lunes, 24 de febrero de 2025

VARAZÓN DE ERIZOS


 


 

 

Era el lugar de siempre, un punto muy discreto entre el mar y la tierra, donde  humanos ni la luz tocara a sus pieles.

La Sirena con un cigarro entre los dedos y él con el tiempo de mundo escondido en su reloj; si la Tierra se retrasaba en su órbita era porque el Rey de Inframundo jugó a ser Dios.

 

La noche estaba oscura y a lo lejos Venus se vestía del color del fuego, la luna debutaba en creciente y las luciérnagas bailaban romances con la espuma del mar. Si ella estaba inquieta, las olas igual.  

Llevaban tantos siglos en su ritual de negociación que en algún momento pasaron de ser rivales defendiendo sus territorios  a amigos nostálgicos.

 

Primero llegó ella. Ordenó a las mareas avivarse para que la conversación se perdiera en su reventar, después lo invocó con su canto. Ahí estaba él, tan hermoso como la última vez, con los ojos inyectados en sangre, alumbrando al vacío con su ferocidad.

 

- Hola - dijo la Sirena - tanto tiempo

- Hola Princesa del mar. Necesito tu ayuda. Después del eclipse pasado, varios demonios no volvieron al Inframundo, se quedaron vagando entre las corrientes. Descubrieron que tras un tiempo el ardor insistente en sus cuerpos desaparece con la sal de tu reino. Deben volver o te causarán daño Sirena. No quiero arriesgar nuestra tregua por ellos.

- Dime cuántos son y haré que los busquen ¿Qué hago con ellos después que los encuentre?

- destrúyelos por insolentes

Conversaron de todo un poco. La Sirena le contó que al final de todo, recuperó su corazón. Ya no era una exiliada y que posiblemente volvería para siempre al mar. Él le dijo que estaba cansado de tanta soledad, que el peso de  la corona lo colapsaba, pero que no queda de otra sino hasta seiscientos treinta y dos años, cuando pueda negociar su salida a cambio de un alma que por voluntad acepte quedarse en el infierno.

 

Ese día ella decidió ir a dormir a la casa desde donde vigila a las costas. Si los demonios la buscaban sería más fácil atraparlos en tierra. Deshizo la barrera de protección que hace tantos años conjuró para su refugio y fumó un último cigarro, cerró las ventanas y se fue a dormir. Nada. Fue una noche tranquila y plácida y sin las tribulaciones acarreadas por los demonios. Sin embargo, esa noche, el mar se volvió loco, explotando con ira sobre las rocas, lanzando golpes a todas partes, cubriendo las riveras con espuma densa y amarillenta. Los demonios habían encontrado con qué jugar.

 

Sirena volvió al agua. Al general de los tritones le dio la orden de encontrar como fuera a los invasores y traerlos con vida ante ella.

Eran 3, pero tres comandante de legiones. No sería fácil encontrarlos a menos que cometieran un error.  

Se desplegaron las fuerzas marinas a cada rincón del mar, vigilando las bahías y escudriñando las costas por si acaso decidieran salir a la tierra. Ahí los demonios cazan mejor.

Se corrió el rumor de una recompensa a cambio de información que llevara a la detención de los demonios y nada.

 

Durante una semana, nada.

 

La Sirena dejó vacío el trono.

 

Volvió a tierra, a su vieja casa con la barrera protectora deshecha, a sus clásicos cigarros en la noche y a contener el hambre que demandaba vidas. Era una trampa.

 

Para ningún ser sobrenatural le era indifertente el trono del océano. Tanto poder contenido en las olas, la bruma cegándolo todo y un batallón de criaturas a su merced. Tanto misterio oculto bajo el velo de lo traslúcido y un suplemento de almas infinito a placer de su gobernante.

 

Tic. Tac. Tic. Tac. Solo era cuestión de tiempo. Ella no podía estar en su reino pues el agua transmite su presencia a cada habitante del mar. Si ella estaba ahí, los demonios no se acercarían.

 

En el fondo del mar, comenzaron a aparecer cadáveres de peces comidos a la mitad, con ls tripas roídas y sin ojos. Ni un tiburón mata por matar.

Los ojos de los peces contienen los secretos del océano. Quién los tenga sabrá la geografía exacta del lecho marino, lo profundo de sus abismos y lo peligroso que es un volcán activo en el fondo del agua.

 

Estos demonios planeaban algo más que una estancia pacífica. Entre más austral el océano, más calmaban su piel en llamas.

 

Solo el comandante de los tritones podía salir a tierra y siempre que la Sirena lo permitiera; era un trato que tenían entre ellos: la obediencia absoluta a cambio de caminar en el mundo humano unas cuantas horas.

Encontró a la Sirena observando desde las rocas, con un cigarro en manos y lo suficientemente lejos para que ni una gota tocara su cuerpo.

 

- Vengo a informar el recuento de los días Princesa. Ningún rastro de los invasores, pero las corrientes traen información de un posible avistamiento  al sur de aquí, próximos al nacimiento de Humboldt

- Ya veo. Se están acercando ¿cuántas bajas llevamos?

- muchas menos de lo que estábamos esperando .

- Ya veo. ¿Hasta cuándo te quedas?

- Esta tarde y regreso. - No hablaron más y se separaron.

 

La Sirena conjuró al mar. Se volvería más frío hacia el norte hasta Pichilemu. Las olas serían mas grandes para mantener lejos a los humanos y los días serían cálidos para que se quemaran con el sol. Conjuró  defensas al rededor de su trono que destruiría de inmediato a quien lo usurpase . nada pasó ese día.

 

A las doce cincuenta y siete del día diez, cientos de erizos morados explotaron  n dirección al trono, envenenando lentamente a los tres demonios, clavándose con cada movimiento más adentro en su piel. Cientos hicieron lo mismo una segunda vez hasta asegurarse que nadie saliera vivo de ese lugar

La Sirena sintió en su sangre el disturbio , despertó exacerbada y en menos de tres minutos que estaba adentro del agua.

 

- Asesínenlos. Quítenles la piel pedazo a pedazo y dénselos de comer a las jaibas.

 

Aparecieron jaiba de pinzas enormes subiendo por entre los erizos comiéndose vivos a los invasores . dejaron limpios los huesos y de su existencia no quedó más que calaveras tiradas en el suelo.

 

- Quiero a estas tres - dijo apuntando a las calaveras - adornen mi carruaje.

Avísenle al Rey del Inframundo que ya fue controlada la situación  y que la paz, sigue.

 - ¿Qué hacemos con los erizos muertos, Princesa?

- Dejemos un aviso. Que aparezcan en  las costas por la mañana. 



ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 


jueves, 6 de febrero de 2025

LA CONVERSACIÓN






La semana no había sido buena, no por un algún hecho en especial, sino por la premonición sobre algo extraño sucediendo en el mundo.


Días consecutivos con vaticinios de males peores de los que la humanidad ya conoció: Un círculo en el sol, un círculo en la luna, circulo en el sol, circulo en la luna y baja marea cuando es Mayo, en Chile y en plenilunio. Lo sabía.


Tenía el alma intranquila, como a la espera de cualquier tipo de señal que le advirtiera porvenir, y todo estaba confuso, casi indescifrable y eso, le agitaba todavía más la conciencia.

Había aprendido muchas cosas en esta vida, sobre todo a encontrar pistas de catástrofe camufladas en los designios de la naturaleza. Era su don especial, el predecir cataclimos, muerte, miseria ¿A cambio de qué? Aún no lo sabía, pero mantenía una que otra idea vagabundeando por aquí y por allá. Algo pasaba.



Se volvió  imperativo ir a casa a buscar consejo,  así que tomó el auto y condujo dos horas y media con dirección al sur oeste para encontrarse con el mar.

En medio país se había desatado una tormenta, mas allí, ni rastros de nubes. El día se presentaba mejor que cualquiera de los del verano.

“Volví a casa, querido – Le dijo mientras metía los pies en el agua helada, siempre helada de Pichilemu. - ¿Me extrañaste? – Silencio. – Yo sí, por eso volví. Ya no aguantaba un día más sin conversar contigo. Necesito consejo y sabes a lo que me refiero. ¿Por qué me exiliaste si no entiendo lo que está pasando? ¡Déjame regresar contigo, te lo suplico! – Silencio. Comenzó a caminar por la rivera ante la negativa a sus lamentos. Así se pasó la tarde.



Ya al caer la noche y cuando el aliento se empieza a condensar en arabescos de humo, sintió el desequilibrio. Se asomó al balcón y paz absoluta existía, donde debería haber furia, griterío, algarabía y olas estallando en todas partes. Era como esa calma particular que precede al caos.

“Mejor me voy a preparar la cena” Pensó.



Prendió el fogón de la terraza y de paso, un par de cigarros. Fue a la cocina a sacar los mejillones del refrigerador, una copa y una botella de Riesling guardada hace mucho por si se daba la ocasión.

Tiró los mejillones a las brasas y puso los pies sobre el barandal, observando fijo el horizonte, como escrutando alguna anomalía. Ese día, las nubes formaban un espectáculo magistral, dibujando sobre la línea del mar los perfiles de islas olvidadas y  rostros familiares, desintegrándose para dar cabida a los últimos rayos que entregaba el sol. Las nubes hicieron el amor frente a sus ojos antes de oscurecerse todo. Tuvo envidia.



Sirvió la copa.



- ¿Sabes hace cuánto que tengo esta botella guardada? Incluso más años de los que llevo conversando contigo. Te daría un poco, pero se te olvidó cumplir tu parte del trato. Obligada a tomármela sola. No sabes de lo que te pierdes por maricón.



Se quedó inamovible desde las siete de la tarde hasta pasada las dos de la madrugada, cuando marte se presentaba de frente invitándola a bailar, sorbiendo a intervalos regulares el  contenido de los mejillones. 



Hipnotizada por el vaivén de las aguas, comenzó a cantar en una lengua que solo él y ella conocían, reprochándole el silencio y lo inquisidora que se había vuelto su presencia a su lado.

Seguía pensando en la razón de su agitación y no apareció nada. Lo único que tenia claro era que no leería las cartas nunca más, pese a que las guardaba en la cartera. Jamás.



Había que renunciar a mucho para poder conocer una miseria de futuro, dispuesto a cambio a la primera de posibilidades. La ultima vez que lo hizo, le quitaron la felicidad y su destino se distorsionó, teniendo todo lo que le dijeron e incluso más, pero sola, después de haberle levantado ilusiones de romance. No lo volvería a hacer y punto.



Se acabaron los cigarros, por lo tanto se acabó su permanencia en el balcón, no hubo más por hacer que ordenar los platos, llevar las cosas a la cocina y traer un balde con agua para apagar el fogón y lo supo.

Era la misma sensación que queda al encontrar descaso tras caminar la vida entera: un hormigueo entre dolor y placer en las piernas acalambradas, mezclado con el alivio del descanso al final del camino. Era libre.


Siempre estuvo convencida de haber sido ella quien tomó rehenes, de haberse convertido en la carcelaria de destinos depositados en sus manos hace muchos años, pero no, el amarre de manos y piernas y el futuro en suspenso, era de ella. Era libre.

- ¿¡Esto es lo que tenías por decir!? ¡No fuiste capaz de prevenirme primero! ¡Maricón!  ¡Mil veces maricón traicionero! – Gritó a todo pulmón mientras se alzaban las olas con ruido creciente. - ¡Lanza todo de una vez! ¡Dime todo de una vez!

Abrió los brazos inhalando tan profundamente que se le congelaron los pulmones y sintió la estocada atravesándole el cuerpo, angustia, libertad y agonía, ilusiones desechas y ahora, sí que se presentaba flamante la incertidumbre.


En la cuidad, a dos horas y media al noreste, estaba el causal de todo. Él le entregó el corazón a otra mujer y con eso terminaba de una vez y por todas, el lazo que lo unió al pasado y por lo mismo, inevitablemente a ella. No volvería a ser feliz, sino era con ella, aunque estaba dispuesto a sacrificar todo con tal de olvidarla. Fue mayor el daño causado por un romance tan grande, siendo tan jóvenes, que se les escapó  de las manos. Con ella fue  alcanzar el límite de lo permitido para las personas. Nada se podría comparar, eso estaba claro, pero tampoco nada se perdía con intentar.



Ella se sentó en el barandal sin derramar una lágrima porque muy en el fondo, arraigado en lo más profundo y prohibido de sus pensamientos, de esos que se piensan y antes de terminarlos, se censuran y no aparecen otra vez porque el miedo de su profecía era amenazante, sabía que era cuestión de tiempo para que la reemplazara. Sin embargo, ahora le habían arrebatado el corazón  y el vacío se dejó caer sobre sus hombros.

Habría preferido no saber. ¡Maldito don de mierda! ¡Maldita bruja de mierda! ¡Maldita por amarlo!



- ¡Déjame ir a casa, por favor, te lo suplico. Ya no quiero quedarme aquí. Permíteme ir contigo. Llévame y abrázame! – Dijo sin levantar la vista del tableado del piso. – Quiero volver ¡Pido asilo! ¡No puedes negarme el asilo!...  es lo único que no me puedes negar – Comenzaba a desfilar hileras de cristales iridiscentes por su mejilla. Continuó el silencio… Ninguna respuesta. Se le fue la noche.

Cuando se dio cuenta de su nueva realidad, cerró la casa y no la pisó de nuevo. Regresó a la cuidad a medias, conduciendo por inercia tras tantas veces recorrido el camino. Manejaba sin hacerlo en verdad.

Y así vivió, a medias, con un hueco creciente en donde existió su corazón, riendo sin felicidad y amando sin amar, porque en todos encontraba algún detallito que le hiciera despertar la imagen de él. Vivó en piloto automático durante 4 años.

Él amó, y más de una vez, aunque eran amores con fecha de expiración temprana, intermitentes y para nada memorables. Volvió a amar sin ella rondándole los sueños. El fantasma murió. Ella desapareció, estaba consciente y contradictoriamente apareció una mezcolanza entre nostalgia y dolor en el lugar que ella ocupó. Era feliz. Estaba tranquilo. Su universo equilibrado y era eso lo que le cortada la felicidad plena, la tranquilidad instalada en su vida. Demasiado. Pasaron 4 años.



Casi se habían transformado en un susurro desde otra dimensión, un nombre escasamente familiar e  imposible de recordar del todo, un "parece que lo conozco, pero  no sé".
Ella dejó  de pensar en la causa del término, siguió  adelante descorazonada pero más fuerte y orgullosa  que nunca. Decidió que si el amor no era lo suyo, encontraría la manera de hacerse del poderío del mar. Volvería en gloria y majestad al lugar que le dio vuelta la espalda tras apostar el corazón con alguien de tierra y perderlo.  En eso se agotaron los días, hasta que hubo cambio en la manera de girar del mundo. Una suerte de profecía se desplegó  ante sus ojos y escuchó  una voz hablando entre el ruido de la cuidad.

-Princesa, vete de aquí. - Alguien la observaba desde lejos.- Princesa, vuelve a tu casa  y refúgiate en el mar. Aquí se consumen los sueños y te harán daño. No perdona que no le hayas entregado tu amor. Hazme caso y vete.
- ¿Quién  eres criatura? - contestó  sin pensarlo  dos veces - ¿Por qué me adviertes  dolor?
- Te observo desde que naciste princesa. Soy yo a quien sientes caminar por las noches cuando andas cerca del mar.
- ¿Quién te mandó criatura? ¿Por qué llegaste tan lejos si aquí no hay agua?
- Tu mensaje fue entregado. El rey de los demonios se enteró y viene por ti y por él, por eso te digo Princesa, que te alejes de aquí. Los océanos lo encontraron, sintieron su energía al tocar el agua y le dijeron que tu amor es solo de él y para siempre. Él lo sabe y se debate entre su conciencia y orgullo. Los océanos le dijeron que su princesa lo buscaba desde hace una década, con el deseo intacto y la ansiedad en fervor. Sin embargo, al mismo tiempo en que le entregaban tu mensaje, el Rey de los demonios también lo supo, y ¿Sabes cómo ocurrió esto Princesa?...
-Criatura, no me digas, yo ya lo sé. Solo dime dónde está él.
-Mi función es protegerte a ti Princesa, no al mortal. - Desapareció.


Ya la locura se había hecho parte de lo cotidiano. Vivir en alerta  y lista para matar, mas no para morir, era la prerrogativa diaria  desde que tomé la comandancia de los mares. Tenía más enemigos que aliados. Mi reino es muy grande y precioso... todos quieren un pedazo. En el caso de los demonios, quieren el acceso directo a través del fondo marino, saciar el dolor de una piel perpetuamente en llamas con el abrazo analgésico de las olas y mis ojos para ver el futuro.
Tiempo atrás, cuando aún éramos jóvenes, el Rey de los demonios y yo, fuimos amigos.
Cuando la luna se llenaba, salía del agua y él de entre las tinieblas, para caminar resguardados por la luz incandescente que competía con el sol, al  jugar a hacer día, la noche más profunda, caminabamos y conversábamos de todo el tiempo vagando en este mundo y de lo vieja de su historia, de nuestras almas encadenadas cada una a su reino y del anhelo de conocer lo que se escondía en los límites del universo. De lo doloroso que era para él soportar el fuego abrasador en los ojos y de lo mucho que aniquila la sed, cuando me alejo del mar. Éramos una suerte de consuelo mutuo y en nuestros reinos había paz. Hasta que un día me fui. Ya no soportaba vivir a costa de hurtar  vidas ajenas, confinada a un lugar para siempre donde existían tantos mundos muertos como penitentes en el infierno. Tiempo atrás supe, que él me amaba en secreto.

Me fui sin decirle a nadie, confiada en la idea pueril  de que solo serian un par de días, pero lo vi y mi corazón latió por primera vez, no por sed, sino de amor. Supe en un segundo que ya no pertenecía al mar, sino a sus manos y deseos. 


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

ECLIPSE






Se oscureció la luna de pronto, los mares comenzaron a ascender revueltos por el caos de no tener a quién seguir. Hubo silencio en el mundo por dos segundos para ser aniquilado luego, por las voces de los demonios liberados en la rivera de la playa. Hacían mariguanzas con las ilusiones de aquellos que por azares del destino, justo esa noche decidieron salir a buscar rumbo entre la bruma. Yo era una de ellos.

 Hubo confusión en mi cabeza todo el día. No sabía qué elección tomar: si seguir insistiendo en un amor forzado o arriesgarme a que pasara el tiempo desperdiciado en soledad. Entonces, salí. Necesitaba conversar con el mar, contarle que me había enamorado entre octubre y diciembre, pero que ya al amanecer enero entendí, era solo compañía y nunca amor, decirle que la vida se presentaba con pasos firmes delante, sin yo tener un plan de respaldo y que cada día la caligrafía ha empeorado, al borde de ni yo misma entender lo que escribo.
 Salí provista de cigarros y una cerveza casi congelada a caminar sin destino cuando apareció.
 Una imagen conocida venia de frente, idéntico a la última vez que lo vi, con su torpeza elegante y la sonrisa cautivadora. "Esta es la respuesta a lo que necesitaba" - Pensé, sin considerar las probabilidades de encontrarlo vagando sin rumbo en una playa deshabitada a la 1:30 de la madrugada del lunes. Si cuando se trata del corazón, la inteligencia se me va a la mierda.

 Me pareció caminar por horas sin lograr disminuir la distancia entre ambos, pero convencida de si apuraba el paso, lo alcanzaría en algún momento.
Comencé a gritar a todo pulmón un nombre que creía olvidado. Sílaba por sílaba la herida se iba abriendo para superar dolor mezclado con melasma. Mi alma lloraba su nombre así como ausencia la mayoría del tiempo, mientras yo confundía las lágrimas con la condensación de la niebla sobre el rostro.
 Me detuve. Comprendí, embriagada en desesperación que nunca más podríamos estar de nuevo juntos y todo por mi culpa.
Dejé caer la botella a la arena para seguir camino mar adentro.
La corriente me arrastró profundo, tanto que la cuidad se había convertido en un punto de luz cintilante y aún no sabía qué decisión tomar: si dejarme sucumbir ante el poder del mar o pelear por mi vida, aunque realmente no me importaba; por primera vez en años estaba en paz, sin necesidad de obligarme a la mayoría de todo para continuar con las obligaciones autoimpuestas.
Si moría en ese instante, sería una muerte feliz.

 La luna recordó que todavía le quedaba noche por brillar y apareció sutil, pero fulgurosa, después de haberse perdido entre los coqueteos del sol. En menos de 30 minutos, estaba ahí: más hermosa que nunca, con más luz que nunca, iluminando la oscuridad reinante y calmando a los mares con solo sonreír.

- "¿Qué estoy haciendo?"- pensé. - Llévenme de vuelta a la orilla- Ordené a las olas, mientras sentía su amor envolverme con dulzura. - Creo que soy la primera sirena que no sabe enamorar y termina sufriendo...

- Eres la primera sin intenciones de matar, por eso terminas sufriendo. - Reconocí una voz familiar detrás. - Te advertí te alejaras de la tierra y te fuiste a perder a los dominios de los Hombres de las Nieves. Alguien como tú, no puede desaparecer tanto, si tu corazón es de sal y espuma.

 - No es por él por quién sufro, criatura. El Hombre de las Nieves, me amó como ningún otro. Es por uno que dejó de hacerlo, uno que conocí tiempo después de marcharme lejos, cuando aún era joven y aprendía la diferencia entre ser mujer y sirena y un poco de ambas; jugué con él, lo hice sufrir, ahora me arrepiento. No sé porqué después de tanto tiempo vuelve a rondar en mi cabeza, si hace años no pensaba en él. Duele más que nunca la herida.

 - Eso es por el eclipse Sirena, a todos nos perturba ¿No te acuerdas te conté que cuando esto ocurre, es mejor estar fuera del alcance de la luz de la luna, muy perdida en las profundidades o tras miles de murallas? Los demonios aprovechan la oscuridad del mundo para salir a cobrar vidas inocentes. Tú no moriste porque te adentraste al mar. Tú no moriste porque eres hija de Poseidón y por sobre todo, tú no moriste porque alguien en la tierra debe estar esperándote. Así que vete. - Me dio un beso en la frente .
- Llévenme a tierra. - ordené a unos lobos marinos.

 Llegué a casa tras despedirme de las olas, eran pasadas las 4 de la madrugada cuando sonó el celular.

 - ¿Aló? - Se congeló mi respiración.

 - ¿ Dónde estás? - Lo interrumpí.

 - En Pichilemu, cerca de donde solías vivir. No sé qué pasó, pero he luchado toda la noche contra la necesidad de llamarte y perdí.

 - Ven, yo te estaba esperando.

 - ¿Estás segura? - preguntó más emocionado que cobarde.

 - Ven, ya te demoraste mucho.

 - Llevo una botella de vino como ofrenda.

 - Tráeme mi corazón y estamos a mano. -Dije, riendo.

 - El corazón, siempre lo haz tenido tú.

 - Entonces ven, y haz de mí, lo que quieras.


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

LA SED







"Tengo hambre - Pensé mientras me servía una copa de vino. - Hace tiempo no sentía el requerimiento. Ya no recuerdo la última vez que comí."

 Hay costumbres imposibles de dejar atrás, aunque se trate de olvidar las raíces, la herencia, la familia... la sangre. Salí.

 Pretendía negar el instinto adormeciéndolo con placebos ilusorios como las continúas copas de vino al caer la tarde cuando asomaba el menester de alimentarme, aunque últimamente hay algo en la oscuridad, un hipnótico displicente tentando a mis fuerzas a flaquear con mayor facilidad, como si tuviera que... las divagaciones son sencillas cuando hay tiempo de sobra.

 La noche se presentaba tranquila, sin viento y el mar en calma, pese a que durante la tarde libraba una batalla campal contra las costas. El cielo abierto, sin rastro de nubes amenazando con frío y los grillos entonando una canción melancólica entre los pastizales, era el preámbulo necesario para satisfacer el apetito.


 Mi sed se acrecentaba con cada paso.

 No fue difícil encontrar lo que buscaba, solo me bastó caminar un par de kilómetros por la arena, donde las luces desaparecen para dejar cabida a las almas en pena. Nunca es buena idea salir de noche. No se sabe lo que se puede encontrar.

 - Hola - dije, mientras exhalaba una bocanada de humo.

- Hola - Contestó.

 - ¿Qué haces aquí tan tarde?

 - Vine a caminar un rato.

- ¿ Tus pensamientos no te dejan dormir? - Pregunté con la vista en el horizonte. Ya lo tenía.

 - ¿ A ti tampoco te dejan dormir? - Río. Solo necesitaba que me mirara. - ¿Ves esa luz allá a lo lejos? - Dijo apuntando a las aguas - Es un buque echando redes.

 - ¿ Ah si? - Volví a expeler humo. - ¿Cómo sabes?

 - Soy marino. Reconozco a lo lejos a los navíos y este, es un industrial. ¿ Tú qué haces? - me miró.

 - Yo cazo. - Boté el cigarro y lo besé.

 Era un hombre joven, con el alma ensombrecida por el dolor aunque reverberante de vida golpeando fuerte con cada palpitar, con los ojos grises y cansados, trémulos al mismo tiempo por la inocencia vestigial marcada a fuego en el correr de los años.

 Respondió a mi beso, tanto como el aliento le aguantó.

Me tomó de la cintura aprisionándome entre sus brazos, como un náufrago a una tabla flotante, quizás presintió la mala idea de haber salido a caminar solo.

 - Desnúdate - Dije con la voz encendida y los ojos enrojecidos. - Ahora, me perteneces. - Rió. Hay que dejarlos creer un poco en los milagros cuando se pide tanto de un desconocido.


 Comenzó a quitarse el abrigo para luego desprenderme de un zarpazo el vestido color coral guardián de mi intimidad. Siguió con cada prenda que traía encima, atolondrado por la exasperación de la carne en fulgor. Tomó mi mano dirigiéndome hacia los resguardos de las dunas, pero me negué.

 - Aquí, donde rompen las olas.

 - ¿ Y el frío? El agua está helada. - Respondió.

 - Ya no más. - Lo besé otra vez.

 Era la última oportunidad ofrecida para marcharse: el cambio de la temperatura del mar. Si eso no le advertía nada, ya nada más podría hacer. Se quedó.

 Siguió besándome, recostado junto a mí mientras las aguas nos lamían la piel cuando una mano aventurera comenzó a recorrerme hasta llegar a su objetivo de mi entrepierna dispuesta al afán de sus dedos. Separó mis muslos al tiempo que sorbía la lujuria emanada de mis pechos. Hice a las olas retroceder. Lo quería disfrutar en pleno, sin interrupciones ni testigos de más. Gemidos de placer empezaban a rellenar el aire cuando su boca se aproximaba peligrosa al punto de hacerme perder la cordura. Apareció su erección provocadora intentando adentrarse en los límites de este mundo con el otro.

 - Es tiempo. - Le dije y me dispuse sobre él.

 Lo sentí vehemente adueñándose de cada espacio en mi interior, embistiendo con lascivia y sujetándome de los glúteos para que no fuera a escapar.

 Gimió él también al enterrarle las uñas en sus brazos bien formados que me tenían de rehén.

- Eres hermosa.

 -Cállate y sigue. - No estaba ahí por la conversación, eso era claro.

 Aceleró el ritmo y la intensidad para hacer que mi cuerpo se expandiera hasta el infinito, explotara en mil pedazos y volviera a unirse antes de finalizar el orgasmo. Un calor sensual apareció donde nos uníamos. Supe que él también había acabado.

 Exhaustos nos quedamos prendidos por el sexo un par de minutos.

 - Asciendan. - Ordené y la marea nos arrastró mar adentro. La sed era inaguantable.

 De mi piel brotaron escamas y se afilaron mis dientes.

 - ¿ Cómo te llamas? - me gusta saber sus nombres.

 - Dame el nombre que quieras - me besó. - Total, ya no necesitaré uno... hermosa sirena. - acaricié su rostro con dulzura antes de devorar el resto de vida que le quedaba.

 - No, ya no necesitarás uno. - Dije después de soltar su cuerpo inerte a las profundidades. - Ahí tienes otro juguete.

 Nadé hasta unos roqueros cercanos para bañarme de luz de luna por un rato, mientras tanto esperaba se secaran las escamas. Es más seguro estar en los filos de las rocas que en la suavidad de la arena. Son menos traicioneros.

 Recogí mi vestido y me puse encima el abrigo de aquel hombre, porque ya el frío había aparecido en escena. Encendí otro cigarro antes de retomar camino a casa, ya satisfecha y creyendo que con él y su juventud sería suficiente por un largo tiempo. Este es el precio de mi naturaleza.

 A lo lejos, muy escondido entre los dunales: Otro... ¿Dos almas en una misma noche? Era algo que no podía dejar pasar.
 - Hola - Dije.

 - Hola - Contestó.

 - ¿ Qué haces aquí tan tarde?

 - Vine a calmar mi sed... Sirena.

 Supe entonces, que la moneda estaba en el aire.

ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

HIJA DE POSEIDÓN CUENTO LARGO







Había oscuridad en el mundo cuando amaneció ese viernes, frío glaciar apoderándose lento de las ganas de vivir, hasta robarlas por completo de un golpe, tras abrir los ojos luego de sentir tu voz colándose por las rendijas. 
Estaba sola, amparada en el resguardo de mis dominios: yo y mis demonios durmiendo en paz, después de liberarlos para causar caos a voluntad durante el día. Éramos una legión en animación suspendida, despertada únicamente cuando el peligro era inminente o  la venganza menesterosa. Un recurso para ocasiones especiales. Hubo una presencia rondando por las noches, todos los días hace algunas semanas y a la misma hora. Era habitual que algún que otro espíritu viniera, sin embargo, hacía caso omiso. Cuando no se les pone atención, se aburren y se van, fácil. Pero este insistía al borde de darme un beso antes de caer en sueño profundo.  Asumí que se trataba de un espíritu joven. Nunca le dirigí una palabra, hasta que habló con tu voz. 
- ¿Qué dijiste? – pregunté al aire sin tener respuestas salvo una ligera brisa acercándose de a poco a mi cara, mientras aún me encontraba arremolinada entre la ropa de cama. – Ya no me molestes, es en vano. 
- Francisca abre los ojos, va a temblar. – Se oyó decir desde algún lado inmaterial de la habitación. 
Acto seguido, el piso se movió con ira. En dos segundos estaba  en el umbral de la puerta con las llaves en la mano y los zapatos puestos, lista para plantar la carrera quince pisos abajo. -Ya pasó-  pensé. 3:05 am tan puntual como siempre. Volví  a la cama. Era muy temprano para empezar la batalla otra vez. Susurró una cosa que no pude entender. 

Amaneció con la neblina envolviendo a la ciudad en una bocanada de melancolía, trayendo de un golpe el olor a invierno. Me gustan los días así, tienen su encanto. Manejé los protocolares cincuenta kilómetros hacia el trabajo tratando de comprender la profecía susurrada. Esta tarde. Cuando  regrese a casa, tendría una conversación muy seria con este nuevo inquilino. 
Ahí estaba de nuevo su presencia sentada en el lado del copiloto. 
- ¿Qué quieres?
- ¿Cuándo volverás Princesa?
- ¿Quién eres?
- Has pasado mucho tiempo lejos de tu reino. Me enviaron por ti. Sabes que no perteneces a este mundo… debe ser agotador aguantar la sed crónica y el aire secándote las escamas. 
- ¿Quién eres?
- Uno de tantos enviados por ti. Regresa Princesa, ya es hora. 
- Yo no pertenezco a ningún lugar criatura: ni a la tierra, ni al mar, ni a la montaña. Ahora seré el viento. Libre. 
- Sabes que no es verdad, Sirena. He visto tus sueños, siempre poblados por la inmensidad del mar, olor a sal y efervescencia… y hasta hace poco, él.  – Ya sabía a donde iba a ir a parar. – Él tampoco es de este mundo. 
- ¿Es por eso que hablaste con su voz? 
- Es para advertirte. Será tu perdición. 
Ese día sería el último de trabajo después de un año atareado y casi sin descanso, tanto así que corrieron los meses sin poder regresar al mar. Ya la vida se hacía petulante, pero solo necesitaba esperar el agotamiento de las horas para emprender rumbo 350 km al suroeste, quitarme la ropa y adentrarme en las aguas. Saldría temprano. Los viernes generalmente la gente falta a sus controles médicos, sobre todo si son en vacaciones. 
 ¿Mi perdición? De pronto sus palabras aparecieron en mis divagaciones. Cómo podría serlo si hace años no sé nada de él, aunque su voz continúa clara en mis recuerdos, tanto como el calor de sus brazos cuando me resguardaba de los miedos. 
¿No es de este mundo?... ¿Habrá muerto? La muerte aparece cuando no se espera, cuando no se le teme y él, se alejó de mí precisamente por el miedo a morir.  “Las personas felices mueren. Yo he sido feliz contigo, pero todavía me quedan cosas por hacer”. Pensé que ya no dolería el clavetear de tamaña estupidez en mi cabeza. 
- Doctora – Una joven que no conocía entró a mi consultorio.  – Ya no le quedan más pacientes. – Le dirigí una sonrisa en respuesta. 
Arreglé las cosas, cerré el consultorio y me fui. 

Era tarde ya en la noche. Se me había pasado el tiempo leyendo una novela de dramones amorosos, destruyendo a una legión de cigarros y terminando una botella de vino blanco reservado para apalear el dolor, cuando el reventar de una ola me trajo de vuelta a la realidad, haciéndome dar un brinco del sobresalto. 
- ¡Mierda! ¡Son las tres! – Dije mietras me paraba de la silla y comenzaba a guardar las cosas. Me acerqué al balcón para cerrar las ventanas. – Es tan claro afuera que podría perfectamente bajar a las rocas a leer. -  Dos perros negros pasaron persiguiendo a las sombras. – Anda suelto el Diablo. – Dije antes de entrar a la casa. 
Un escalofrío recorrió mi cuerpo ¿Esto es… miedo? Descarté la idea tan pronto como fue parida. 
Dormí agitada, despertando a intervalos regulares porque había ruido, pero era demasiado cobarde como para dejar el resguardo de mis sábanas, hasta que un golpe seco trajo de vuelta la vigilia. 
- Alguien se metió en la casa. – Dije en voz alta.  Tomé el celular y comencé a caminar con las luces apagadas. Si había alguien, lo atraparía más rápido en la oscuridad. Nadie. Solo era el bamboleo de una de las ventanas mal cerradas de balcón. – Estúpida. Tanto vino te atrofió las neuronas… 
Me levanté cuando el sol estaba muy alto en el cielo, mal que mal, no tenía nada por hacer salvo dedicarme a la contemplación del mar. Amo las vacaciones. Sin embargo, un cosquilleo familiar decidió instalarse en mi vientre, reclamándome el correr del tiempo sin haberme saciado las fuerzas. Lo ignoré, algunas veces funciona, otras tantas es menesteroso el uso de sucedáneos de placer para amortiguar un poco los requerimientos y otras, nada sirve. 

Traté de mantenerme ocupada lo más posible: Limpié la casa, reordené los muebles, fui a caminar, saqué a los perros, cociné para un ejercito, volví a descorchar otra botella de vino… PEGAR LA SED!!!!!!!

- ¿Quién te mandó criatura? – Respondí a la defensiva
- Aquel que siempre te sigue los pasos. 
- ¿Qué quieres?
- Prevenirte – Otro más. 
- ¿Prevenirme? ¡Pero si me asechas! ¿Fuiste tú el que entró a mi casa anoche?  Sabía que no estaba sola. 
- Entré para asegurarme que no te hiciera daño. Escúchame Sirena, no tengo mucho tiempo, ya el amanecer se acerca peligroso y yo desapareceré. Él quiere tu alma. Él quiere tu vida destrozada y en sufrimiento. Quiere robarte, Tesoro del mar, y arrastrarte con él a los infiernos. 
- ¿Por qué? ¿Qué le he hecho?
- Porque quiere el control de las aguas. – Nunca debí Salir a tierra. 
- Tengo que volver. – Le respondí y la criatura desapareció. 
Debía encontrarlo lo antes posible, arreglar los asuntos inconclusos y poner término a la estadía lejos de mi reino. Debía tomar las armas y pelear. 
Agarré el teléfono, mandé un mensaje y diez minutos después tenia lo necesario. 

- ¿Aló? – Contestó al segundo timbrazo. – No me cortes, es urgente – Dije con preocupación, pensando en que no me daría tiempo de explicar, mal que mal le rompí el corazón más de una vez y por placer. Razones tenía para odiarme. 
- ¿Qué pasó Francisca? ¿Estás bien? – Se  sobresaltó. 
- Necesito habar contigo en persona. 
- No tengo tiempo. ¿Estás bien? 
- Felipe, esto no es un juego, te lo juro. ¿Dónde estás? 
- En la cuidad
- ¿Misma dirección? 
- Si
- Te veo en cuatro horas.  – Corté. 
Conduje los 350 km de distancia en silencio, fumando sin parar y sin importarme la cifra marcada en el tablero de velocidad. Lo importante era llegar rápido. Cuando estuve frente a su puerta, antes de tocar el timbre, respiré hondo  y recé una plegaria. Esto iba a doler. 
- Francisca – habló ceremonioso. 
- Felipe, tanto tiempo.  – hizo un gesto invitándome a pasar. 
- ¿Qué te sucedió? ¿Necesitas asesoría legal? – Una sonrisilla se dejó entre ver. 
- Contéstame con la verdad – Asintió. - ¿Tú me amas? – Su cara de fastidio era innegable. 
- Dijiste que esto no se trataba de una treta tuya. 
- Y no lo es. Necesito saber, estar segura. Hay cosas que no te he dicho. De verdad Felipe, esto es de vida o muerte. – Tenía su interés. 
- Entonces, cuéntame. Tengo todo el día. 
- No puedo… 
- Vete de mi casa  y hagas lo que hagas, no me busques más. 
- Felipe… - Agarré su brazo. Sentí electricidad recorrer mi piel. – No tienes idea…
- Si no me puedes decir entonces, muéstrame.  – Como si fuera tan fácil. 
- Tendrás que venir conmigo. 
- Te dije que tengo todo el día. 

Conduje de vuelta la misma ruta, ahora más preocupada en cómo le iba a explicar todo sin abrir cuestionamientos que de seguro no tendrían respuestas. 
La tensión se acrecentaba y era natural. Eran ya siete años sin verlo… Un día simplemente desapareció del mapa cortando la comunicación conmigo, tras decirme por correo un mísero “No me busques más”, parece ser su frase favorita para dedicarle a mi existencia.
Respeté sus deseos, pues entendía el daño provocado al jugar con sus sentimientos hasta aburrirme y hacer de él el arlequín de mis antojos, pero cuando comprendí que además de llevarse su presencia de mis alcances, también se llevó mi amor. 
Puse algo de música para amenizar el viaje, aún faltaba una hora para llegar y ni una palabra de parte de ninguno, aunque, pese al distanciamiento, se mantenía esta suerte de conexión entre ambos, sabía que él estaba tan intranquilo como yo, perdido entre pensamientos carroñeros de alegría. 

- Ya, dime qué te pasa – Le pregunté, mientras bajaba el volumen de la radio. 
- No es nada. – Respondió con la voz temblorosa. No quise insistir. Ya era suficiente con acompañarme. 
Estacioné el auto cerca de un camino que conducía a una parte  secreta de la playa, alejada de toda humanidad y de espectadores no deseados. Caminamos en silencio con la arena ardiendo bajo los pies. 
- ¿Aún me amas? – preguntó sin preámbulo, haciendo que mis latidos se paralizaran. 
- Sí, pero no es importante. – Seguí adelante sin mirarlo siquiera. 
- ¡Cómo que no es importante! – Lanzó un grito cargado de angustia. - ¿¡Qué puede ser más importante que esto, Francisca por la mierda!?
- Asciendan. – ordené y las marejadas se hicieron presente. – Esto. – Lo miré. 
- Buen truco. – Rió. 
- No es un truco. – Contesté enojada. 
- Sí claro, haremos de cuentas que ahora eres bruja, como cuando éramos niños. 
- No soy bruja. Me enfurece que me diga así. 
- Verdad. Sí, recuerdo me corregías diciéndome que eras una sirena. 
- Y lo soy. Es por eso que nunca te pude corresponder. Era un paso en falso. 
- Déjate de estupideces y dime de una vez qué sucede. 
- ¿Todavía no me crees? – Negó con la cabeza.  – Ábranse. – Y un sendero apareció entre las aguas dejando al descubierto el fondo del mar hasta el horizonte. - ¿Quieres pasar? – Le extendí una mano. 
- ¿Qué mierda? – Dijo horrorizado. Con mi brazo di la señal de cerrar el paso y las olas se calmaron.  Continuaba pasmado, sin parpadear. Lo tomé de las manos y nos sentamos. 
- Felipe, necesito que me digas si todavía me amas. 
- ¿Por qué quieres saber eso? 
- Porque si tú me amas, yo no puedo volver… y ahora, es mi obligación. Alguien amenaza mi reino y… mi vida. 
- ¿Tu vida? ¿Quién eres? – Me miraba como si fuera una completa desconocida. 
- Es complicado de explicar. 
- ¿Tu reino? – asentí – Francisca yo… - Se detuvo. Seguíamos tomados de las manos. – lo intenté, juro que lo intenté. Hice todo lo que estaba a mi alcance e incluso llegué a creer que lo había logrado pero… mierda… yo no… - Estaba preparada para escucharlo romper mi corazón y liberarme. – Yo no dejé nunca de amarte. 
Me paré bruscamente, gritando con todas mis fuerzas la rabia contenida en mis emociones. Caminé directo al mar, golpeando con furia la superficie del agua. 
- ¿¡Por qué!? ¿¡Por qué!? ¿Dónde estás? ¡Sal! ¡Aparece! ¡Ya sé que estás aquí! – Grité repleta de odio - ¿¡Dónde estás!? – Felipe se acercaba temeroso a mi lado – Tú no te atrevas a venir aquí – dije apuntándolo y retrocedió. Perfecto, ahora me tiene miedo. 
A lo lejos un burbujeo exuberante revolvió las corrientes mientras el cielo se cubría de nubarrones oscuros amenazando con tormentas y los vientos se alzaban removiendo los dunales para convertirlos en torbellinos gigantes. Lo tuve delante de mí. 

- Papá – Ya estaba más calmada – Tiene que haber otra forma… Una alternativa… - Comencé a llorar – No lo puedo matar, a él no. ¡Quítame todo! ¡renuncio a la sucesión! ¡Ya no me interesa volver! ¡No volveré! ¡Me mantendré escondida incluso hasta del sol!
- Sirena. Conoces nuestras reglas y las consecuencias de enamorarte en tierra: el exilio temporal hasta recuperar tu corazón. Debes regresar, la amenaza es inminente y allá nadie te puede proteger. En ningún lado estarás más segura que aquí, conmigo. ¿Qué es una vida mortal para nosotros? Un lapsus de tiempo que se olvida con el correr de las eras. Tú única opción es matarlo y volver. Su vida, por la tuya. 
- Poseidón yo no puedo – Ya lloraba descontrolada. 
Las olas retrocedieron alejándose de mí. Pensé que se había apiadado, desconociendo su lazo de sangre conmigo para desatar cualquier compromiso, pero no, no lo hizo. 
Felipe estaba tirado en la arena, estupefacto y con la mirada fija. 
- ¿Qué es lo que acaba de pasar? - dijo sin volver a mirarme. 
- Es lo que trataba de explicarte.
-Es mejor que no nos volvamos a ver ( angel de la muerte). No me vuelvas a buscar jamás. Y tú corazón no te lo puedo regresar. - dijo siniestro antes de expandir las alas y desaparecer. 
- Él no es de este mundo - pensé - ¿De quién me enamoré?

Volví a la casa que habito cuando no quiero regresar al mar. Todavía con la cabeza atolondrada, con más preguntas que respuestas, sumida en un trance de cuestionamientos por no entender qué había ocurrido. 

Fumé un par de cigarros esperando la hora en que la criatura suele aparecer. El mar se volvió intranquilo, haciendo aparecer espuma densa en las lagunas. Las olas llamaban mi nombre como en un susurro, invitándome a acompañarlas. Hacía frío y les cielo era más profundo que el ópalo.  La criatura apareció.
-Sirena, te dije que él será tu perdición y no escuchaste. Ahora será más difícil recuperar tu corazón. 
-Pero ¿Quién es? 
- Fue aquel enviado a buscarte. El ángel de la muerte, guardián de la entrada al inframundo.
- Tengo que acabar con él, pero cómo. 

Pasé días pensando en cómo recuperar mi corazón, tratando de entender cómo el hombre al que amé resultaba ser quien me arrastraría al infierno por mandato de su rey. Con razón le teme a la muerte, si abunda en su alma la oscuridad. 
Haría un trato. Era lo mejor. 

Me lancé al mar. 

En lo más hondo y justo en el medio, está la entrada al inframundo, el lugar que tanto tiempo ha estado en disputa, por el que el Diablo desataría una guerra y muy probablemente, la causa de que quiera mi cabeza. Por entre las aguas, el paso al infierno es más corto, pero al mar le robaría las almas que conserva de los naufragios.
Dejé un mensaje para el Rey del inframundo. Yo no puedo acceder a su reino y el tampoco al mío, el único lugar neutro es en tierra. 


"Tengo hambre - Pensé mientras me servía una copa de vino. - Hace tiempo no sentía el requerimiento. Ya no recuerdo la última vez que comí."

 Hay costumbres imposibles de dejar atrás, aunque se trate de olvidar las raíces, la herencia, la familia... la sangre. Salí.

 Pretendía negar el instinto adormeciéndolo con placebos ilusorios como las continúas copas de vino al caer la tarde cuando asomaba el menester de alimentarme, aunque últimamente hay algo en la oscuridad, un hipnótico displicente tentando a mis fuerzas a flaquear con mayor facilidad, como si tuviera que... las divagaciones son sencillas cuando hay tiempo de sobra.

 La noche se presentaba tranquila, sin viento y el mar en calma, pese a que durante la tarde libraba una batalla campal contra las costas. El cielo abierto, sin rastro de nubes amenazando con frío y los grillos entonando una canción melancólica entre los pastizales, era el preambulo necesario para satisfacer el apetito.

 Mi sed se acrecentaba con cada paso.

 No fue difícil encontrar lo que buscaba, solo me bastó caminar un par de kilómetros por la arena, donde las luces desaparecen para dejar cabida a las almas en pena. Nunca es buena idea salir de noche. No se sabe lo que se puede encontrar.

 - Hola - dije, mientras exhalaba una bocanada de humo.

- Hola - Contestó.

 - ¿Qué haces aquí tan tarde?

 - Vine a caminar un rato.

- ¿ Tus pensamientos no te dejan dormir? - Pregunté con la vista en el horizonte. Ya lo tenía.

 - ¿ A ti tampoco te dejan dormir? - Río. Solo necesitaba que me mirara. - ¿Ves esa luz allá a lo lejos? - Dijo apuntando a las aguas - Es un buque hechando redes.

 - ¿ Ah si? - Volví a expeler humo. - ¿Cómo sabes?

 - Soy marino. Reconozco a lo lejos a los navíos y este, es un industrial. ¿ Tú qué haces? - me miró.

 - Yo cazo. - Boté el cigarro y lo besé.

 Era un hombre joven, con el alma ensombrecida por el dolor aunque reverberante de vida golpeando fuerte con cada palpitar, con los ojos grices y cansados, trémulos al mismo tiempo por la inocencia vestigial marcada a fuego en el correr de los años.

 Respondió a mi beso, tanto como el aliento le aguantó.

Me tomó de la cintura aprisionándome entre sus brazos, como un náufrago a una tabla flotante, quizas presintió la mala idea de haber salido a caminar solo.

 - Desnúdate - Dije con la voz encendida y los ojos enrojecidos. - Ahora, me perteneces. - Rió. Hay que dejarlos creer un poco en los milagros cuando se pide tanto de un desconocido.


 Comenzó a quitarse el abrigo para luego desprenderme de un zarpazo el vestido color coral guardián de mi intimidad. Siguió con cada prenda que traía encima, atolondrado por la exasperación de la carne en fulgor. Tomó mi mano dirigiéndome hacia los resguardos de las dunas, pero me negué.

 - Aquí, donde rompen las olas.

 - ¿ Y el frío? El agua está helada. - Respondió.

 - Ya no más. - Lo besé otra vez.

 Era la última oportunidad ofrecida para marcharse: el cambio de la temperatura del mar. Si eso no le advertía nada, ya nada más podría hacer. Se quedó.

 Siguió besándome, recostado junto a mí mientras las aguas nos lamían la piel cuando una mano aventurera comenzó a recorrerme hasta llegar a su objetivo de mi entrepierna dispuesta al afán de sus dedos. Separó mis muslos al tiempo que sorbía la lujuria enamanada de mis pechos. Hice a las olas retroceder. Lo quería disfrutar en pleno, sin interrupciones ni testigos de más. Gemidos de placer empezaban a rellenar el aire cuando su boca se aproximaba peligrosa al punto de hacerme perder la cordura. Apareció su erección provocadora intentando adentrarse en los límites de este mundo con el otro.

 - Es tiempo. - Le dije y me dispuse sobre él.

 Lo sentí vehemente adueñándose de cada espacio en mi interior, embistiendo con lascivia y sujetándome de los gluteos para que no fuera a escapar.

 Gimió él tambien al enterrarle las uñas en sus brazos bien formados que me tenían de rehen.

- Eres hermosa.

 -Cállate y sigue. - No estaba ahí por la conversación, eso era claro.

 Aceleró el ritmo y la intensidad para hacer que mi cuerpo se expandiera hasta el infinito, explotara en mil pedazos y volviera a unirse antes de finalizar el orgasmo. Un calor sensual apareció donde nos uníamos. Supe que él tambien había acabado.

 Exhaustos nos quedamos prendidos por el sexo un par de minutos.

 - Asciendan. - Ordené y la marea nos arrastró mar adentro. La sed era inaguantable.

 De mi piel brotaron escamas y se afilaron mis dientes.

 - ¿ Cómo te llamas? - me gusta saber sus nombres.

 - Dame el nombre que quieras - me besó. - Total, ya no necesitaré uno... hermosa sirena. - acaricié su rostro con dulzura antes de devorar el resto de vida que le quedaba.

 - No, ya no necesitarás uno. - Dije después de soltar su cuerpo inerte a las profundidades. - Ahí tienes otro juguete.

 Nadé hasta unos roqueros cercanos para bañarme de luz de luna por un rato, mientras tanto esperaba se secaran las escamas. Es más seguro estar en los filos de las rocas que en la suavidad de la arena. Son menos traicioneros.

 Recojí mi vestido y me puse encima el abrigo de aquel hombre, porque ya el frío había aparecido en escena. Encendí otro cigarro antes de retomar camino a casa, ya satisfecha y creyendo que con él y su juventud sería suficiente por un largo tiempo. Este es el precio de mi naturaleza.

 A lo lejos, muy escondido entre los dunales: Otro... ¿Dos almas en una misma noche? Era algo que no podía dejar pasar.
 - Hola - Dije.

 - Hola - Contestó.

 - ¿ Qué haces aquí tan tarde?

 - Vine a calmar mi sed... Sirena.

 Supe entonces, que la moneda estaba en el aire.

- Te propongo un trato Rey del inframundo. Te doy paso a través del mar para el recorrido de tus almas, los leviatanes no se interpondrán, a cambio tu me entregas a tu ángel de la muerte. 
- ¿Sabes tú Sirena que el ángel de la muerte cambia de huésped a voluntad mía? ¿No es más fácil pedirme eso? Porque sé que quieres recuperar tu corazón, todo lo que piensa él lo escucho yo. Si vuelve a ser un simple mortal, tú podrás robarle la cordura y recuperar tu corazón. Yo no me interpondré,  así como tú no lo harás cuando abra las puertas del infierno permanentemente. 
- No puedo aceptar eso, te llevarías todas las almas que guarda el mar y con eso no habrían lágrimas que lo mantuvieran saldado. 
- No tocaré a tus almas y cada cierto tiempo, ofreceré algunas a cambio de este trato ¿te parece? 
- Cambia al portador primero - chispeó con los dedos. 
-Listo. 
- Trato hecho. - me estiró la mano y yo le correspondí. 


Pasaron los meses y las noches.  Se oscureció la luna de pronto, los mares comenzaron a ascender revueltos por el caos de no tener a quién seguir. Hubo silencio en el mundo por dos segundos para ser aniquilado luego, por las voces de los demonios liberados en la rivera de la playa. Hacian mariguanzas con las ilusiones de aquellos que por azares del destino, justo esa noche decidieron salir a buscar rumbo entre la bruma. Yo era una de ellos.

 Hubo confusión en mi cabeza todo el día. No sabía qué elección tomar: si seguir insistiendo en un amor forzado o arriesgarme a que pasara el tiempo desperdiciado en soledad. Entonces, salí. Necesitaba conversar con el mar, contarle que me había enamorado entre octubre y diciembre, pero que ya al amanecer enero entendí, era solo compañía y nunca amor, decirle que la vida se presentaba con pasos firmes delante, sin yo tener un plan de respaldo y que cada día la caligrafía ha empeorado, al borde de ni yo misma entender lo que escribo.
 Salí provista de cigarros y una cerveza casi congelada a caminar sin destino cuando apareció.
 Una imagen conocida venia de frente, idéntico a la última vez que lo vi, con su torpeza elegante y la sonrisa cautivadora. "Esta es la respuesta a lo que necesitaba" - Pensé, sin considerar las probabilidades de encontrarlo vagando sin rumbo en una playa deshabitada a la 1:30 de la madrugada del lunes. Si cuando se trata del corazón, la inteligencia se me va a la mierda.

 Me pareció caminar por horas sin lograr disminuir la distancia entre ambos, pero convencida de si apuraba el paso, lo alcanzaría en algún momento.
Comencé a gritar a todo pulmón un nombre que creía olvidado. Sílaba por sílaba la herida se iba abriendo para superar dolor mezclado con melasma. Mi alma lloraba su nombre así como su ausencia la mayoría del tiempo, mientras yo confundía las lágrimas con la condensación de la niebla sobre el rostro.
 Me detuve. Comprendí que era una ilusión creada por el Rey del inframundo, como jugarreta cruel. Supe entonces, embriagada en desesperación que nunca más podriamos estar de nuevo juntos y todo por mi culpa.
Dejé caer la botella a la arena para seguir camino mar adentro.
La corriente me arrastró profundo, tanto que la cuidad se había convertido en un punto de luz cintilante y aún no sabía qué decisión tomar: si dejarme sucumbir ante el poder del mar o pelear por mi vida, aunque realmente no me importaba; por primera vez en años estaba en paz, sin necesidad de obligarme a la mayoría de todo para continuar con las obligaciones autoimpuestas.
Si moría en ese instante, sería una muerte feliz.

 La luna recordó que todavía le quedaba noche por brillar y apareció sutil, pero fulgurosa, después de haberse perdido entre los coqueteos del sol. En menos de 30 mintutos, estaba ahí: más hermosa que nunca, con más luz que nunca, iluminando la oscuridad reinante y calmando a los mares con solo sonreír.

-  "¿Qué estoy haciendo?"- pensé. - LLévenme de vuelta a la orilla- Ordené a las olas, mientras sentía su amor envolverme con dulzura. - Creo que soy la primera sirena que no sabe enamorar y termina sufriendo...

- Eres la primera sin intenciones de matar, por eso terminas sufriendo. - Reconocí una voz familiar detrás. - Te advertí te alejaras de la tierra y te fuiste a perder a los dominios de los Hombres de las Nieves. Alguien como tú, no puede desaparecer tanto, si tu corazón es de sal y espuma.

 - No es por él por quién sufro, criatura. El Hombre de las Nieves, me amó como ningún otro. Es por uno que dejó de hacerlo, uno que conocí tiempo después de marcharme lejos, cuando aún era jóven y aprendía la diferencia entre ser mujer y sirena y un poco de ambas; jugué con él, lo hice sufrir, ahora me arrepiento. No sé porqué después de tanto tiempo vuelve a rondar en mi cabeza, si hace años no pensaba en él. Duele más que nunca la herida.

 - Eso es por el eclipse Sirena, a todos nos perturba ¿No te acuerdas te conté que cuando esto ocurre, es mejor estar fuera del alcance de la luz de la luna, muy perdida en las profundidades o tras miles de murallas? Los demonios aprovechan la oscuridad del mundo para salir a cobrar vidas inocentes. Tú no moriste porque te adentraste al mar. Tú no moriste porque eres hija de Poseidón y por sobre todo, tú no moriste porque alguien en la tierra debe estar esperándote. Así que vete. - Me dio un beso en la frente .
- Llévenme a tierra. - ordené a unos lobos marinos.

 Llegué a casa tras despedirme de las olas, eran pasadas las 4 de la madrugada cuando sonó el celular.

 - ¿Aló? - Se congeló mi respiración.

 - ¿ Dónde estás? - Lo interrumpí.

 - Eso no es importante. Quiero saber si estás bien o no. Nada más -fue muy cortante.
- ¿y tú?
-que no se te olvide Francisca, que todavía mantengo mi palabra de no vernos nunca más. Te llamo porque creí que estabas en peligro, algo dentro de mí me lo decía.
- Yo estoy bien. - Respondí igual de cortante, que no se notara la excitación en mi voz.
- me alegro. Si es posible, ya no llamaré de vuelta. Adiós. 

Se alejaba de mi como arena entre los dedos, pero quién era yo para retenerlo atado a un amor que ya no sentía. Las sirenas amamos una vez en la vida, por eso entregamos el corazón, un humano tantas veces como les sea posible. Si él ya no quería verme, cumpliría su deseo y encontraría la forma de recuperar mi corazón.

miércoles, 5 de febrero de 2025

BANCOS DE ARENA

 






Y el menguante de la luna alumbraba a las aguas, las olas se mecían adormiladas en su danza, a lo lejos venus también brillaba queriendo estar más cerca de la Tierra que del sol. No soplaba el viento. No había zancudos. Era la noche perfecta para el amor.

Aún quedaban rastros de atardecer en el horizonte, marcando al rojo vivo su figura destilada. El sol se esfumó una vez más.

Olor a baja marea abundaba en el ambiente con exceso de sal fatigando al aire, consumiendo de a poco la cordura, haciendo que los demonios bailen en las hogueras.

No había más luz que la de los astros y ninguna otra presencia llenando el vacío, más que la de ella.

Bajó a tientas hacia las rocas, caminando de memoria por donde no existían los filos, se lanzó al agua sin pensarlo dos veces, siendo recibida por el carruaje de coral con perlas negras incrustadas en las correas. En las profundidades hay maravilla tan exquisitas que están más allá del entendimiento humano, asimismo contenía bestias más terribles que las que habitan en el infierno.

-          - Va a ocurrir otra vez – dijo sentándose en el trono – lo noto inquieto, con una tranquilidad a la fuerza que no es natural…va a ocurrir otra vez y no puedo detenerlo.

-          - Sirena, princesa del mar, tú controlas las mareas, pero la tierra no. Si ha de ser, será – dijo el general de los tritones.

-         -  No voy a permitir otra masacre amparada por mi océano. Tú sabes, general, que cuando la tierra se mueve yo no puedo contener su fuerza en las olas. La última vez arrastró tantas almas que todavía quedan vagando algunas por allí. Aseguren las costas, quiero bancos de arena en toda su extensión, que se sequen las lagunas y que el mar retroceda 15 metros. Esta vez no va a ser por nosotros que se pierdan más vidas de las necesarias.

-         -  Sí, Sirena – contestó el general y se fue.

-          - Quiero a todos los tritones haciendo guardia en las bahías, que vigilen el mar y la tierra y que, si hay algo extraño, me lo hagan saber de inmediato.

A lo lejos escuchaba el bramido de los leviatanes y los rugidos del kraken. No era buena señal. Ellos perciben cuando hay catástrofe cerca y exigen alimento: caos y muerte.

 

Bajo la superficie, batallones enteros de tritones se disponían a cumplir con las órdenes de la Sirena. Algunos tenían la misión de ir a tierra a escudriñar cualquier agitación que pudiera desencadenar la furia del mar. 103 comandantes fueros enviados a tierra. Los 7 generales estarían cada uno en su mar. Las sirenas se preparaban no cantar. Durante un año tenían prohibido atraer náufragos a sus trampas. Dentro de ese año, la tierra se movería. Era un hecho. Y se movería tanto que por un segundo dejaría de girar haciendo que los océanos se descontrolen tanto que nadie podría contenerlo, ni siquiera Poseidón.

La Sirena vio cuánta destrucción se aproximaba. Sabía el dónde, sabía cómo, solo faltaba el cuándo.

El mar tiene un cantico particular, que se repite ola, tras ola, tras ola y durante el último mes, imperceptiblemente para todos, menos para la Sirena, se saltaba una nota, lanzando en cambio un quejido escondido en el reventar de cada una.  El agua transmite todo, incluso las catástrofes por venir.

 

La vez anterior que el mar tomó partido en los acomodos de la tierra, la Sirena tomó posesión del trono tras matar a Poseidón y a su descendencia. Esta vez le tocaría a ella enfrentarse a la verdadera furia del mar.  

Había pasado tanto tiempo fuera de casa que casi no recordaba cómo reinar; estaba protegiendo a los humanos, olvidando que también afectaría a su pueblo. 13 sirenas murieron hace 15 años, tras quedar varadas en tierra, sin contar los millones de peces, estrellas de mar, anémonas, coral y sueños mutilados ¿Qué haría con su gente? ¿Cómo los protegería?

 

Hubo prohibición de acercarse a la orilla, todos salvo los tritones que hacían guardia, tenían que estar 1 milla náutica mar adentro. Se cumplió la orden tan bien que a los humanos les fue difícil pescar. Nadie, bajo ningún punto podía trasgredir el límite de la milla náutica.

Así pasaron 4 meses, tiempo en que la Sirena no volvió a la superficie a caminar en dos piernas y nadie pensaba que pudiera ocurrir lo pronosticado, pues el mar seguía tan calmo como el primer día de su regreso.

No llegaron reportes desde las costas, en tierra todo parecía normal, los peces proliferaban con la disminución de su pesca e incluso los humanos se estaban adentrando más allá de los bancos de arena. Paz y calma en todo su esplendor.

Y pasó.

De nuevo de noche, de nuevo cerca del mar, de nuevo tres minutos.

 

-        -   ¡Qué crezcan los bancos de arena! No tenemos tiempo. Avisa a los tritones que regresen de inmediato. Los que están en tierra están más seguros que aquí.

35 metros se recogió el mar dejando al descubierto sus secretos más íntimos.

Los humanos ya sabían cómo actuar. No se podían equivocar dos veces.

Corrían lo más lejos posible del agua, dejando olvidado lo que no fuera esencial. Tuvieron 3 minutos.

desde las entrañas del océano se levantaron olas gigantes con masas de agua aún más grandes. 5 olas arrasaron las costas, las primeras dos y las más destructivas fueron amortiguadas por los bancos de arena y las otras tres cobraron los límites que alguna vez perteneció al mar.

Se recogió de nuevo tras un segundo temblor. Dos olas más golpearon todo a su paso.

Se cobraron vidas humanas, almas que llegaron de golpe a pedir refugio al trono de la Sirena. Si no les daba asilo, irían a parar al infierno.

Los tritones en tierra, cuando vieron que las aguas retrocedían se lanzaron en picada y sin importar si alguien los estaba mirando. Debían regresar a casa a toda costa y bajo cualquier precio, porque si en tierra, una gota los tocaba quedarían al descubierto, varados quién sabe dónde.

 

-       -    ¿Cuál es el recuento? – preguntó la Sirena a sus generales.

-        -   40 vidas humanas, 1 tritón y más de un millón de peces.

-         -  Muchos menos que la última vez.

 

Decidió subir a la superficie a verificar la destrucción, y arriba, la luna en menguante alumbraba la oscuridad con Venus jugando a imitarla. Olas tranquilas movían la superficie y el olor a baja marea regía por doquier.

Al voltearse a ver a las tierras del hombre de las nieves, la hecatombe era impresionante.

Se escuchaban gritos de las personas preguntándose porqué otra vez, las luces haciendo cortocircuito y luego, el silencio abrumador.

El océano estaba calmo y con eso, la tierra tenía una cosa menos de la que preocuparse.

 

ESCRITO POR: FRANCISCA KITSTEINER

 

 


© Francisca Kittsteiner, 2008 - 2009.
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