Son las abejas zumbando y el petricor levantándose por las tardes, o la caminata rutinaria por las avenidas vacías, así como la ausencia crónica de las manos más cálidas del mundo, lo que trae de golpe el sabor a octubre.
Es la reverberación del alma y vorágine a la que se somete la energía, el abismo y la destrucción, el nacimiento y el hastío. Dicotomías petulantes peleándose todo el tiempo, desde que octubre amanece primero, hasta la extinción de la última hoguera el 31 a media noche. Me sumergen las olas en sus devaneos, me gritan que corra y me vaya lejos antes de que pierda lo que me resta de humanidad.
El agua y el fuego son difíciles de mezclar. Se pierde mucho en el intento, pero aquí me quedo, porque es octubre y en el lecho, el mar se encuentra con el infierno. El agua y el fuego son difíciles de mezclar. Depende de la habilidad de cada quién, qué suerte que yo comando los océanos. Qué suerte que el fuego no es dificultad.
Es octubre. El tiempo de volver a jugar con la suerte. ¡QUÉ ARDAN LOS CALDEROS!
Es octubre. El tiempo de volver a jugar con la suerte. ¡QUÉ ARDAN LOS CALDEROS!
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER