viernes, 27 de agosto de 2010
Carroña
No sé la causa funesta de la maldición que me ha tocado sobrellevar: mi falta de entereza en el criterio débil que tengo como carga perpetua; la fragilidad casi absurda de mis emociones y el vestigio estacional de depresiones profundas que ocupan el alma sedienta de drama de mi dolor carroñero.
Ya no me puedo arrepentir más de haber elegido la vida que pretendo vivir, porque no soy tan fuerte como creí serlo en su tiempo remoto ¿qué pasó conmigo desde entonces? Ni Dios sabe y tampoco tiene tiempo ni ganas de averiguarlo por su mano o por las inquisiciones apresuradas de espías volátiles revoloteando entre mis pensamientos huraños de tantas ñácaras que se han infiltrado por los recodos hambrientos de épocas mejores.
¿No pudieron haberme escogido otra clase de afán por el que mantenerme firme frente a los enemigos dispuestos a dar con las flechas cargadas de andróminas suntuosas, justo en el centro de mi herida supurante de incertidumbre? Aun me aferro a la posibilidad de despertar un día y que el monzón haya amainado, dejando catástrofe por doquier, pero sin afectarme tanto, o simplemente, jamás volver a despertar.
Puede ser que yo sea la custodia de los males dispersos en el mundo y todo porque no tengo otro propósito que regar las semillas de marañas con mis lagrimas opalescentes que cautivan con demostraciones lascivas la locura de la tierra agonizante. Podría ser que grandes pesares tenga que soportar, que prepararon mi espíritu sin adiestrar para recibir el cambio de mi dolor: la llegada ansiosa del final de mis tribulaciones carentes de arlequín que las interprete.
Siento que ya no hay manera de no volver a llorar de noche, ni menos a la edad que se dice que tengo; no podré detener el efluvio de hálito espectral que se ha enamorado de mis ojos cansados, rojos y sin líquidos que ofrecer como pago al rocío de la mañana tenebrosa que espera por en el canto de la alondra.
Hay tanta sangre en mis sueños que he comenzado a tener miedo de dormir, caminando entre las personas como un espanta cuervos que no hace otra cosa que llamarlos con los encantos de los que fue despojado porque su pobreza no le hacía parte con la belleza demoniaca en su concepción febril. Creo que las musas sienten envidia de mí, que Venus ha redirigido su ataque contra mis pasos ciegos, que Era ha visto como Zeus osa a mirarme y me considera una amenaza latente, por lo que han decidido provocar mi afable destrucción y no me lastima decir: lo están logrando.
¿Cuándo yo muera, se habrá muerto también el último poeta? ¿Se acabaran los versos enardecidos, pasionales, orgiásticos, inexistentes y silenciosos? ¿Habrá una nueva forma de reír aguantando el nudo de remordimientos condensables en la garganta abstemia de humo con matices de manta en descomposición tardía? ¿Será una buena hora para inaugurar una constelación dedicada al lapsus tormentoso que tuve que aguantar pese al rechazo antecedente de mi voluntad corrompida? ¿Por qué tengo tanta sed? ¿Esto es culpa mía por permanecer atada al recuerdo lacerante de un romance destinado al fracaso supremo tras años de convertirse en metástasis en torno a mi corazón repleto con cáncer de ausencia? Sí, definitivamente esto es tu culpa y te responsabilizo de mi defunción por falta de besos salinos y caricias antisépticas, de abrigos lánguidos en tus brazos incipientes. Yo te culpo de asesinato calificado en complicidad absoluta con la exanguinacion de llagas sin procurar. Yo te culpo de todos mis males y presta atención que son demasiados para anotarlos en cualquier lado. +
Confieso que aprendí a mentirme, a tomar esas mentiras y amalgamarlas con mis más paupérrimas esperanzas y credos efímeros. Declaro, en pleno uso de mis facultades cognoscitivas, que ocupo falacias para poder dormir sin sentir explotar mis caudales de napas virginales y no me da vergüenza alguna porque es el único narcótico que anestesia los urdidos planes que traigo asimilados en las células de derrocar a mis verdugos, tomar su lugar y sus cabezas como trofeos que debo ostentar antes que se acabe mi suspiro de intereses triviales.
Miento, pero solo a mi misma para poder poseer algo por lo cual agradecer antes que el letargo empaste mis parpados con concreto refinado y transforme en quimeras carnívoras mis fantasías pluviales.
Y todo lo que hago por esta humanidad relativa que me va quedando, es llorar, escribir en códigos de difícil entendimiento y rendirme ante las evocaciones que el destino idealiza como lo mejor para mi, siendo claro, que lo mejor es quitarme los miedos y la libertad de engañar sin dame cuenta.
ECRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER, DUQUESA DE ORLEANS
Etiquetas:
carroña
martes, 24 de agosto de 2010
Analogía con la Luna
- ¿Cómo es posible que fueses la inspiración para tantos romances,
sin haber probado lo que eso significa? - Le pregunté una tarde a la luna
cuando ya los arreboles comenzaban a morir y el destello de un parpadeo
luminiscente se asomaba en mi balcón. – en realidad nos parecemos bastante,
vieja amiga. Tú te estás achicando, yo igual, continuas sola, igual que yo y
sin embargo, sigues brillando con la misma intensidad. Hay carroña de buitre a
tu lado, disfrazándose de amalgamas amistosas que solo buscan tu abdicación. Quieren
opacarte, pero no lo logran, porque eres única y tú lo sabes… aunque si esos
lobos envueltos en piel de oveja, necesitan de ti, sin dudarlo e incondicional
a todo, les brindas una mano. A veces es preferible hacerse el desentendido a
perder la poca compañía que nos va quedando...
Entregas tanto a tantas personas. Lo que piden lo das sin escatimo
de condiciones, estás ahí quieran o no, escuchas como si no existiese otra cosa
más importante que lo que le está pasando a alguien que casi ni conoces y nunca
recibes lo mismo a cambio.
Si el día es bueno, se acordarán de ti y mirarán al cielo
esperando encontrarte, pero no lo harán porque hay que seguir caminando o se
choca con el poste de la calle; ya si la suerte te coquetea, uno que otro
conversará contigo, te dirá “hola” y se irá porque no hay tiempo que se pueda
perder.
Has visto a tantos
llorar, a tantos que se refugian en tu luz porque no encuentran mejor soporte
que la magnificencia de tu inalcanzable posición, les sirves de consuelo cuando
ataca la oscuridad en medio del pánico tras una sacudida trémula de la tierra,
pero tan pronto ha pasado, se marchan olvidándote hasta que vuelvan los llantos
encolerizados ¿Y quién pone su hombro cuando quieres llorar? ¡Nadie! Porque
dicen: ¡Vamos, si ella no llora! ¡Es imposible! ¡Déjate de bobadas! …la verdad,
ellos no saben nada… N-A-D-A ¡Nada!
Guardas secretos
que no pides guardar, que no quieres saber, pero alguien tiene que hacerlo y ahí
está la tonta obligada a escuchar mil veces la misma historia y cuando se callan
y tú intentas decir algo, ya no están, se fueron, se desahogaron y listo ¿Y tus
secretos quién los guarda? Porque pesan mucho los propios, pero los ajenos son
livianitos ¿No crees? Será porque no se les trae atados al pellejo… y con el
tiempo se convierten en veneno, amargura y en maldiciones. Si tan solo se
quedaran…otro gallo cantaría.
Creo y con firmeza
que la única diferencia que tenemos es que tú existes desde que el planeta se
creó y bueno, yo soy la recopilación de restos carbónicos de mis antepasados
desde que el planeta se ganó el nombre… pareciera ser que me estoy auto
describiendo. ¿Y si somos lo mismo? ¿Y si tú eres yo y yo soy tú? ¿No deberías
llamarte Francisca? ¿Y yo Luna? No, porque qué pasa con aquellas niñas que
llevan tu nombre por ti. Yo que sepa a ninguna le han puesto Francisca en mi
honor; entonces quedaría la cagada.
Pero si te
llamases Luncisca ¡Sí, te llamas Luncisca! Igual que yo: Luncisca Francisca, la
condenada a solterona, enamorada de un imbécil que no se da cuenta que estamos
muriendo en baba por ellos (esa es la verdadera diferencia). El tuyo, es el
sol, el mío, un Subercaseaux. – Y me di cuenta, que sin proponérmelo, había
vuelto a hablar de él…
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER
Etiquetas:
luna
sábado, 21 de agosto de 2010
Amnesia
Creo que nací un 21 de julio
cuando el ‘92 todavía estaba de moda. Según cuentan no he cambiado mucho desde
entonces, cosa que no podría afirmar o desmentir porque no me acuerdo. Estaba
presente, sí, pero no tengo una imagen sólida de mi apariencia, pues aún no me
atacaba la vanidad de pasarme horas mirando al espejo a alguien muy parecido a
mí, aunque en ningún caso, yo. He crecido, ya casi han transcurrido 19 años y
la desmemoria de la vejez comienza a afectarme, no logro acordarme si ese año
era bisiesto o qué día es hoy.
Nunca he sido muy normal que
digamos, siempre nostálgica de tiempos que siquiera alcancé a vivir,
encontrando placer al pasar una tarde escuchando tangos alcohólicos que
desvanecen entre sus acordes las penas que se condensan dentro de mi pecho.
Me gusta extrañar a los que se
han ido, y vez que puedo, escapo un poco de la realidad para escribir una que
otra idea vaga que se anida en mi cabeza. Hay veces que paso semanas con el
título de mi próxima "creación" (si es que las puedo llamar así) y cuando
me siento con lápiz y un papel dispuesto a morir por complacer mis vicios, las
palabras no fluyen, se estancan, madurando la brutal decepción de mi lógica,
seguramente, debatible.
Puedo pasar horas mirando el
cielo, sin que algo perturbe mi meditación de fantasías utópicas, esperando,
siempre esperando que mi suerte llegase a cambiar al avecinarse un fenómeno que
haga un quiebre en mi vida, un tanto monótona: De los sueños, a los libros, de
los libros a más libros, y de ellos al sueño que, para aprovechar tiempo, continua
repasando lo aprendido cuando la luz era el emperador de la ciudad. Pero que
conste, no me acuerdo ya de quién soy.
Otra cosa, para ahorrar espacio
en mi cabeza, he decidido escribir todo en tres idiomas al mismo instante, así
puedo regodearme de mi facilidad para los idiomas y mato de un tiro, al
aburrimiento, que sigue en su afán de rondar cerca de mis pasos, pese a que le
he dicho y en reiteradas ocasiones, que no me interesan sus propuestas de un
romance de media estación. Ya estoy muy vieja para esos trotes.
Tengo un vestigio de recuerdo que
me gustan las magnolias y que juré a mis cojines, entregar mi corazón entero,
en oferta, con mi alma y mis latidos, a quien supiera diferenciar el cambio en
el brillo de mis ojos cuando las veo florecer. Esa sí que es una promoción
tentadora.
También siempre he supuesto que
llevo a cuestas más años de los que llevo respirando en esta tierra, que antes
de mi concepción estaba dispersa en partículas con carga eléctrica,
preferentemente positivas, esperando reencarnarme en lo que puedo afirmar que
soy y que para traerme aquí salieron a cazarme con estas redes de mariposas,
metida dentro de una célula y obligada a nacer como humano, mejor todavía, como
mujer y sin embargo, no recuerdo nada.
Creo que mi canción favorita es
una en italiano y parece, pero no estoy segura, que hablo italiano y otra cosa
con I... ¿inglés tal vez? quién sabe. Bueno, me gusta y aunque de levanta
ánimos no tiene nada, cuando soy presa de lágrimas circenses que hacen
acrobacias en mis mejillas y se lanzan en trapecio sin red hacia el vacío, es
inevitable dibujar una sonrisa en mi cara.
Acabo de encontrar un papel que
dice: recordar que tienes una meta que cumplir. ¿Cuál de todas? podría ser
cualquiera: mi carrera, mi casa, mi auto, mi nobel de literatura, dejar de
fumar, conocer a Mel Gibson, viajar a la luna y colonizar ahí, aparecer en un
billete de $3.000, ayudar cuanto pueda, y que en los futuros libros de
lenguaje, historia, ciencias, me da igual cuál sea, salga mi nombre con una
foto de mi juventud; quedar para la posteridad y convertirme en leyenda. Pero,
acuérdate, yo no me acuerdo.
De repente me dan ganas de un
trago con menta, limón, hielo y mucha azúcar, aunque cuando voy a prepararlo,
no sé qué hago en la cocina con limones partidos, una batidora y una botella de
ron blanco sin tapa encima de la mesa, después salgo al patio, prendo fuego a
un cigarro y comienza mi obra dramática a surgir desde lo profundo de los
arrepentimientos de lo que he hecho (es lo único de lo que de verdad se puede
arrepentir alguien, todo lo demás, es puro relleno), a buscar imágenes en los
arabescos que forma el humo al expulsarlo de la boca, al elevarse hasta
desaparecer entre el resto de los gases que circundan los pulmones.
Luego, cuando ya me dan
escalofríos pongo una canción antigua, puede ser que las escuchasen mis
abuelos, pero no importa, a mí me gustan y punto. Canto a todo lo que da mi
voz, espantando lejos a los cuervos que quieren verme caída dentro de una
depresión nunca vista desde los tiempos de Hamlet y sus conflictos
existenciales, pero soy fuerte, eso creo, y resisto cuanto pueda, distrayéndome
en recuerdos de un amor que no recuerdo haber amado, mas, posee nombre,
apellido, dirección y edad. Me doblego cuando las sensaciones que se supone
sentí al primer contacto de labio con labio, estremecen mi piel dormida hace
mucho por falta de cosquillas juguetonas que se aventuren brazos arriba hasta
llegar al cuello vestido solo con una cadena y un colgante, un abrazo que
pareciese que te quitará la respiración apenas bajes la guardia y la guardia
nunca estuvo pendiente de hacerle frente a lo que el destino podría traer
consigo como un tipo de ofrenda colectiva que únicamente favorece a los que
saben leer entre líneas y le buscan la quinta pata al gato.
Hay veces que olvido cómo me
llamo y mucho no me preocupa, porque es solo un nombre, una forma que tienen de
identificarme, lo gracioso es que los nombres se repiten unas diez mil veces
más uno dentro de un rango de tres cuadras a la redonda, entonces ¿Qué caso
tiene que olvide que me llamo Francisca Lizzette Lucero Kittsteiner? No le veo
lo grave, o quizás ya me volví loca.
Ahora que veo, hay un gato
caminando por el ancho de una pared que no supera los dos centímetros, me
comparo con él, el elegante caminar que nos distingue del resto, la sensualidad
de una mirada que dice mucho más que un recorrido por el diccionario, la
sencillez lasciva que está impresa en cada corcoveo de una espalda al
descubierto. Si somos iguales.
Vi un zorzal y me fui por un
instante a volar con él, hace mucho que no veía uno por estos lados dejados en
el tintero por Dios y no sé exactamente qué se encuentra haciendo la figura de
ese amor que no recuerdo haber amado sacudiendo el polvo que dejó congelados a
los besos que nos faltaron dar y que ya es muy, pero muy tarde... Comienzo a
convencerme que es mejor dejar de inmortalizar los momentos vividos antes, y
vivir en el tiempo que me corresponde, actuar como si tuviera 18, porque esa es
la edad que se dice por ahí que tengo y permitir que el olvido ataque donde
quiera atacar, para llenar de nuevas cosas, cosas que de seguro ocurrirán
cuando termine de escribir tanta porquería junta, cosas que definitivamente, me
harán olvidar.......
Yo, una mujer que no sabe qué
nombre le dieron, qué edad tiene, qué vida ha vivido, cuántas ha vivido, qué
tipo de gustos le gustan, qué amores ha querido, qué lágrimas ha llorado y
menos el por qué, qué metas se ha propuesto a cumplir, declara, en pleno uso de
sus facultades mentales relativas (todo es relativo, cariño, todo), que no le
interesa recordar lo irrecordable....se acaba la cuestión.
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER
Etiquetas:
amnesia
Suscribirse a:
Entradas (Atom)