domingo, 12 de junio de 2016

EL DIABLOS SABE POR VIEJO (REMAKE)



Habita ese presentimiento canceroso de la posibilidad
Cada que veo parpadear esos ojos fulgurosos,
Pues el mundo es muy grande para reunirnos.

Pero sigue palpitando la esperanza,
Aferrada a la vida que nadie le ofreció,
Porque es muy pronto para arrancarla del pecho,
Y demasiado tarde para su exilio de los pensamientos.

Quiero dejar de creer, sin embargo, hay milagros alrededor
¡No puede ser azar la creación de esos ojos!
¡Tan divinos! ¡Tan perversos! ¡Tan terrenos!
Que cuando me ven, soy un náufrago en medio de la tempestad.




 Si ha de cambiar el destino, por favor que venga conmigo,
Porque estoy dispuesta a renegar del pasado si lo quiere,
Pese a que es ese pasado el que me trajo a éste callejón sin salida
Donde sólo alumbra la majestuosidad de esos candiles.

Lo sé, muy en el fondo, lo sé, amor mío,
Por eso espero a que arribe el alba y conciba un día,
Porque mis esperanzas, cual fénix, se levantan
Al saber que con ello, inevitablemente, te volveré a saludar.

Y si estoy tan segura, es que el diablo sabe por viejo,
Que cuando el universo conspira, no hay nada por hacer,
Y sé que conspira porque en tu sonrisa hay algo

Que insta a mi instinto a permanecer alerta.


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER

LA FAMOSA TRASCENDENCIA



El repaso incesante de todo es lo que me pasa.
La trascendencia perseguida sin victoria hasta el momento, la felicidad huraña, escasa y destruida por el llanto, los días marcando la cadencia sepulcral de su continua extinción y con eso, la vida, mi vida. ¿Qué estoy haciendo? 
Hay aniquilación de fuerzas para levantarme del vacío donde fui a caer y los brazos se hacen hilachas mientras trato de trepar por muros cubiertos de cardos y vidrios rotos. Cómo subir si las manos sangran. 
No hay fuerzas, no sé si volverán en algún momento o si es que estuvieron conmigo, tampoco sé si las quiero salir a buscar ¿Y si me pierdo aún más por ir detrás de ellas? ¿Y si no son suficientes? Terminarían alentando a los demonios a torturarme por fracasar. Tengo miedo. Como nunca antes.

Respirar es dificultoso porque existe el anhelo de dejar de hacerlo cada que se inflan mis pulmones, secándome la garganta, oprimiéndome el pecho por la misma insuflación de bombas cargadas con melancolía, pero sin explotar, no todavía pues no han dolido todo lo que deberían.
Parpadear cuesta cada vez más por el cansancio perpetuo que descansa en los ojos llenándolos de arenas que raspan lo hermoso de cada atardecer. Casi me han cegado y me dejan así, casi ciega, para que pueda ver lo que nunca será mío. Parpadear en la conciencia cuesta horriblemente más, por la desesperación de encontrar un destello de luz que marque la guía a seguir lejos del páramo donde me fui a perder. La desesperación de saber que si sigo sin retomar ruta, más pronto que tarde, me atrapara la oscuridad y de ahí, no se puede salir. Cuesta, porque quieren remendar el daño que han causado en sus pestañeos coquetos a las víctimas que cobraron al hacerse azabaches con un universo detrás, pero no saben cómo, dónde o cuándo... Y sí conocen perfectamente al quién y el porqué. Crueldad absoluta, sobre todo cuando una y otra vez se despliegan en cada mísero pensamiento los momentos desperdiciados por inmadurez y los comparan con todo lo que pueden: La película 1000 veces vista y nunca tomada en consideración, hasta que de la nada fue barrumbada por un recuerdo. Adiós película. La canción 1000 veces oída sin ninguna significancia, excepto la letra cándidamente armada y la melodía que me engatusó. Una canción, sólo eso, hasta que se asoció a un nombre, a un lugar, a un año, mes, contexto, clima, y de pronto, adiós canción.  Una calle. ¡Una puta calle!  ¿¡Cómo puede ser posible que una franja de cemento mal hecha me clavetee el entrecejo hasta dejarme imbécil!? Una calle...tan azarosa como las demás, tan fea como las demás, con los mismos árboles plantados fuera de las casas como todas las demás, hasta con la misma mierda de los perros, pero pasó bailando la lluvia, se levantó el petricor y venía con un olor a castañas asadas y las castañas asadas con unas manos que cobijaron las mías tantos siglos atrás. Adiós calle... Me queda únicamente quedarme en casa y esperar hasta que se me agote la paciencia y haga lo que Dios no quiere hacer. Pero no puedo, no me gusta. Es tan fría, tan grande, tan vacía... 
¿Qué estoy haciendo? 
Se volvió un sinsentido todo.

Una vida sacrificada y repleta de pena para conseguir lo que ostento y ahora, continúa repleta de pena por obtener lo que quise hace una vida atrás. Es gracioso el destino...
Una juventud desperdiciada en prepararse para la adultez que quería y la adultez me consume lo que quedaba de alegría por envidiar lo que la juventud pudo e ignoró. Tal vez, el límite no era el cielo...
Se siente extraño cuando aparecen las risas porque es inevitable preguntarse cuánto durarán. ¿Cuándo fue la última vez que aparecieron? Esto es el resultado exclusivo de cimentar mi esencia en "tener y deber", casi nunca en "querer o porque si." Si hubiera soltado un poco el cordel, si hubiera sido benevolente conmigo misma como era con todos los demás, si no hubiera sido tan estructurada desde la concepción, podría ser que las risas no me fueran ajenas. Pero esto es lo que me formé para vivir: Un mundo de arrepentimientos por pensar demasiado (y de qué me sirve ahora), la decadencia misma de la oxidación en mi piel (porque le echa en falta una caricia), la ambivalencia de todo y siempre tomar la peor decisión y la reverberación en desahucio de un futuro extinto antes de llegar, porque llegó solo (sin él).

La trascendencia y el miedo intrínseco a trascender, la necesidad de todo y de nada al unísono, la ceguera inconclusa y masoquista, la insuflación a la fuerza de esperanzas declaradas muertas, el mar reclamándome su tributo en lágrimas y estos ojos en huelga de lo cansados que están, echar en falta lo que no se tuvo, pero que contradictoriamente, siempre fue mío, la decadencia, el tiempo, el solsticio de invierno que se acerca a pasos gigantes y con eso, la comprobación de la profecía que me soplaron por ahí, eso es lo que ocurre.



ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER

sábado, 28 de mayo de 2016

TOM COLLINS




- ¿Qué te traigo?
- Un whisky en las rocas, tu corazón y una mineral sin gas. 
- No puedo servirte eso Fran. Lo rompiste ¿Te acuerdas?
- Entonces un Tom Collins.


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 



lunes, 23 de mayo de 2016

CUASI DELITO DE BICICLECIDIO



Como todos los días, a las cuatro de la tarde y por la siguiente hora, estaba permitido no pensar, no tomar decisiones, no planear un futuro, ni encuentros fortuitos, no amarte. Por una hora, como todos los días a las cuatro de la tarde era la bicicleta, el camino y la música lo único por lo que podía preocuparme.

Últimamente la bicicleta ha sentido la ira de la desesperación que entrega un corazón condenado a muerte, sin jamás negarle el consuelo. Hasta sus llantas se reventaron tratando de calmar mi dolor. Me da pena. No tiene la culpa, pero la paga. Ahí está, dispuesta a aguantar mis monólogos con el viento y ver mis lágrimas desfilar sobre todo cuando  pueden pasar desapercibidas con la bruma que se levanta en las tardes de mayo, en Chile, después del cambio de hora.
No hace preguntas ni menos las contesta. Anda. Me lleva. Y de alguna forma u otra, le da descanso a mi conciencia.

El camino fue minuciosamente estudiado, cosa de andar tranquila sin los disturbios que causan los autos al pasar amenazantemente cerca como imponiendo respeto por ser más grandes. Quizás así se siente dejarse caer… Amenazante.
Avenidas interminables, árboles deshojados con las constantes lluvias de procedencia intermitente, el petricor apareciendo de a poco desde la tierra que circunda a las líneas del tren, los perros que en un principio se lanzaban a morderme los tobillos, ahora se lanzan para recibirme contentos como su visita diaria que les dedica un <<¡Hola perritos!>> a la rápida. Increíble cómo cambian las cosas en tan poco tiempo…Los que en un principio te odian, con los días se alegran al verte pasar y los que en un principio se alegraban de verte pasar, ahora desconocen la existencia de un pasado en común o del cariño que se alojó en un recuerdo (Aunque vi la sonrisa que te robé hace unos días cuando nos volvimos a ver…Esto ya es crueldad, ahora que lo pienso).

La música. Mi muy amada música. No soporto el silencio. Me perturba y el ruido de tráfico, me hacen pensar e inevitablemente al pensar llego a ti. Me vuelvo vulnerable ante mis propios ataques. Creo que no hay angustia más inmensa que la que la conciencia causa al aferrarse a sus recuerdos y martirizarse una y otra vez por todo lo que pudo ser distinto. Ni el amar tanto es tan angustioso como mi cabeza cuando prolifera ¿Cómo defenderse de uno mismo? ¿Cómo inventar defensas y que los pensamientos no se enteren? ¿Cómo? Por eso hay música a perpetuidad, porque por mucho que una que otra canción me susurre tu nombre, con tu nombre viene la felicidad, aunque dure 4:48 minutos y se titule “Mientes tan bien” y sea cantada por Sin Bandera.
Sea quien sea que sea su intérprete es tu voz la que escucho sonar perdida entre las corcheas y los staccato y pese a que hay momentos, por muy extintos y resucitados, así como improbables y descuidados, en que no suena canción alguna, en mi mente siempre hay un disco tocando. No me gusta el silencio.

Hoy llovió con un sol brillando en una exhalación, efímero y misterioso, mientras mis pantalones se iban marcando de gotitas hasta quedar empapados. No podía ser mejor: La bicicleta, el camino, la música, la lluvia. La mixtura perfecta para provocar un orgasmo al espíritu, por lo menos al mío.

Miré el reloj, ya jadeando y muerta de sed y marcaba las 5:16 pm. Era hora de volver a casa, pero nunca es tarde para una última vuelta, así que desvié la ruta un par de cuadras, recalculando el recorrido para que coincidiera con la duración de una canción.
Ya cuando comenzaba el coro con su “Mírame y dime si esto no es amor” te apareciste en mi retina diciendo algo en jerigonza o no sé, pero algo, riendo tan hermoso como puede ser una sonrisa cargada de amor, con la senectud del tiempo transgredida, con los brazos abiertos suplicantes por cobijar mi espalda y antes de darme cuenta estaba de boca en el piso, con las manos sangrando, con piedras incrustadas en las rodillas, los codos en carne viva y ganas de llorar como una niña de cinco años que le teme al cuco (Sigo siendo la niña de cinco años que le teme al cuco ¿Recuerdas?).
Se puso celosa…
Se suponía que éramos las dos, el camino y la música. Le fui infiel y sólo me pedía una hora al día. Le dolió y quería mi dolor por lo que soltó sus cadenas y no quiso ceder. Me lanzó lejos, directo a la calle, anhelando mi muerte por atropello…Típico de mujer despechada.

No quiso volver a andar. Estúpida bicicleta.


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

viernes, 20 de mayo de 2016

LA FAMOSA ESPERA



No hay nada que esté a mi alcance para negar lo que pienso
Porque he decidido a darme una oportunidad de encontrar la felicidad
Y creo en serio que en algún lugar de esta ciudad
Está escondido mi príncipe azul  pintado en un lienzo.

Abro los ojos más que nunca para no pasar por alto la ocasión
En que se dé la coincidencia de que te me cruces en los caminos
Y sepa diferenciar a los malos, de los amigos
Y a no embriagarme en las promesas que ofrece una canción.

Estoy instruyéndome en ser más terrenal en mis gustos elegantes,
A no enloquecerme por lo que anhelo y no puedo tener,
Porque si  pretendo amar como quiero querer,
He de adormecer a mis ilusiones embriagantes.

Si estoy aquí, ahora, será por una razón que todavía no entiendo,
Porque el destino puso manos negras donde no se podía entrometer
Y nadie le dijo nada cuando lo habían hacer,
Pero lo acepto tranquila y mientras tanto, seguiré viviendo.



Tan sólo pido que me marquen los senderos recónditos y despoblados
Para no perderme en las encrucijadas que me tientan a ceder,
Cuando tropiece con las doscientas mil piedras que me harán caer,
Y que siempre que mire a los cielos ya no se presenten nublados.

Quiero una historia de amor de las que el mundo casi nunca presencia,
Un romance que me arranque la cordura de la que tanto presumo,
Besos apasionados, caricias desatadas cuando las trabas difumo
Levantando suspiros erotizados en esencia.

Me lo merezco, porque ya he sufrido lo que en una vida, toda la humanidad,
Soportando el peso del planeta sobre mis hombros por un largo espacio,
Absorbiéndome la vida y sacando mis vestiduras despacio
Para probarme las agallas al quitarme la dignidad.



 Ya no creo que el primer amor sea el importante,
Porque me ha dejado más vieja de lo que recuerdo ser,
Con llagas en los labios y con el corazón llegando a desfallecer
Sobre la cara de un futuro venidero y asfixiante.

Se vienen mejores tiempos, con mejores cosechas,
Porque se dice que todo sucede porque tiene que ocurrir
Aunque admito no lo supe hasta verte partir,
Dejando a mis fantasías perpetuamente insatisfechas.


Hay que seguir siempre decidida y con la mirada en alto,
Como si aquí la tormenta nunca hubiera tocado tierra,
Porque si he de acostumbrarme al dolor que encierra
El destino vacío, no puedo pretender que no le amaba tanto.

(O fingir que la angustia de su ausencia no causa mi llanto)



ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER

sábado, 14 de mayo de 2016

LA MISERIA



Rescátame de ésta miseria de vivir buscando tus ojos en cualquiera que vea pasar sin encontrar ni rastro de mis añoranzas, esos donde el mar podía hundirse y desaparecer para siempre tranquilo. Los ojos que alguna vez robaron mi cordura.
Esta miseria de necesitarte al despertar y en cada segundo del día, todos los días, todos los años, viviendo de la esperanza disoluta de verte pasar haciendo de cuenta que el tiempo no ha transcurrido entre nosotros, que lo dicho, no se dijo jamás, que nuestras manos nunca vagaron huérfanas…Que tú sigues siendo mío.
Me agota mi propio afán por sacarte de mi cabeza de una vez y por todas, tratando desesperadamente de reemplazarte con cualquier luz que se asemeje a la tuya, pese a que sea sólo una ilusión destinada al fracaso desde el minuto en que nació. Nadie se parece a ti, por mucho que intente convencerme de lo contrario.
Rescátame de  esta miseria y regálame el futuro que nos prometimos cuando éramos críos, pero que hoy es menester recuperar. Nunca es tarde para enmendar el daño. Era ciega y ahora puedo ver. No estás.
 No encuentro consuelo en mis conversaciones con el mar porque necesito conversar contigo de la ausencia crónica de todo lo que pudimos ser terminando siendo nada, incluso cuando lo fuimos todo. No hay consuelo en mi descanso porque apareces tal como te vi la última vez con los galardones que le ofrecías a mi corazón y la luna que pusiste a mis pies. Era ciega y no supe que me pertenecía tu cariño desde que nos conocimos ni que agonizaba tu espíritu al relegarte a mi indiferencia. En ese momento no tenía nada más por ofrecer. Había piezas de mí esparcidas por todo el lugar sin poder componer el personaje que te gustó.
Anoche soñé que te volvía a ver caminando en la misma dirección que mis pies, sin rencores y con las ilusiones renovadas. Lo supe porque te vi reír. Después yo corría por un pasillo como escapando de algo que me perseguía desde el principio de los tiempos para cobrarme la vida y al acabarse el camino, un balcón desplegado con vista al océano tenía una mesa donde muchos de los que presenciaron el derrumbe de nosotros, se encontraban riendo. Tú estabas de espaldas, pero sabía que eras tú. Tú sabes por qué. Toqué tu hombro reconociendo en el tacto que ya no había el rencor que me profesabas y que tus heridas cicatrizaron sin dejar marca. Hubo un lapsus. Recuerdo las cosquillas propiciadas entre los dos y tus dedos jugando con mi cabello, ahora mucho más corto y algo más claro de lo que conociste, sentada en tus piernas porque no había otro sitio donde hacerlo, no había sitio más seguro ni más familiar. Había vuelto a casa. Era la misma que construimos entre charlas inocuas, la famosa casa submarina para que yo pudiera invitar a tomar el té a la sirenita. Desperté.

Rescátame de esta miseria porque ya extrañarte como lo hago me agota la vida y ya no estoy segura de que exista algo después de la muerte o si es que la muerte dejará de ser mezquina, conformándose  con alejarse de la felicidad para que podamos… Estoy tan cansada de todo esto que ya ni  ganas de escribir me quedan, renunciando así a la posibilidad de que algún día por cualquier razón escudriñes una de las piezas que no pude encontrar  y veas que mis intenciones son puras, que mi arrepentimiento es sincero, que ahora soy yo la que te trae la luna y que si escribo es para ti.

Renuncié a lo que más me aferraba con tal de ti, pero parece que ya no es suficiente. No sé qué más hacer. No sé dónde buscarte. No sé si ya me olvidaste o si me sigues odiando.
Te pido que me odies a que me dejes de pensar. Ódiame si eso sirve para curar tu corazón después de no haberlo cuidado cuando lo tuve en mis manos. Ódiame si te da paz. Ódiame si la melancolía te ataca robándote la sonrisa. No resignes tu sonrisa. Ni siquiera por mí.

Rescátame de esta miseria por piedad. No es de cristianos dejar en agonía a un moribundo. Ven a rescatarme pronto o ahógame en las profundidades de tu olvido, pero ahógame y no vuelvas a aparecerte en mis sueños, ni en mi inconsciencia, ni en mis pensamientos. Cierra para siempre lo que nos conecta. Libérame de ti y deshace lo que hiciste conmigo, porque no puede ser natural todo esto  y sé de lo que hablo y tú también, porque para bien o para mal, conoces mi naturaleza y  lo que llevo a cuestas y por la misma razón traigo arraigado un presentimiento con respecto a ti desde un tiempo después de dejarnos de hablar que sigue luchando para generar ruido  en mi interior, inquietud en mi andar y con los sentidos espabilados para no pasar nada por alto. Todavía quedan puertas medio abiertas y ahí estoy, esperándote  hasta el día que decidas regresar, mientras tanto seguiré respirando de tu ausencia y dedicándole una oración a tu alma complicada.  Sigo aquí, en el umbral peleando con el tiempo por insolente  al hacerme creer que 7 años tú pudieras guardar tu amor, tras no hablar hace 3, tras no hablar sin pelear hace 4, tras enseñarme a parpadear cuando lo perdí todo hace 2, por no sacar de mi cabeza lo relativo a tu nombre desde hace 1, por tenerme aquí angustiada sobre el computador desde hace una hora, por suplicar amnistía y expiación  para mis errores hace 10 minutos y por preguntarle a Dios hace 1 segundo el motivo de tanto mal… Insolente.
Ésta es la miseria… La vida sin ti.


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER


martes, 10 de mayo de 2016

DE CUANDO SE ENAMORARON DE MI




Si el tiempo fuera benevolente y decidiera desdoblarse sobre si mismo justo al día en que vi sus ojos y contesté su saludo, quizás no le hubiera dicho buenos días.
Si la historia se pudiera reescribir y borrar los errores que por joven se comete y se rellenaran con lo que hizo falta para que por éstas fechas, siete años más tarde, estuvieras acá soplándome el insomnio.
Si nunca hubiéramos coincidido, tú serías un extraño pasando por la misma calle que transito con habitualidad. Tal vez no te hubiera visto, pero coincidimos cuando era prematuro.  Quizás el inglés tuvo la culpa de todo.

Había oscuridad cuando llegaron los primero aleteos de un amor suplicando amnistía y mis brazos para cobijarse pero, mis brazos tenían dueño celoso de los abrazos que pudieran entregar, pese a que tampoco eran entregados a él. Tenían dueño que me cegó la vida, quitándome el corazón desde el nacimiento. Dueño que con el tiempo…
Había oscuridad y demasiada juventud mezclada con caprichos camuflados como romance, idiotez si se quiere, horas de sobra para pensar que el futuro vendría prometedor y noches de tranquilidad vagando en el firmamento, y ahí fue que apareciste. Yo no quería, pero apareciste hablando en lengua familiar, aunque sin significancia. Desde otra vida podría ser. Apareciste.

Fue entonces que las noches se convirtieron en infinitas caminatas por las calles al azar, tú y yo, sin tapujos y sin disfraces, desnudos de pensamiento porque estábamos en casa. Tú y yo, tomados de las manos como si fuese casi un reflejo innato, sin preguntarse jamás el porqué de nada, convencidos de que desde la tierra es tierra, debíamos encontrarnos. Parece que la tierra transmutó.
Los ojos no aprendían a parpadear aún. Mi corazón latía lleno de ilusiones levantadas por el dueño celoso de mis brazos y estabas ahí, siempre ahí, al alcance de mis dedos cuando un choque de energía se desató en el instante en que toqué tu cara, como la condensación de una eternidad reducida a ti, trayendo la reconstrucción tardía de mi destino, perdido hasta entonces, para quedarme aferrada a una posibilidad. Recuerdos que no eran míos se desplegaron de pronto y apareció, por primera vez, el sentido de  pertenencia junto con el magnetismo misterioso que se une a las profecías. Había retornado a ti. Estaba a salvo, pero ya era tarde, porque era cobarde y temerosa de perder a lo que estaba acostumbrada. Tenía miedo de conocer algo nuevo, como cuando se está habituado al pan y al agua y aparece enfrente caviar y trufas. Tentador, pero no sé. 
 Dicen que es mejor diablo conocido que diablo por conocer ¡Yo te conocía! ¡Te conocía!  ¡Dios santo! Pero estaba ciega…
Parecía ser que existía algo más poderoso que la vida misma, necesitando más de una para concretarse y tengo miedo de que por esta la historia haya finito. Me niego a pensar que no te volveré a ver y que tendré que silenciar la carga que llevo en el pecho tras aguantarla como el peso del mundo, no poder pedir perdón por haberte roto el corazón ni poder contarte que ahora sé cómo repararlo, sólo necesitaba tiempo para aprender, lo horroroso es que en ese tiempo te perdí (espero no para siempre).

Deambulaba ciega, sorda y muda, atada de manos y pies y con un pensamiento fijo en la cabeza, fue por eso que no supe de tus afanes conmigo. Estaba hipnotizada por la belleza de otros ojos, los del dueño de mis brazos, sin saber que perseguía la luz del diablo, haciéndome renunciar a la felicidad por presentarse cobarde interpretando un papel. El diablo se disfrazó y me hizo caer. Me persiguió hasta quitarme el alma. En el alma ibas tú.
Pasaron los años y mi corazón incólume comenzó a desbaratarse, porque para soltar una amarra, tenía que renunciar a un poco de mi humanidad, siguiendo una trama sin fin de dolores tan inmensos que el insomnio se hizo presente, enviando imágenes de muerte y catástrofe para llevarse  mis ilusiones. Tras haber profanado un cuerpo, se pierde toda la humanidad, aunque algo faltaba. Algo no estaba bien. Ya casi no me quedaba corazón. Aprendí a parpadear entonces.
Las piezas se acomodaban noche tras noche para resolver el conflicto durante un par de años, trayendo intranquilidad por todas partes, siempre alerta y pendiente por si algún día se me era entregada la absolución de mis pecados, por si me devolvían mi alma y encontrarte de frente. Entendí que el dueño de mis brazos nunca lo fue. El dueño de mis brazos eras tú.

Tuve que romper mi corazón miles de veces para poder pagar el tuyo y saber al fin, lo que agonizar de amor significa. Tú por mí cuando niños. Yo por ti cuando viejos.
Regresan las esperanzas guardadas para el día del juicio final, y para ser sincera, no creía las tenía. Regresan mortificándome un poco más, al mostrarme entre sueños la candidez de tu sonrisa que por aquí no se aparece hace 4 años. Sin embargo, proliferan en la idea de que cuando el karma se hubiera restituido, tú leerías mis porquerías, o me verías pasar y podríamos ir por un café (como hace 6 años atrás, un día de marzo, cuando la universidad aparecía como un mundo desconocido y no como una carga que sobrevivir y volver a mi casa), que cuando saliera a dar mis paseos en bicicleta por los alrededores, choque contigo y todo se reduzca a risas y nada más, que cuando vaya camino del hospital en la mañana, tú vengas camino de tu trabajo y nos juntemos en la esquina de Amunategui con Huérfanos (como antes) reconociendo que nada ha cambiado, o que todavía exista la unión que nos hizo encontrarnos en esta reencarnación y mis pensamientos llamen a los tuyo alterando tu sentido del orden. Francamente, pienso que todavía nos llamamos.

Aprendí a parpadear, tarde, pero lo hice. De que lo lamento, lo lamento. Que me hubiera gustado conocer la luz antes de todo, me habría gustado. Que aún persigo tus pasos, lo hago. Que traigo mi corazón como ofrenda, para que ahora seas tú quién lo cure, aquí está, es tuyo, así como yo, antes, ahora y siempre. Que te voy a esperar, estoy esperando.


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER



jueves, 5 de mayo de 2016

OPALESCENCIA



De un golpe extinguiste mi vida,
Me quistaste el aire y yo queriendo respirar,
Te fuiste camino del vacío sin mirar
Que detrás dejabas tendido mi cuerpo al sol.

Consumiste mis fuerzas y agotaste mi fe,
Y justo entre las cejas disparaste.
Así se sintió el saber que ya no me querías,
Fue morir de un golpe, tras vivir una agonía.

Se hizo profunda la noche y clandestina mi sonrisa,
No hubo luz en el mundo con silencio en demasía,
No tuvo razón la razón y del corazón, ni rastros
¿Cómo pudiste ser tan cruel tras haberme amado?

Y yo que encontré en la nada algo que rescatar,
Y tú llegaste a cobrar lo que quedó de mis afanes,
Por el mero deseo de destruirlo todo,
Como si mi todo no te hubiera bastado.





Con lo que me costó confesar lo que traía atorado,
Juntar todas las piezas de un futuro que ya llegó,
Hilar el pasado para construir un presente prematuro, pero contigo,
Y tú dijiste que a la felicidad la rondaba la muerte.


¡Qué venga a mí la muerte entonces! ¡Qué venga!
Qué saco con seguir en pie si ya está todo dicho.
Para mí ya no hay espacio en tu vida,
Y mi vida no tiene sentido si no regresas a mis brazos.

Si he de pagar el dolor que te causé, aquí ofrezco mi corazón,
Destrúyelo y has con él lo que quieras, no importa,
Con tanto tiempo agonizando, ya no lo puedo remendar,
Mejor sé piadoso y quítale el aliento.

Qué venga a mí la muerte porque la suerte es mezquina,
Arrebatándome el descanso cada que tu imagen aparece
Vagabundeando por mis pensamientos un día cualquiera,

Oscureciendo al sol con tu falsa opalescencia.


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER


lunes, 2 de mayo de 2016

FUGA DE SIRENAS

Ahora el mar está calmo y los cielos no me quieren mostrar el misterio del astro rojo como el fuego, las nubes y la niebla son cómplices de su secreto, pero tanto silencio, me tiene aún más alerta que cuando las olas descargaban toda su ira contra los roqueros, tal vez, porque ahí, el silencio advertía que algo estaba por acontecer, pero ahora ¿El silencio dicta silencio, reclama al insomnio y a los miedos temporales? ¿El silencio alertará con un ruido o continuará mudo hasta que dé la estocada mortal? Creo que esta noche dormiré con un ojo abierto y el otro cerrado y ambos oídos afinados para percibir el más mínimo cambio en el tono de los estallidos, total ya se me fue la mitad de la madrugada, aunque siempre es más oscura la noche previa al amanecer y ahí, se fugan las sirenas… 

LOS FAMOSOS CELOS.



Aparece la fatiga de los celos insidiosos,
Que corroen  de a poco mis ganas de dormir
Porque la noche trae sueños tormentosos,
Vaticinios de un romance a punto de extinguir.

Y sólo son esos malditos ojos profundos
Los que levantan de la tumba a mis deseos
Poblándolos de mares con besos fecundos,
Cada que se mueven en afanosos pestañeos.

Perenne obsesión que aniquila mi conciencia,
Dulce locura que envenena a mi razón,
Y es que en sus brazos no encuentro licencia
Y se vuelve indómito el palpitar del corazón.

Amargura con sabor a canción triste y boato
Lo siguen y con él mis caminos pedregosos,
Y es tentador enamorarse de un cuento barato
Aunque al final los segundos pasen lentos, moribundos y dolorosos.

Y de pronto el tiempo se hubo dividido:
En el antes del retumbar de su nombre en mi cabeza,
Y el silencio que queda después enamorando a la tristeza,

Luego de haber conquistado donde le era prohibido.


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER

DE CUANDO APRENDÍ A PARPADEAR





Se acumulan los días de meses ya muertos sobre mis ojeras, pasando lentos y cargados de promesas lastimosas rellenas con tus ojos, el recuerdo de tu sonrisa al mirarme de casualidad y el dejo de protección que entrega el viento con algo parecido a tu olor. Llegan. Pasan. Se van.

Agoto las esperas perdida en el cuadriculado de una libreta al alcance, queriendo escribir otra cosa ajena a tu existencia, pero la mano baila a voluntad propia y tratando de plasmar en papel cuánto es lo que siento el dolor que le causé. Si tan solo hubiera sido valiente, quizás ahora te besaría a mi antojo

Una que otra canción se cuela entre la conversación que entablo sagradamente al aparecer los arreboles con el mar, robándose por un minuto mi conciencia para llevarla donde sea que te encuentres ahora, rogando al cielo que tus pensamientos  no  hayan caído en hermetismo para mí y que el escalofrío que recorre mi espalda sea porque mi nombre fue pronunciado por tus labios o que simplemente, por cualquier excusa, te encuentres dando un paseo por mi cabeza, como antes solías hacer.
Hay canales que no se pueden romper.
Hay vidas que no se pueden separar.
Hay falta de recursos si de saber de ti se trata, como si nadie en esta tierra se tomara un instante para retenerte en su memoria, transformando todo en supuestos  nacidos de más especulaciones y especulaciones paridas para mantenernos lejos.
A veces me pregunto si seguirás viviendo y dar cabida a un no, es traicionar a mis propias ganas de aferrarme al aliento. Ya te perdí una vez y viví. Perderte dos, lanzaría la bala en medio de mi sien.

Cómo te puedo explicar el menjunje de cosas que proliferan  en mi cabeza cuando el insomnio aparece puntual a media noche, trayendo consigo los mejores años de los dos, antes que el racionalismo, las leyes, los enfermos, el dolor, la rabia, más insomnio, lejanía, cercanía, lejanía otra vez y el metro en hora punta atacaran a matar, entregándome  un ensayo con detalles de cada momento en que la historia pudo haber cambiado, si alguno de los dos hubiera sido valiente. Aquel día de marzo, ya casi 6 años atrás, cuando la universidad aparecía como un universo desconocido y no como un carga por sobrevivir, tú de pie y yo obviamente escribiendo en un rincón, en mi casa a media tarde, tras volver de ir a tomar un café, cuando te acercaste para juguetear con mi cabello, en aquellos tiempos tan largo y oscuro como la agonía que profeso ahora, y dejar un beso plasmado justo donde se siente el fervor de la sangre al subir por el cuello, aquel día, en ese preciso cuadro, pese a todo lo que pude haber dicho antes, quise y no sabes cuánto, pararme de la silla y devolverte el beso. Pero no pude.  Vivía con culpas y temor a mi conciencia, a lo que diría el mundo, a las consecuencias de mis actos… ¡Esa puta crianza a la antigua de señorita de sociedad! ¡Los putos modales y lo que es correcto y lo que no! ¡Los putos pecados que proclama la iglesia! ¡Mi puta cobardía!
Aquel día, si me lo hubieras pedido, habrías podido desnudar algo más que mi corazón…
Es eso lo que más me corroe. La sapiencia de EL momento en que la vida sustentó su fututo ¿Por qué no me lo pediste?
Se rumorea que este cuerpo joven, aunque más frío que el agua de Pichilemu, alberga un alma tan vieja como Matusalem, con secretos traídos cada vez que resucitaba y apropiándose  de dos cosas: La continuación de nuestra historia la última vez que coincidimos varios siglos atrás y conocimientos que no todos los humanos pueden sobrellevar ¿Cómo crees que sabía cuando algo pasaba contigo? ¿Acaso no te dije el aviso que me dieron las olas sobre su revancha contra las personas por arrebatarles propiedad, inmediatamente después del día en que la tierra decidiera cambiar su eje tras haber dejado masacre en la mitad de este país? ¿Acaso no te dije que nos volveríamos a encontrar?
Se rumorea por ahí que fuimos lo único que no pudimos tener por adelantarnos al destino y juntarnos cuando era prematuro al tener tan corta edad…

El error fue mío por jurar amor cuando se tienen 16. Por jurar amor tras convencerme que así debía sentirse el amor. Por jurar amor porque era lo que se esperaba. Por jurar amor a sabiendas que jugaba a perder.  Por jurar amor y dar vuelta el mundo  por perseguir la ilusión encendida por la luz de unos faroles, cuando pude haber probado las maravillas de un sol.

El error fue tuyo por creer que por bruja adivinaría la verdad. Por creer que no estaba ciega y en mis cabales. Por haberte acercado a saludar.  Por haberme prometido devolverme a las aguas. Por haberte hecho indispensable y luego desaparecer.  Por no haberme besado como Dios manda. Por no haberme desabotonado la cordura. Por no haberme venido a buscar…

No sé si es una cosa de conciencia o de retribución por los males causados o es el punto de lo tarde que aprendí a parpadear y no encontrarte cerca, morir de a poco en desesperación por no verte regresar a mí y hacer como si los años no pasaron y seguimos siendo los chiquillos más ancianos que jóvenes, solos contra el futuro, pero siempre de la mano, cuando todavía en la inocencia, planeábamos una vida para los dos y mira si es cruel el destino, al hacernos cumplir exactamente lo planeado para estas alturas aunque tú por tu lado y yo por el mío.

Es la maldita memoria infinitamente masoquista que para probar sus alcances, trae cada detalle de cada conversación para buscarle los errores o alguna segunda interpretación pasada por alto, tanto así que ya tiene su frase favorita y tú la razón.
“No quiero que el día de mañana te encuentres preguntando qué hubiera pasado si”
Pues bien, aquí estoy haciéndole honor a tu advertencia, torturándome, maldiciéndome, ahogando mi llanto contra la almohada para no despertar a nadie. Aquí estoy, viendo el tiempo pasar.

Dónde estabas cuando te llamaba como sólo nosotros podíamos hacerlo. Dónde estabas ahora que te dedico un “Buenas noches”. Dónde estabas cuando se asentaron mis cabales, cuando brillaron un suspiro, desintegrándose al ver que no estabas.
Dónde estaba cuando me ofreciste tu corazón y la luna. Dónde estaba cuando era a ti a quien atacaba el insomnio. Dónde estaba cuando el dolor se hizo insoportable. Dónde estaba la última vez que me viste pasar.
¡Estoy postrándome a tus pies! ¿¡No es eso lo que querías!? ¿Verme ocupar el sitio que un día te hice llenar? ¡Estoy, a mi manera, tratando de enviarte un beso si es que alguna vez lograras leer lo que escribo! ¡Aquí estoy, pidiendo perdón! ¡Aquí estoy, buscando otra oportunidad!


De nuevo dieron las 5 de la mañana de un domingo como tantos otros, con tu nombre claveteando en el entrecejo e imaginando que aquel día, sí me paré del asiento… 


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

jueves, 21 de abril de 2016

SUPLICANDO MORIR.

Sobre las cumbres altísimas, desaparecer debería,
Extender las alas y nunca más volver,
Borrar de la memoria a quien no me quería,
Dormir tranquila antes de la vida perder.

Calmar mi dolor la muerte supondría
 Y traer consigo  pensamientos hermosos,
Para que se tranquilicen los demonios que tendría,
Si siguiera viviendo estos días  escabrosos.

Ahogar mi llanto en el fondo del mar podría
Nadar para siempre con las sirenas a mi lado,
Y volver a casa sin más penas, se agradecería,
Cuando mi respiración se hubiese  congelado.

¿¡Por qué  nacer si este infierno cargaría!?
¿¡Por qué tanto he de soportar en este tormento!?
¿¡Por qué tantos años, si mucho no se  desperdiciaría!?
¿¡Por qué no me arrebatan el alma en este momento!?

¡ Oh Dios! Déjame morir aunque sea de amnistía.
Déjame morir con una muerte sigilosa,
Quiero irme con los que al otro lado me esperarían.
Termina de una vez, esta vida tormentosa.

ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER.


martes, 19 de abril de 2016

LA TEMPESTAD

Lo único que se logra oír es el retumbar de la lluvia en los techos.  No hay nada más.
La luz se ha ido hace un par de horas con la excusa de traer salvación pero ya nadie cree que vuelva. De a poco se van apagando las esperanzas.
¡Hay tanta agua alrededor y tanta sed de sus besos!
La noche se presenta igual que las anteriores: Fría, con lluvia y más lluvia, aunque hoy tiene los galardones que le ofrecen los candelabros prendidos por la casa creando constelaciones diminutas y al alcance de la mano, otorgándonos lo que el cielo nos prohíbe: Luz.
¿Se encontrará bien?
Me pierdo en el danzar de las llamas dejándome hipnotizada con sus corcoveos seductores donde me muestran la figura de un hombre acercándose ¿Vendrá a cobrarnos la vida?
Los cristales se escarchan amenazando con quebrarse en miles de partes, pero todavía dejan ver que desde afuera emana una luz particularmente siniestra iluminando el firmamento imprecisamente pero completo y nadie logra encontrar de dónde proviene. Solo está ahí. Alumbra. Y por las fechas no puede ser la luna. Quizás Dios no nos odia y nos dice “Ahí tienen su esperanza. Aférrense a ella.” O tal vez todo lo contrario, es un vaticinio de que el tiempo se agota conforme sigue avanzando el reloj y la cosa se pone peor.  Ninguna de las dos opciones parece confiable a estas alturas y temo por la salvación de mi alma. La duda, cuando aparece, infecta cada pensamiento en concepción febril tras llenarse de desesperación y el encierro constante no mejora la situación. Sería mejor que me quitaran el aliento la próxima vez que vuelva a dormir pues la figura del hombre, altera el sentido del orden aquí dentro. En mi cabeza. En cada minuto. Él.

Aparece un olor a castañas asadas inundando el aire. Por un segundo me encontré de nuevo en su cuello, tantos años atrás, pero segura de cualquier mal.

¿Habrá recibido mis cartas?

Un rayo toca el piso e incendia la tierra dos segundos para luego, extinguirse en un recuerdo que dejó cicatriz para siempre. En el exterior se desató el llanto tras la pérdida de sus municiones.

¡Ahora hay música en los cielos! Los truenos marcan la cadencia de la sinfonía improvisada, poniendo a cantar a los queltehues la amenaza circundante a sus vidas tras la destrucción de sus nidos y la lluvia siempre detrás. Trueno, tras trueno, tras trueno como paroxismos en avalancha de su nombre en mi cabeza cuando enfermo de nostalgia.

¿Volverá por mí?

Hasta las nubes se están cansando de llorar ¿Cuándo lo harán mis ojos?

Presiento la aniquilación tempestuosa de cuanta alma vague en la intemperie, como si los demonios jugasen a disposición en los jardines esperando, asechando para poder robar lo que vinieron a buscar. Puede ser que ellos conozcan las respuestas a mis preguntas. Puede ser que vengan con el hombre.


Hasta el momento, lo que he podido sacar en conclusión es que o me matan los demonios o me mata la lluvia o me mata él si no vuelve a mis brazos. 

ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER

miércoles, 13 de abril de 2016

HIJA DE POSEIDÓN

Se acobardaron las olas con el lamento de mi voz. Sienten miedo de mi llanto y que las pueda ahogar en desespero. Retroceden. Se van. Desaparecen… igual que él.

La brisa viene a secar mis lágrimas como consuelo bravío en momentos de miseria susurrando entre silencios la venida inminente del sol, los deshielos de la piel cuando su recuerdo sea enterrado y la somnolencia provocada por el cansancio de tanto llorar.  Dibujan escenarios maravillosos con la arena en suspensión, bailes destinados para dos a media luna y sus brazos volviendo a cobijar mi estupor.
Me cuentan sobre lo que han visto los mares, los secretos que guardan y la muerte que siempre ha de rondar. Secan el rastro de sudor de la frente, erizándome el cuerpo cuando uno que otro pensamiento vagamente erotizado se cruza por mi cabeza.

Las sirenas se asoman en los roqueros, aprovechando el retroceso de las olas, pidiéndome regresar a casa con ellas, tras tantos años lejos por seguir una sombra de romance infecundo por cuanto camino se me puso en frente. Sin embargo, en ese mismo camino, fue donde perdí mis propios pasos luego de ver el resplandor de unos ojos majestuosamente inocentes ¿Cómo regresar a casa sin esos candiles para guiarme en la oscuridad? ¿Quién los verá ahora?
“Vuelve a casa” me dicen ellas. 
“Vuelve a casa” le pido yo.

De pronto,  a lo lejos, muy lejos, se abre un claro de luz, transparentando las profundidades del mar y las visiones de paz ceremoniosa, de cánticos eternos con finales felices, se apoderan de mí como si de un hechizo se tratase.
Hay tanta belleza. El azul es tan difícil.
Hay algo en el vaivén taciturno del agua que engatuza a los sentidos y los hipnotiza a perder voluntad, pero qué hacer cuando la voluntad se perdió con otro.

Los años y las continuas intermitencias de su figura por estos lados han hecho más estragos de los que son menester asumir, como cuando se levantan marejadas y azotan a las rocas dejando caos donde decida desvanecerse la mirada. Ahora entiendo el daño provocado al mar tras la fuga sin aviso de los cientos de almas condenadas a su adoración.
Hay ausencia entre los dos. Hay suspensos entre los dos.

Esa seducción que emana de lo conocido, la necesidad de volver al hogar, la sapiencia de las equivocaciones en la vida y el lugar al que hemos llegado… ¿Cuándo el amor se transformó en indiferencia?  ¿Pensará aún en mí?

En el horizonte comienzan a parecer caravanas de lo que pudo haber sido y me siento tentada en ir a alcanzarlas, tragarme el orgullo, cerrar los ojos y dar, por una vez, un paso en falso hacia lo desconocido, dejarme conducir por las corrientes del océano hasta donde me enraícen y desde ahí empezar de cero, reescribir esta historia poniéndole su nombre por título.
El anhelo desgarrador de querer volver el tiempo atrás sabiendo que en la vida se podrá tener, pese a que, de vez en cuando, cuando los planetas confluyen y el mar alcanza a rozar el sol, se desdobla, haciéndose circular y entrega la posibilidad de vivir todo de nuevo. La cuestión es cuándo, porque se me hace difícil respirar estando apartada de la razón que pudo quitarme el aliento, así como la indumentaria, así como las ganas de querer dormir por otra causa que no sea el cansancio. ¿¡Por qué su recuerdo viene cargado con tanta lujuria!? ¿Por qué quiero lanzarme al mar?

Las sirenas vuelven a aparecer, me extienden las manos y me hacen señas. Me muestran todo lo que puedo tener si las acompaño, pero en ningún lugar veo sus ojos. La cantidad de años que no los he vuelto a ver, quizás aún más que la cantidad en que su memoria vino a quitarme el descanso, es la misma que llevo sin pisar el almizcle formado en el agua cuando se calma la agitación de la superficie.
“Vuelve a casa” me piden ellas.
“Vuelve a casa” le pido yo.
De pronto un burbujeo exuberante se apodera de las olas. Ya no me temen. Es como si algo todavía peor las obligara a hacerme languidecer ante las peticiones de las sirenas.  Gritan desaforadas, golpean con furia todo lo que se cruce en su camino. Llegan a mis pies aprisionándome en la escapatoria, deteniéndome absorta cuando la figura de carruajes tirados por tiburones incide en la escena, tomándome por la cintura y llevándome al fondo.
“Él está en casa” susurran los vientos.
“Yo no puedo volver”.


 ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER
© Francisca Kittsteiner, 2008 - 2009.
- Franykityzado por Klaus, ©2009.