viernes, 19 de septiembre de 2025

LA AUSENCIA




El mundo empezó a colapsarse sobre si mismo dejando oscuridad y vacío como testimonio de que alguna vez existió. Tengo sed y no puedo tragar, tampoco respirar pues el oxígeno me asfixia lento, sofocándome con cada intento de conseguir salvarme.

La torre se cayó.

El aire huele a sangre por tantas esquirlas lanzadas a este corazón que muere de a poco, apagándose despacio para no volver a latir. Es el precio que se paga cuando la estupidez ataca y lo destruye todo. 

Mis ojos se tornaron grises y no puedo ver. Desde ahora andaré a tientas por caminos pedregosos y llenos de espinas, descorazonada, sedienta, a oscuras y sin respirar. Así me siento ahora, estancada en el principio de mi fin. 

El paso itinerante de un amor fugaz dejó más estragos de los que soy capaz de entender: desolación donde antes habitaba la algarabía, miedos corrosivos que se llevaron todo a su paso y un sabor a hiel que no puedo quitar de mi boca. Y yo que estaba segura en mi acorazado surcador de mares. 

Se fue el descanso de mi lado, convirtiendo a las noches en campos de hielo, congelándome el alma hasta quebrarla. No hay sueño en que no aparezca su voz parsimónica, no hay cómo librarme de mis pensamientos. 

En el día solo hay caos. La luz me molesta, el ruido me ensordece y el dolor acumulado en mi pecho se expande hasta su máxima expresión y me enveneno desde dentro resquebrajándome en partes que se van cayendo a medida que pasa el tiempo y no hay noticias suyas. La locura es certera al proclamar conquista.

No hay luz en el horizonte para mi, no hay premio de consuelo o tal vez poder echar el tiempo atrás, justo antes de ese beso que hoy me derrite la piel con la urgencia del mañana que no llega.

Nubarrones cargados de rabia se despliegan sobre mi cabeza para que pueda llorar sin ser descubierta, pero cómo me quito esta amargura que me posee. Truenos se avalanchan en las costas y a lo lejos veo a las sirenas burlándose de mi  por no saber arrancar una vida y entregarla al mar. Se burlan de este corazón mío huérfano de compañía y tan roto que ya casi no queda nada.

Hoy sentí el suspiro de la muerte cuando en tu ausencia quise contarte algo y no pude.

ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

jueves, 18 de septiembre de 2025

LA INDIFERENCIA




En la superficie el mar brillaba con los rayos del sol reflejados en él, como besándolo despacio, convirtiéndolo en un espejo que prometía profecías de días hermosos.
Las olas a penas se movían y en las rocas, las algas eran más verdes que de costumbre. Yo dormitaba, dorándome la piel de a poco con la brisa de verano que se adelantó. Pensé en todo y en nada y pensé en ti, en cómo se cruzaron nuestros caminos y en el coqueteo incipiente que murió antes de respirar.
Y yo que había puesto a descongelar el corazón por un segundo. Yo que creí que esta sería una nueva historia por escribir.

Las gaviotas volaban sin rumbo cuando el dia empezó a dar sus últimos suspiros. La brisa de verano se apagó y ahora el mar se vestida de galas doradas.
Qué ganas de ir a perderme tan en lo profundo que ya no pueda volver a salir.
Yo no pertenezco aquí.

Las ballenas cantaban cuentos de malos amores y escuché mi nombre susurrado entre quejidos. Ellas saben que sufro.
A lo lejos podía ver el agua salir de sus respiraderos como saludándome después de tanto tiempo.

Derramé una lágrima y el mar se enardeció, caminos de espuma aparecieron frente a mí, invitándome, seduciéndome con sus ondulaciones y la fiesta improvisada pues habia vuelto.

Mi corazón es de sal, tan antigua como los orígenes de la tierra, tan astringente que puede llegar a quemar. No cualquiera tiene la valentía de reclamarlo. No cualquiera puede con la fuerza del mar.

Un batallón de delfines me vino a buscar y no tuve la voluntad de negarme, la piel me dolía tanto como la decepción. Quizá sería bueno regresar a casa.

Cientos de medusas me escoltaron a donde la luz del día no es capaz de llegar y hubo silencio, silencio en esta cabeza mía siempre atiborrada de pensamientos. La presión del agua me comprimía los sentimientos, haciendo aún más duro a mi corazón ¿por qué en la tierra no se puede amar?

Tuve frente a mi a los tesoros más grandes de los siete mares y nada podía llenar el vacío de algo que nunca existió  y tampoco podía entender el porqué de esta amargura. De pronto, la soledad se sintió más sola que nunca.

EL correr constante de los años y la necesidad asfixiante de querer amar con devoción mancillaba a mi cordura haciéndome vulnerable frente a cualquier ataque, es por eso que me escondo, o en lo más profundo del mar o detrás de un escudo impenetrable, pero bastó una fisura para que todo se destruyera. Fui vulnerable y no me reconocí.

Mi voz retumba en los confines del océano, mis deseos son complacidos sin decir una palabra y en tierra, custodiada por criaturas intangibles, sola frente al mundo, mi voz no la escucha nadie. Soy un espectro que vaga esperando que alguien lo ame.

Derramé otra lágrima.

El mar se levantó en marejadas brutales contra las costas, el silencio se quebró con sus rugidos y en el horizonte el kraken gritaba de rabia esperando para atacar.

- Da la orden Sirena y acabamos con lo que te causa dolor - me dijeron las corrientes - libera a los leviatanes y a los monstruos del abismo. Que se sienta tu poder en la tierra, que el caos se apodere de todo. Desata tu ira Sirena y cobra venganza por tu sufrimiento.

- No quiero venganza. Quiero un trato. Convoquen al rey del inframundo.

Salí del mar para ir a encontrarlo en la misma playa desierta donde nos reunimos desde que el tiempo es tiempo. Lo vi aparecer con los ojos cargados de lujuria y perversión tan hermosos como siempre, tan rojos como la sangre.

- Te ofrezco cien almas de náufragos a cambio de su cordura y sus sueños. Quítale el descanso, atormenta a su conciencia, hazlo dudar. Yo me encargo del resto.

- Sentí tu dolor princesa, el inframundo tembló con tu llanto. No necesito cien almas, me conformo con una.

-¿Cuál?

- La que a ti te atormenta. Solo yo soy capaz de enojarte tanto como para que el inframundo se de cuenta. Nadie más y así debe quedar. Ahora vuelve a tu reino, desarma a tus ejércitos que yo comandaré a los míos.

Regresé a casa abrazada por una corriente tibia, con los ojos pesados por llorar y con la indiferencia agotada. Retomé fuerzas, me vestí de coral, canté para adormecer a las olas, me puse la corona y reí, porque el juego acababa de empezar.


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

domingo, 14 de septiembre de 2025

IL MIO CUORE ROTTO

 





Lo que siente mi corazón se refleja en el agua. Hasta ayer el mar era dulce y sereno, pero hoy marejadas imponentes aparecen desde el horizonte destruyendo todo, arrasando con cualquier criatura que se interponga entre ellas y yo. Ayer mi corazón revoloteaba en los albores de un amor nacido a la fuerza, que yo no pedí, pero que apareció. Hoy ese corazón está roto, de nuevo. 


Remolinos hambrientos de muerte, se esconden bajo la capa de espuma que deja el estallido de las olas, asimismo, hay pozos profundos de desolación en este corazón mío, abismos de dolor por cada vez que amé a un mal amor. 


Amenaza de tsunami se aproxima. El recogimiento silencioso de una fuerza imparable comenzó de a poco, justo cuando una confesión aparecía tramposa.

No se juega con los sentimientos de las personas, así como no se le da la espalda al mar. 


Otra grieta en un suelo resquebrajado. Otra lágrima derramada en el desierto, la agonía perpetua de la soledad en las noches. El ruido enloquecedor de un corazón rompiéndose.


Un día, una ola y el último rayo de sol, a eso se resume esta miseria, de haber apostado contra todo instinto por un romance transgresor. 


Mis manos cuelgan huérfanas en el vacío, congelándose por el viento que se burla de mi ingenuidad ¿por qué esta vez sería diferente?


Una tras otra, tras otra, tras otra vienen olas tan grandes como mi rencor por haberte dejado entrar después de construir mil murallas para protegerme y no te importó.


Mi pulso se vuelve errático con la exhalación de un cigarro a medio consumir, un sueño a medio dormir, un palpitar incipiente que murió antes de nacer ¿Qué hago ahora con este muñón de cariño? La indiferencia me agota.


O blanco o negro, no hay intermedios en mi mundo, mucho menos para titubeos cobardes. Ahora la ira del mar se condensa en mis pecho, en el lugar donde antes estaba mi corazón roto.


Al mar no se le da la espalda.



ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 


martes, 12 de agosto de 2025

DOS MINUTOS


 




Dos minutos a solas contigo. No necesito más.

Dos minutos donde no existan espacios entre los dos.

El tiempo congelado con el misticismo de tu voz cada que pronuncias mi nombre, hechizándome lento e  invitándome a pecar.  Hay deseos bestiales bailando entre lo común del día. Sé  lo que piensas y sabes lo que causas: el fervor de la sangre revuelta en la cacería instintiva desatada entre tú  y yo. ¿Quién será presa? ¿Quién será cazador? ...

 

Siempre ha sido así entre los dos, pese a la distancia, pese a los años, pese a la inmovilidad. Tal vez, por eso te has mantenido tan lejos de mí alcance.

Una vez que te tenga, no habrá vuelta atrás .

 

Tu voz carcome a mi cordura, me destruye desde dentro invocando a la locura entre gemidos nunca entregados, entre un mar de posibilidades y las lágrimas suplicantes por volverte a ver.

El tiempo se detuvo hace eones, la juventud, sin embargo, se fugó en un abrir y cerrar de ojos y este sentimiento perpetuo de amarte, se hace cada vez más fuerte.

 

 

Dos minutos a solas contigo, no necesito más para proponerte el término de esta espiral de dolor y angustia. Tú, yo y una habitación cerrada para retomar dónde fue que nos quedamos y darte el beso más largo de la historia, tanto como el tiempo que llevo esperándote.

 

Dos minutos, un beso y el  descubrimiento del amor debajo de la piel, donde más se esconde la lujuria, debajo y profundo en la piel, muy dentro que cuesta encontrarla a primera vista, pero donde habita tu recuerdo cómodo y cálido.

 

Ya otro inverno se viene a sumar, otro año se desgasta más rápido de lo habitual y existen días en que elijo olvidarte para llamarte en las noches cuando la necesidad se hace inmensa y la cama vacía no ayuda a amortiguar la soledad. Hay días en que te nombro hasta el cansancio. Hay veces, en que pienso que dos segundos serian más que suficientes para contrarrestar esta década dedicada a la contemplación de un fututo infértil donde no existes.

El sol volvió a dar una vuelta y me encuentro aquí, haciendo un espacio entre pacientes para dedicarte un delirio, un suspiro, un beso, dos segundos y un…. No, es mala suerte decirlo anticipadamente, así que mañana, sabrás que mi amor te abraza cuando tu vida agregue un año más a su historia


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

DISCURSO ANTE SENTENCIA.

 


Y si de he arrepentirme de algo, aquí y ahora porque con eso vos sospecháis que podría cambiar la prudencia del pueblo, os digo: que lo hecho, ha sido a conciencia de pecador… con la sapiencia en las venas tras tantos años recorridos y aún este pobre espíritu adolece de lo esencial: cordura.

 

No estoy pidiendo, bajo ningún amparo, la abolición de lo que se me acusa, pues merecido tengo la sentencia, cual sea, lo que convenga el criterio Divino, solo necesito la expiación no la vuestra, la de Dios, porque solo él sabe que lo cometido no fue de mala fe, sino pensando en lo mejor que podría ofrecer en un contexto tormentoso.

Ya aclarado lo anterior, postro mi existencia y mis futuras cortas acciones a la determinación que esta cámara ha decidido, pero antes, tengo un último deseo, y eso sí que no se le puede negar a un moribundo aún con vida con demasiada vida por vivir ¡Os ruego! ¡Necesito la absolución!

Si ya me han quitado lo que por derecho de sangre me corresponde, no me quiten la cristiandad a la que me aferro ¡la absolución!

 

¿Y si he de arrepentirme de algo? ¡Jamás! Porque yo soy la Emperatriz de todo lo que lo ojos son capaces de ver y más todavía.

Podrán tomar mi corona, mi imperio, mi vida, poner mi cabeza en una bandeja, pero nunca conseguirán de mi boca una palabra de arrepentimiento y si la muerte es la condena por pagar, sea así pues, porque lo hecho, hecho está. 



ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

LA LOCURA

 





¿A qué hora volveré a escuchar tu voz?

¿Por qué de pronto, se volvió errático mi pulso?

¿Fue coincidencia, azar, destino? … el día se agota y yo, desespero. No hay mucho por hacer y lo cotidiano se transformó en tedio. Me abruman las paredes, desaparece el aire, así como hace poco, se extinguió la libertad. Una hora pasa arrastrándose por las piedras, derramando sangre como ofrenda a los demonios que, de seguro, vendrán a atormentar a la primera que puedan. Las noches se volvieron febriles y agitadas, cargadas de miedos y de soledad. Hay angustia en todos lados, un grito contendido clamando por piedad. Voy dando tumbos en torno a la locura.

¿cómo puedo enamorarme de unos ojos? Ahora las sonrisas desaparecieron tras las mascarillas quirúrgicas conquistadoras del mundo, ahora que el contacto es destructivo, cuando un abrazo puede matar, sin embargo, bastó mirarte ¿Cómo?  ¿será el hastío? ¿la psicosis nacida en el encierro? ¿qué día es hoy?... no veo luz para la humanidad.


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER

LA PANDEMIA


 




Los días pasaban tranquilos, una sucesión constante de luz y noche. El frío era habitual, quizás incluso, necesario para poder sentir, aunque fuera dolor.

No hubo aviso. Nunca un vaticinio, ni siquiera la preocupación o el escalofrío repentino que se dispone a vivir en la nuca. Del trabajo a la casa, de la casa al trabajo. Las mismas rutinas, las mismas interrogaciones protocolares para dar el mismo tratamiento que a tantos otro les di. Conversaciones que no avanzaban más allá de lo estrictamente profesional: “Buenos días Doctora. Buenos días Doctor”.

No buscaba nada. La vida para mí era buena, pese a que eñ mundo se desataba en guerra y caos contra un enemigo venido desde oriente, pequeño, invisible, destructor.  “La peor catástrofe de la humanidad de los últimos 100 años”, eso se leía en cada noticiero, en cada titular, 24 horas al día y los 7 putos días de la semana. La sanidad mental era un bien escaso, infravalorado y al borde del colapso (la disociación, nunca fue tan buena aliada como a mediados del 2020). El dolor, transmutó a miedo: ¡MIEDO A RESPIRAR! Si respiro, muero.

“Buenos días Doctora. Buenos días Doctor” se podía reconocer claro el saludo bajo las mascarillas quirúrgicas.

Del trabajo a la casa, de la casa al trabajo.  Amonio cuaternario entrando en la rutina de desinfección (las compulsiones, también, nunca fueron tan buenas aliadas como a mediados del 2020).

 Comenzaron a llegar las cuarentenas al mundo y las libertades a acabarse como los respiradores mecánicos, las fuerzas en los equipos de salud y las camas críticas. Se empezó a hablar de medicina de guerra y de selección de pacientes por salvar. ¿Qué más se podía hacer? Los milagros no son opción.

El ser humano no está hecho para el confinamiento.

7 semanas llevábamos cuando levantaron las cuarentenas en esta parte olvidada del globo.

-          ¡Vamos a la playa! ¡di que sí! ¡en 30 minutos te paso a buscar! –  La impulsividad nunca ha sido lo mío. Necesito tener control, planificar y calcular, poner en la balanza pros y contras, desvelarme un par de noches tratando de decidir, replantear el caso y barajar las opciones A, B y C, para luego preguntarle a un tercero la opinión.

-          Vamos. – Contesté en menos de lo que dura un suspiro.  No tenía cómo anticipar que 3 meses después estaría encerrada en mi box de atención, con las luces apagadas, teléfono descolgado, acurrucada sobre la camilla, atragantándome el llanto.

Tres horas de viaje, amparados en la oscuridad de la noche al profundizarse. Las conversaciones ya no eran someras, había secretos siendo revelados, cosas que no se les dice ni al mejor amigo, pero que con él se hicieron fáciles de hablar, aparecieron las heridas expuestas suplicantes de ser curadas por fin, traumas conscientes debutaron entre copa y copa y la complicidad nació. Un brillo distinto, una sutil caricia en la mano, una sonrisa coqueta bailando en el mundo, cuando el mundo mismo dormía sin remedio. Hubo perversión apoderándose de la atmosfera ¿Qué podía perder, sino las ganas? Me enamoré en dos segundos. Despiadado.

Pasaron siglos desde la última vez que sentí el peso de un brazo al atraparme en el lecho o que el vaivén de una respiración ajena se colara entre mis cabellos. Sentí cómo me hundía en la miseria. El tiempo no se toma en cuenta sino, hasta que, por azares del destino, la carga de su recorrido cae de golpe sobre los hombros y para mí fue eso: la añoranza de compañía por las noches. Siempre había algo que hacer, un pendiente olvidado, más horas de trabajo en el hospital, otro pendiente, un corazón roto de por medio, cansancio crónico y de nuevo más horas en el hospital. Dejé desvanecerse mis mejores años entre libros y ojeras, llevándose el recuerdo el deseo.

“Buenas noches Doctora. Buenas noches Doctor”.  

Resucitó a quien había estado muerta por varios siglos, suprimida si se quiere, bajo el velo de lo correcto y lo menesteroso. Me empezó a gustar cómo era yo, cuando estaba con él y esa, es la trampa más peligrosa.  Fui liberada, cuando ni siquiera entendía que era cautiva de mi misma si se quiere, de mis pensamientos y creencias obsoletas. Fui feliz, escasa, pero profundamente feliz.

Por un momento, la eterna promesa de muerte en el aire, dejó de importar.

“Buenos días Doctora. Buenos días Doctor”.

Nunca es bueno dejar rumores correr, menos ahora que producto de todo, comenzaban a escasear por la introducción forzosa del único tema de conversación permitido: La pandemia. Ni una reunión de más, ni un cambio en la entonación de la voz, ni el escape de una mirada al cruzar por los pasillos, ni siquiera las discusiones por pacientes fueron distintas. Nadie podía enterarse que, al caer la noche del viernes, en las manos de ese doctor yo volvía a nacer, me dejaba atrapar perdiendo a propósito, la cordura.

Ligera. La conciencia era ligera. Su voz adormecía a mis sentidos al borde de no importarme nada, sino, sus caricias. Hubo calidez otra vez donde el frio había formado escaras, era previsible el deshielo de mi corazón, aunque solo los viernes, porque ya al amanecer sábado, las llamas debían ser contenidas, escondidas y olvidadas. Fui feliz, de un modo inusual, pero profundamente feliz.

Se nos enseña a esconder emociones, a disfrazarlas de apatía y a normalizar la muerte. Se nos enseña a ser autómatas sin sentimientos, de raciocinio rápido, certero y actualizado. Así como aprendí a disimular el dolor, lo hice con el amor también.

En la eterna costumbre de pautar, lo que fuera: tratamientos, exámenes, planes de alimentación, pauteé desde un principio la naturaleza de nuestra relación: compañía y sexo mientras durara la pandemia. Nada más, ni nada menos.  Lo que no sabía en ese entonces, era que, como todo en la vida, hay variables que van  despejándose con el tiempo. Nunca se me pasó por la cabeza, enamorarme. Tiempo atrás y cuando otros labios eran dueños de los míos, mi corazón fue desintegrado a su mínima expresión y las cenizas las esparcieron por el mundo. Desde entonces, había decido no involucrar emociones; la degeneración profesional a veces, tiene buenos resultados. En eso, había transcurrido un par de años, pero apareció en el horizonte el retumbante y siempre seguro “Buenos días, Doctora. Buenos días, Doctor.”

Las temporadas comenzaron a cambiar y los vientos de verano traían sus vahos sofocantes por la tarde, las cifras de contagio iban a la baja y de los aplausos al personal de salud, ya ni los recuerdos. La gente hacía su vida normal, sin importar que al asecho continuaba la amenaza. Era como si de pronto, 15 meses de confinamiento, fueran olvidados de un día para otro.

Comenzaron a brotar, cual cepa nueva de un virus mortal, ideas sobre conspiraciones, mentiras y sabotajes. La gente dejó de creer en la vacuna y así como los casos bajaron, empezaron a subir… Ya estábamos en la segunda ola.

Ya los viernes se iban espaciando y de ese amor pueril, salieron espinas celosas que, al primer contacto, hacían sangrar hasta la muerte. De a poco, se fueron silenciando las conversaciones entre pasillos, sus continuos escapes a mi oficina para preguntar por algún paciente inexistente de manejo critico inexistente. Y no importó, mal que mal, mi corazón estaba decidido a no sentir, a no involucrarse.

-          Doctora ¿Vamos? – fue todo lo que dijo.

-          Vamos.

Era una invitación tácita a la que los dos respondíamos sin excusas.

Fueron los últimos 5 días.

El destino había confabulado para tener descanso largo y los días se presentaban cálidos, como suelen ser al inicio del verano.

Ya no podía negar mi amor por él.

Fui a conversar con el mar sobre el auto saboteo indetectado a tiempo, le conté que desde las cenizas volví a renacer y que mi lugar favorito del mundo había dejado de ser las rocas a la vera del agua, para convertirse en su boca, cuando gemía mi nombre. Le pedí su bendición para amar sin arrepentimientos, pero se negó a contestar.

Sacié mi necesidad de él hasta el cansancio, y el miedo de respirar a cara descubierta desapareció, solo su voz podía inundar mis pensamientos y sus manos desdibujándome los límites para lanzarlos a las brasas, fue como un anticipo de la decadencia, un “tome todo lo que pueda, pues es oferta por cierre de tienda”. Y eso hice.

Hay fármacos que con el tiempo generan resistencia, tolerancia y dependencia: dependencia, al necesitarlo para funcionar; tolerancia, con disminución de los efectos de un fármaco sobre lo que se busca tratar; resistencia, definida como la capacidad de soportar el efecto previo… yo desarrollé dependencia, tolerancia y resistencia, si de hacer el amor con él, se trataba.  Me había convertido en lo que juré destruir.

Le entregué mi devoción completa, bajé mis muros y desnudé a mis inseguridades frente a sus ojos para mostrarme tal como soy y no lo que no aparento ser. “Esta soy yo y no hay más”. Así mismo, él mostró su esencia y no me gustó.  Hay cosas que no se transan, hay actitudes que no se pueden dejar pasar. Ignoré en ese momento las señales de alarma.  No hay peor ciego, que aquel que no quiere ver.

Llevar un delantal blanco no hace el estatus, es una responsabilidad que muchos olvidan a la primera postura. Él era uno de ellos. Llevar un delantal blanco y un fonendo al cuello, no es sinónimo de dar órdenes y dejar que el mundo baile al compás que decidas tocas, es guiar, estudiar y aprender, es hacer de más a hacer de menos, es salir a caminar cuando toque la oportunidad y conversar en extenso con aquel que padece. Ser una mano cálida cuando el mundo se les desmorona y no una traba más. Él se había convertido en barricada.  Pero no hay peor ciego que el que no quiere ver, sobre todo si el ciego se enamora de la barricada.

De pronto, el “Buenos días Doctora. Buenos días Doctor” se silenció en miradas esquivas por los pasillos, justo cuando mi corazón reclamaba su calor devuelta. Por eso no es bueno acostumbrarse, cuando llega la carencia, se desploma el resto del mundo.

Pasé del amor más intenso capaz de sentir a la aniquilación completa de cualquier rastro de cariño en esos 5 días. La mujer que llegó a esa playa, nunca salió. Se quedó conversando con el mar sobre su galán de brillante armadura, aquel hombre misterioso encomendado a su rescate cuando la pandemia la consumía desde adentro, desordenándole los sueños y trayendo paz.  Sobre aquel conquistador de trozos de piel abandonados a su suerte, que con besos los trajo de vuelta a la vida. Se quedó sentada en la arena, al lado de todas mis otras versiones.  Sin embargo, la mujer que volvió, levantó muros aún más altos, convocó a su armada y se dispuso a librar una guerra. La segunda ola de los contagios se había instalado.

Aproveché el impulso del caos para desaparecer detrás de mis pacientes y hacer de cuenta que nunca hubo nada entre los dos. Empecé a funcionar en piloto automático, como tantos años hice y de la nada, ya no rondaba por mis pensamientos; el ajetreo hizo lo suyo y así como apareció, se fue.

Un día, con los vahos infernales de la tarde de verano, entró a mi consulta.

“Buenas tardes Doctora. Buenas tardes Doctor”.

Venia con la excusa mala de hablar sobre el alta hospitalaria de un paciente del cual se había decidido dejarlo ir a casa en la visita de la mañana.

-          Tengo que hablar contigo – dijo.

-          Dime – respondí sin levantar la vista del teclado del computador.

-          Tengo un Takotsubo por una mujer que conozco de afuera del hospital y no sé cómo decirle. ¿Se te ocurre algo? – ¿cómo me viene a pedir consejo de cómo decirle a otra que tiene el corazón roto? Mi propio corazón se rompió con esa frase

-          No sé, tampoco me interesa. Estoy ocupada.

-          Tan cortante como siempre, Doctora.

-          Estamos en el trabajo ¿se te olvida?

Disnea, taquicardia y la oscuridad apoderándose de mis ojos, temblores en las manos y unas ganas irremediables de llorar por todo y por nada.  Me acordé del porqué del hormigón alrededor de mis sentimientos. La vulnerabilidad daña.

Me acosté en la camilla, apagué las luces para que nadie me golpeara la puerta, puse pestillo, descolgué el teléfono y lloré por mi amor mal amado, por esta necesidad de sentir cuando la muerte te respira en la cabeza. Lloré por haberme acostumbrado a su presencia, por mis pensamientos y por creer que esta vez sí tendría mi historia de amor.

Me deshice en dolor, ahogándome de apoco con veneno. Los demonios empezaron a rondar burlándose de mis circunstancias, riéndose hasta la locura con cada lágrima derramada. Lloré tanto que mis ojos se secaron.

Dediqué 20 minutos al duelo de su cariño. Me levanté, prendí la luz, conecté el teléfono, saqué la llave de la puerta, me arreglé el maquillaje y seguí trabajando como que aquí no ha pasado nada.  Con tanto enfermo, cómo podría perder más tiempo por alguien que murió hace 20 minutos.

Se acabaron los saludos en los pasillos. Ya no me venía a preguntar por planes de tratamiento ni por cuál o tal fármaco era mejor para tal o cuál enfermedad.  Yo dejé de esperarlo. Nos convertimos en extraños en dos segundos, negando todo lo vivido juntos.

Me volví de pronto, un rencor tan grande que no podía ocultar el odio en mis ojos, cada que nos topábamos en el pase de visita todos los días en la mañana. Me convertí en su peor pesadilla, cuestionando cada paso que daba con los pacientes, haciéndolo desconfiar de sus propias decisiones. Así es más fácil enloquecer a alguien: mancillando la confianza que se tienen a ellos mismos. Cómo podría estar seguro si su cabeza le recordaba siempre que no estaba seguro.

Carcomería su interior como las termitas destruyen a los troncos, sin embargo, no fue necesario, porque por acción propia el mundo se dio cuenta de lo torpe que era y quién era debajo de la cáscara de amabilidad de la que presumía.

El virus hizo lo suyo y el tiempo también, al borrar para siempre su rastro en mí.

TERCER CÁNTICO PARA DON JUAN


 





Es esa complicidad remanente la que despertó de pronto con un simple beso dejado en mi frente secundario a un impulso infantil. Fue el despertar de un sentimiento dormido a la fuerza tiempo atrás, porque en aquel entonces mis intenciones no tenían un destino próspero.

Fuiste todo lo que en su momento quise Don Juan: mi fiel caballero de armadura desgastada y el despojo de un corazón marchito que quizá qué romance ponzoñoso lastimó. Mi amigo certero, cuando los demonios me inundaban y en secreto, el hombre que amé desde el primer momento.

 Fue en un instante tan efímero, entre nuestros coqueteos habituales, que deseé arrancarte la ropa con desespero, secuestrarte silenciosa hacia las profundidades de una habitación cerrada y rasguñarte la piel cuando mi cuerpo fuera tuyo. Besarte  y morir en otro beso. Todo por uno inocente. ¿Pero es suficiente para derretir el hielo dónde me fui de refugiar?

Extrañé tus brazos, mi amado Don Juan, donde la calidad del mundo se condensaba en algodones de azúcar para jugar a ser de nuevo una princesa enamorada de su príncipe Azul. Extrañé el olor impregnado en mi ropa después de dormir una tarde entera en tus hombros: Olor a humo trasnochado y deseos sin consumar.

Extrañé la forma en la que pronunciabas mi nombre, descomponiéndolo en silabas, confesando devoción con cada letra, hablando un idioma completo antes de terminar de decirlo.

En menos de un segundo quise pararme y correr detrás de ti, robarte todos los besos con los que imaginé en la contemplación obsesiva de tus labios. Tanto daño causaste Don Juan que mi corazón volvió a llorar en mutismo por tu ausencia y por la sapiencia de que haga lo que haga, nunca vas a volver a mí.



ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

LOS DÍAS EN QUE NO ESTÁS

 





Se hacen insoportables los días en los que no estás aquí. Duelen y pasan despacio. Destruyen y no vuelves.

Desaté lazos y reconstruí mi mundo desde las cenizas, elevé una última oración por ti y cerré los ojos, esperando no volverte a ver, pero los sueños se poblaron de posibilidades, sentí tu calor y me deshice, tan rápido como efímero fue tu paso por este rumbo.

 

Tac, tac, tac, como paroxismos apareces deambulando entre mis pensamientos, erizándome la piel para luego, hacerme llorar. Tac, tac, tac, ahí viene de nuevo un susurro con tu voz cargada de insinuaciones que no supe entender. Tac, tac, tac… y así se me ha ido la vida en la espera agotadora de rogar por ti. Cada día, todos los días me consume la necesidad de verte, de abrazarte y de hacerte el amor… si tan solo estuvieras aquí, pero Dios, se aburrió de mí.

 

¿Hasta cuándo la tortura? ¿hasta cuándo te regocijarás en mi agonía? ¿de qué sirve una venganza si no se puede observar? Me dejaste desangrando a un lado del camino, mientras las aves rapaces rondaban en círculo sobre mi cabeza. Ya pagué tu dolor con mi propio dolor y tu espera, con las profundas arrugas en mi rostro.

 

Ya no sé qué más hacer.

 

La sucesión incesante de los años repitiéndose como si no tuvieran otra opción, me desquicia y no vuelves, pero no te terminas de ir. Siento a la Muerte respirándome en la nuca, ahora con más fuerza desde que el apocalipsis se instauró en el mundo  hace dos veranos y poco más. Siento que es inevitable que tome su mano por descuido en cualquier momento, pero le pido piedad, que espere, así como yo espero. No puedo morir sin volver a verte. No puedo morir sin besarte al menos una vez.




ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER

EL CAZADOR

  







Hay vejámenes y remordimiento. Abstinencia y conciliación, una suerte de condena implícita pagada en migajas, por lo que dure mi existencia: necesidad y miedo.

El tiempo pasó tan sutil que décadas se deshicieron a días. Un agotamiento paulatino de ilusiones hasta quedar en nada: vacíos, silencio y dolor. Un grito ahogado bajo el reventar de las olas para  que no fuera escuchado, ni siquiera por mí, la  que gritaba hasta deshacerse la garganta en sangre. Perdí lo último que me quedaba de humanidad al darme cuenta que no recordaba la semblanza de una caricia entregada porque sí. No recordaba lo que era dormir prisionera de un par de brazos cálidos, ni la sensación de un beso al despertar. ¿Cuántos siglos han pasado desde que el sol tocó mi piel? Cuántas eras se agotaron mientras yo perdía el tiempo en persecuciones imbéciles de un afán que rehúye de mí. ¿Qué tan dañado está mi corazón para estremecerse por alguien que decidió velarme el sueño? La noche se escapa rauda cuando más se necesita que pause. Hay una fractura profunda en esta coraza de hielo y las recriminaciones se abalanzan sobre las decisiones ya proscritas. ¿Qué tanto hay que esperar para volver a la vida? 10 años, 3 meses y 18 días.

 

Hay envidia acrecentándose con los años, viendo lo que otros tienen como si me lo hubiera arrebatado de las manos. Tengo miedo. Varía con la luna y las ondulaciones del mar, quizá la bruma ayude un poco para ocultar detrás la hoguera encendida en mis ojos con vehemencia y el desespero.

Hay hábitos difíciles de dejar como el gusto selectivo de jugar con cordura ajena: destruyo muros, aniquilo almas y carcomo conciencias. Tal vez, fue precisamente esto, lo que me separó inexorablemente de ti, amor mío. 

Los embrujos son distintos cada vez, depende de la presa. Siempre hay una cacería de por medio. He aquí al cazador


ESCRITO PO: FRANCISCA KITTSTEINER 

lunes, 28 de julio de 2025

EL SONIDO DEL BESO

 







Todavía sé distinguir el sonido un beso.

Quizás no su advenimiento,

Incluso ya no recuerdo el calor que entrega,  

Sin embargo, su compás retumba en mi olvido.


Es como el escalofrío que se siente al amanecer 

Al saber de alguien vigilándome los pasos.

Un dejo de seguridad tras caer la bruma en el mundo,

Un recuerdo recuperado desde el más allá...Tus ojos sobre mí piel.


Es la resurrección de la carne, tras morir de hambruna.

Un golpe de vida después de agotar toda fuerza,

Una duda que sigue sin resolverse...

¿Cuándo probaré tus labios al fin? 


El sonido del limbo. Eso es. El Réquiem de la condena. 

Una cadencia sensual que arrastra a malas decisiones,

La voz de una sirena engatuzando la vida,

Yo perdida, para siempre, en ti. 


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER

lunes, 24 de febrero de 2025

VARAZÓN DE ERIZOS


 


 

 

Era el lugar de siempre, un punto muy discreto entre el mar y la tierra, donde  humanos ni la luz tocara a sus pieles.

La Sirena con un cigarro entre los dedos y él con el tiempo de mundo escondido en su reloj; si la Tierra se retrasaba en su órbita era porque el Rey de Inframundo jugó a ser Dios.

 

La noche estaba oscura y a lo lejos Venus se vestía del color del fuego, la luna debutaba en creciente y las luciérnagas bailaban romances con la espuma del mar. Si ella estaba inquieta, las olas igual.  

Llevaban tantos siglos en su ritual de negociación que en algún momento pasaron de ser rivales defendiendo sus territorios  a amigos nostálgicos.

 

Primero llegó ella. Ordenó a las mareas avivarse para que la conversación se perdiera en su reventar, después lo invocó con su canto. Ahí estaba él, tan hermoso como la última vez, con los ojos inyectados en sangre, alumbrando al vacío con su ferocidad.

 

- Hola - dijo la Sirena - tanto tiempo

- Hola Princesa del mar. Necesito tu ayuda. Después del eclipse pasado, varios demonios no volvieron al Inframundo, se quedaron vagando entre las corrientes. Descubrieron que tras un tiempo el ardor insistente en sus cuerpos desaparece con la sal de tu reino. Deben volver o te causarán daño Sirena. No quiero arriesgar nuestra tregua por ellos.

- Dime cuántos son y haré que los busquen ¿Qué hago con ellos después que los encuentre?

- destrúyelos por insolentes

Conversaron de todo un poco. La Sirena le contó que al final de todo, recuperó su corazón. Ya no era una exiliada y que posiblemente volvería para siempre al mar. Él le dijo que estaba cansado de tanta soledad, que el peso de  la corona lo colapsaba, pero que no queda de otra sino hasta seiscientos treinta y dos años, cuando pueda negociar su salida a cambio de un alma que por voluntad acepte quedarse en el infierno.

 

Ese día ella decidió ir a dormir a la casa desde donde vigila a las costas. Si los demonios la buscaban sería más fácil atraparlos en tierra. Deshizo la barrera de protección que hace tantos años conjuró para su refugio y fumó un último cigarro, cerró las ventanas y se fue a dormir. Nada. Fue una noche tranquila y plácida y sin las tribulaciones acarreadas por los demonios. Sin embargo, esa noche, el mar se volvió loco, explotando con ira sobre las rocas, lanzando golpes a todas partes, cubriendo las riveras con espuma densa y amarillenta. Los demonios habían encontrado con qué jugar.

 

Sirena volvió al agua. Al general de los tritones le dio la orden de encontrar como fuera a los invasores y traerlos con vida ante ella.

Eran 3, pero tres comandante de legiones. No sería fácil encontrarlos a menos que cometieran un error.  

Se desplegaron las fuerzas marinas a cada rincón del mar, vigilando las bahías y escudriñando las costas por si acaso decidieran salir a la tierra. Ahí los demonios cazan mejor.

Se corrió el rumor de una recompensa a cambio de información que llevara a la detención de los demonios y nada.

 

Durante una semana, nada.

 

La Sirena dejó vacío el trono.

 

Volvió a tierra, a su vieja casa con la barrera protectora deshecha, a sus clásicos cigarros en la noche y a contener el hambre que demandaba vidas. Era una trampa.

 

Para ningún ser sobrenatural le era indifertente el trono del océano. Tanto poder contenido en las olas, la bruma cegándolo todo y un batallón de criaturas a su merced. Tanto misterio oculto bajo el velo de lo traslúcido y un suplemento de almas infinito a placer de su gobernante.

 

Tic. Tac. Tic. Tac. Solo era cuestión de tiempo. Ella no podía estar en su reino pues el agua transmite su presencia a cada habitante del mar. Si ella estaba ahí, los demonios no se acercarían.

 

En el fondo del mar, comenzaron a aparecer cadáveres de peces comidos a la mitad, con ls tripas roídas y sin ojos. Ni un tiburón mata por matar.

Los ojos de los peces contienen los secretos del océano. Quién los tenga sabrá la geografía exacta del lecho marino, lo profundo de sus abismos y lo peligroso que es un volcán activo en el fondo del agua.

 

Estos demonios planeaban algo más que una estancia pacífica. Entre más austral el océano, más calmaban su piel en llamas.

 

Solo el comandante de los tritones podía salir a tierra y siempre que la Sirena lo permitiera; era un trato que tenían entre ellos: la obediencia absoluta a cambio de caminar en el mundo humano unas cuantas horas.

Encontró a la Sirena observando desde las rocas, con un cigarro en manos y lo suficientemente lejos para que ni una gota tocara su cuerpo.

 

- Vengo a informar el recuento de los días Princesa. Ningún rastro de los invasores, pero las corrientes traen información de un posible avistamiento  al sur de aquí, próximos al nacimiento de Humboldt

- Ya veo. Se están acercando ¿cuántas bajas llevamos?

- muchas menos de lo que estábamos esperando .

- Ya veo. ¿Hasta cuándo te quedas?

- Esta tarde y regreso. - No hablaron más y se separaron.

 

La Sirena conjuró al mar. Se volvería más frío hacia el norte hasta Pichilemu. Las olas serían mas grandes para mantener lejos a los humanos y los días serían cálidos para que se quemaran con el sol. Conjuró  defensas al rededor de su trono que destruiría de inmediato a quien lo usurpase . nada pasó ese día.

 

A las doce cincuenta y siete del día diez, cientos de erizos morados explotaron  n dirección al trono, envenenando lentamente a los tres demonios, clavándose con cada movimiento más adentro en su piel. Cientos hicieron lo mismo una segunda vez hasta asegurarse que nadie saliera vivo de ese lugar

La Sirena sintió en su sangre el disturbio , despertó exacerbada y en menos de tres minutos que estaba adentro del agua.

 

- Asesínenlos. Quítenles la piel pedazo a pedazo y dénselos de comer a las jaibas.

 

Aparecieron jaiba de pinzas enormes subiendo por entre los erizos comiéndose vivos a los invasores . dejaron limpios los huesos y de su existencia no quedó más que calaveras tiradas en el suelo.

 

- Quiero a estas tres - dijo apuntando a las calaveras - adornen mi carruaje.

Avísenle al Rey del Inframundo que ya fue controlada la situación  y que la paz, sigue.

 - ¿Qué hacemos con los erizos muertos, Princesa?

- Dejemos un aviso. Que aparezcan en  las costas por la mañana. 



ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 


jueves, 6 de febrero de 2025

LA CONVERSACIÓN






La semana no había sido buena, no por un algún hecho en especial, sino por la premonición sobre algo extraño sucediendo en el mundo.


Días consecutivos con vaticinios de males peores de los que la humanidad ya conoció: Un círculo en el sol, un círculo en la luna, circulo en el sol, circulo en la luna y baja marea cuando es Mayo, en Chile y en plenilunio. Lo sabía.


Tenía el alma intranquila, como a la espera de cualquier tipo de señal que le advirtiera porvenir, y todo estaba confuso, casi indescifrable y eso, le agitaba todavía más la conciencia.

Había aprendido muchas cosas en esta vida, sobre todo a encontrar pistas de catástrofe camufladas en los designios de la naturaleza. Era su don especial, el predecir cataclimos, muerte, miseria ¿A cambio de qué? Aún no lo sabía, pero mantenía una que otra idea vagabundeando por aquí y por allá. Algo pasaba.



Se volvió  imperativo ir a casa a buscar consejo,  así que tomó el auto y condujo dos horas y media con dirección al sur oeste para encontrarse con el mar.

En medio país se había desatado una tormenta, mas allí, ni rastros de nubes. El día se presentaba mejor que cualquiera de los del verano.

“Volví a casa, querido – Le dijo mientras metía los pies en el agua helada, siempre helada de Pichilemu. - ¿Me extrañaste? – Silencio. – Yo sí, por eso volví. Ya no aguantaba un día más sin conversar contigo. Necesito consejo y sabes a lo que me refiero. ¿Por qué me exiliaste si no entiendo lo que está pasando? ¡Déjame regresar contigo, te lo suplico! – Silencio. Comenzó a caminar por la rivera ante la negativa a sus lamentos. Así se pasó la tarde.



Ya al caer la noche y cuando el aliento se empieza a condensar en arabescos de humo, sintió el desequilibrio. Se asomó al balcón y paz absoluta existía, donde debería haber furia, griterío, algarabía y olas estallando en todas partes. Era como esa calma particular que precede al caos.

“Mejor me voy a preparar la cena” Pensó.



Prendió el fogón de la terraza y de paso, un par de cigarros. Fue a la cocina a sacar los mejillones del refrigerador, una copa y una botella de Riesling guardada hace mucho por si se daba la ocasión.

Tiró los mejillones a las brasas y puso los pies sobre el barandal, observando fijo el horizonte, como escrutando alguna anomalía. Ese día, las nubes formaban un espectáculo magistral, dibujando sobre la línea del mar los perfiles de islas olvidadas y  rostros familiares, desintegrándose para dar cabida a los últimos rayos que entregaba el sol. Las nubes hicieron el amor frente a sus ojos antes de oscurecerse todo. Tuvo envidia.



Sirvió la copa.



- ¿Sabes hace cuánto que tengo esta botella guardada? Incluso más años de los que llevo conversando contigo. Te daría un poco, pero se te olvidó cumplir tu parte del trato. Obligada a tomármela sola. No sabes de lo que te pierdes por maricón.



Se quedó inamovible desde las siete de la tarde hasta pasada las dos de la madrugada, cuando marte se presentaba de frente invitándola a bailar, sorbiendo a intervalos regulares el  contenido de los mejillones. 



Hipnotizada por el vaivén de las aguas, comenzó a cantar en una lengua que solo él y ella conocían, reprochándole el silencio y lo inquisidora que se había vuelto su presencia a su lado.

Seguía pensando en la razón de su agitación y no apareció nada. Lo único que tenia claro era que no leería las cartas nunca más, pese a que las guardaba en la cartera. Jamás.



Había que renunciar a mucho para poder conocer una miseria de futuro, dispuesto a cambio a la primera de posibilidades. La ultima vez que lo hizo, le quitaron la felicidad y su destino se distorsionó, teniendo todo lo que le dijeron e incluso más, pero sola, después de haberle levantado ilusiones de romance. No lo volvería a hacer y punto.



Se acabaron los cigarros, por lo tanto se acabó su permanencia en el balcón, no hubo más por hacer que ordenar los platos, llevar las cosas a la cocina y traer un balde con agua para apagar el fogón y lo supo.

Era la misma sensación que queda al encontrar descaso tras caminar la vida entera: un hormigueo entre dolor y placer en las piernas acalambradas, mezclado con el alivio del descanso al final del camino. Era libre.


Siempre estuvo convencida de haber sido ella quien tomó rehenes, de haberse convertido en la carcelaria de destinos depositados en sus manos hace muchos años, pero no, el amarre de manos y piernas y el futuro en suspenso, era de ella. Era libre.

- ¿¡Esto es lo que tenías por decir!? ¡No fuiste capaz de prevenirme primero! ¡Maricón!  ¡Mil veces maricón traicionero! – Gritó a todo pulmón mientras se alzaban las olas con ruido creciente. - ¡Lanza todo de una vez! ¡Dime todo de una vez!

Abrió los brazos inhalando tan profundamente que se le congelaron los pulmones y sintió la estocada atravesándole el cuerpo, angustia, libertad y agonía, ilusiones desechas y ahora, sí que se presentaba flamante la incertidumbre.


En la cuidad, a dos horas y media al noreste, estaba el causal de todo. Él le entregó el corazón a otra mujer y con eso terminaba de una vez y por todas, el lazo que lo unió al pasado y por lo mismo, inevitablemente a ella. No volvería a ser feliz, sino era con ella, aunque estaba dispuesto a sacrificar todo con tal de olvidarla. Fue mayor el daño causado por un romance tan grande, siendo tan jóvenes, que se les escapó  de las manos. Con ella fue  alcanzar el límite de lo permitido para las personas. Nada se podría comparar, eso estaba claro, pero tampoco nada se perdía con intentar.



Ella se sentó en el barandal sin derramar una lágrima porque muy en el fondo, arraigado en lo más profundo y prohibido de sus pensamientos, de esos que se piensan y antes de terminarlos, se censuran y no aparecen otra vez porque el miedo de su profecía era amenazante, sabía que era cuestión de tiempo para que la reemplazara. Sin embargo, ahora le habían arrebatado el corazón  y el vacío se dejó caer sobre sus hombros.

Habría preferido no saber. ¡Maldito don de mierda! ¡Maldita bruja de mierda! ¡Maldita por amarlo!



- ¡Déjame ir a casa, por favor, te lo suplico. Ya no quiero quedarme aquí. Permíteme ir contigo. Llévame y abrázame! – Dijo sin levantar la vista del tableado del piso. – Quiero volver ¡Pido asilo! ¡No puedes negarme el asilo!...  es lo único que no me puedes negar – Comenzaba a desfilar hileras de cristales iridiscentes por su mejilla. Continuó el silencio… Ninguna respuesta. Se le fue la noche.

Cuando se dio cuenta de su nueva realidad, cerró la casa y no la pisó de nuevo. Regresó a la cuidad a medias, conduciendo por inercia tras tantas veces recorrido el camino. Manejaba sin hacerlo en verdad.

Y así vivió, a medias, con un hueco creciente en donde existió su corazón, riendo sin felicidad y amando sin amar, porque en todos encontraba algún detallito que le hiciera despertar la imagen de él. Vivó en piloto automático durante 4 años.

Él amó, y más de una vez, aunque eran amores con fecha de expiración temprana, intermitentes y para nada memorables. Volvió a amar sin ella rondándole los sueños. El fantasma murió. Ella desapareció, estaba consciente y contradictoriamente apareció una mezcolanza entre nostalgia y dolor en el lugar que ella ocupó. Era feliz. Estaba tranquilo. Su universo equilibrado y era eso lo que le cortaba la felicidad plena, la tranquilidad instalada en su vida. Demasiado. Pasaron 4 años.



Casi se habían transformado en un susurro desde otra dimensión, un nombre escasamente familiar e  imposible de recordar del todo, un "parece que lo conozco, pero  no sé".
Ella dejó  de pensar en la causa del término, siguió  adelante descorazonada pero más fuerte y orgullosa  que nunca. Decidió que si el amor no era lo suyo, encontraría la manera de hacerse del poderío del mar. Volvería en gloria y majestad al lugar que le dio vuelta la espalda tras apostar el corazón con alguien de tierra y perderlo.  En eso se agotaron los días, hasta que hubo cambio en la manera de girar del mundo. Una suerte de profecía se desplegó  ante sus ojos y escuchó  una voz hablando entre el ruido de la cuidad.

-Princesa, vete de aquí. - Alguien la observaba desde lejos.- Princesa, vuelve a tu casa  y refúgiate en el mar. Aquí se consumen los sueños y te harán daño. No perdona que no le hayas entregado tu amor. Hazme caso y vete.
- ¿Quién  eres criatura? - contestó  sin pensarlo  dos veces - ¿Por qué me adviertes  dolor?
- Te observo desde que naciste princesa. Soy yo a quien sientes caminar por las noches cuando andas cerca del mar.
- ¿Quién te mandó criatura? ¿Por qué llegaste tan lejos si aquí no hay agua?
- Tu mensaje fue entregado. El rey de los demonios se enteró y viene por ti y por él, por eso te digo Princesa, que te alejes de aquí. Los océanos lo encontraron, sintieron su energía al tocar el agua y le dijeron que tu amor es solo de él y para siempre. Él lo sabe y se debate entre su conciencia y orgullo. Los océanos le dijeron que su princesa lo buscaba desde hace una década, con el deseo intacto y la ansiedad en fervor. Sin embargo, al mismo tiempo en que le entregaban tu mensaje, el Rey de los demonios también lo supo, y ¿Sabes cómo ocurrió esto Princesa?...
-Criatura, no me digas, yo ya lo sé. Solo dime dónde está él.
-Mi función es protegerte a ti Princesa, no al mortal. - Desapareció.


Ya la locura se había hecho parte de lo cotidiano. Vivir en alerta  y lista para matar, mas no para morir, era la prerrogativa diaria  desde que tomé la comandancia de los mares. Tenía más enemigos que aliados. Mi reino es muy grande y precioso... todos quieren un pedazo. En el caso de los demonios, quieren el acceso directo a través del fondo marino, saciar el dolor de una piel perpetuamente en llamas con el abrazo analgésico de las olas y mis ojos para ver el futuro.
Tiempo atrás, cuando aún éramos jóvenes, el Rey de los demonios y yo, fuimos amigos.
Cuando la luna se llenaba, salía del agua y él de entre las tinieblas, para caminar resguardados por la luz incandescente que competía con el sol, al  jugar a hacer día, la noche más profunda, caminábamos y conversábamos de todo el tiempo vagando en este mundo y de lo vieja de su historia, de nuestras almas encadenadas cada una a su reino y del anhelo de conocer lo que se escondía en los límites del universo. De lo doloroso que era para él soportar el fuego abrasador en los ojos y de lo mucho que aniquila la sed, cuando me alejo del mar. Éramos una suerte de consuelo mutuo y en nuestros reinos había paz. Hasta que un día me fui. Ya no soportaba vivir a costa de hurtar  vidas ajenas, confinada a un lugar para siempre donde existían tantos mundos muertos como penitentes en el infierno. Tiempo atrás supe, que él me amaba en secreto.

Me fui sin decirle a nadie, confiada en la idea pueril  de que solo serian un par de días, pero lo vi y mi corazón latió por primera vez, no por sed, sino de amor. Supe en un segundo que ya no pertenecía al mar, sino a sus manos y deseos. 


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

ECLIPSE






Se oscureció la luna de pronto, los mares comenzaron a ascender revueltos por el caos de no tener a quién seguir. Hubo silencio en el mundo por dos segundos para ser aniquilado luego, por las voces de los demonios liberados en la rivera de la playa. Hacían mariguanzas con las ilusiones de aquellos que por azares del destino, justo esa noche decidieron salir a buscar rumbo entre la bruma. Yo era una de ellos.

 Hubo confusión en mi cabeza todo el día. No sabía qué elección tomar: si seguir insistiendo en un amor forzado o arriesgarme a que pasara el tiempo desperdiciado en soledad. Entonces, salí. Necesitaba conversar con el mar, contarle que me había enamorado entre octubre y diciembre, pero que ya al amanecer enero entendí, era solo compañía y nunca amor, decirle que la vida se presentaba con pasos firmes delante, sin yo tener un plan de respaldo y que cada día la caligrafía ha empeorado, al borde de ni yo misma entender lo que escribo.
 Salí provista de cigarros y una cerveza casi congelada a caminar sin destino cuando apareció.
 Una imagen conocida venia de frente, idéntico a la última vez que lo vi, con su torpeza elegante y la sonrisa cautivadora. "Esta es la respuesta a lo que necesitaba" - Pensé, sin considerar las probabilidades de encontrarlo vagando sin rumbo en una playa deshabitada a la 1:30 de la madrugada del lunes. Si cuando se trata del corazón, la inteligencia se me va a la mierda.

 Me pareció caminar por horas sin lograr disminuir la distancia entre ambos, pero convencida de si apuraba el paso, lo alcanzaría en algún momento.
Comencé a gritar a todo pulmón un nombre que creía olvidado. Sílaba por sílaba la herida se iba abriendo para superar dolor mezclado con melasma. Mi alma lloraba su nombre así como ausencia la mayoría del tiempo, mientras yo confundía las lágrimas con la condensación de la niebla sobre el rostro.
 Me detuve. Comprendí, embriagada en desesperación que nunca más podríamos estar de nuevo juntos y todo por mi culpa.
Dejé caer la botella a la arena para seguir camino mar adentro.
La corriente me arrastró profundo, tanto que la cuidad se había convertido en un punto de luz cintilante y aún no sabía qué decisión tomar: si dejarme sucumbir ante el poder del mar o pelear por mi vida, aunque realmente no me importaba; por primera vez en años estaba en paz, sin necesidad de obligarme a la mayoría de todo para continuar con las obligaciones autoimpuestas.
Si moría en ese instante, sería una muerte feliz.

 La luna recordó que todavía le quedaba noche por brillar y apareció sutil, pero fulgurosa, después de haberse perdido entre los coqueteos del sol. En menos de 30 minutos, estaba ahí: más hermosa que nunca, con más luz que nunca, iluminando la oscuridad reinante y calmando a los mares con solo sonreír.

- "¿Qué estoy haciendo?"- pensé. - Llévenme de vuelta a la orilla- Ordené a las olas, mientras sentía su amor envolverme con dulzura. - Creo que soy la primera sirena que no sabe enamorar y termina sufriendo...

- Eres la primera sin intenciones de matar, por eso terminas sufriendo. - Reconocí una voz familiar detrás. - Te advertí te alejaras de la tierra y te fuiste a perder a los dominios de los Hombres de las Nieves. Alguien como tú, no puede desaparecer tanto, si tu corazón es de sal y espuma.

 - No es por él por quién sufro, criatura. El Hombre de las Nieves, me amó como ningún otro. Es por uno que dejó de hacerlo, uno que conocí tiempo después de marcharme lejos, cuando aún era joven y aprendía la diferencia entre ser mujer y sirena y un poco de ambas; jugué con él, lo hice sufrir, ahora me arrepiento. No sé porqué después de tanto tiempo vuelve a rondar en mi cabeza, si hace años no pensaba en él. Duele más que nunca la herida.

 - Eso es por el eclipse Sirena, a todos nos perturba ¿No te acuerdas te conté que cuando esto ocurre, es mejor estar fuera del alcance de la luz de la luna, muy perdida en las profundidades o tras miles de murallas? Los demonios aprovechan la oscuridad del mundo para salir a cobrar vidas inocentes. Tú no moriste porque te adentraste al mar. Tú no moriste porque eres hija de Poseidón y por sobre todo, tú no moriste porque alguien en la tierra debe estar esperándote. Así que vete. - Me dio un beso en la frente .
- Llévenme a tierra. - ordené a unos lobos marinos.

 Llegué a casa tras despedirme de las olas, eran pasadas las 4 de la madrugada cuando sonó el celular.

 - ¿Aló? - Se congeló mi respiración.

 - ¿ Dónde estás? - Lo interrumpí.

 - En Pichilemu, cerca de donde solías vivir. No sé qué pasó, pero he luchado toda la noche contra la necesidad de llamarte y perdí.

 - Ven, yo te estaba esperando.

 - ¿Estás segura? - preguntó más emocionado que cobarde.

 - Ven, ya te demoraste mucho.

 - Llevo una botella de vino como ofrenda.

 - Tráeme mi corazón y estamos a mano. -Dije, riendo.

 - El corazón, siempre lo haz tenido tú.

 - Entonces ven, y haz de mí, lo que quieras.


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

LA SED







"Tengo hambre - Pensé mientras me servía una copa de vino. - Hace tiempo no sentía el requerimiento. Ya no recuerdo la última vez que comí."

 Hay costumbres imposibles de dejar atrás, aunque se trate de olvidar las raíces, la herencia, la familia... la sangre. Salí.

 Pretendía negar el instinto adormeciéndolo con placebos ilusorios como las continúas copas de vino al caer la tarde cuando asomaba el menester de alimentarme, aunque últimamente hay algo en la oscuridad, un hipnótico displicente tentando a mis fuerzas a flaquear con mayor facilidad, como si tuviera que... las divagaciones son sencillas cuando hay tiempo de sobra.

 La noche se presentaba tranquila, sin viento y el mar en calma, pese a que durante la tarde libraba una batalla campal contra las costas. El cielo abierto, sin rastro de nubes amenazando con frío y los grillos entonando una canción melancólica entre los pastizales, era el preámbulo necesario para satisfacer el apetito.


 Mi sed se acrecentaba con cada paso.

 No fue difícil encontrar lo que buscaba, solo me bastó caminar un par de kilómetros por la arena, donde las luces desaparecen para dejar cabida a las almas en pena. Nunca es buena idea salir de noche. No se sabe lo que se puede encontrar.

 - Hola - dije, mientras exhalaba una bocanada de humo.

- Hola - Contestó.

 - ¿Qué haces aquí tan tarde?

 - Vine a caminar un rato.

- ¿ Tus pensamientos no te dejan dormir? - Pregunté con la vista en el horizonte. Ya lo tenía.

 - ¿ A ti tampoco te dejan dormir? - Río. Solo necesitaba que me mirara. - ¿Ves esa luz allá a lo lejos? - Dijo apuntando a las aguas - Es un buque echando redes.

 - ¿ Ah si? - Volví a expeler humo. - ¿Cómo sabes?

 - Soy marino. Reconozco a lo lejos a los navíos y este, es un industrial. ¿ Tú qué haces? - me miró.

 - Yo cazo. - Boté el cigarro y lo besé.

 Era un hombre joven, con el alma ensombrecida por el dolor aunque reverberante de vida golpeando fuerte con cada palpitar, con los ojos grises y cansados, trémulos al mismo tiempo por la inocencia vestigial marcada a fuego en el correr de los años.

 Respondió a mi beso, tanto como el aliento le aguantó.

Me tomó de la cintura aprisionándome entre sus brazos, como un náufrago a una tabla flotante, quizás presintió la mala idea de haber salido a caminar solo.

 - Desnúdate - Dije con la voz encendida y los ojos enrojecidos. - Ahora, me perteneces. - Rió. Hay que dejarlos creer un poco en los milagros cuando se pide tanto de un desconocido.


 Comenzó a quitarse el abrigo para luego desprenderme de un zarpazo el vestido color coral guardián de mi intimidad. Siguió con cada prenda que traía encima, atolondrado por la exasperación de la carne en fulgor. Tomó mi mano dirigiéndome hacia los resguardos de las dunas, pero me negué.

 - Aquí, donde rompen las olas.

 - ¿ Y el frío? El agua está helada. - Respondió.

 - Ya no más. - Lo besé otra vez.

 Era la última oportunidad ofrecida para marcharse: el cambio de la temperatura del mar. Si eso no le advertía nada, ya nada más podría hacer. Se quedó.

 Siguió besándome, recostado junto a mí mientras las aguas nos lamían la piel cuando una mano aventurera comenzó a recorrerme hasta llegar a su objetivo de mi entrepierna dispuesta al afán de sus dedos. Separó mis muslos al tiempo que sorbía la lujuria emanada de mis pechos. Hice a las olas retroceder. Lo quería disfrutar en pleno, sin interrupciones ni testigos de más. Gemidos de placer empezaban a rellenar el aire cuando su boca se aproximaba peligrosa al punto de hacerme perder la cordura. Apareció su erección provocadora intentando adentrarse en los límites de este mundo con el otro.

 - Es tiempo. - Le dije y me dispuse sobre él.

 Lo sentí vehemente adueñándose de cada espacio en mi interior, embistiendo con lascivia y sujetándome de los glúteos para que no fuera a escapar.

 Gimió él también al enterrarle las uñas en sus brazos bien formados que me tenían de rehén.

- Eres hermosa.

 -Cállate y sigue. - No estaba ahí por la conversación, eso era claro.

 Aceleró el ritmo y la intensidad para hacer que mi cuerpo se expandiera hasta el infinito, explotara en mil pedazos y volviera a unirse antes de finalizar el orgasmo. Un calor sensual apareció donde nos uníamos. Supe que él también había acabado.

 Exhaustos nos quedamos prendidos por el sexo un par de minutos.

 - Asciendan. - Ordené y la marea nos arrastró mar adentro. La sed era inaguantable.

 De mi piel brotaron escamas y se afilaron mis dientes.

 - ¿ Cómo te llamas? - me gusta saber sus nombres.

 - Dame el nombre que quieras - me besó. - Total, ya no necesitaré uno... hermosa sirena. - acaricié su rostro con dulzura antes de devorar el resto de vida que le quedaba.

 - No, ya no necesitarás uno. - Dije después de soltar su cuerpo inerte a las profundidades. - Ahí tienes otro juguete.

 Nadé hasta unos roqueros cercanos para bañarme de luz de luna por un rato, mientras tanto esperaba se secaran las escamas. Es más seguro estar en los filos de las rocas que en la suavidad de la arena. Son menos traicioneros.

 Recogí mi vestido y me puse encima el abrigo de aquel hombre, porque ya el frío había aparecido en escena. Encendí otro cigarro antes de retomar camino a casa, ya satisfecha y creyendo que con él y su juventud sería suficiente por un largo tiempo. Este es el precio de mi naturaleza.

 A lo lejos, muy escondido entre los dunales: Otro... ¿Dos almas en una misma noche? Era algo que no podía dejar pasar.
 - Hola - Dije.

 - Hola - Contestó.

 - ¿ Qué haces aquí tan tarde?

 - Vine a calmar mi sed... Sirena.

 Supe entonces, que la moneda estaba en el aire.

ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

© Francisca Kittsteiner, 2008 - 2009.
- Franykityzado por Klaus, ©2009.