que era cuestión de tiempo para que la reemplazara. Sin embargo, ahora le habían arrebatado el corazón  y el vacío se dejó caer sobre sus hombros.

Habría preferido no saber. ¡Maldito don de mierda! ¡Maldita bruja de mierda! ¡Maldita por amarlo!



- ¡Déjame ir a casa, por favor, te lo suplico. Ya no quiero quedarme aquí. Permíteme ir contigo. Llévame y abrázame! – Dijo sin levantar la vista del tableado del piso. – Quiero volver ¡Pido asilo! ¡No puedes negarme el asilo!...  es lo único que no me puedes negar – Comenzaba a desfilar hileras de cristales iridiscentes por su mejilla. Continuó el silencio… Ninguna respuesta. Se le fue la noche.

Cuando se dio cuenta de su nueva realidad, cerró la casa y no la pisó de nuevo. Regresó a la cuidad a medias, conduciendo por inercia tras tantas veces recorrido el camino. Manejaba sin hacerlo en verdad.

Y así vivió, a medias, con un hueco creciente en donde existió su corazón, riendo sin felicidad y amando sin amar, porque en todos encontraba algún detallito que le hiciera despertar la imagen de él. Vivó en piloto automático durante 4 años.

Él amó, y más de una vez, aunque eran amores con fecha de expiración temprana, intermitentes y para nada memorables. Volvió a amar sin ella rondándole los sueños. El fantasma murió. Ella desapareció, estaba consciente y contradictoriamente apareció una mezcolanza entre nostalgia y dolor en el lugar que ella ocupó. Era feliz. Estaba tranquilo. Su universo equilibrado y era eso lo que le cortada la felicidad plena, la tranquilidad instalada en su vida. Demasiado. Pasaron 4 años.



Casi se habían transformado en un susurro desde otra dimensión, un nombre escasamente familiar e  imposible de recordar del todo, un "parece que lo conozco, pero  no sé".
Ella dejó  de pensar en la causa del término, siguió  adelante descorazonada pero más fuerte y orgullosa  que nunca. Decidió que si el amor no era lo suyo, encontraría la manera de hacerse del poderío del mar. Volvería en gloria y majestad al lugar que le dio vuelta la espalda tras apostar el corazón con alguien de tierra y perderlo.  En eso se agotaron los días, hasta que hubo cambio en la manera de girar del mundo. Una suerte de profecía se desplegó  ante sus ojos y escuchó  una voz hablando entre el ruido de la cuidad.

-Princesa, vete de aquí. - Alguien la observaba desde lejos.- Princesa, vuelve a tu casa  y refúgiate en el mar. Aquí se consumen los sueños y te harán daño. No perdona que no le hayas entregado tu amor. Hazme caso y vete.
- ¿Quién  eres criatura? - contestó  sin pensarlo  dos veces - ¿Por qué me adviertes  dolor?
- Te observo desde que naciste princesa. Soy yo a quien sientes caminar por las noches cuando andas cerca del mar.
- ¿Quién te mandó criatura? ¿Por qué llegaste tan lejos si aquí no hay agua?
- Tu mensaje fue entregado. El rey de los demonios se enteró y viene por ti y por él, por eso te digo Princesa, que te alejes de aquí. Los océanos lo encontraron, sintieron su energía al tocar el agua y le dijeron que tu amor es solo de él y para siempre. Él lo sabe y se debate entre su conciencia y orgullo. Los océanos le dijeron que su princesa lo buscaba desde hace una década, con el deseo intacto y la ansiedad en fervor. Sin embargo, al mismo tiempo en que le entregaban tu mensaje, el Rey de los demonios también lo supo, y ¿Sabes cómo ocurrió esto Princesa?...
-Criatura, no me digas, yo ya lo sé. Solo dime dónde está él.
-Mi función es protegerte a ti Princesa, no al mortal. - Desapareció.


Ya la locura se había hecho parte de lo cotidiano. Vivir en alerta  y lista para matar, mas no para morir, era la prerrogativa diaria  desde que tomé la comandancia de los mares. Tenía más enemigos que aliados. Mi reino es muy grande y precioso... todos quieren un pedazo. En el caso de los demonios, quieren el acceso directo a través del fondo marino, saciar el dolor de una piel perpetuamente en llamas con el abrazo analgésico de las olas y mis ojos para ver el futuro.
Tiempo atrás, cuando aún éramos jóvenes, el Rey de los demonios y yo, fuimos amigos.
Cuando la luna se llenaba, salía del agua y él de entre las tinieblas, para caminar resguardados por la luz incandescente que competía con el sol, al  jugar a hacer día, la noche más profunda, caminabamos y conversábamos de todo el tiempo vagando en este mundo y de lo vieja de su historia, de nuestras almas encadenadas cada una a su reino y del anhelo de conocer lo que se escondía en los límites del universo. De lo doloroso que era para él soportar el fuego abrasador en los ojos y de lo mucho que aniquila la sed, cuando me alejo del mar. Éramos una suerte de consuelo mutuo y en nuestros reinos había paz. Hasta que un día me fui. Ya no soportaba vivir a costa de hurtar  vidas ajenas, confinada a un lugar para siempre donde existían tantos mundos muertos como penitentes en el infierno. Tiempo atrás supe, que él me amaba en secreto.

Me fui sin decirle a nadie, confiada en la idea pueril  de que solo serian un par de días, pero lo vi y mi corazón latió por primera vez, no por sed, sino de amor. Supe en un segundo que ya no pertenecía al mar, sino a sus manos y deseos. 


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

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