Es esa complicidad remanente la que despertó de
pronto con un simple beso dejado en mi frente secundario a un impulso infantil.
Fue el despertar de un sentimiento dormido a la fuerza tiempo atrás, porque en
aquel entonces mis intenciones no tenían un destino próspero.
Fuiste todo lo que en su momento quise Don Juan:
mi fiel caballero de armadura desgastada y el despojo de un corazón marchito
que quizá qué romance ponzoñoso lastimó. Mi amigo certero, cuando los demonios
me inundaban y en secreto, el hombre que amé desde el primer momento.
Fue en
un instante tan efímero, entre nuestros coqueteos habituales, que deseé arrancarte
la ropa con desespero, secuestrarte silenciosa hacia las profundidades de una
habitación cerrada y rasguñarte la piel cuando mi cuerpo fuera tuyo. Besarte y morir en otro beso. Todo por uno inocente.
¿Pero es suficiente para derretir el hielo dónde me fui de refugiar?
Extrañé tus brazos, mi amado Don Juan, donde la
calidad del mundo se condensaba en algodones de azúcar para jugar a ser de
nuevo una princesa enamorada de su príncipe Azul. Extrañé el olor impregnado en
mi ropa después de dormir una tarde entera en tus hombros: Olor a humo
trasnochado y deseos sin consumar.
Extrañé la forma en la que pronunciabas mi
nombre, descomponiéndolo en silabas, confesando devoción con cada letra, hablando
un idioma completo antes de terminar de decirlo.
En menos de un segundo quise pararme y correr detrás
de ti, robarte todos los besos con los que imaginé en la contemplación obsesiva
de tus labios. Tanto daño causaste Don Juan que mi corazón volvió a llorar en mutismo
por tu ausencia y por la sapiencia de que haga lo que haga, nunca vas a volver
a mí.
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER
No hay comentarios.:
Publicar un comentario