No sé la causa funesta de la maldición que me ha tocado
sobrellevar: mi falta de entereza en el criterio débil que tengo como carga
perpetua; la fragilidad casi absurda de mis emociones y el vestigio estacional
de depresiones profundas que ocupan el alma sedienta de drama de mi dolor
carroñero.
Ya no me puede
arrepentir más de habar elegido la vida que pretendo vivir, porque no soy tan
fuerte como creí serlo en su tiempo remoto ¿ué pasó conmigo desde entonces? ni Dios
sabe y tampoco tiene tiempo ni ganas de averiguarlo por su mano o por las
inquisiciones apresuradas de espías volátiles revoloteando entre mis
pensamientos huraños de tantas ñácaras que se han infiltrado por los recodos hambrientos
de épocas mejores ¿No pudieron haberme escogido otro tipo de afán por el cual,
mantenerme firme frente a los enemigos dispuestos a dar con las flechas cargadas
de andróminas boáticas, justo en el centro de mi herida supurante de
incertidumbre? aún me aferro a la posibilidad de despertar un día y que el
monzón haya amainado, dejando catástrofe por doquier, pero sin afectarme tanto,
o simplemente, jamás volver a despertar.
Puede ser que yo
sea la custodia de los males dispersos en el mundo y todo porque no tengo otro
propósito que regar las semillas de marañas con mis lágrimas opalescentes que
cautivan don demostraciones lascivas la locura de la tierra agonizante.
Podría ser que
grandes pesares tenga que aguantar, que prepararon mi espíritu sin adiestrar
para recibir el cambio de mi dolor: la llegada ansiosa del final de mis
tribulaciones carentes de arlequín que las interprete.
Siento que no hay
manera de no volver a llorar de noche, no menos a la edad que se dice que
tengo, ni podré detener el efluvio del hálito espectral que se ha enamorado de
mis ojos cansados, rojos y sin líquidos que ofrecer como pago de rocío a la
mañana tenebrosa que espera por mí a la vuelta de la rueda.
Hay tanta sangre
en mis sueños que ha comenzado a tener miedo de dormir, caminando entre las
personas como un espanta cuervos que no hace otra cosa que llamarlos con los
encantos de los que fue despojado porque su pobreza no le hacía parte con la
belleza demoníaca de su concepción febril. creo que las musas sienten envidia
de mí, que Venus ha redirigido su ataque contra mis pasos ciegos, que Hera ha
visto como Zeus osa mirarme y me considera una amenaza latente, por lo que han
unido fuerzas para provocar mi afable destrucción y no me lastima decir: lo
están logrando...
¿Cuándo yo muera
se habrá muerto también el último poeta? ¿Se acabaran los versos enardecidos,
pasionales, orgiásticos, inexistentes y silenciosos? ¿Habrá una nueva forma de
reír aguantando el nudo de remordimientos condensables en la garganta abstemia
de humo con matices de menta en descomposición tardía? ¿Será una buena hora
para imaginar la constelación dedicada al lapsus tomentoso que tuve que aguantar
pese al rechazo antecedente de mi voluntad corrompida? ¿Por qué tengo tanta
sed? ¿Esta es culpa mía por permanecer atada al recuerdo lacerante de un
romance destinado al fracaso supremo tras años de convertirse en metástasis en
torno a mi corazón repleto con cáncer de ausencia? sí, definitivamente, esto es
tú culpa y te responsabilizo de mi defunción por falta de besos salinos y caricias
antisépticas, de abrigos lánguidos en tus brazos incipientes. Yo te culpo de
asesinato calificado en complicidad absoluta con la exanguinación de llagas sin
procurar.
Yo te culpo de
todos mis males y presta atención que son demasiados para anotarlos en
cualquier lado.
Confieso que
aprendí a mentirme, a tomar esas mentiras y amalgamarlas con mis más
paupérrimas esperanzas y credos efímeros. Declaro, en pleno uso de mis
facultades cognoscitivas que ocupo falacias para poder dormir sin sentir
explotar mis caudales de napas virginales y que no me da vergüenza alguna,
porque es el único opiáceo que anestesia los urdidos planes que traigo
asimilados en las células, de derrocar a mis verdugos, tomar su lugar y sus
cabezas como trofeos que debo ostentar antes que se acabe mi suspiro de
intereses triviales.
Miento, pero solo
a mí misma, para poseer algo por lo que agradecer antes que el letargo empaste
mis párpados con concreto refinado y transforme en quimeras carnívoras mis
fantasías fluviales.
Y todo lo que hago
por esta humanidad relativa que me va quedando es llorar y escribir en párrafos
de difícil entendimiento y rendirme ante las evocaciones que el destino idealiza
como lo mejor para mí, siendo claro, que lo mejor es quitarme los miedos y la
libertad de engañar sin darme cuenta.
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER
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