jueves, 29 de diciembre de 2016

CLAUSURA.





Hasta ahora no lo supe. Nunca me quisiste.

No estuviste cuando atacaron los demonios, ni cuando hubo miedo de volver la vista al saberme sola en casa pero con la sensación de una respiración helándome el tuétano.

No estuviste cuando se desató la tormenta dentro de la cocina porque ya no aguanté más el peso de la coartada sobre una vida perfecta, ni la vivencia de los sueños cumplidos. Ahí supe que los sueños, cuando se cumplen, se transforman en pesadillas a la primera que pueden. No me recogiste del suelo después de que flaquearon las piernas.

No estuviste cuando te llamé a gritos sordos tras no soportar el dolor acarreado por la ausencia de tu figura paseándose en las noches...Te llamé...Te escribí...Te busqué... Necesitaba recuperar piezas de un pasado donde fui feliz, algo conocido para empezar de nuevo, tus brazos para calmar el llanto y no estuviste. Fui más fuerte después de eso.

No estuviste cuando no quedó nada, ni siquiera la voluntad, ni los buitres esperando carroña, ni las risas perennes asoleándose en verano, ni mis eternas oraciones para encontrar paz. Hasta Dios se había ido, y yo mantenía esta ilusión masoquista de que me vinieras a rescatar. Aún quedan secuelas de esos tiempos, sobre todo esquirlas arrojadas al aire luego de ver a los universos colapsar por ser tan infinitos que en su infinidad encontraron la perdición (Como... ¿nosotros?). Hay veces, cuando salgo a caminar, siento correr un hilo helado por el pecho, entonces sé que las heridas no han sanado y son más y más profundas de lo imaginado en un principio... Todas con tu nombre.


No estuviste en mis alegrías, ni en mis éxitos ni cuando el mundo volvió a ser hermoso. No estuviste cuando se llenó de profecías el porvenir y las centauros corrían libres por los pastizales.
Te perdiste la magia y los misterios, los secretos del viento y las amenazas del mar, los revoloteos de los colibrís a media noche y los susurros de las ondinas al perderse en la bruma, todo porque no estuviste.

No estuviste conmigo y nunca te marchaste de aquí. ¿Te imaginas lo que es soportar el desgarro de las carnes y el ardor de las brasas quemando la piel, cada que algo se llegaba a parecer a ti? ¿Cada músculo contracturarse sin responder? ¿Cada exhalación cargada de sulfuro? ¿Cada grito contenido? No tienes idea. 
¿Sabes lo desquiciada que hay que estar para convencerse de que cada que alguien preguntaba por ti, se debía a una perturbación en el equilibrio nacida de cualquier onda expansiva entre tu pensamiento y el mío?  ¿Buscarle explicaciones (y que cuadrasen) al giro del mundo? … ¿Cuántas telenovelas existen? Acotémoslas a temas bíblicos (porque turcas, hay millones)…  Y que de todas, tenía que ser Sansón y Dalila… ¿Coincidencia? ¿Perturbaciones? ¿Azar? ¡No! ¡Locura en su máximo esplendor!
No estuviste el 2016… tal vez haya sido producto de “la maldición del 2016”… ¡Año de mierda! Y yo que le tenía fe.


No estuviste y persisto con el afán de verte regresar ¿Por qué? Desparrame intelectual, demencia, descerebración, deprivación, clausura de albedrío, claudicación de inteligencia, Donald Trump.


ESCRITO  POR: FRANCISCA KITTSTEINER 



martes, 20 de diciembre de 2016

RENACER




Cuando acabe este día, sé que todo estará mejor… Se habrá ido un año de llantos encapsulados y confinados a pudrirse dentro de este pecho que no contará nada, aunque esté bajo tortura, que será mártir por su orgullo y se atragantará con la carroña de lo que es imperante gritar cuando no se tiene la voz para hacerlo. Se habrá acabado la lucha constante conmigo misma, brillará el sol que desde hace años está vetado y desaparecerá la falsa sonrisa que esconde mi ánimo a medio consumir.

Cuando acabe este día, cual fénix de sus cenizas, he de renacer, veré dónde fue que tropecé, para volver a hacerlo cuantas veces sea necesario hasta que aprenda a no confabular contra la destrucción de mi felicidad. He de caer hasta que sangren mis rodillas, porque quiero caer, quiero aprender de mis golpes y no de los ajenos, enceguecerme con lo que persigo hasta conquistar al enemigo y poner mi bandera de victoria sobre su tumba. He de sonreír…

Cuando acabe este día, empezará la gala de buenaventuras que se han acumulado sin que las pueda cobrar porque no había tiempo, no había ganas, no había quién las pudiera gozar.
Confieso que me perdí, no sé en qué vuelta caprichosa del camino, pero mañana iré a buscar dónde fue y porqué. Quizás con qué me encuentre en el viaje. Quizás como me voy a encontrar.

Mañana, comenzaré a escribir mejor.


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

sábado, 17 de diciembre de 2016

EL DESPRECIO





Tengo que confesar que peco de despistada.
Por despistada, perdí la carrera.
Por despistada, tarde abrí los ojos.
Por despistada, no te reconocí.
Por despistada, cambió la fortuna.

Era tarde en la noche para el mundo entero, y un amanecer nuevo de posibilidades para mis ilusiones. Caminaba con el corazón rebosando de esperanzas, convencida de encontrarle descanso pronto a la algarabía predicha hace tanto y sin caudal.

La cabeza torturaba con sus dolores inoportunos, como queriendo alegar por no poder escapar del encierro confinado, pero, qué importa, la aprendí a ignorar... "Seguro es hambre" Pensé justo cuando recordé que no había almorzado (Ni desayunado y ya eran las 7 pm) porque no hubo espacio para hacerlo. Hay que acabar con todo antes que el año acabe con nosotros.

- ¿No tienes un Paracetamol? Me duele la cabeza - Pregunté por única vez.
- No negra. Bajemos y vamos a comprar si quieres. Aquí, a la vuelta hay una farmacia.
- ¡Con 36 grados a la sombra! ¡Estás loco! Tiene que ser el calor. Se me ocurrió venir caminando. Ya va a pasar.
- ¿Segura?
-Segurísima.


El resto de la tarde transcurrió entre historias pasadas por alto desde la última vez que vi a mi viejo y querido (aunque insoportable y aburrido) amigo del Liceo. Increíble que después de tantos años, sigamos en contacto. Esta amistad se basa en "Si no me llama, significa que está bien".

Tenía el sueño acumulado durante toda la semana y la amenaza del trabajo asomándose en las cercanías de las horas continuas en su vaivén de oleadas de calor, se acrecentaba conforme aparecían más estrellas en el cielo.
Ni luces de lo que buscaba.

-Ya es tarde, Pedro. Me voy.
-¿¡Como!? ¡Quédate otro rato!
- Son las 9:30... - Le dije mientras me rellenaba la taza con agua hirviendo... Es la quinta taza de té que me ofrece.
- La última y te voy a dejar.
- Trato.

Pasó media hora más.

- ¿Y si bajamos a fumar? Bueno, tú fumas, yo te acompaño. -Propuso.
- Ok.

Dos cigarros más tarde, un montón de basura hablada y tras haber observado al universo moverse a 10.000 km/h, cientos de personas cruzar la plaza de enfrente sin detenerse, todavía ni rastros. Nada de nada. Tiempo perdido. 

- Ya Pedro, ahora sí, me tengo que ir.
- ¡No! ¡Quédate y hacemos una pijamada, como cuando estábamos en el Liceo!
- No puedo. Tengo que llegar a casa. Está la Amparito sola y mañana me toca trabajar en el consultorio.
- ¡Es un perro! ¡Ya! ¡Quédate aquí!
- No. Cuando salga de vacaciones, si quieres nos mandamos un maratón Netflix. Anda a dejarme. Todavía me pierdo. - Reí.

Habíamos caminado unos 10 metros desde la puerta de entrada del edificio y Pedro miró a la izquierda. En un acto reflejo, hice lo mismo y volví la vista al frente. "Vamos Pedro" dije al ver que se quedó quietoquieto en un paso. Y silencio por 20 metro más.

- ¿Era él verdad? -Me pregunta.
- No sé. Estoy sin lentes. No me pidas reconocer a mi madre a 20 metros si ando sin los lentes jajajajaja.
- Sí, era él.
- Bueno, será.
- ¡Tan expresiva!
- ¡Ah, si no lo vi! ¡Ni que fuera un desprecio! ¡No lo vi! Se acabó.

Llegamos al metro. Nos despedidos y quedamos en juntarnos otra vez, a penas terminara con mis pruebas. Me subí al vagón, pensando en que sí sólo hubiera tomado la séptima taza de té, o hubiera fumado un cigarro más, si no hubiera tenido que ir a trabajar al día siguiente, o si hubiera usado los lentes en vez de siempre apostar a la rudeza de un mundo con borrones, nos hubieramos hablado.

Me rindo.

Ya no sé qué más hacer (Y que resulte).

Tengo que confesar que peco de despistada.

Por despistada, volví la vista.
Por despistada, no seguí el juego.
Por despistada, tomé mal el metro.
Por despistada, me resigno.




ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER.

lunes, 12 de diciembre de 2016

DE CUANDO ME HABLARON DE TI



-        

             - ¿¡Te comprometiste!? – Dije casi gritándole al teléfono.
-          - ¡Sí! Son palabras mayores. ¿Quién lo hubiera pensado? ¡Me tienes que organizar la despedida! – No lo podía creer… Si ayer andábamos jugando a saltar la cuerda en el liceo.
-          - ¡Dios cómo pasan los años, pájara del mal!
-          - ¿Y tú? – Preguntó inquisitiva.
-          - ¿Yo qué? La familia bien, gracias. – Me reí.
-          - ¿Y…? ¡Ya cuenta! ¿Ya maduraron?  ¡Harían bonita pareja ustedes dos! ¡Son tan similares! ¡Los dos huevones más orgullosos que he conocido en la vida! - ¿Es una broma?
-          - Cabra…. Hace mil años que no nos hablamos… Estás al tanto ¿O ya se te olvidó?
-          - ¡Eso es amor tonta lesa! ¡A-M-O-R! - ¿Ok?... ¿Dónde están las cámaras? Gol de Chile. Le ganamos a Uruguay.
-          - ¿Qué acaba de pasar por tu cabeza, pájara? ¿Qué parte de “no nos hablamos hace mil años” no entendiste?
-          - ¿Qué parte de “eso es amor” no estas asumiendo, Franky? – Mátenme aquí mismo.

“Sillón… Atájame” Pensé… ¡Qué terrible! “Amparo, tráeme la pelota antes de que sigas destruyéndome los zapatos” Le dije a mi perro y cerré los ojos. Tengo sueño.
¡Suficiente! Mejor me voy a estudiar. Hay tanto por hacer ¡Y tan poco tiempo, por la cresta!
¿Dónde quedé anoche? ¡Ah sí! ¡Síndrome febril sin foco en menores a tres meses!”…Empecemos.
20 páginas adelante y la conversación volvió a martillar en mi entrecejo. ¿A raíz de qué dijo eso? ¡Concéntrate mujer!

Últimamente, muchas cosas han traído reminiscencias de aquel personaje. Un susurro polizón en el aire que se coló entre el tráfico del terminal de buses cuando volvía a la cuidad. Las facciones de un extraño comprando el diario en el mismo kiosco donde paso por los cigarros cada tarde desde hace cinco años. La letra de una canción en inglés enviada por mensaje de texto el día de la graduación, siglos atrás y que no había vuelto a oír desde entonces, hasta que, al pasar al supermercado, la escucho retumbando por los altoparlantes y ahora, estos disparates hablados con una amiga que no veo desde Noviembre pasado, en un funeral… Creo que voy a morir.

“¿Cuántos criterios había que cumplir para que fuera un paciente de bajo riesgo?” Me pregunté para ver si algo de lo leído había encontrado espacio donde almacenarse… “Todos” Punto para mí.

“¿Qué será de él? ¿Será feliz? ¡Y a mí qué! ¡Ay sí me importa! ¿Desde cuándo tan nostálgica?... La vida entera, Francisca. La vida entera.” Me había puesto a hablar sola mientras me preparaba una taza de café y mi perro, en un ataque de furia satánica, detenía las intenciones perversas de conquistar el mundo, que traía en mente, una hija de papel arrugada. 20 Páginas más.
Cabeceaba a medida que repetía estupideces sin sentido porque ya se me habían enredado los conceptos con los arabescos traídos desde el recuerdo de unos ojos cafés, dulces, tristes, sedientos. Y ahí me quedé, perdida en el páramo lleno de escombros, siguiendo un camino de margaritas en botón, porque la primavera abofeteaba con los sopores de sueños nuevos aglutinados de porvenir. Hay coincidencias rondando el ambiente, perturbando la atmosfera que se levanta en la capital un día de semana, cuando las luces se comienzan a apagar vaticinando la extinción de un día más para que sea un día menos.
Me voy a dormir. Debo levantarme en un par de horas. La rutina no perdona.
Las oraciones correspondientes para buscar algo de paz entre tanto ajetreo. “Buenas noches Amparo… Deja de morderme el pelo. ¡Me duele hija!”

Soñé con sus ojos. Hacía varios meses no se aparecían. Esa voz. ¿Cómo es posible que todavía la escuche sonar tan clara?... Esa voz… ¡Dios! ¿¡Por qué si estaba tranquila!? ¿¡Qué pretendes!?

Una bruma de fantasmas se arremetieron entre las cuatro paredes de la casa, bailando compases en la cocina mientras hervía el agua para hacer el desayuno. Un tango añejo los hacía despegarse del suelo, mostrándome dos siluetas raramente familiares, susurrándose secretos entre risas viciadas de cariño amargo. Se parecían a nosotros, por estas fechas.
El chillido del agua avisaba que estaba lista. Dos cucharadas de café, nada de azúcar y una hoja de menta en la taza, un par de deseos guardados en el corazón y la pregunta pertinente por tus huesos “¿Estarás bien?” ¡Ya, espabila! Tienes que ir a rendir examen. Tienes que concentrarte. DEBES concentrarte.

Y así pasó el día, con vaivenes de tu nombre, como si fuera una forma masoquista de generar dolor para mantenerse despierta.
Salí del examen y comencé a caminar.
Era de noche cuando caí en cuenta que estaba muy lejos de casa y debía volver. Quizás, al llegar, prepararía un Bitter, apagaría las luces para que brillaran las del árbol de Navidad, fumaría el protocolar cigarro antes de dormir y se restauraría el orden.
Volvía distraída, abstracta, ausente, como en piloto automático ¡Por la cresta que me afecta tu recuerdo! Y no sé si era producto del cansancio, alucinaciones si se prefiere, una aparición espectral, pero creo que te vi pasar…

Sin querer, sonreí.

“Eso es amor, tonta lesa”.



ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER  

domingo, 11 de diciembre de 2016

ILUMINACIÓN CAÓTICA DEL ESPACIO





Cuando se nubla el cielo y sólo se perciben unas cuantas estrellas a lo lejos, comienza el caos, pues no logro divisar en ellas el real sentido de mi existencia ni lo miles de acertijos que se tejen en sus formaciones azarosas y tengo miedo de lo que se avecina pronto. Tengo miedo. 


ESCRITO POR:  FRANCISCA KITTSTEINER

miércoles, 7 de diciembre de 2016

QUÉ PRETENDES




¿Cómo te atreves a hablarme cuando no pretendo ni oír mis pensamientos?
¿Por qué no me dejas disfrutar mi sufrimiento, resignarme y entregarme a la agonía?
¿Cuándo fue que te enteraste de mi vida y decidiste atacar con pasos lentos,
Derribando las barreras protectoras de un corazón que dolía?

¿Quién te ha contado de mis sueños donde apareces vestido con armadura dorada?
¿Qué intenciones traes en tus manos como ofrenda a mis temores?
¿Conquistarás territorios aislados desde que mis fuerzas perdieron morada
Dentro de los límites contradictorios de los fracasos en amores?

¿Quieres compartir una copa de nostalgia añejada en caravanas de decepción?
¿Bailar mientras los pies se elevan en arabescos de compases a destiempo?
¿Contar los granos de arena cuando le letargo nos toma de prisioneros por excepción?
¿Tal vez, recitar fantasías matizadas con el suicidio precoz de los ojos que contemplo?

¿Cuál es tu nombre? ¿Me dirás para titular el nuevo capítulo de mi vida tormentosa?
¿Tienes edad suficiente para renegar tu existencia y pagar la ofrenda a mis deseos?
¿Es esta otra de las trampas que me ha puesto la coincidencia azarosa?
¿Podría cambiar la espera ufana y desquiciada por tus besos de trofeos?

¿Dónde fue que quisiste tropezarte en mi camino por accidente al terminar calle?
¿Hay algo que quieras de mí y no tienes el coraje de pedirlo con boato?
¿Y si tienes ganas de probar mis labios, detendrás mi respiración antes que falle?
¿Serán conjeturas apresuradas que invento cuando ataca en insomnio barato?



ESCRITO POR : FRANCISCA KITTSTEINER 

sábado, 3 de diciembre de 2016

INSOMNIO.






1:01 am. 

No hay viento.

Cantan los grillos cerca de las líneas del tren llenas de polvo. Pronto pasará con la carga de la madrugada anunciando que es entrada la noche con su bocinazo tan característico, pero sigo embalsada con aquel arrullo que cuenta historias que aún no logro entender. 

Está oscuro y las estrellas brillan imponentes. ¡Es tan hermoso el mundo cuando se le quiere encontrar hermoso! 

No quiero irme a casa, aunque ya comencé a estorbar. 
Se me olvida que el universo gira de a pares y los parias, siempre estorbamos. Quizás sea esta suerte de rebelión a lo impuesto que me tiene aquí, en dominio ajeno, en una banqueta, con un cigarro a medio consumir y un vaso con agua cuyos hielos desaparecieron, observando sin querer interrumpir la magia que circunda a las personas que se aman. 

Estoy feliz por ella... Que mi amiga sea feliz, alegra la soledad. 

¡He actuado tantos oficios! Pero nunca el de violinista clandestino oculto en las sombras, haciendo de cuentas que estoy ausente de los susurros oídos a lo lejos. Tendré que fingir sorpresa cuando quiera contarme. El trabajo de amiga, nunca acaba.

Ladra un perro y otro se pasea por la calle quejándose porque no puede entrar a jugar con el que ladra... Insisto, el universo gira de a pares. 

Sonata de claro y luna suena en mi mente. Siempre me gustó por la melancolía que carga, algo así como el momento en que se baraja la opción entre continuar o poner fin a todo, respirar o decidir la asfixia, volver al cielo o arraigarse con ahínco a las grietas en la tierra. La ambivalencia en su máxima expresión. 

Tengo la sensación de que va a temblar... 

El eje del ciclo está mal. 

Todavía no pasa el tren con su carga. 

Siguen los grillos chillando a la distancia. 

Los perros de silenciaron. 

Mis ojos suplican cerrarse tras casi 40 horas sin dejar de parpadear. 

Cansancio físico  versus la algarabía de la juventud. 

La mierda brillando como oro. 

Comienza a hacerse notar el claveteo de pensamientos aglutinados desde hace tanto sin poder salir por falta de tiempo, y buscan pasar desapercibidos bajo un vano dolor de cabeza. He aguantado peores. Una jaqueca no me va a doblegar, si he traído agonizando el corazón por años. El dolor que no es dolor es lo que consume las fuerzas. Lo inexplicable. Lo fatuo. Lo tuyo. Eso duele. 

Dejó de sonar la música camuflada en los silencios y es evidente lo intrasendental de mi presencia aquí, sin embargo quiero darle un sentido a tanta idea suelta, sin encontrar ninguno. 

Desde la calle, me piden que toque un Réquiem.... Réquiem para una paria... Réquiem para la consonancia de un nombre en fuga...Réquiem para poder dormir en paz. 


Volvió llorando. 

No era la magia que circunda a las personas que se aman, era la muerte dictando sentencia. Le exigía dejara exangüe sus venas porque se le había acabado la cuota de amor... El trabajo de amiga nunca termina... El problema radica, ahora en qué bando elegir: La muerte o la amiga.

Acaba de pasar el tren con su bocinazo característico, una hora más tarde de lo habitual, y el mundo sigue siendo hermoso. Puede ser que mis ojos se hayan acostumbrado a ver cosas que no son, a reconocer a los espíritus chocarreros negros de cenizas y confundirlos con la dulzura residual del recuerdo de un primer beso. Todo depende del prisma ¿No? 
Es la relatividad haciendo de las suyas. 

- ¿Qué haces? - Me preguntan. 
- Escribo un poco. - Contesto. 
- ¿Con quién hablas Francisca?  -Te estás delatando, pensé.  
- ¡Ah con nadie! ¡Es la falta de sueño! 
- Si sigues así  no verás el 2017. 
- Gajes del oficio... Tranquila. ¡Ya! Me voy. Es tarde. Hablamos mañana. 


Los espíritus chocarreros también hablan...No todos los escuchan... Así como sigo sin entender la desesperación de los grillos, ni el porqué de esta extraña sensación pegajosa de esperanzas sin cuna...


"¿Nos vamos?" Dije al aire y partimos los tres: La Muerte, El Destino y yo.


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER..

martes, 29 de noviembre de 2016

A QUIÉN CORRESPONDA. CARTA N°1






Han pasado tantos años que me pregunto si no habrá sido un error el habernos separado. Se agotaron las coincidencias que nos hacían coincidir  y el universo se extrapoló en dos si de juntarnos se trata. ¿Por qué las noticias tuyas entraron en sequía?
Esta vez soy solo yo, sin boato ni opalescencia, sin todos los caminos pedregosos que antes debiste transitar para llegar hasta mí. Vuelve aunque sea para decirme “adiós”, pues es cruel dejarme en suspenso la vida.
Vuelve y agita los mares de racionalidad que me atan a esta cordura y con eso a la cobardía.  Lancémonos al vacío y si hemos de morir que sea de felicidad: uno al lado del otro, beso contra beso, mi todo por tu todo, mis noches por tus días y mis días con tal de verte regresar, porque un romance tan inmenso que escapó a nuestra juventud, como si fuese herencia de una vida previa, reapareció en esta, clavándose hondo en el medio de los dos y que en el momento mismo en que nos vimos, reconocimos un amor sin envejecer… Mi amor sigue sin envejecer…Por eso vuelve, porque ahora sé cómo reparar los holocaustos artificiales que inundaron tus ojos, por la sapiencia irascible de mi completa ignorancia, si de entender los mensajes ocultos que me enviabas entre poemas prestados se trataba.  Puedo ofrecerte un futuro nunca más incierto y recoger del pasado lo mejor que vivimos hasta llegar a hoy, para bailar una canción, sin errores, sin espera, sin más preámbulos que nosotros dos, hasta la doceava campanada de media noche, cuando los horizontes se vuelven alcanzables y las noches se alargan a voluntad. Puedo entregarte ríos circulares donde enmendar lo remediable y huracanes de lascivia  que se doblegan por ti.
Han pasado tantos años que el tiempo se dividió: cuando era fácil respirar y mis manos tenían un lugar al cual pertenecer y las noches se iban entre conversaciones irracionales sobre un futuro venidero. Y después, cuando aparecieron los miedos cargados de vaticinios de un final,  y mis manos comenzaron a pendular en el aire sin que las tuyas fueran al rescate. Cuando  la escarcha cubrió el mundo y dolió respirar. Cuando ese futuro que pareció tan distante como inexistente, llegó  sin ti.
Aquí las horas transcurren lentas desde que tu sombra desapareció tras doblar la calle trayendo todo el peso de tu ausencia por compañía ¿Piensas en mí? ¿Sigue habiendo luz en tu mirada? Entonces, por qué no has vuelto y me dejas demostrar mi devoción por ti. Vuelve de regreso a Penélope que todavía espera ver señales en el horizonte de su Odiseo, pensando que continúa recordando el camino de regreso a casa.  Aún estoy aquí, perpetua, esperándote en medio de la vida y ya sin fuerzas, porque nunca antes un corazón roto dolió tanto, por saberte a dos cuadras y un suspiro de distancia y sin embargo, sin poder avanzar un paso, paralizada de miedo al creer que el final de todo apareció anticipado y me quedaré amando sola. Si me conoces ¿Por qué no has vuelto? Entendí que no era el mundo lo que necesitaba, sino solo a ti, alejado del mundo y ahogado en mis brazos.
Para ti mi vida, por ti, mis rezos, a propósito de tu nombre, lo que me queda de fe, mi último suspiro por un latir tuyo,  mi mundo a cambio de la salvaguarda de tus brazos, alguna noticia tuya por lo que me resta de cabales y si decides volver, para siempre, prometo amarte.


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 





jueves, 24 de noviembre de 2016

PORQUE YO A USTED, LO QUIERO.



Si la suerte me acompaña, me dejará  ocupar todos los artificios posibles para sacarme de la cabeza los ojos fulgurosos del hombre que me quitó el juicio… 

Secretamente, anhelo un sueño con él esta noche. Es la única forma de mantenerlo presente, porque el universo, siempre tan pequeño para encontrar el olvido cuando se le exhorata de rodillas piedad, explotó en expansión para no volvernos a juntar, pese al imploro una posibilidad para redimir lo que tenga por redimir. 

Soñaré con él hasta que la fortuna me sonría y me lo traiga en carne y hueso y me lo ofrezca para saciar la sed incrementada por su ausencia,  aunque tenga que hacer caber esta cuidad en la cabeza de un alfiler para tenerlo cerca, alcance de mi vista, donde mis manos puedan tocarlo y  convertir su respiración en el oxigeno necesario para seguir viviendo. 

Condensar al mundo con tal de tenerlo tan cerca como solía estar en verdad…Recurrir a las fantasías es el último recurso que va quedando para preservar su memoria. 
No quiero soltarla aún. 
No quiero perderle del todo.
Quiero volver a ser Delilah seducida por Sansón.

Dios, si me escuchas, hazme soñar con él porque agonizo de esperanzas tan aferradas a la vida que extinguen la mía. Dios, si me eschuchas, cóbrame  penitencia por todos los males cometidos, multiplica el castigo y déjame pagar por el mundo la maldad imperante si con eso me permites verle antes de morir. Dios, si me escuchas haz que vuelva. 




ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER. 

domingo, 20 de noviembre de 2016

IMAGINÉ CONTIGO




Imaginé que todo era distinto a lo que de verdad es, que tú y yo aún existía fuera de los brazos cándidos del infierno en era glacial temprana, que nadie sabía lo que ocurría bajo el hecho de las miradas cruzadas al azar y que confiesan más cosas que el discurso que pretendo decir para salvar lo que nos queda por salvar, aunque con eso renuncie al orgullo del que me vanaglorio sin que nadie me asegure victorias o tratados de paz.
Imaginé que volvías a besarme, ésta vez de verdad y declarabas al susurro matutino que hace tiempo esperabas por mí y que tú eras aquel que me prometieron al nacer: Mi príncipe multicolores que ha recorrido un mundo buscando a la princesa oculta en melancolía plausible y añeja, mi caballero medieval que viene a rendirle honores a la reina que ha tomado por conquista los territorios indómitos de un corazón hecho trizas con el paso del los años, lo que yo necesito y quiero para ser plenamente feliz y en tus brazos dar mi último suspiro antes de partir a las infinidades del cielo.
Imaginé que la totalidad de las lágrimas vertidas habían valido la pena y que todavía quedaba una por llorar, cuando el universo se alineara y diera la venia para que a la hora exacta en que Dios decida cerrar los ojos, en tu vientre descanse el mío y que nuestros cuerpos duerman agotados hasta que el sol no aguante más los celos y nos golpee en la cara con sus rayos de oro.
Imaginé que no te había conocido, que ese día pasé por tu lado sin mirar y jamás llamaste mi atención, que nunca te quise, que me eras indistinto, uno más de tantos que caminan por la calle y mientras armaba el cuadro se borró la sonrisa perenne de mi rostro y el cielo se oscureció. Sentí dolor en el pecho y que la sangre se me escapaba de las venas. Te prefiero distante, frío, indiferente, a que no existas. Prefiero seguir sufriendo y llorando por las noches una y otra vez, de aquí al infinito, antes de que ser infiel al cariño masoquista que profeso por ti y por eso, moriré bajo el amparo tortuoso de esperanzas forjadas por el cansancio que me dejas cuando vienes a bailar tangos en mis sueños y no me dejas dormir. Prefiero renunciar a mi orgullo, pese a que es lo que más guardo, para que sepas que te extraño como nunca antes y que todo lo que he hecho, ha sido sin malicia de por medio, sino porque fue dictado por un corazón suplicante de perdón… ¿De qué me ha valido el orgullo, si te alejé de mí, por él?  (Sin embargo, hay veces en que prefiero mandarte al carajo y acabar con esto.)






Imaginé que cuando vistiera las galas de un vestido azul, bailaríamos hasta que las piernas no aguantasen ni el roce de una pluma, que tú me tomarías por la cintura como si tuvieras miedo de perderme o que la canción fuese a acabar de forma repentina y yo, armaría una fortaleza en el resguardo de tus hombros. Se terminará la fiesta, la música y nosotros seguiremos bailando hasta que se nos ocurriera otra cosa qué hacer.
Imaginé que había una segunda parte de la historia que quedaba por escribir, la que se tardaba un poco porque no conseguí un lápiz y un papel donde plasmarla, mientas se creaban nuevos personajes llegando amenazantes de destruirnos las fantasías por dar luces de ofrecer algo mejor a lo que nosotros podemos entregarnos. Eran tentadores y más de alguna vez caíamos en las garras de lo prohibido y es sensual, aunque ya pasado el tiempo, habiendo cedido los dos, nos volveríamos a ver y sería incontenible correr a los brazos del otro para entregar los besos que debimos darnos desde un principio y que quedaron en suspenso…No debimos habernos separado nunca.
Imaginé que todo lo que había imaginado, antes de que a mayo se le escapara la vida, lo estaría viviendo y sería mi derecho sagrado despertarte con un beso en la frente, cuando el sol decidiera atacar nuevamente.



ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER

martes, 15 de noviembre de 2016

SEXO




Fue la consumación merecida de lo único que nos restaba por hacer y  el motivo perfecto para dejarse caer en las redes carceleras de la oscuridad, siempre cómplice de lo prohibido, siempre presente en los afanes silenciados por la decencia y los apartados  de la incertidumbre, pero eso combinado con la exasperación que se crea tras una noche de bohemia, cantidades industriales de alcohol, las ganas incontenibles de probar bocado de lo que no se conoce, genera el caos y el caos llama a aventurarse, a  ser valiente y apostar todo con tal de entrar en el juego.

Era el nacimiento de la tormenta perfecta, la prueba final para ponerle broche de oro a tantos años de coqueteos fugaces condenados a la muerte prematura por temor al escrutinio de lo correcto y lo que no.


Era menester acabar de una vez y para siempre con las incógnitas alimentadas por los tapujos de la decencia y el tic tac del reloj avisando la fuga de la vida sin vivirla, asi que  al estar solos, ya no habían ataduras apareciendo la liberación de los instintos hibernales bajo la aprobación cómplice del fulgor de la estrellas.

Un giro exquisito entre la agonía y el renacimiento. 

Fue la muerte, la resurrección y el pecado condensados en uno, amalgamados con los besos que desfilaban cuello abajo siguiendo la huella de las gotas de sudor en caída libre hacia el vacío de piel ajena, que terminó fundiéndose de a poco con la geografía de mi cuerpo tembloroso y como nunca antes, asustado.

Y si de algo estoy segura, fue del cambio drástico en la historia. Ya no hay vuelta atrás, porque en unos brazos conocí el pecado y el pecado resultó ser la divinidad misma aunque esto me condene todavía más por blasfema.

Pudo ser la consumación perfecta si tus ojos no se hubieran aparecido en mi cabeza censurándome la absolución del albedrío. 
Debiste haber estado conmigo esa noche, observando inquisidor el siguiente paso que daría  o si era capaz de lanzarme al vacío sin mirar. Debieron haber sido tus manos las que desnudaron sin piedad mi castidad, quizás el deseo sería diferente, quizás las noches tendrían sabor a ti, quizás nada habría cambado por tu perpetua, aunque disfrazada caballerosidad conmigo. 

Había visto la perversión en tu mirada más de una vez y no sé si tú viste la mía. 

Debieron ser tus besos los que despertaran reacciones exquisitas donde fuera que decidieran reposar. ¿¡ Por qué nunca me robaste un beso, pero si te atreviste a robarme el corazón, despiadado!? ¡Ni un puto beso!  Y ahora tienes el descaro de culparme por todo, por tu indecisión, tu cobardía, tu seguridad absoluta frente a mis afanes. ¡Ni un puto beso y te atreves a escudriñarme!

Odio recordar todo esto en estas fechas, porque siento una carga todavía más pesada en los hombros al saber de tu existencia tan alejada de la mía por morir en envidia de lo que no pudiste tener. Siempre contigo y nunca para ti. ¡Maldito!  No sé cómo terminé poniéndote en esto…Otra vez. Maldito de nuevo. 


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

lunes, 14 de noviembre de 2016

YO, TE LIBERO.




Ya es tiempo de dejarte en libertad. Ha pasado mucho como para seguir aferrándome a ti de esta forma. Habló el destino y no dijo nada sobre el disfrute de un  par de caricias y besos perdidos en la espera, terminando por mutilar las esperanzas que nadie nos dio.

La fantasía se acabó por mi culpa, por no cumplir mi palabra y así, violar la parte del trato, donde  se resguardaban tus orgullos obligándome a mantenerme lejos  y sin ganar la batalla que me llevaría a ti. No fui capaz. No hay pacto entre los dos ¿Por qué habría mantener la palabra empeñada en el fervor de una discusión? 

Se desvanecieron los paisajes pintados en mi cabeza cuando Morfeo se enfermaba trayendo fatiga, dejándo al descubierto muerte por todos lados sin verte salir salir de entre la caterva con la bandera de conquista.  Quizás yaces entre los cadáveres de abrazos que no pudieron nacer y yo desaparezco entre la polución tal como si no existiera.

Maldigo las circunstancias que me plantaron frente a ti esa mañana antes de que el reloj marcara las 8 y te maldigo por estar parado en medio de un  patio como si debieras vigilarlo todo. Te maldigo por dejar en este corazón tu marca con fuego de reducción incandescente, imborrable a menos que, encuentre la forma de perder la memoria y sacar los inverosímiles recuerdos, tan pocos y tan cortos contigo en medio, sin saber siquiera si dejé algo mío en ti o fui solamente la presa que te faltaba. Desearía que no me hubieses hablado ni ahí, ni nunca.

Me arrepiento de todo lo hecho, mi cielo. Me arrepiento de lo que no, porque en veces como esta, daría lo poseso y lo que me falta por poder correr a tus brazos y no salir jamás.
Tengo frío y estás lejos. 
Tengo sueño y no estás conmigo para darme un beso de buenas noches. 
Tengo ganas de que te quedes, como si mi vida dependiera de eso, pero te desvaneces porque mi voluntad es débil y te expulso con los demonios sumisos a mis pedidos por tanto tiempo viviendo aquí mismo, escuchando la misma cantaleta y lamentaciones, los credos repetidos en la basílica de las convicciónes más intrínsecas de mis sustentos, para que, y de una vez, un buen día, tu nombre sea cenizas disueltas en el agua, un espejismo barato en un oasis febril y no el tormeto en el que te convertí. Nada sirve. 

Hace tiempo pedí al cielo una excusa para olvidar a quien ya no quería recordar y llegaste con esa sonrisa y una mano tierna, y ahora pido amnistía para olvidarte.
Un clavo no saca a otro clavo ¿No? ¿Qué pasa cuando ya no quedan más? ¿Se pasa la eternidad con una herida punzante en el pecho? ¿Moriré pensando en ti y en mis arrepentimientos? ¿Fuiste mi último clavo?

No hay descanso mientras continúe pendiente de tus pasos aunque hayan pasado tantos años y comience a olvidar su cadencia, empero, no incumbe, permanezco alerta por si existe la posibilidad, el azar bondadoso, el destino inquisitivo, el actuar de Dios en persona, o las tentaciones paridas por el Diablo, lo que sea que pueda traerte de vuelta a la historia que abandonaste, dejándome sola de pie, sin luces, en los suspensos de una página a medio escribir porque ya no hubo más razones para hacerlo y porque la fatiga comenzaba con sus estragos en la piel. Sola, de pie, sin luces.

Te libero porque duele el destino desplegado con tus detalles de por medio. Te libero porque es lo único que no he probado. Te libero por si las moscas. Te libero como purga de un pasado que insiste en presentarse cada amanecer escupíendome en la cara cada vez que aplasté tu corazón en el cemento, inconsciente de las repercursiones. Te libero, para ver si así, tú me liberas. 


Por eso amor mío, porque todo se volvió tormento, incluso respirar en la obnubilación, agonizando de dolor y cansancio entre millones de millones de porqué, quizás, tal vez, por favor, te lo ruego, vuelve, Dios escúchame, te lo suplico, regresa a mí, tengo frío, falta algo, sueños poblados de ti, te amo nunca dichos, te quiero, besos no entregados, caricias extintas, arrepentimientos, tu propio dolor, las pérdidas, el colegio, las noches sin caminatas y los años sin ti, yo…Te libero.

ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

CÓMO LLEGO AL METRO





-          ¿Cómo llego al metro? – Pregunté.

-          Suba tres cuadras, doble a la derecha, camine ocho más, devuélvase cuatro en la rotonda, calcule la masa del cuerpo en movimiento, despreciando el roce y elévelo al cuadrado de su estrés, descuéntele el delta del cansancio, corra nueve kilómetros, haga una vuelta de carnero, baile una cueca si quiere, sáquele la lengua al loquito de San Martín, lea tres veces el credo, tres ave maría, un parapapiricoipi, flote, que la caterva desesperada, lo guíe, cante el himno nacional, pero al revés y si se pierde, devuélvase, eso si, hablando jerigonza… 

ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

miércoles, 2 de noviembre de 2016

LA INVOCACIÓN




Había salido a caminar después de salir del trabajo y la noche estaba particularmente propicia para engendrar melancolía. Los vientos que destruyeron techumbres ahora eran remansos suspirosos meciéndome el cabello y tras tanta lluvia se abrió el cielo limpio, brillante en exuberancia sobre todo al reflejarse en el bamboleo de las aguas. El frío era un detalle. Con las manos en los bolsillos y el abrigo abotonado era invencible ante la inclemencia.
Cinco luces aparecieron bordando el horizonte como si alumbrasen el punto donde se cae al vacío. Eran los buques zarpando de nuevo.
No me gusta la tranquilidad del mar. Sigiloso, acechando, recogiéndose en sus adentros. No es fecha para mareas como esta.
Regresé a casa por inercia, ya era muy tarde para andar vagando sola y después del temporal, los alumbrados dejaron de funcionar bien. Están las mismas cinco luces estacionadas en el mismo lugar, pero dos se acercaron hasta fundirse en una. “Nosotros” Pensé.

Puedo recitar de memoria el número exacto de filos que tienen las rocas y en cuáles se esconden las sirenas. Hay veces en que en la laguna de en frente, una que otra queda atrapada, muere y se convierte en espuma incólume.
-          ¡Levántate de una vez! – Le grité al aire un poco más allá de la histeria. De verdad no me gusta su parsimonia.
Prendí un cigarro como todos los días en la noche, se había vuelto un hábito aunque variante según los ánimos. El humo se escapaba en el momento en que dejaba mi boca, estaba y ya no, no daba tiempo para ver el futuro en los arabescos bailarines en la nada.
Nunca había visto el cielo tan reverberante y nadie creería que la noche anterior se estaba desbarrancando el mundo por la rivera de los miedos. Tanto ruido. Tanto caos. Tanta oscuridad.

Me quedé un par de horas ahí quieta, ajena al pasar de los minutos, embelesada en pensamientos absurdos sobre futuros inventados y tan improbables como la asunción en vida, mientras que  en un descuido, me secuestraron la cordura al ver caminar entre las rocas un recuerdo añejo parecido al que me rompió el corazón, abriéndose paso entre las arremetidas incontables del mar en las concavidades de los roqueros.
Caminaba directo a mí, mirando fijo con sus ojos cargados de sulfuro al expeler el rencor acumulado por tantos años buscando venganza. Aún no entiendo porqué nunca habló.
Imponente, perversamente hermoso e inmune a la senectud, se acercaba peligroso, haciendo que un escalofrío delicioso y tenebroso se arremolinara en mi espalda. Era la misma sensación que tuve la última vez que nos encontramos en una casualidad.
La figura de pasos firmes hacía retumbar su avance en la tierra, aplastando lo que encontrara bajo sus pies, seguramente también quiera aplastar mi cuello para satisfacer sus ganas de cobrar con dolor su dolor, pero no, porque de ser así, llegaría despacio y en paz, desatando pudores y ansiedades inconclusas, despampanante como un príncipe encantador de sonrisa enceguecedora, curador de las heridas perpetuas y las cicatrices deformadas por las mañas del tiempo y cuando haya reconstruido la historia , desgarraría mis carnes, abriéndome las suturas para devastarme  por completo. Sí, haría eso, por lo menos yo lo haría.  Una muerte agónica y postergada en un suspenso. Las cosas se pagan en esta vida.  Yo ya pagué mi deuda con él al exponerme  en el estado más vulnerable cuando, entre risas, se confiesan pesares para que luego, le tirara a los perros lo que dejó de mí: Un cuerpo descorazonado, lleno de llagas y reservado para sus manos… Manos sin conocer
.
Casi lo siento respirándome en el cuello, insinuando el cumplimiento de la consumación echada en falta, me cuenta entre besos que no alcanzan a tocarme la piel,  acerca de la necesidad de desnudez desafiando  a los cabales, aunque regocijando al instinto por apaciguarse profundo en el placer.

Si con sólo tomarme de la mano, paralizaba mi respiración, no imagino lo que hubiera hecho al aventurarse al misterio de un cuerpo sin experiencia…

“Ven – Me dice malicioso. – Ven. Esta es la fuga en réquiem para los amantes. Ven.”

Bajé las escaleras de la terraza hipnotizada por los candiles escarlata que alumbraban la incertidumbre, mientras me quitaba la indumentaria conforme me acercaba a él. El frío continuaba siendo un detalle.

El agua empezaba a lamerme los pies cuando los fogones enormes y el danzar de las brujas en la arena, me trajeron de regreso a la realidad.  Ese magnetismo incontrolable de lanzarme al mar me agarró desprevenida y en dos segundos las olas reventaban arriba de mi cabeza. Libertad al fin…
Ya no pisaba el fondo. Eso nunca fue un problema, entre más hondo mejor.
Desde la orilla escuchaba un murmullo tenue como un zumbido de abeja “Debe ser mi imaginación.” Pensé. Seguí otro poco más adentro. Estaba tan cerca de alcanzar las luces detenidas en el horizonte. El murmullo continuaba, pero no tenía voluntad de prestarle atención. “Al carajo con el ruido” Volví a pensar y no sé si fue en voz alta.
Debutaron las marejadas en la escena ¡Ah pero qué tanto! Hay que saber leer sus cambios para estar a salvo.  Se intensificaba el murmullo, pero por qué si estaba yéndome más cerca de la perdición que de la familiaridad de una vida a medio vivir. Pasaron las sirenas jugando con las medusas flotantes, agitando los brazos en el aire, llamándome para conversar. Trenzaron mi pelo con las algas y me regalaron una corona de coral rosa. “Acompáñanos hija de Poseidón, la tregua es cumplida. Alégrate.”  Cerré los ojos, agradecida por el término de la guerra invisible entre las fuerzas comandadas por el destino quisquilloso. “Cierra los ojos – Me dijeron. – nosotras te llevamos a casa. Ya anduviste demasiado.”
El murmullo no se oía, las olas se apaciguaron y la noche se hizo cálida. En alta mar aparece la calma. No lo iba a saber yo. Dormí.

Calor de fuego me despertó. Estaba tirada en cueros al lado de los fogones, ya las brujas se habían marchado y de las sirenas ni rastros. Regresaron los ojos escarlata vigilantes desde la negrura de los despeñaderos.

-         -  Mírame. Despierta. – Estaba a sólo unos pasos.  – Mírame.
-          - ¿Qué quieres? – Pregunté todavía estando acostada en la arena. - ¿Por qué no te has ido?
-         -  ¿No me oíste llamando?
-          - Nunca llamaste. Era un recuerdo hablando antes de morir. ¿Qué quieres? – Ya estaba de pie, con la piel dorándose a las brasas.
-          - Quiero volver el tiempo circular. Regresar a las profundidades. Pagar la deuda.
-          - Está hecho.
-          - Vuelve a casa. Libertad por libertad.
-          - Ya no nos volveremos a ver, estás consiente ¿Verdad?
-          - Aún no entiendo qué es lo que tiene él que te retiene aquí.
-          - Lo mismo que a ti no te dejaba regresar al infierno: Una deuda. Hasta la próxima vida, viejo amigo.
-          - Hasta el siguiente amanecer. – Sus ojos sulfurosos se extinguieron como el fuego muerto por el rocío. Ya no lo vi.

Se acabó. Hubo silencio en el mundo y en mi cabeza enmudecieron los demonios. Tenía que emprender marcha porque estaba próxima la venida del amanecer, quedando oscuridad por liberarse todavía y era la última oportunidad del destino de doblegarme.  ¿Por qué siempre es más oscuro antes del albor?

El agua dejó de serme familiar, como si la sal me resquebrajara la piel, me dio miedo la marejada y de un momento a otro, los cánticos de las sirenas se apagaron al fundirse con la amnesia del exilio. Sentí el cansancio en las piernas camuflado con el hormigueo de un millón de agujas clavándose en cada paso. No sé en qué momento me metí en la cama.

Al siguiente día se confundieron los límites de lo pasado con un sueño sobresaltado y preferí dejarlo como una quimera malparida antes de regresar a la locura al buscarle un porqué a lo absurdo. Era más sano.

Café, avena, diario con las noticias, audífonos puestos, abrigo y maquillaje. Se cerró la puerta y en la calle estaban prendidas las luces del alumbrado.
Siete cuadras caminadas y ninguna vez me tentó el horizonte para mirarlo. El Kraken había hablado con él, le contó de nuestros saldos cumplidos, de que por celoso me siguió a tierra cortándome las aletas y yo por despecho, lo condené a vagar sin rumbo, sin volver al infierno, así ninguno podría pisar terreno conocido hasta habernos perdonado. Ni él debió amarme, ni yo seguirle la corriente, porque en una de mis huidas con las sirenas, conocí a la perdición que me hizo enraizarme en la lejanía: El hombre de ojos oscuros.
Nueve cuadras. Él en frente y yo mirando  la magnificencia de esos ojos ébano  profundo. Él sonríe y entiendo que valió la pena la renuncia.

Su plan resultó, su invocación resultó y después de tantos intentos fallidos por encontrarme en esta encrucijada, yo había respondido a su llamado. Era hora de hablar de negocios, exigirle la devolución de mi corazón y ponerle precio a su alma.


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER  

YO TE ESPERO



Arriba a mis sueños, yo te espero. 

Disipa la bruma levantada en las mañanas cuando el mar llora la pérdida del cielo y  muéstrame la gracia de tus ojos magníficos al despertar. 

Cántame despacio, pero al oído para que se acurruquen mis anhelos junto a tus ganas, contándome entre suspiros los pesares en tu pecho por tanto tiempo ajeno al mío. No desesperes, pues todo pronto cobrará sentido. Te lo prometo. 

Ven y llena el espacio vacío en mis brazos suspensivos, expulsando al entumecimiento a las lejanías olvidadas de la mano de Dios. 
En un comienzo las disestecias con sus cosquillas, entretienen y hasta son placenteras, pero de golpe, aparece la laceración dolorosa de miles de agujas clavando las profundidades de la piel repleta de ausencias...Ausencias...
Ausencia es lo que hay en esas miradas azarosas que me lanzas de vez en cuando, sin percatarme de tu presencia al alcance (¡Blasfemia! Siempre sé cuando estás, pese a no verte.)  Me duele tu nombre y pronunciarlo sólo para recordar su retumbancia, como obligándome a no olvidar. 


Arriba a mis sueños, yo te espero. 


Llévate la oscuridad oculta a plena vista cuando el sol muere una vez más y pon en cambio, luz al sonreírme, para siempre en las mañanas y en las noches para espantarme los demonios voluntariosos en rondar por esta casa, a sabiendas que no son bienvenidos. Sonríeme para aprender a vivir.

Abrázame cuando tengas miedo. Abrázame cuando seas valiente. Abrázame al extrañarme y cuando ya no quieras verme. No dejes de abrazarme, ni siquiera cuando te lo pido. Permite enraizarme contigo, formar cimientos bajo tu amparo albergando ilusiones menesterosas de confesión, suplicantes de conocer lo que me pasa cada que te veo.  

Déjame ser vulnerable. 
Ya no quiero comandar al mundo, sino permanecer acurrucada en tus labios,  hasta adormecerme después de safisfacer la cuota de besos del día. Ese será mi nuevo mundo por conquistar.
 Ya no quiero ser fuerte. Cuesta mucho serlo (aparentarlo) y llevo demasiado tiempo en lo mismo. Siempre a  la defensiva por si algo decidiera cambiar, por si decidieras volver y yo haya bajado los brazos... Tal vez, no tienes intenciones de saber de estos huesos roídos de libertadad y yo como imbécil, creyendo que cualquier día regresarás a mí ...  

Ya no quiero ser estoica y  déjame descansar en el lugar más mezquino de las probabilidades: En algún recodo de tu corazón.

Arriba a mis sueños, yo te espero. 


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

jueves, 27 de octubre de 2016

DE CUANDO LA PRIMERA VEZ



Habían vuelto de ir por el café de la tarde, era marzo y no se acordaba de la excusa dicha por él para quedarse un rato más. 
Ella tenía que avanzar en un trabajo para el día siguiente y a él no le importaba quedar ausente de sus preocupaciones hasta que terminara.
-   ¿Falta mucho? – Preguntó observando desde el sofá el improvisado escritorio empotrado en la pared.
-    No, sólo traducir el resumen a inglés y c’est fini. – Dijo sin dejar de teclear.
-    Dos segundos entonces. – Rió.

En silencio se incorporó mirándola fijo como quien asecha a una presa sin saber si disparar o dejarla vivir, avanzando mientras inhalaba profundo, acercándose por la espalda para dejarle un beso en el cuello.
Siempre coqueteaba así y siempre con el mismo nudo en el estómago recordándole la posibilidad del fracaso.
Paró de escribir porque un escalofrío la recorrió entera. Vista al frente, espalda erguida, “piensa mujer, piensa”, dedos quietos, una vida en un segundo y la reacción automática de guardar el archivo y exhalar cerrando los ojos. Había sucumbido al cólera.

Tras años de cada uno por su lado, pero juntándose en el medio, ni chicha ni limonada, ni fú ni fá pero sumamente sin embargo y millones de estupideces sin sentido, ella se había hartado de los coqueteos, de las excusas para aparecerse en su casa o del café a media tarde.
Se levantó lentamente de la silla con toda la elegancia que ofrecían sus galardones en cada movimiento, para apoyarse en la mesa del escritorio. Le sonrío estirando un brazo con rumbo a su cara sin decidir todavía si abofetearlo por insulso con todas sus fuerzas o acomodarle el mechón de pelo colgando cerca de la oreja.  Lo supo en el tacto. Lo miró con esos enormes ojos oscuros cargados de perversión en cada pestañeo mixturado con la translucencia de la candidez. Él también lo supo, nunca la había visto así, indescifrable, peligrosa y tentadora. Fue cuando entendió que no sabía nada.

-          ¿Sabes? – Dijo mientras se sacaba los lentes y los dejaba en la mesa. – Quiero resolver una duda. Déjame mirarte de cerca los ojos por un minuto. Tengo…
-          Ya empezaste con tus cosas raras.
-          Así me conociste y así me tienes que querer. – “Pero si yo te amo” Pensó él.
-          Bueno, haz lo que quieras.  – Abrió lo más que pudo sus parpados y cuando sintió esas manos siempre frías tocándole el rostro, fue hechizado.
Se desplegó el futuro. Dos opciones, no había más. O saciaba su instinto y el mundo sería hermoso o se contenía trayendo oscuridad, agonía y dolor por mucho tiempo.
Últimamente su instinto fallaba en constancia y las premoniciones se le presentaban difusas y llenas de bruma. Ya no habían profecías. Últimamente todo lo que suponía, terminaba al revés.
-          – Me duelen los ojos... ¿Ya puedo parpadear?
-        –   ¡Pero si nunca te dije que no parpadearas! – Ambos rieron hasta que les dolió la asfixia. Ella corrigió las lágrimas felices que se le escaparon y él la abrazó por la cintura.
-          – Ahora cuéntame qué viste.
-            Vi unos ojos maravillosamente hermosos. – Le apretó las mejillas. Se volvió inexpresiva, con miedo a equivocar la vía en la encrucijada puesta en frente sin aviso, languideció un poco, cayendo en trance unos segundos y sonrió luego como si nada hubiera pasado. – Vi unos ojos maravillosos.  – Silencio. – Vi tantas cosas y tan confusas que al final de cuentas, no vi nada.  – Lo abrazó porque necesitaba refugio y de una forma muy extraña, casi absurda, al escuchar el palpitar errante de aquel hombre, sus demonios dormían y había paz, nada más que paz.
-          – ¿Helena? Quiero resolver una duda. – Ella levantó la cabeza.
-        –   ¿Qué quieres?
-            La verdad. Te conozco lo suficiente como para darme cuenta que sabes perfectamente lo que viste y si no me quieres decir es porque es más malo que bueno. ¿Acaso moriré? – Puso cara de impresión exagerada para distender el ambiente cada vez más denso al profundizar en la conversación.
-            ¡No seas imbécil! No vas a morir. Déjame echar otro vistazo. – Él accedió permaneciendo estoico. – No, pero más de cerca, así veo mejor. Cerca. – Respiró tan hondo como pudo, elevando una súplica por amnistía o una pista por seguir, lo que fuera, antes de lanzarse al vacío. 

Su pulso se había convertido en un chirrido de lo rápido que golpeaba la sangre hirviendo de angustias en las paredes de las arterias y miles de voces comenzaron a sonar en su cabeza, cada una más gritona que la anterior y todas contradictorias entre sí. Sus diez mil reencarnaciones desfilaron en caravana. Cinco mil alentaban. Cinco mil pedían reconsideración. Nada servía. Estaba sola. 

-            ¿Helena? – Dijo estando a cinco centímetros de su nariz cuando comprendió que la había perdido otra vez. – ¿Helena? – Regresó.

Sus ojos cambiaron, estaban llenos de rencor y desesperación, esperanza e incertidumbre, sobre todo incertidumbre, porque por primera vez en toda su existencia, nadie vino a contestar sus dudas.

Ella avanzó tres centímetros más, saboreando el aire circundante al bermellón. Temblaba y él podía notarlo.
Su bruja era vulnerable. 

En todos esos años nunca vio derrumbarse la fuerza ostentada por esa mujer y la entereza resultó ser una ilusión proyectada sublimemente, al punto de no existir persona en la tierra o en la otra, capaz de creer la fragilidad que tenía por dentro. De alguna forma, arrasó con sus barreras. Su bruja era una niña asustada. Precioso.

Se quedaron así unos minutos, respirando el uno del otro porque era lo justo y la majestuosidad aparecida en aquel rincón a las 7 de la tarde, un día de marzo sin fecha exacta, no tenía comparación. Ninguno avanzaba. Ninguno retrocedía. Detenidos, en suspenso si se quiere, sincronizando sus anhelos con lo menesteroso mientras se borraba cualquier atisbo de pensamiento perturbador o de reproche, lo demás sobraba, el mundo entero sobraba, la vida si quería irse, se podía marchar, no importaba.


Bastaba una corriente de aire que los moviera para que se tocaran la boca, pero no fue necesaria, el magnetismo era demasiado fuerte y el roce de labio con labio empezó a acarrear el cosquilleo sensual del contacto imprevisto, sin invocar al beso todavía y manteniéndose cautivos con el correr de electricidad por la piel despertándose desde la escarcha, presos en el limbo, a tiempo suficiente para salvarse o para lanzarse del despeñadero sin mar en el fondo. El limbo era la exquisitez.

En un mero reflejo, Helena suspiró dejando entreabiertos los labios donde calzaron perfectos los de Felipe, besándola tierno, como cuando se prueba un vino sin par en el mundo, guardado en perpetuidad hasta alcanzar lo divino, pudiendo desintegrarse en su pureza, etéreo, celestial, amargo y dulce en un mismo turno, un delicioso veneno exacerbante del temor intrínseco a tragar y perder para siempre el momento del sorbo.


Ella había decidido, aunque su intuición le fallara y terminara por conducirla al camino equivocado hasta un futuro irrevocable, siendo indistinto si la profecía si se cumplía o no. Lo quería a él con las consecuencias que fueran.

Había destellos de inocencia en cada beso procurado. Había inocencia en sus sentimientos, sin necesidad de nada. Inocencia.

Era el beso pospuesto y en deuda desde la última vez que coincidieron hace siglos, sino milenios o desde la creación misma y hasta ese instante no habían podido reconocer el sabor a lasciva añeja volatilizada por todos lados. Hambruna y desesperación.

Respondían a los deseos del otro sin hablarse y no hubo ruido en la casa, ni en los pensamientos de ella. La música que sonaba eternamente en esas cuatro paredes encontró su fin y era excepcional el silencio como para sumergirse hasta olvidar el sonido, flotando en la algarabía de las manos cargadas de temor de aquel que no la dejó de besar. Tenía miedo de soltarla y perderla en el arrepentimiento propio de una crianza tan católica como en los años más oscuros de su historia y cabía la posibilidad de despertarle a la inquisición y que todo se acabara de pronto o de abrir los ojos y encontrarse rubicundo entre las almohadas, pero solo tras un sueño acalorado.

Ella hace rato vagaba despojada de sus ataduras, de los demonios que la perseguían y de las proclamaciones pecaminosas donde el sexo actuaba como la condena del alma. La libertad le hacía señas a la distancia.  

Un hormigueo desesperado se le instaló en las yemas de los dedos junto con oleadas bamboleantes de un calor desconocido hasta entonces, recorriéndole el vientre para estacionarse en el caudal de su ser. Una pujanza clandestina la impulsó a deslizar  las manos vacilantes por la hilera de botones cosidos a la camisa de Felipe, levantándose la congoja por descubrir lo que ocultaba y sin darse cuenta, de pronto había dejado abierto un ojal, otro y entre más oleadas y besos dulces, otro.  Él lo advirtió y en un acto casi instintivo apretó el abrazo de cintura a cintura, sintiéndose con los pudores desnudos tras desatar a la curiosidad atrapada entre los muslos entusiasmando a las caderas con la idea de una fusión animal, mientras la exacerbación de la carne comenzaba a hacerse evidente en los dos. Se les escapó la voz sin aviso, lanzando al aire algo parecido a un gemido.

Se miraron ansiosos de coincidir en los supuestos concedidos por la imaginación y la revolución de hormonas alborotadas empezó a exigirles con suma urgencia la inhibición de todo salvo las ganas, engatusándolos con la posibilidad de que mañana, quizás se muere el mundo y quién sabe si Armagedón borra al universo, y no alcanzaron a yacer juntos.  Mejor cubrir todas las aristas.

Él aventuró un beso en el borde de la clavícula, hipnotizado lento por la transparencia ofrecida por la blusa de encaje que revelaba el ribete del sostén insolente por ocultarle la piel y sus misterios detrás.

Se volvieron a mirar, ahora con la sapiencia de que en la inocencia apareció tenue la malicia con vahos placenteros haciendo que las culpas paridas por las mismas culpas de la Iglesia se fueran al carajo, que si se moría el mundo mañana, o que atacasen los arrepentimientos, importaría un soberano rábano.

Él retrocedió. Inmóvil. Espabilado.

 Helena poco y nada entendió, pero tomó entre sus manos aquellas que resbalaron mejillas abajo pasando por el filo del cuello, la vacilación de la clavícula cautivadora, por el perfil exacto de los senos en plenilunio, hasta llegar al abismo taciturno de la cintura donde tantas veces ahogó sus ojos al verla pasar por un pasillo, un día cualquiera. Aquellas manos que comenzaron a quitarle la ropa.

El tiempo se hubo detenido en la caída al vacío de la blusa de encaje descubriendo de un sólo golpe la piel dorada por el sol estival recién extinto. Tierras indómitas a la espera de ser conquistadas por caricias entregadas con amor, se descubrieron después del horizonte dejado por la separación de la silueta de Helena con la de Felipe. Los miedos de Helena fueron confirmados: Había amor. La libertad era improbable ahora.

En dos pasos apareció la exactitud del cuarto con la cama en el medio y las cortinas sin abrir.
Era la frontera postrema que podía ser vulnerada por la razón. El purgatorio verdadero que sin embargo, instaba a restarle importancia a la localidad de la juicio desaparecido del cuento.

“Quien no se arriesga – Pensó ella – No cruza el río. – Pensó él”

Se desechó en cámara lenta la indumentaria innecesaria y estorbosa en el camino. 

Resultó ser que la espalda de Felipe era más suave que su camisa impecablemente almidonada, tan protectora como lo fueron toda la vida sus brazos convertidos en el refugio donde Helena cobijaba sus penas y despampanantemente seductora cuando se veían contraerse los músculos con el movimiento del espinazo, que en su pecho palpitaba un vestigio de corazón separando en sílabas el nombre de la mujer que se lo robó, con cierta consonancia adormecedora para cualquier vicisitud. 

Resultó ser que el color del atardecer se quedó impreso en Helena, junto con el sabor a sal del viento marino impregnado en las gotas de sudor esparcidas en su frente, la coronaban entregándole la luminiscencia de las estrellas detenidas en sus ojos susurrando entre cánticos antiguos y quejidos los secretos que sólo las sirenas son capaces de revelar. 

El horizonte no es la división entre cielo y tierra, sino la línea trazada paralela a su ombligo, donde la furia de las mareas se condensó para el deleite de su príncipe azul. Resultó ser que sí quedaba música en la casa y eran las risas mesuradas enredándose con suspiros entremedio de los gemidos en fuga, frases melosas y sugerentes en lenguas extranjeras y las respiraciones invocadas por el colchón al amortiguarles el apetito, era la armonía creada por ruido incipiente escapado de un corcoveo al ser detenido en las convexidades del otro en cuestión.

Resultó ser que sí era insolente el sostén por su egoísmo al secuestrar los senos hasta de la luz. Insolentes egoístas. Celosos. Derrocados.

Deshicieron sus límites buscando los ajenos, consumiéndose por los besos catalizadores regados en sus junturas convertidas en bebederos de sudor, situados en estrategia para hacerles recuperar las fuerzas escasas después de tremolar al unísono.
Él avanzaba sin encontrar resistencia, salvo una boca por saciar.

Embestidas de caricias se desataron en la extensión de la piel erizada, dormida y despertada de Helena, mientras un ejército de dedos exploradores desfilaban por la espalda imponente haciendo trincheras de alegría cuando sus uñas iban dejando huellas en los brazos de Felipe. Aparecieron los suspiros erotizados al morderse las sonrisas, propiciándoles todavía más placer.

“Pensar que hace un par de horas nos reíamos en el café” Pensó Helena antes de volverlo a besar sin dimensionar lo mucho que le podrían llegar a gustar los besos de ese hombre, dejándola hambrienta, aniquilada en la espera del debut  lujurioso de los mordiscos en paroxismos al rescate de su necesidad. ¿Cómo pudo privarse de ellos todo este tiempo?

No se podía dejar ni un centímetro sin explorar, pero ninguno se aventuraba más allá de la delimitación impuesta por el cinturón, porque ninguno sabía lo que estaba haciendo, y volvió a aparecer el hormigueo en las manos junto con el magnetismo alzado por los botones y así de pronto, él abrió la bragueta del pantalón de Helena. Ella lo miró confundida, asustada, incrédula, excitada. Hasta ahí todo bien, ir más allá era arriesgado considerando la masacre  que podía aparecer en el futuro, pero en el momento de flaqueza Felipe la hizo estremecer y desdoblarse de su cuerpo con sólo deslizar su nariz a lo largo del abdomen y por el contorno del pantalón. Ella hizo lo propio trayéndolo de regreso al alcance de sus labios e invirtiendo los roles. Ahora dominaba la panorámica del asunto, quedando de bruces sobre la pelvis de Felipe, para comenzar con el tango vehemente de suspiros. Puso las manos en el pecho del que estaba absorto en el paisaje que una coincidencia obligada le regaló, encorvándose lentamente conforme el corazón palpitaba y las brazas del infierno se apoderaban de sus sexos. Helena podía sentir la fogosidad de Felipe acrecentándose de a poco bajo ella, acompañándolo camino a la catarsis.
Lo único que Felipe hacía era memorizar los detalles de esa mujer de cabellos oscuros que eclipsaban los senos erguidos y mecidos por la cadencia marcada por los quiebres en su tango.
Ninguno de los dos jamás imaginó llegar a estar un día así. Sí, Felipe lo anhelaba desde el primer instante que vio a Helena pavonearse por los pasillos de un viejo liceo, pero pese a sus planes de infiltrarse en su círculo más cercano  para poder ganarse, en un futuro lejanísimo y probablemente de otra dimensión, el corazón codiciado de la niña que hablaba en inglés, sus utopía no abarcaban tanto.
Helena mientras sucumbía ante la satisfacción, pensaba en la forma particular que tuvo ese hombre de llegar a su vida: De la nada, un día le empezó a enviar cartas, sin dejarse ver, pero contándole la vida entera para merecer su confianza y así armarse de valor e ir a decirle de frente, cuando octubre daba su último aliento, que era él con quien hablaba cada noche. Desde ahí se convirtió en su piedra angular, su mejor amigo, confidente, caballero de brillante armadura y uno de los que sabían de su afición por el ocultismo y sus conversaciones con los muertos. Ahora sería el título del gran capítulo de su existencia.

Felipe descansó sobre el pecho de Helena, escuchando el rugir de la respiración entrecortada antes de atreverse a acariciarle los senos cuando los pezones que sólo le habían respondido al frío del inverno, le susurraban perversidades, invitándole a beber del manantial lujurioso de sus encantos. Lo hizo.
Fue bajándole el pantalón conforme los corcoveos involuntarios se manifestaban, hasta quitárselos del todo, luego, él hizo lo mismo con los suyos y la ropa interior, dejando al descubierto su erección. Continuó sacándole las bragas quedando desprovista de censura. No hubo impedimento, más bien, voluntad. Paró.
-          ¿Estás segura?
-          ¿Tú lo estás?
Ya no volvieron a hablar.
Él se acomodó entre sus muslos, buscando torpe la entrada al paraíso. Ella sin querer, contraía los músculos para defenderse. No le valió del nada, él ya había descubierto el cómo.
Un gemido doloroso le quitó la respiración, cuando le rasguñaba la espalda al sentirlo profanar sus intimidades, desconocidas incluso para ella. Si debía morir, que fuese en ese instante.
Despacio Felipe arremetía contra la contracciones sigilosas de un cuerpo inexperto en el amor, pero desplegándose para él. Despacio, muy despacio, que no se les fuera a escapar un grito dolorido de éxtasis.
Helena floreció al tiempo que pasaba sus manos por los glúteos de su amante, pidiéndole cada vez más y más, perdida en el páramo de la indecencia y sin ánimos de retornar pronto. Si eso era pecado, que viniera el Diablo a buscarla.
Felipe daba estocadas al igual que las olas de marejadas en las rocas: Fuertes y abrumadoras, delicadas y serenas, caóticamente perfectas destruyéndolo todo al renovar la vida.
Se alimentaba de las lamentaciones escuchadas, de los arañazos marcando recorrido, los empujones asistidos de sus nalgas cuando las manos de ella se le aferraban como garras y por el desborde de delicia entre ambos. Divina condena.

Los encontró la noche con Marte traspasando el ventanal en el dormitorio, siendo testigo del idilio bañado en sudor, bailando rumba Helena con Felipe entre las piernas.  

Embeleso amalgamado con sufrimiento arremolinándose con el congelamiento de la rotación del mundo se detuvo una eternidad en sus miradas, aunque persiguiéndose, desapareciendo entre pestañeos inconscientes, retornar y anclarse por las pupilas.

Ella enredaba sus dedos en los cabellos de él, obligándolo a su boca y al despeñadero de la condenada clavícula. Eran más finos de lo que recordaba y aún más oscuros que el ébano en el cielo a esa hora. ¿Desde cuándo se fijaba en esas cosas?
Explosiones como fuegos artificiales de exquisitez le circulaban por el organismo cada que le mordía los labios demandándole al hormigueo con movimientos sexuales a bajar bamboleante desde la boca hasta donde se unían los dos.

Él le dibujaba corazones en la entrepierna como queriendo dejar impreso el paso de sus manos por los cueros consagrados de la mujer ladrona de su sensatez.  

Se abría camino en sendas  nunca andadas, temiendo en cada paso que con la repetición afanosa de sus caderas en réquiem pudiera morir víctima de una trampa. Avanzaba y retrocedía, avanzaba y retrocedía, se detenía, volvía a avanzar, contestando con eficacia a las reacciones provocadas en Helena. Una pelvis avanzaba cuando la otra retrocedía encontrándose a la mitad.

Todavía no lograban digerir la idea del encuentro porque algo no calzaba en la historia ¿Dónde se había ido a esconder la niña cobarde de su Dios y los pecados? ¿Dónde partió la que por crianza no podía hablar de sexo sin sentirse como pez fuera del mar? ¿Dónde carajo se fue su mejor amiga y apareció la visión más hermosa de ella desnuda bajo él? Pensó que entre tanta cosa rara, había terminado por hechizarse a ella misma, haciendo de tripas corazón para entregarse sin culpas a los disfrutes de la juventud. Sí, eso tenía que ser.

De alguna forma extraña la inocencia preñada de depravaciones entre ellos, a Felipe le encantaba, era mucho más que sexo a secas, era a confluencia de dos destinos hechos para hallarse, reconocerse y amarse.

La sutileza de los toqueteos y de los roces incipientes entregados sólo por querer conocer la textura de lo incierto, se transfiguró en convulsiones febriles con tempo acelerado casi hasta alcanzar a la sangre en su carrera frenética, haciendo sonar las maderas viejas de la cama siempre cómplice del despojo que deja el desfallecer por continuar exhortando a las fantasías de dejar fluir aquel sentimiento agónico dueño del pecado. Para no saber qué hacer, estaba muy bien. 

Era el amanecer de animal interior ávido de la agitación causada por los miles de años de evolución o desde que la humanidad fue expulsada del Edén, la razón del colapso de civilizaciones enteras, el desprendimiento del alma, otra vez Troya ardiendo por Helena.

Ella que desde arriba podía escrutarlo todo era cegada por la necesidad inherente de acelerar el ritmo de los movimientos. Él hacía lo mismo, convirtiendo la colisión de sus adentros en una carrera por ver quién llegaba primero. Empataron. 

Nada se comparaba y nada podía ser mejor que la sensación de la muerte dictando sentencia cuando con más ganas la vida resplandecía en la reverberación de los sueños cumplidos al desbordarse por las manos. Era la cúlmine de la existencia, rozar el velo en la cara de Dios  después de conseguir  escapar con aleteos desesperados de las zarpas del demonio para caer desintegrados en miles de partes tan pesadas como el plomo en picada libre hasta el abismo de un lecho.

Poco faltaba para que en un segundo, se revelara la incertidumbre del universo creada por Big Bang, condensando energía en un punto fijo para que en la inmediatez se gatillara la expansión supersónica de bombas eróticamente plagadas de jadeos, gemidos, temblores,  la dicotomía de la vida y la muerte y la resurrección suspendida hasta liberar hasta el último grito atrapado en la garganta y así, cansados y con la rubefacción acusadora en las mejillas, pudieran contemplar la gracia de Marte alumbrándoles los albores de un destino nuevo.
Siempre era la luna la que bautizaba a los romances por nacer, pero el suyo era tan viejo...


El aliento caduco surgió desde el repentino silencio apoderado de la habitación. Marte seguía alumbrando y a la noche se le escapó la mitad, hubo enajenamiento hasta que el pulso dejó de oírse tronar, a las ansias les sucedió el cansancio, a la exasperación, la calma, a la excitación la consumación y a las dudas, el olvido.

-          – Creo que te amo. – Le suspiró Helena después de mirarlo con los ojos repletos de devoción.
Él se despegó del colchón para acariciarle el pelo y la volvió a besar mesurando contarle entre juegos con los labios, la perpetuidad de su entrega.

-         –  Yo, amor mío, estoy absolutamente seguro que te amo.  Se abrazaron antes de acostarse uno al lado del otro.
-         –  ¿Tan tarde es? – Preguntó ella al darse cuenta que por la ventana la noche era profunda. Sonrió.
-         –  ¿Y qué? ¿Tenemos algo por hacer? – Le robó un beso.

Helena caía sumida en el letargo mientras se apagaban los ecos del mundo. Estaba segura, tranquila, plena, amada y amando, por fin, sin las penas ni las trabas impuestas por ella misma desde su esencia, era como nacer de nuevo y poder cambiar de piel dejando enterradas las heridas antiguas para mostrar orgullosa la cura de sus cicatrices. Se durmió y él también.

Ruido de bocinazos emergieron sutiles, agarrando fuerza en exponencial hasta que no dejaban oír otra cosa. Había sol alumbrando la casa y dejando por todos lados aquel resplandor de oro que queda tras chocar con las partículas de polvo en suspensión. Debía ser carca de las 4 pm.

Un peso en el pecho le recordó de un golpe la travesía pasada, siendo abrumada por un millón de emociones multiplicándose con cada respiración y haciéndose más fuertes, con más congoja que felicidad. Apareció un sollozo mientras la sensación de vacío se expandió hasta explotar y de un segundo a otro había un caudal fluyendo por su rostro, convirtiendo el sollozo en un llanto ahogado de dolor que extraditó su voz a la nada sin permitirle volver.

Todavía no abría los ojos.

Se aferraba al peso flotante en su pecho como a un salvavidas después de un naufragio y asimismo, perdió su alma.

Era un martes de junio, a media tarde y los anzuelos del sillón la habían tomado de rehén tiempo antes, para arrullarla en la calidez de su propio cansancio, protegiéndola de las inclemencias de las luces proyectadas por el sol sobre su cuerpo.
No quería abrir los ojos porque sabía lo que iba a encontrar y no era tan recia para soportarlo.  Aún no.

Más lágrimas fueron sacrificadas cuando sus manos frías desfilaron escrutando lo que tenía encima. Su instinto tuvo razón y no lo escuchó.

Ahí estaba: Un martes a media tarde, recién despertando de un sueño invocado en un pestañeo traicionero, con el libro de protocolos de urgencia abierto en su pecho y que sus manos aprisionaban con furia, cuatro años desde esa tarde de marzo.

No lo había dejado entrar.

Aquella tarde, después de conversar, Helena lo acompañó al ascensor con la excusa de haber olvidado un compromiso con la vecina del piso 24 a la hora de la cena. Felipe se marchó, pero al llegar a la primera planta, notó la ausencia de su bufanda y volvió a buscarla pues la noche se venía con bruma. Llamó al timbre y nada. Marcó al celular de Helena y nada. Se quedó afuera de la puerta un rato y se fue.
Helena estaba adentro, sentada en el sofá con las luces apagadas y un cigarro alumbrándole los miedos, jurándose hasta el cansancio que tomó la decisión correcta.  ¿Y si fallaba otra vez su agudeza? Mejor no correr riesgos y dejarlo para mañana…

No lo dejó entrar.

Él nunca más volvió.

Antes de ir a verla, incluso antes de salir de su departamento, se había prometido que si no encontraba luz de reciprocidad para sus sentimientos, no la vería nunca más, porque le hacía daño tenerla al alcance, pero no lo suficiente.

Era el futuro previsto: Oscuridad, agonía y dolor… y por ningún lado él.

Lloró hasta perderse entre sus ansiedades y sus recuerdos. Lloró por su cobardía y por la latencia de su historia inconclusa. Lloró por él y por ella. Lloró porque no sabía dónde buscarle para pedirle perdón por idiota. Lloró porque era el único consuelo por errar tanto.


No lo dejó entrar… 



ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER


© Francisca Kittsteiner, 2008 - 2009.
- Franykityzado por Klaus, ©2009.