Y así como
el humo que expelo y se desvanece en arabescos hermoso tú te me escapas de las
manos antes de poder atraparte… Desapareces entre la gente que siempre está de
transito y ni siquiera te dignas a mirar lo que estas dejando atrás, a la mejor
de las mortales enamorada de un bribón por el que regalan el mundo a cambio de
su cabeza puesta en una lanza de plata.
Te alejas impertérrito,
cabizbajo porque la culpa te corroe al saberte causal de mutilamiento desmedido
de un corazón tierno y te re ríes al verlo sangrar porque ya lagrimas no le
quedan para llorarlas por ti, sin embargo sigues caminando en dirección opuesta a mis pies, embelezado con los giros
carroñeros de una falda falta de disciplina en lo que solamente yo conozco y
que ya no te podré enseñar.
Vete si
quieres, pero si lo haces ten en claro que aquí no puedes volver aunque trates
de derribar los muros que alzare orgullosos a penas emprendas la partida fuera de
mis territorios donde podía protegerte bajo el amparo del poder que implica
llevar un nombre como el mío por carga.
Desde ahora
en adelante, pequeño volátil, estarás solo sin nadie que cuide de tus sueños
cuando los fantasmas que comando arremetan en tu contra por despecho, por
haberlos engatusado utilizando el resplandor de tu ojos cenicientos que eran
luz en tiempos de tinieblas, te arrepentirás, volverás, todos lo hacen, lo sé,
porque faltare y en la mitad de la nada mi nombre se hará gigante y resonante y
lo escucharas hasta que revienten tus oídos, como maldición antigua que sobre
tus hombros se posará, hasta el día en que mueras, pidiendo entre lamentos la expiación
de tus pecados, mas será tarde, y yo ya me habré ido lejos, donde tu no me
puedas encontrar, ni los ojos de océano que tanto adoré desde el momento precoz en que los vi a la distancia
graciosa de unos cuantos pasos en el colapso inminente de la civilización.
Por eso, yo
le expulso, hijo de los demonios fríos. Te condeno al olvido y a ser comida de
los buitres, que nadie se apiade de ti, que en los cielos ya no escuchen tus
plegarias, y que en el inframundo te reciban con los brazos abiertos. Te condeno,
por traidor, por cobarde por volátil y por mero. Yo, hija de Atenea, te condeno
y en el campo de batalla nos volveremos a ver las caras, a ver si esta vez
tienes el coraje de enfrentarme cuando ponga en tela de juicio tu honor frente
a la corte. Te condeno demonio Rojo a morir solo.
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER
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