Todo viento vuelve a soplar a favor y la brisa salina ilusiona a mis esperanzas benevolentes ¿Serán tergiversaciones andróminas de mi eterno enemigo radical, el destino? ¿Será la intervención piadosa de algún ángel que ha concebido conmigo un extraño tipo de romance gregoriano? ¿Será que he caído en la demencia senil conjugada con la fantasía casta de una niñez dejada en trozos por las secuelas del pasado todavía tibio en su ataúd? ¿Será que mi muerte es venidera y se me ha dado la absolución de los enfermos? ¿Serán enredos venenosos con marañas disfrazadas de cláveles tácitos que enamoran a mis recuerdos y los desintegra a su mínima expresión? Pueden ser tantas cosas que, de repente, prefiero creer que no alcanza a ser algo, pues así, la felicidad de la que ahora presumo, no se transfigura en decepciones prematuras y bastardas… Si no es nada, entonces y sólo entonces, no puede hacer daño.
Queda tan poco tiempo para soñar
que ya estoy empezando a echar de menos la vitalidad entregada una vez
acostumbrados al cansancio crónico. Algo
más nació conmigo un día lluvioso de julio, en año bisiesto y cuando el ’92
estaba de moda, que me mantiene en suspenso, llamándome a lo lejos para dejarme
siempre prendada del maldito suspenso que no hace otra cosa que revolver mis
inseguridad a fuego lento y condensado… Un suspenso en suspenso.
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