GUERRA EN LA VENTANA
- Tres días, seis horas, nueve minutos, dieciocho
segundos y contando - llevaba la cuenta exacta desde la última vez que sus ojos
vieron a Marco. Ojos que se llenaban de lágrimas al pensar en las escabrosas
historias dispuestas en su mente.
- Tres días, once horas, catorce minutos y
no sé cuántos segundos han pasado desde que dejé a Helena en el umbral de la
puerta llorando por mi partida, congelada por culpa de los arreboles fríos de
la mañana. ¡Cuánto la amo! ¡Cuánto la extraño! Si pudiera estar en otra parte y
no aquí, la tomaría y nos iríamos de este infierno. Vvolveríamos a ser felices los tres. - Contó Marco a
sus compañeros, sin entender por qué lo hacía ¿Sería acaso una forma de aliviar
su tormento o una forma de rememorar a su mujer entre lamentos?
Se
despertó un día la mujer con un cierto gusto a amargura en el corazón, tomando
prisionero a un rosario que llevaba colgando en el cuello sin soltarlo jamás,
comenzó a rezar mientras abría las cortinas de su habitación, mientras su aliento
congelado se dibujaba en los cristales. Arropó a la niña que dormía afable
entre sus vestiduras. Se dirigió a la puerta de enfrente donde tiempo atrás vio
caminar a su marido en dirección opuesta. Permaneció horas sentada en las
escalinatas, sin importarle la nieve que comenzaba a caer, sin importar que su
hija la llamara para que jugase con ella, sin importarle nada. Se quedó quieta,
dejó caer el rosario al suelo, silenció sus labios y se incorporó secando las
lágrimas escarchadas de sus mejillas.
De
entre los árboles apareció un hombre, alto, mustio y cabizbajo que se acercaba
con paso firme y continuado.
-
Buenas tardes señora, soy el coronel Carvajal, espero no ser inconveniente,
pero necesito hablar con usted. Su esposo, el oficial Montenegro, ha muerto en
batalla, cumpliendo con su deber, lo lamento.
-
¡Hasta luego, coronel! - Dijo Helena antes de entrar a su casa y cerrar la
puerta tras de sí. Se dirigió al cuarto donde esperaba expectante la niña en su
cama. La besó y alzó en sus brazos. - Era papá que vino a preguntar por ti,
dijo que te ama y no pudo pasar porque tenía prisa.
-
¿Cuándo volverá mamá? Lo extraño mucho, quiero que venga a jugar al té conmigo.
- Lucía,
mi niña, papá no volverá, pues la guerra se ha desatado en nuestra ventana. -
Se acercó cuidadosa a los vidrios y tras pasar su mano en uno de ellos, hizo
mirar a la pequeña criatura, mientras se acercaban las tropas a las que algún
día perteneció Marco.
ESCRITO POR:
FRANCISCA KITTSTEINER
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