Acaríciame lento. Que tus dedos divaguen sobre mi piel en
llamas, destruye cimientos, derriba muros, ahuyenta los miedos, persigue a mis
ganas entre los abismos del desespero y el refugio de las sábanas. Aquí estoy.
Aquí estas. El fuego consume reinos. Yo me he alimentado de reyes. Acaríciame
lento, desnúdame el pensamiento con un roce somero, sin intención de nada, pero
con el potencial de ser todo: la encrucijada repentina del final de la jornada;
tantos viajes perdidos, tantos discursos encomendados, el pecado y la
perversión resplandeciendo en la mirada.
Haz que sobren las excusas y llévame a un rincón sin luz, aprisióname
en tus deseos, quítame el aliento, así como la ropa. Desata mis cadenas y
expropia la cordura. No necesitamos nada más que el resguardo de la noche profundizándose
hacia la complicidad.
No busco amor, no busco amistad, no busco nada salvo un
arrebato. Quizá coincidimos tarde, pero aquí estamos, lejos de todo y tan cerca
del abismo. Acaríciame lento y saltemos. ¿Cuánto tiempo más seguirás en la servidumbre
del decoro? ¿cuánto tiempo más seguirás
afanando con perder la mirada entre mis senos y no tocarlos? Ya los encuentros
se comienzan a contar de a montones, el espacio entre nosotros se reduce
temerario, convirtiéndose en un centímetro dilatado en el suspenso detenido por
temor a no avanzar a un beso... Un beso siempre condena. La condena puede ser
salvación en las manos correctas. Aquí están las mías, que saben curar cuanto
mal exista, así como desatar infiernos según la cadencia que decidan seguir.
Acaríciame lento, gime conmigo para derrocar al silencio,
llenemos al mundo de gritos enmudecidos. Muérdeme y deslízate entre mis
piernas, mientras yo empiezo a hablar en otros idiomas; hay muchas formas de
tortura: lo mío es la espera, el rescate de información crítica y su uso para
invocar al caos y la locura. Siempre es fácil, es lanzar un anzuelo y esperar a
que la carnada haga lo suyo y te traiga a mis redes antes de darte cuenta que
fue una trampa donde te fuiste a perder por voluntad propia. Los años no pasan
en vano. Las arrugas se ganan entre noches sin dormir. La sangre trae diluidos
secretos peligrosos.
Acaríciame lento, pon tus manos en mis muslos y aférrate a
ellos como si fuera una tabla en el mar y tú un náufrago al borde de la muerte.
Siente los devaneos que se funden sobre la piel. Arde conmigo, consumámonos
entre las brasas y desgastemos a los dedos en su afán de recorrer caminos sin trazar.
La noche cayó de pronto. La cuidad duerme. Aquí estoy. Aquí estas.
¿Era un beso el que condena? ¡Oh no! Se escribe deseo y se
pronuncia vieni a fare l'amore con me.
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER