Atrapada en un taco.
Poco más de treinta minutos para avanzar un metro.
En el túnel de la autopista, autos a todos lados y el
inevitable olor a combustión entrando por las rendijas del aire. A este ritmo
moriré intoxicada antes de dejar el atochamiento. Hasta la señal de la radio se
perdió entre tanto concreto ¡Gracias al cielo por los reproductores de música!
Y al libro polizón en mi cartera, aunque a la larga no me sirvió de mucho: Un
rato leía un párrafo, después pasaba el cambio para avanzar, volvía a leer y mi
mirada quedaba prisionera del parabrisas sin ver nada, sin cansarse de no
parpadear. Mente en blanco. Avanza Francisca.
Pensé en ti. Pensé en lo mucho que me gustaría que en vez
del abrigo blanco puesto en el asiento del copiloto, estuvieras tú tomándome la
mano o leyéndome el horóscopo, quizás tú conducirías y yo cantaría dedicándote
versos. No sé si ya aprendiste a conducir. Tengo hambre, con este calor mataría por un helado de menta.
Pensé en el edificio nuevo construido cerca de mi
departamento, cerca de todo, a la mitad del mundo, enorme, con la suficiente
luz como para vivir tranquilos y un espacio virgen perfecto para la biblioteca.
Entre tus libros, los míos, la llenaríamos en un dos por
tres.
Pondríamos un diván inmenso donde perderse entre besos
camuflados bajo la excusa de ver una película un sábado en la tarde cuando no
haya nada por hacer, luego de ir por el café, un par de croissants, o bajar el bistró por una pizza cuando ataquen los antojos
.
Pensé qué se sentiría despertar prisionera de ti, ahogada en
tus ojos, famélica de tus labios, cubierta de nada salvo tus manos. No quiero
un televisor en el cuarto. Mejor una radio.
Sí, una radio que oculte los suspiros elevados al cielo cuando se desata
el caos tras el contacto ponzoñoso de tu piel y mi escarcha, y que sirva de
reloj por esa vieja costumbre de medir el tiempo en canciones. Hace 4 millones
de canciones te conocí amor mío.
Yo cocino. Tú lavas. Pero
no me pidas queque. Jamás lo aprendí a hacer. Cualquier otro antojo te lo
concedo y hasta te lo invento para satisfacerte. Con lo que me
gusta la cocina, feliz me olvido del cansancio. Recuerdo, de cuando éramos jóvenes que te gustaba el merengue que te preparaba para los postres de invierno. No comías nada más que un merengue italiano con cascaritas de limón, o de cuando en un arranque locura te cociné un almuerzo con pasta, ajos y mantequilla. Habían días en que era lo único que teníamos. Éramos estudiantes pobres.
Un Sauvignon Blanc, tus besos y mis manos, Harina por todos lados. La comida no era lo que terminamos cenando.
¡Arrancadas a la playa! Siempre que podamos o al campo o a
donde quieras, lo importante es arrancarse. Tengo ganas de una locura pensada
hace tiempo, pero sin concretar porque me faltas todavía. Han pasado unos
cuantos años desde, que en una de mis fugas, descubrí una playa donde ni los
espíritus de los náufragos han ido a parar. Imagino extinguirse en el deseo de
hacer el amor a la orilla del mar cuando el día despierta nublado y la
necesidad de consumación aparece rondando entre los cuentos soplados en el
viento. Tú y yo y el reventar de las olas bautizando la maravilla de renacer
tras subir al cielo, descender a los infiernos y resucitar al tercer día. Creo que
eso nos falta: Tres días de resurrección ¿Te apetece? A mí sí.
Te ofrezco también, al regresar a la casa, un par de erizos recién arrebatos del mar y cuenta la leyenda que mis pisco
sour son los mejores de Pichilemu, prender la chimenea y conversar en la
alfombra. Si en ese momento se te ocurre sorprenderme, acepto sugerencias,
aunque no habría mejor que tu pecho para descansar después del amor. Buena idea. Quesos, jamón y un Riesling, dicen que el vino es mejor en tus labios.
¡Decoremos a tu gusto! Yo me conformo con floreros en el
fondo con conchitas de mar, velas en los rincones, un bar en una esquina para los viernes en la noche luego de llegar del
trabajo, un lugar donde guardar mis cuestiones de tejido y pintura y la
ambientación del dormitorio. El resto es todo tuyo, incluyendo este proyecto de
muchas personas desdobladas en un mismo cuerpo y todas las noches del
año, excepto una. Me dejas sin planes del 23 de junio, porque es cuando se
reúne el aquelarre para bailarle a la luna. Este año me quede conversando con
un extraño bajo la higuera. Simpático el tipo, me regaló brevas tan dulces como la miel.
.
Pasa el cambio. Avanza. Freno de mano. Seguimos.
Algo nuevo: Los zapatos. Algo viejo: El vestido de
graduación ¡Tan lindo! Algo azul: El collar de zafiros comprado con el primer
sueldo cuando me dio por ser chef.
Ceremonia en las rocas debajo de la casa de los viejos en Pichilemu. Ahí aprendí los secretos del mar, qué mejor para aprender los
secretos de una vida juntos. Por eso quiero raptarte a esa playa, porque el mar
tiene que dar su venía. Es un trato que tenemos los dos.
-
¡Fran! ¿Dónde estás? – Amiga desesperada
llamando por celular.
-
Atrapada en un taco en la Costanera Norte,
Diana. En una hora más estoy por allá.
-
Fran... Van a ser las siete. Nos íbamos a juntar
a las cinco.
-
¡Perdón! Tuve mucho trabajo en el Hospital. Todos
decidieron enfermarse hoy, pero te lo compenso.
¡Yo pago la cena!
-
¡Esto es histórico! Francisca invitando la cena –
Evidente el tono sarcástico, como si nunca le hubiera invitado algo… Estúpida. –
Hoy 11 de julio, cerca de las siete de la tarde, ocurrió el milagro. – Se rió a
carcajadas. – Amiga, bromita. Sólo trata de apurarte. Ya llevo dos Bitter
franceses por esperarte. Al tercero no respondo. – Siguió riendo.
-
Ya llego. Pídeme uno con coñac. Nos vemos. Te quiero. – Contestó y colgó. Ahí quedé. Estoica - un Bitter no será lo suficientemente fuerte, desempolvaré el recurso de Tom Collins... varios.
Lunes 11 de julio… Cerca de las siete de la tarde, pegada en
un taco, después de haber planeado una vida entera en esta fantasía cruel de no
asumir todo esto, me faltó una cosa: Feliz cumpleaños, amor mío, dónde quiera
que estés.
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER
No hay comentarios.:
Publicar un comentario