miércoles, 3 de febrero de 2021

LA CONDENA

 

Los miedos de pronto, no existieron, así como llegaron, un día desaparecieron. Hubo paz donde el caos reinaba y los muertos dejaron de aparecer por las noches. El silencio fue conquistado por suspiros agotados y ahora mis pensamientos eran poblados por ti, joven indeciso. Fui feliz, escasa, pero profundamente feliz. Un amor intenso apareció en el horizonte y tras dos segundos se apoderó de mi corazón ya casi extinto; crecí, volé y amé en menos de lo que dura un día. Así como llegó, se fue. Lo sentí desvanecerse entre mis manos, mientras se esfumaba un gemido acallado entre los murmullos de las olas. Era la primera vez que le presentaba a alguien. Le conté mil veces del dolor que conlleva anhelar y nunca tener y entre suplicas le ofrecí mi alma a cambio de amor: el mar contestó y yo se lo llevé. Fue ahí el error. Las aguas son celosas, exigen atención total.

 

-         - Tráenos su vida, Sirena. – Fue lo que dijeron. – es su vida o la tuya, princesa del mar.

Un par de copas de vino. La sed, acrecentándose con cada minuto y el palpitar ardoroso de la piel derritiéndose por querer lanzarse al mar. Duele el exilio. Se sufre a cada instante, pero en la tierra descubrí el amor y lo vale. Otro par de copas de vino y las estrellas resplandeciendo sobre mi cabeza con la promesa latente del eclipse acercándose. He aquí otro secreto: bajo todo el océano y oculta tras mil paredes de acero, cada que la luna juega con el sol, hay que esconderse. Nada bueno pasa entonces. Es cuando los demonios salen a molestar y el mundo pierde su destino.

Dos copas más y me dejé atrapar por unas redes. Me acorraló en un lugar oscuro y sin piedad.

Me desnudó el cuerpo, el alma y el pensamiento. Un ejército de besos debutó de pronto y así, de la nada, la sed se empezó a calmar. Me convertí en bruma para apoderarme de su piel. Empapada en sudor, extasiada y delirante.

Todo lo que soy, se lo entregué. Todo lo que tengo, se lo ofrecí. Le permití adentrarse en mis recodos. Le permití aferrarse a mi espalda antes de naufragar. Asfixié sus gritos y reclamé mi nombre pronunciado por su voz quejumbrosa. El sexo transmutó en devoción: muerte, resurrección y pecado.

Agoté sus fuerzas, al tiempo que se esfumaban mis ganas. Dejé marcas perennes en su piel: si quería mi cuerpo, yo usurparía su razón.

Entre cuatro paredes, recobré la vida que abandoné por azar, la juventud puesta en pausa por la inocencia de querer cambiar al mundo por buena voluntad.

De sus gemidos, resurgió mi espíritu y recordé que todas las sirenas saben seducir, solo que de vez en cuando, uno lo olvida a conciencia… entre orgasmos comprendí, que ahora pertenecía más a la tierra que al mar.

Ola tras ola, los cimientos de la casa tambaleaban y polvo caía desde las cornisas, mientras él se profundizaba en mí.

-         - ¡Entréganos su vida, princesa del mar! – gritaban las malditas - ¡ese hombre nos pertenece!

¿Cómo entregar algo que no es mío? Tuve a su cuerpo y a sus labios, a su deseo profanando al mío hasta saciarlo por completo. Tranquilizó la sed y el hambre, pero su corazón, así como el mío, era espuma y sal.

 

Sentí su calor adormeciéndome el cuerpo. El dolor paró. La piel dejó de arder bajo su abrazo. Esperé a que el sueño debutara, besé sus manos y lo dejé.

La noche se presentaba clara con la luna llena en Cáncer, alumbrando mi desesperación. Caminé por la vera de la playa hasta encontrarme con vestigios de almas en pena: la estela paupérrima de sal seca sobre la arena.

-        -  Vengan a mí – ordené a las mareas a cambiar el rumbo y entre remolinos de escarcha fui sumergida hasta el fondo del mar. El agua transmite todo. No tuve necesidad de hablar.  No tuvo necesidad de contestar.

Supe entonces, que mi tiempo con aquel muchacho inmaduro, pese a su escases, ya había expirado hace mucho y se lo entregué.

-          - No hay conjuro que proteja la casa. Puedes tomar lo que quieras.

-        -  Debe ser por tu mano, Sirena o nuestra mano tomará tu vida inmortal.

Entonces cientos de medusas hicieron fila frente a mí para descansar en mis labios su veneno taciturno.

El mar es salado por las lágrimas de sus habitantes. Tercer secreto revelado.

Volví a casa, tras esperar que mis escamas se secaran por completo, con el frío de la madrugada firmado en mi piel. Él seguía en el sueño profundo posterior al sexo y me acomodé entre sus brazos antes de besarle la frente…

… con eso terminé su vida.

Al día siguiente, él entró al agua a cazar olas, pero las mareas reconocieron la marca de la ofrenda y no devolvieron su cuerpo.

Ahí estaba yo de nuevo, sola, llorando un amor extinto por los celos de mi reino.

Ahí estaba yo de nuevo, con la sed incesante de consumir una nueva vida para poder mantener la mía en tierra, quizá un día más.

 

ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

 


© Francisca Kittsteiner, 2008 - 2009.
- Franykityzado por Klaus, ©2009.