No encuentro
tranquilidad en ningún lado, en ningún momento y creo formas autótrofas de
desterrarlo, pero únicamente logro que vuelva y se aferre más donde no
puedo controlar… ¿Por qué el destino afana en hacerme trizas el corazón?
“Pídeme y te
daré por herencia las naciones y como posesión tuya, los confines de la tierra”
Salmos 2:8
Justo cuando he
decidido renunciar, en la misa de las doce, como llamado de atención o como un
mensaje camuflado para ajustarse en un momento preciso, aparecen los Salmos.
Pido y no
llega, será porque solicito mal o agoté el límite de peticiones permitidas en
una vida completa, se olvidaron de mí o continúo prendada de cosas que, a
sabiendas de su calaña dudosa, me obstino en poseer a como dé lugar. Comienzo a
convencerme que sí agoté mi cuota de peticiones.
Justo ahora que
siento que ya no hay vuelta atrás mientras pierdo la conciencia fantaseando con
lo que no va a ocurrir con quien no resultó, me abofetea esto. Quizá tengo que
pedir cualquier otra cosa, o estoy malinterpretando todo… “Los confines de la
tierra” ¿Es el infierno? ¿Me quemaré por egoísta? ¿Me condené?
Puede ser que
me haya escapado en un éxodo olvidado en el tiempo, cuando los ángeles
habitaban en el calor de las brazas mezcladas con los vapores de sulfuro y los
demonios bailaban al compas de cánticos divinos mientras rezaban de rodillas y
entre medio no existía la humanidad. Puede ser por eso que soy como un pez
fuera del agua.
Siempre he
sabido de la carga de un alma vieja, muy vieja, por esa sensación de
conocimiento adquirido a través de la experiencia que no se condice con la edad que se dice tener. Quizá sea por el alma vieja los continuos déjà vu o el poder escuchar los pensamientos ajenos.
Puede ser que
mi alma sea fugitiva y procedente de donde manda el Cola ´e flecha y por eso
hacen oídos sordos allá arriba. No me quieren oír y yo me aburrí de suplicar
migajas por compasión. Se me van todos a la cresta y se termina la cuestión.
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER
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