Él tiene veinticinco, parece de treinta y piensa como si tuviera
diecisiete. Yo tengo dieciocho, parezco de veinticuatro y pienso como si
llevase ciento cincuenta años acuestas.
Yo soy parte de su
vida y mi vida entera se resume a él…
Por él he vivido
muchos más años de los que llevo respirando en esta tierra, condensando mil
reencarnaciones, adelantando mi futuro y mi pronta muerte con tal de verlo
sonreír.
He dejado en
suspenso las temporadas que nos enfrentaron con las reiterativas y pérfidas
despedidas, manteniéndome intacta, tal cual como él podría recordarme, prendida
a la promesa de que volverá cuando amanezca Septiembre 8 y sienta su aliento
cerca de mi boca en vez del frío matutino, sin embargo, ese día rehúye de mis
encantos lascivos… por él, yo soy Penélope.
Él me ama, es
cierto, pero yo lo deseo, lo adoro y lo extraño. Te extraño, mi Odiseo, más
todavía por las noches. Falta tu calor trémulo junto a los arcos dorados de mi
espalda, el asecho constante en los límites de lo permitido y el pecado.
Extraño las invasiones de legiones sanguinarias sedientas de locura carnal, los
recorridos a ciegas de tormentos espirituales, barreras pudorosas que
contaminan el prodigio de la satisfacción momentánea. Extraño sucumbir ante el
insomnio, no por falta de sueño o acumulación de cansancio, sino por su escasez
y el miedo lacerante de perder un segundo de su exquisito mirar penetrante,
tímido y febril. Extraño no querer dormir, las respiraciones agitadas, la
sonrisas a medio morir y el descanso en tu pecho palpitante.
Yo soy la
unificación de sus reglas solicitantes y él, es la excepción a todas mis
reglas.
Doblega mi
voluntad con una magnitud increíble, aunque sigo en pie, erguida y firme,
entonces, ataca por donde sabe que faltan vigilantes y puertas de acero forjado
en la llama de un amor en explosión retenida, son débiles, haciéndome caer en
sus brazos, enredándome en sus sábanas, asfixiándome en besos dulces y
desesperación.
Él es el príncipe
del cuento y yo la cenicienta a medio camino del baile, divagando entre las
opciones que presenta una encrucijada nunca antes conocida, sin mapa, sin
madrina, sin escolta ni cochero, solo yo, armada de coquetería ensayada, un
lápiz e ideas abruptas con tonalidades de incoherencia clara, con la ofrenda de
un corazón casto entre las manos y un abrazo que no aguanta la represión eterna
ni un minuto más. Soy una cenicienta descalza que sacrificó sus cristales para
adornar las lágrimas que él derrama.
Él se va y yo me
quedo, siempre en espera perpetua, disfrutando de los recuerdos tórridos e
ignorando las luces fluorescentes de nuevos romances que buscan mi atención con
llamados seductores. Cuando él no está, soy ciega porque mis ojos se niegan a
ver otra cosa que no sea su rostro hermoso, soy muda porque no puedo pronunciar
palabras que atenten contra las suyas y su corazón, soy sorda porque no existe
sonido si su voz no está mezclada en el aire de primavera y en los alaridos del
mar. No existo, porque no hay pensamientos que camuflen mi agonía. Soy solo un
cuerpo al que le robaron el alma, la esencia y los matices de relativa
felicidad. Cuando él vuelve, vuelve también Francisca, los colores habitan de
nuevo las sombras, se oye música en medio de un temporal, veo auroras
desplegarse en el cielo y hablo de mi amor perenne....
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER
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