De vez en cuando, siento la necesidad imperante de correr a tus
brazos, quedarme ahí, quieta por lo que me reste de vida, para poder respirar
tranquila, alejada de las malicias precarias que no tienen nada más qué hacer
que corromper la cercanía mutante en la que estoy condenada a pasar el tiempo
esperando a que todo se transforme en algo positivo que me sirva para soportar
el dolor de verte dormir tan cerca, pero sin jamás llegar a alcanzarte, aunque
desde donde me encuentro pueda sentir el tic toc de un corazón incesante, que
posiblemente esté empezando a dejar de quererme con el ímpetu que en sus
comienzos sintió. Es ahí cuando se despilfarran las caravanas de lágrimas
azucaradas en carrera hacia el piso llamando a los tambores para que acompañen
la caída de la tirana, que no quiere dejarte ir lejos, ni cerca, ni a ningún
lado donde mis ojos vigilantes no te puedan alcanzar.
Y así avanzan las
horas y no te das ni cuenta de que el amanecer esta próximo, que con los
primeros rayos de sol, tendré que secarme la cara, esconderla de la vista del
universo y plasmar en ella la sonrisa maquillada que todos los días me ves
lucir, por si existe la casualidad de que te vuelvas a enamorar o simplemente,
me correspondas con una. Es cuando el tormento que debo pagar por todos los pecados
cometidos en vidas pasadas comienza a tomar lo que ya no me pertenece con el
solo afán de humillarme por completo. Tengo miedo, sí, pero no de que todo
quede en suspenso, sino de ya no poder ver entre el amparo lóbrego algún
destello de luz, de no oír un suspiro que me haga recordar que sigues al lado,
conmigo, cerca, mío… Tengo miedo de no saber vivir, que se me hubiera olvidado
con el paso de los años, y que todo se reduzca a una fracción insignificante de
porquerías baratas que los amigos dicen cuando no se les ocurre alguna cosa que
te haga volver a sonreír por inercia. Tengo miedo de las pesadillas que me
asechan, de que se concreten, de que ya no me despiertes de mis sueños de
terror y me abraces tierno hasta que me vuelva a dormir cuando ya las has
espantado.
De vez en cuando,
me gustaría gritarte en los oídos para que veas que sigo firme con la misma
convicción que hace 5 años, que este es mi lugar y de aquí nadie me mueve, ni
ahora, ni después de muerta. Alzar la voz entonando los cánticos de batalla que
en algún discurso tuve que haber dado en el tiempo aquel en que la conquista
valía la pena y eras tú. Te lo repito, mi cielo, esté es mi lugar y nadie podrá
borrar mi nombre de tu pecho, porque ahí fue donde me convertí en emperatriz,
mártir y santa, porque ahí desembocan mis lamentos y los mejores poemas nacen
de tu piel. Entiéndelo, así como estas palabras son mías, también lo son tus
labios, tus besos y la caricias que tus manos tienen para entregar, entonces,
ríndete a mis rezos y complace mis suplicas, porque de aquí no me muevo sin
conseguir lo que hace tiempo me quitaron de los brazos mientras dormía y yo
miraba el amanecer, tu cariño primero.
Ya no me desespera
la sapiencia del tiempo que se ha derrochado o de las cosas a las que me he negado
esperando la luz verde para partir corriendo a tu lado, sino que ahora, me
destroza el alma pensar en que lo que me queda de vida se me irá sola, quizás
sin volver a ahogarme en la melaza de un amor tan grande como el de los Dioses
del Olimpo, y tú ni te enterarás de mi defunción reciente. Me da pánico el
simple concepto de un jamás, pero si ese jamás está acompañado de un siempre y
un vivieron felices los dos, me postraré ante los pies del destino a besarle
las manos y a maldecir mi pasado que osó a gastarse sin ti…
De vez en cuando,
me gusta pensar en que tú no existes y veo un comienzo prometedor forjándose en
el horizonte.
ESCRITO POR:
FRANCISCA KITTSTEINER
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