domingo, 2 de febrero de 2025

Y LA SIRENA QUISO MORIR




Y la Sirena quiso morir. Ya no encontraba motivo para tanto sufrimiento. La vida dejó de ser valiosa y el mar ya no importaba, que se lo quedara quien quisiera, pero antes debía  despedirse. Las olas eran negras, las nubes cubrían todo el firmamento sin dejar pasar ni un rayo de sol, todas las gaviotas chillaban alborotadas, y los tiburones andaban en círculos cerca de la costa. Era un reflejo de los sentimientos de la Sirena.


- Ya no tengo corazón, ya no me queda nada más que seguir llorando la pérdida de un amor. No quiero vivir así, como un cadáver vacío, sin ojos que deparan el futuro, sin alegrías embaucadoras ladronas de tristeza. Ya es tiempo. - dijo mirando hacia el suelo.
 
Ponzoña y agonía llenaban el abismo.

Tomó una roca y con el filo, abrió sus venas, dejando caer al agua sangre color azul. De inmediato el agua se tornó pantanosa con remolinos turbulentos que absorberían a cualquier buque hacia su final.
Las estrellas de mar se lanzaban a la playa en protesta de la decisión de la Sirena, las ballenas gritaban desesperadas pidiendo ayuda en los confines del océano. La Sirena no se inmutó, ya el destino había sido aceptado y nada de lo que hiciera el mar, la convencería de lo contrario.

- Llevo siglos atrapada, sin ser lo suficientemente de mar ni de tierra, al medio como olvidada por Dios. Esta vida mía, ya no tiene sentido y no hace más que doler de desesperación. Quizá cuando muera, pueda volver al mar.

-Princesa, aunque mueras, no morirás. Aunque te vayas, no te irás. Eres nuestra y nuestra solamente. Te dimos libertad de conocer cuánto quisieras, pero no te confundas, tu vida nos pertenece. - dijo una voz a lo lejos.

-Criatura ¿qué haces aquí? Si yo te hechizé a la luna para que dejaras de seguirme.

- Hoy Venus me liberó.

La Sirena se hechó a llorar desbordada en  emociones que no fue capaz de entender.
Aunque muriera, no moriría. Sólo el cuerpo humano, volvería a ser una Sirena descorazonada condenada al exilio y sin poder alguno. Aunque se fuera, no se iría, el alma de un ser de mar, permanece anclada a todas las almas que cobró alguna vez, a todas y a cada una de las heridas propiciadas al océano.


Vagaba en el limbo sin poder salir de su confusión, mientras que de sus brazos seguía brotando sangre azul. Si tocaba el agua, sería curada y si seguía llorando, agotaría las pocas lágrimas que le iban quedando. "Hasta en esto tengo limitaciones" Pensó.

Tanto poder junto: la comandancia de los mares y de los vientos, la regencia de cada ser vivo dentro de las costas, las olas harían su voluntad si les ordenara, tanto y sin felicidad.

Y la Sirena quiso morir.

El mar en un acto de rebelión, explotaba olas contra las rocas con tanta fuerza como le fuera posible, hasta que una gota tocó a la Sirena, sanándole el brazo y deteniendo la sangre. Tanto fue el golpeteo y tan grande, que las lagunas quedaron secas por los bancos de arena que levantó el mar.

- Sirena ¿Por qué lloras? - preguntó la criatura
- Por todo el dolor que llevo dentro, por cada mala decisión que tomé en la vida, por haber amado a quién no debí, por no haber escuchado cuando decidí caminar
- Regresa a tu hogar Sirena, las olas te arrullarán. Da la orden para que nadie sepa que estás aquí. Silencia tu mente. Vuelve a casa Sirena, mira que aunque mueras, no morirás, y aunque te vayas, no te irás. En tierra no hay nada que te ate.

La Sirena se lanzó al mar sin pensar.
Envuelta en burbujas de sal, se quedó flotando boca arriba, mientras las olas adormecían su dolor. Vio el cielo tan basto como su reino, tan azul como su hogar. Vio al sol derretirse en el horizonte y hubo silencio, por primera vez en siglos, hubo silencio.
La criatura tenía razón, solo había que callar a los demonios. 

ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

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