jueves, 18 de septiembre de 2025

LA INDIFERENCIA




En la superficie el mar brillaba con los rayos del sol reflejados en él, como besándolo despacio, convirtiéndolo en un espejo que prometía profecías de días hermosos.
Las olas a penas se movían y en las rocas, las algas eran más verdes que de costumbre. Yo dormitaba, dorándome la piel de a poco con la brisa de verano que se adelantó. Pensé en todo y en nada y pensé en ti, en cómo se cruzaron nuestros caminos y en el coqueteo incipiente que murió antes de respirar.
Y yo que había puesto a descongelar el corazón por un segundo. Yo que creí que esta sería una nueva historia por escribir.

Las gaviotas volaban sin rumbo cuando el dia empezó a dar sus últimos suspiros. La brisa de verano se apagó y ahora el mar se vestida de galas doradas.
Qué ganas de ir a perderme tan en lo profundo que ya no pueda volver a salir.
Yo no pertenezco aquí.

Las ballenas cantaban cuentos de malos amores y escuché mi nombre susurrado entre quejidos. Ellas saben que sufro.
A lo lejos podía ver el agua salir de sus respiraderos como saludándome después de tanto tiempo.

Derramé una lágrima y el mar se enardeció, caminos de espuma aparecieron frente a mí, invitándome, seduciéndome con sus ondulaciones y la fiesta improvisada pues habia vuelto.

Mi corazón es de sal, tan antigua como los orígenes de la tierra, tan astringente que puede llegar a quemar. No cualquiera tiene la valentía de reclamarlo. No cualquiera puede con la fuerza del mar.

Un batallón de delfines me vino a buscar y no tuve la voluntad de negarme, la piel me dolía tanto como la decepción. Quizá sería bueno regresar a casa.

Cientos de medusas me escoltaron a donde la luz del día no es capaz de llegar y hubo silencio, silencio en esta cabeza mía siempre atiborrada de pensamientos. La presión del agua me comprimía los sentimientos, haciendo aún más duro a mi corazón ¿por qué en la tierra no se puede amar?

Tuve frente a mi a los tesoros más grandes de los siete mares y nada podía llenar el vacío de algo que nunca existió  y tampoco podía entender el porqué de esta amargura. De pronto, la soledad se sintió más sola que nunca.

EL correr constante de los años y la necesidad asfixiante de querer amar con devoción mancillaba a mi cordura haciéndome vulnerable frente a cualquier ataque, es por eso que me escondo, o en lo más profundo del mar o detrás de un escudo impenetrable, pero bastó una fisura para que todo se destruyera. Fui vulnerable y no me reconocí.

Mi voz retumba en los confines del océano, mis deseos son complacidos sin decir una palabra y en tierra, custodiada por criaturas intangibles, sola frente al mundo, mi voz no la escucha nadie. Soy un espectro que vaga esperando que alguien lo ame.

Derramé otra lágrima.

El mar se levantó en marejadas brutales contra las costas, el silencio se quebró con sus rugidos y en el horizonte el kraken gritaba de rabia esperando para atacar.

- Da la orden Sirena y acabamos con lo que te causa dolor - me dijeron las corrientes - libera a los leviatanes y a los monstruos del abismo. Que se sienta tu poder en la tierra, que el caos se apodere de todo. Desata tu ira Sirena y cobra venganza por tu sufrimiento.

- No quiero venganza. Quiero un trato. Convoquen al rey del inframundo.

Salí del mar para ir a encontrarlo en la misma playa desierta donde nos reunimos desde que el tiempo es tiempo. Lo vi aparecer con los ojos cargados de lujuria y perversión tan hermosos como siempre, tan rojos como la sangre.

- Te ofrezco cien almas de náufragos a cambio de su cordura y sus sueños. Quítale el descanso, atormenta a su conciencia, hazlo dudar. Yo me encargo del resto.

- Sentí tu dolor princesa, el inframundo tembló con tu llanto. No necesito cien almas, me conformo con una.

-¿Cuál?

- La que a ti te atormenta. Solo yo soy capaz de enojarte tanto como para que el inframundo se de cuenta. Nadie más y así debe quedar. Ahora vuelve a tu reino, desarma a tus ejércitos que yo comandaré a los míos.

Regresé a casa abrazada por una corriente tibia, con los ojos pesados por llorar y con la indiferencia agotada. Retomé fuerzas, me vestí de coral, canté para adormecer a las olas, me puse la corona y reí, porque el juego acababa de empezar.


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

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