sábado, 25 de febrero de 2012

Y CONTINÚA LA ESPERA....


No hay nada que esté a mi alcance para negar lo que pienso,
Porque he decidido a darme una oportunidad de encontrar la felicidad,
Y creo en serio que en algún lugar de esta ciudad,
Está escondido mi príncipe azul pintado en un lienzo.

Abro los ojos más que nunca para no pasar por alto la ocasión
En que se dé la coincidencia de que te me cruces en los caminos
Y sepa diferenciar a los malos de mis amigos
Y a no embriagarme en las promesas que ofrece una canción.

Estoy instruyéndome en ser más terrenal en mis gustos elegantes,
A no enloquecerme por lo que anhelo y no puedo tener,
Porque si pretendo amar como quiero querer,
He de renunciar a mis prototipos de galantes.

Si estoy aquí, ahora, será por una razón que todavía no entiendo,
Porque el destino puso manos negras donde no se podía entrometer
Y nadie le dijo nada cuando lo había que hacer,
Pero lo acepto tranquila y mientras tanto, seguiré viviendo.

Tan solo pido que me marquen los senderos recónditos y despoblados
Para no perderme en las encrucijadas que me tientan a ceder,
Cuando tropiece con las doscientas mil piedras que me harán caer,
Y que siempre que mire a los cielos, ya no estén más nublados.

Quiero una historia de amor de las que el mundo casi nunca presencia,
Un romance que me arranque la cordura de la que tanto presumo,
Besos apasionados, caricias desatadas tras los cortinajes de humo
Que los suspiros levantarán cuando se vaya la ausencia.

Me lo merezco, porque ya he sufrido lo que en una vida, toda la humanidad,
Soportando el peso del planeta sobre mis hombros por un largo espacio,
Absorbiéndome la vida y sacando mis vestiduras despacio
Para dejarme a solas llorar en los brazos de mi vanidad.

Ya no creo que el primer amor sea el importante,
Porque me ha dejado más vieja de lo que recuerdo ser,
Con llagas en los labios y con el corazón muerto de tanto toser
Sobre la cara lasciva de un futuro que se acerca con vista petulante.

Se vienen mejores tiempos, con mejores cosechas,
Porque se dice que todo sucede porque tiene que ocurrir
Aunque admito no los supe juzgar al verte partir,
Pero ya no puedo arrepentirme de las cosas que están hechas.

Hay que seguir siempre digna y con la mirada en alto,
Como si aquí la tormenta nunca tocó tierra,
Porque si debo aprender sobre lo que uno erra,
No puedo cuestionarme porqué demora tanto.

ESCRITO POR : FRANCISCA KITTSTEINER

¡¡¡¡DIME!!!!


Dime, por favor que te fuiste para siempre de mi corazón, que se acabó la historia que jamás empezó, pero que caló hondo y dejó huellas en mis labios marcados con nácares de deseo congelado…dime que ya no siento nada por ti, porque no lo sé.

Dime que nunca te quise en serio y que fue todo un invento mío, miente si es necesario, te obligo a ser cruel y a que escupas malicia para que yo pueda entender que no es posible algo entre los dos o seguiré afanando hasta que se congele el centro del sol y la tierra explote en putrefacción. Mira que soy necia y por mucho que diga que ya se terminó, en el fondo, sigo esperando una venia divina para atacar cuando estés dormido, y así apoderarme de tus sueños, llegar a los profundo de tu inconciencia, quedarme ahí, ocupar un lugar en tu vida y provocar un sentimiento meloso. Dime que no hay nada que pueda hacer.

Dime que hay otra, inventa algo, apártate y si puedes, llévate lo poco y nada que nos unió. Vete lejos, aunque con eso quiebres mi cordura, la que está reducido a cenizas desde hace tiempo, la misma que caducó en el momento exacto que te vi por primera vez. Si eres capaz de tantas cosas, vuelve el tiempo atrás y no me saludes, siquiera me mires, sé indiferente conmigo o entrégate de una vez y cambia el destino para terminar como debió ser desde el principio. Dime que estoy loca y que necesito ayuda.

Dime que no soy de tu tipo y trágate las ganas que tuviste de probar mis besos, porque desde entonces no hago otra cosa que pensar en el cáliz prohibido que se esconde en tu boca, tan dulce, llena de esperanza de un futuro mejor, pero que de igual forma, destruye mi felicidad austera y escasa en estos tiempos. Toma tus cosas y corre lejos, que soy peligrosa cuando quiero algo y entre más me cuesta conseguirlo, más trato de tenerlo: ahora, para mi, eres imposible y exquisito….dime que no hay probabilidad.

Dime que me aborreces, declárame la guerra y nos veremos en el campo de batalla, en mis terrenos conquistados por tantos fracasos sufridos y la tortura que debí pasar para conseguir el trono de la irracionalidad. No he perdido y ésta no será la primera vez, menos contigo. Dime que me harás perder.

Dime que te esforzarás por hacer lo que quieras, pero hazlo bien y pronto: si me deseas, bien, si me tienes entre ceja y ceja, bien, si soy nada, bien, pero si soy todo…no será fácil…Dime que te arriesgarás porque quieres arriesgarte…Dime que deje de hablar estupideces y enmudéceme a besos postergados….




ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER

DE VEZ EN CUANDO


De vez en cuando, siento la necesidad imperante de correr a tus brazos, quedarme ahí, quieta por lo que me reste de vida, para poder respirar tranquila, alejada de las malicias precarias que no tienen nada más qué hacer que corromper la cercanía mutante en la que estoy condenada a pasar el tiempo esperando a que todo se transforme en algo positivo que me sirva para soportar el dolor de verte dormir tan cerca, pero sin jamás llegar a alcanzarte, aunque desde donde me encuentro pueda sentir el tic toc de un corazón incesante, que posiblemente esté empezando a dejar de quererme con el ímpetu que en sus comienzos sintió. Es ahí cuando se despilfarran las caravanas de lágrimas azucaradas en carrera hacia el piso llamando a los tambores para que acompañen la caída de la tirana, que no quiere dejarte ir lejos, ni cerca, ni a ningún lado donde mis ojos vigilantes no te puedan alcanzar.
Y así avanzan las horas y no te das ni cuenta de que el amanecer esta próximo, que con los primeros rayos de sol, tendré que secarme la cara, esconderla de la vista del universo y plasmar en ella la sonrisa maquillada que todos los días me ves lucir, por si existe la casualidad de que te vuelvas a enamorar o simplemente, me correspondas con una. Es cuando el tormento que debo pagar por todos los pecados cometidos en vidas pasadas comienza a tomar lo que ya no me pertenece con el solo afán de humillarme por completo. Tengo miedo, sí, pero no de que todo quede en suspenso, sino de ya no poder ver entre el amparo lóbrego algún destello de luz, de no oír un suspiro que me haga recordar que sigues al lado, conmigo, cerca, mío… Tengo miedo de no saber vivir, que se me hubiera olvidado con el paso de los años, y que todo se reduzca a una fracción insignificante de porquerías baratas que los amigos dicen cuando no se les ocurre alguna cosa que te haga volver a sonreír por inercia. Tengo miedo de las pesadillas que me asechan, de que se concreten, de que ya no me despiertes de mis sueños de terror y me abraces tierno hasta que me vuelva a dormir cuando ya las has espantado.

De vez en cuando, me gustaría gritarte en los oídos para que veas que sigo firme con la misma convicción que hace 5 años, que este es mi lugar y de aquí nadie me mueve, ni ahora, ni después de muerta. Alzar la voz entonando los cánticos de batalla que en algún discurso tuve que haber dado en el tiempo aquel en que la conquista valía la pena y eras tú. Te lo repito, mi cielo, esté es mi lugar y nadie podrá borrar mi nombre de tu pecho, porque ahí fue donde me convertí en emperatriz, mártir y santa, porque ahí desembocan mis lamentos y los mejores poemas nacen de tu piel. Entiéndelo, así como estas palabras son mías, también lo son tus labios, tus besos y la caricias que tus manos tienen para entregar, entonces, ríndete a mis rezos y complace mis suplicas, porque de aquí no me muevo sin conseguir lo que hace tiempo me quitaron de los brazos mientras dormía y yo miraba el amanecer, tu cariño primero.
Ya no me desespera la sapiencia del tiempo que se ha derrochado o de las cosas a las que me he negado esperando la luz verde para partir corriendo a tu lado, sino que ahora, me destroza el alma pensar en que lo que me queda de vida se me irá sola, quizás sin volver a ahogarme en la melaza de un amor tan grande como el de los Dioses del Olimpo, y tú ni te enterarás de mi defunción reciente. Me da pánico el simple concepto de un jamás, pero si ese jamás está acompañado de un siempre y un vivieron felices los dos, me postraré ante los pies del destino a besarle las manos y a maldecir mi pasado que osó a gastarse sin ti…

De vez en cuando, me gusta pensar en que tú no existes y veo un comienzo prometedor forjándose en el horizonte.

ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER


JURAMENTO




¿Desperté o estaré soñando? Siento al silencio seduciendo a mi alma y la cosquillas recorriéndome el cuerpo. Siento como los arreboles se plasman en mi piel dejándola cobriza a rojo intenso. Pienso en ti y huelo tu aroma a lo lejos ¿Estás o te fuiste? No lo sé, ni quiero saberlo… Hazme sentir un abrazo garrido. No me dejes dudar. Quédate. Ven. Yo te escondo. Sin embargo, te vas. Un beso en el cuello es lo último que queda, mientras veo cómo te alejas entre las tinieblas de la noche que se hace firme…


¿Por qué el frío toma de rehén a mis actos? Te fuiste y contigo se marchan mis días, mis años, mi vida. Miro de nuevo al cielo, es una noche parecida a la anterior, con niebla a ras del empedrado y silencio fúnebre. Te recuerdo, te lloro, te amo y las estrellas dibujan tu rostro ¡Malditas ellas, yo las condeno! Solas, tristes y melancólicas, iguales a mí. Juro nunca volver a amar. 
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER


viernes, 24 de febrero de 2012

DESVARÍO

¿Qué pasa cuando se unen dos personas?
¿Qué pasa cuando se comienza a amar sin tener conciencia?
¿Qué pasa cuando se pierde el rumbo del destino y se aventura en otro que no te pertenece?
¿Qué pasa cuando no quieres terminar sufriendo otra vez,
pero se ve inevitable el derramamiento de lágrimas negras?
¿Qué ocurre cuando se ve infiltrado el corazón en recovecos jamás andados
y se pierde el camino de vuelta a la cordura?
¿Qué pasa cuando tus sueños ya no lo son más, sino que se transfiguran en un escape momentáneo donde las fantasías son perpetuas e infinitas?
¿Qué pasa cuando ya no hay más preguntas que hacer?
¿Se acaba la humanidad?

¿Qué pasa cuando el destino falla y la cercanía decide ser copia exacta de la distancia?
¿Qué pasa cuando el alma envejece sin que el cuerpo lo haga al ritmo propio?
¿Se pierde la vida?
¿Qué pasa cuando se empieza a morir, desisten los brazos en su afán de aferrarse a algo para la eternidad y las piernas son hilachas enredadas en las sábanas mortuorias?
¿Qué pasa cuando se desovillan los deseos y la carne se hace agua color ámbar en las viejas fuentes griegas del la culmine del sexo?
¿Qué pasa cuando ya no se oye el replicar de las campanas y se persigue el sonido del goteo incesante de arrepentimientos por lo que no se hizo y ya no hay tiempo?
¿Qué pasa cuando se vuelve a la niñez con quinientos treinta y ocho años, se sigue siendo el mismo o es un rastrojo de lo que se solía ser?
¿Qué pasa si se nos muere la muerte?
¿Dónde queda el recuerdo?....


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER

GUERRA EN LA VENTANA



GUERRA EN LA VENTANA

-  Tres días, seis horas, nueve minutos, dieciocho segundos y contando - llevaba la cuenta exacta desde la última vez que sus ojos vieron a Marco. Ojos que se llenaban de lágrimas al pensar en las escabrosas historias dispuestas en su mente.

- Tres días, once horas, catorce minutos y no sé cuántos segundos han pasado desde que dejé a Helena en el umbral de la puerta llorando por mi partida, congelada por culpa de los arreboles fríos de la mañana. ¡Cuánto la amo! ¡Cuánto la extraño! Si pudiera estar en otra parte y no aquí, la tomaría y nos iríamos de este infierno. Vvolveríamos a ser felices los tres. - Contó Marco a sus compañeros, sin entender por qué lo hacía ¿Sería acaso una forma de aliviar su tormento o una forma de rememorar a su mujer entre lamentos?

Se despertó un día la mujer con un cierto gusto a amargura en el corazón, tomando prisionero a un rosario que llevaba colgando en el cuello sin soltarlo jamás, comenzó a rezar mientras abría las cortinas de su habitación, mientras su aliento congelado se dibujaba en los cristales. Arropó a la niña que dormía afable entre sus vestiduras. Se dirigió a la puerta de enfrente donde tiempo atrás vio caminar a su marido en dirección opuesta. Permaneció horas sentada en las escalinatas, sin importarle la nieve que comenzaba a caer, sin importar que su hija la llamara para que jugase con ella, sin importarle nada. Se quedó quieta, dejó caer el rosario al suelo, silenció sus labios y se incorporó secando las lágrimas escarchadas de sus mejillas.
De entre los árboles apareció un hombre, alto, mustio y cabizbajo que se acercaba con paso firme y continuado.

- Buenas tardes señora, soy el coronel Carvajal, espero no ser inconveniente, pero necesito hablar con usted. Su esposo, el oficial Montenegro, ha muerto en batalla, cumpliendo con su deber, lo lamento.

- ¡Hasta luego, coronel! - Dijo Helena antes de entrar a su casa y cerrar la puerta tras de sí. Se dirigió al cuarto donde esperaba expectante la niña en su cama. La besó y alzó en sus brazos. - Era papá que vino a preguntar por ti, dijo que te ama y no pudo pasar porque tenía prisa.
- ¿Cuándo volverá mamá? Lo extraño mucho, quiero que venga a jugar al té conmigo.

- Lucía, mi niña, papá no volverá, pues la guerra se ha desatado en nuestra ventana. - Se acercó cuidadosa a los vidrios y tras pasar su mano en uno de ellos, hizo mirar a la pequeña criatura, mientras se acercaban las tropas a las que algún día perteneció Marco.



ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER


jueves, 23 de febrero de 2012

CUANDO EL VIENTO DUERME


Cuando el viento decide detenerse y ni dar rastros de haber existido y las luces se apoderan de las calles como caravanas de promesas de tiempos mejores, es cuando comienzo a imaginar paraísos taciturnos de lo que nadie me ha prometido, aferrándome al hecho de que, cuando regresen las ventoleras, mis fantasías se transformarán en un futuro proclive para engendrar felicidad.
Cuando las copas de los árboles están quietas y ya no bailan los tangos de romances que no he concebido, cuando los perros dejan de ladrar y a lo lejos solo se percibe el ruido de los trenes pasando, el silencio me abruma, haciéndome desesperar y desvanecerme entre las sábanas que me mantienen amarrada a donde se supone que tengo que estar pero ¿Por qué no me dejan ir a bailar con los personajes que tantas veces he inventado para no sentirme sola? ¿Por qué no me dejan habitar en el mundo que he creado para otros? Me gustaría convertirme en la Cenicienta del cuento que lleva mi nombre, vivir aferrada en los brazos de los galanes que pueblan mis páginas vacías antes de caer en letargo y vivir de las marañas que solo Dios sabe que existen y que son, desde hace siglos, el causal de mil demonios que me persiguen donde sea que decido poner el ojo.
Cuando la cuidad duerme, el viento también, porque se va poniendo viejo y tiene ganas de que algún día, alguien escuche sus lamentos camuflados entre los vahos que se cuelan por los edificios al tiempo en que el plenilunio es máximo y las fragancias de las castañas se apoderan de los rincones olvidados de todos y por nadie. Quiere contar la gracia con la que fue bendecido, y las maldiciones que le conlleva ser tan etéreo, que a final de cuentas, cuando deja de hacer ruido, asusta más que cuando rompe en gritos de dolor y ausencia. Hay nostalgia en su canto, como si buscase con avidez los rastros de recuerdos engreídos entre la basura que se recoge de las calles llenas de ratas y de besos clandestinos. Hay miedo en el temblor de su voz, sin embargo, nadie se detiene a preguntarle por qué…

El viento, duerme, y cuando lo hace, yo despierto para poder vigilar su sueño y que no le apuñalen el corazón que le va quedando, para que imagine lo que le quitaron desde la cuna y no pudo disfrutar, para que él, por un minuto, sea tan feliz, como yo pretendo serlo, cuando el viento, me regrese la esperanza de mi vida.

ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER.

ps: this is new, I've made it for you. I hope you enyoi it!

ALEA IACTA EST



- “¿Vendrás a rescatarme de mis miedos? ¿Estarás aquí al amanecer? – Se preguntaba mirando por la ventana del dormitorio, embelesada con el centelleo de las luces en la calle y la penumbra dentro, la fanfarria de los postes y el humo de un cigarro en plena combustión. - ¿Algún día dejaré de estar tan loca? – El resplandor de una lágrima enajenada cayendo por el perfil era lo único que se percibía dentro de la casa.
Bajó las escaleras adivinando la distancia entre peldaño y peldaño. Puso música para que continuara el desfiladero de cristales líquidos desde sus ojos hacía el vacío y se acomodó con las piernas cruzadas en la última esquina de un sillón. Cuando hay que sufrir, hay que hacerlo con estilo. 
Le temblaba la mano que sostenía la caravana de arabescos grises al compás de una melodía supurante de morriña emponzoñada, mientras que la mirada jugaba a rehuir de todo lo tangible, ubicándose en una ranura del piso desnudo, ahí estaría a salvo de escrutinios maliciosos.
Era septiembre y el reloj dictaba las 11:15 pm; al día le quedaba poco, y decidiendo asimilar la agonía que causa saber cuándo no se volverá a respirar y el corazón se detendrá. Había empezado a pensar en él…
Hace dos años que ella era Penélope a la espera del regreso de su Odiseo y ahora que vuelve, la tientan los enemigos, sembrando en su cabeza marañas venenosas producto de la envidia al saber del vestigio delirante que nace en el brillo de sus ojos, por verlo próximo en sus brazos. Por él se había conservado intacta, tal y cual, como podría recordarla, firme ante las llamativas ofertas de olvido, de extraerlo desde su esencia más pura y ante los encantos de amantes dispuestos a todo por ocupar el lugar clausurado que él dejó cerrado con llave imaginaria y tan fuerte como el acero forjado en condensación perfecta.
- ¡Sofía! – Dijo. Estaba al teléfono.
- ¿Qué pasa? ¿Qué hora es? – La había despertado.
- No sé, pasado las once… ¿A cuánto estamos hoy?
- Emm… ¿Siete? Ocho si es más de las doce.
- ¿De septiembre?
- Obvio… ¿Qué pasa?
- Nada, nada. Adiós. Vuélvete a dormir.
- Sí, y tú deberías hacer lo mismo… y no abuses del champagne
- No he bebido.
- Sí, yo tampoco. – Fue sarcástica y colgó.
Era la fecha que celaba desde su partida, cuando la niebla no permitía grabar detalles de distancia finita y el frío se infiltraba por los huesos como una enfermedad de la que no era apropiado escapar o más rápido se conjuraba a la muerte. No parecía cierto que el tiempo que una vez demoró tanto en agotarse, cuando los segundos tomaban siestas previo de desaparecer extintos, de un instante a otro, volara en un parpadeo cargado de ansiedad. Era gracioso mirar en retrospectiva y acordarse de las maldiciones conjuradas, el odio a ella misma por permitirse la licencia de admitir un romance ilícito antecesor de la desesperación en el último beso, de todas formas ¿Qué ganaba el destino al separarlos, juntarlos, volverlos a separar y hacer que se extrañen? ¿Disfrutaba al tenerlos lejos? ¿Eran simples partículas en constante repulsión y sus cargas eléctricas los mantenía en los extremos diagonales en una habitación gigante, observándose, deseándose sin poderse alcanzar?
Dos años no parecían nada, más se tardaron en entender que provocaban lo mismo en el otro y que era indiscutible la veracidad de un sentimiento casto, pero al tener conciencia de la caducidad de los límites, el resto del tiempo actuaba de analogía con la eternidad y la paciencia, destrozándole los nervios sin poder pensar en algo que no fuera el momento en que él cruzaría la puerta, refugiándola en sus labios cianóticos, prometiéndole que no habría de partir jamás. Las vicisitudes de lo que se quería la tomaban por rehén amenazando con desintegrar el cuadro por concluir, donde solo faltaba poner la firma del autor.
¿En serio lo seguía amando con el mismo ímpetu que creía? ¿Podría ser que su cabeza la engañase y que en vez de que hubiese pasado el lapsus, transcurriese la mitad? ¿Y si no eran dos, sino doce años? ¿Era igual el calendario al otro lado el continente? ¿No lo afecta el cambio de horario? …¿Y si él la dejó de amar? Entonces, prefería ser carroña de los buitres, alimento de gusanos, nada, y ya la nada era algo. 
Necesitaba distraerse de esas conjeturas traicioneras o perdería sus cabales.
Tomó un libro y se dispuso a leer. Quizás la fantasía la ayudase a atusar la realidad llena de andróminas que hacen doler partes que ni siquiera se tenía conciencia que pudiesen doler con grima y boato opalescente, precisando la vigilia, porque sus ojos se quedarían abiertos, encendidos como faroles que alumbraran la media luz circundante pendientes de cualquier cambio, cómplices con sus oídos adiestrados en las remembranzas de una voz camuflada en el susurro lascivo, profunda con espacios en blanco, para que cuando el ruido de los queltehues cantando al acorralar a los espíritus vagos que pedían sacrificios de crías efímeras, no la distrajesen y su boca que echaba de menos probar el Chardonnay añejado en los barriles labiales ahumados y pálidos que ese hombre traía en sus carnes.
“Si tan solo estuvieras aquí – Pensaba, dejando el libro sobre la butaca con una página doblada. – Si tan solo no te hubieses marchado...Yo seguiría habitando segura en tus brazos a salvo de pesadillas recurrentes que me hieren al mostrar el final de lo que todavía no se alcanza a escribir. Seguiría somnolienta sin ánimos de querer recobrar sentido, porque soy feliz ahogada en la utopía del romance primero ¬– Se calló, afirmándose la frente con las manos y acomodando tras la oreja un mechón de pelo que resbalaba por la cara. – Si no llegas a casa hoy, mi cielo, no existirá septiembre 9…”
Un reconcomio inexplicable se le enredaba en el pecho, impidiéndole respirar, clavando alfileres oxidados en los pulmones por donde se escapaba el humo del sus sueños que se incineraban en el caudal de sus dedos embetunados con tribulaciones: ¿Volvería Troya a arder? ¿Helena se convertiría en esclava? ¿Moriría Aquiles de llanto?
Salió al patio, estiró una alfombra en el pasto húmedo y el vaho salía a borbotones de una taza con café que rato antes había preparado. Corría un poco de viento, hacía frío, pero no era nada que no se pudiese soportar, de hecho, sentir entumecerse le daba a entender que estaba viva todavía.
Los perros labraban de una esquina a otra, como si se contaran secretos en claves que ella no podía descifrar. Aullaban con ramalazo compartiendo el insomnio, el plenilunio y la espera.
“Ay mi amor, créeme que he tratado de extirparte de mis emociones, que he querido continuar, pero estás aferrado de alguna parte a la que no tengo acceso ni voluntad de decisión. Sigues, aunque te fuiste y me dejaste sola… - Bostezó estirándose. – Dime, mi vida, ¿Por qué siempre te cruzas por mi mente, cuando pienso que he encontrado descanso de mis tormentos y termino hablando de ti con nadie, conmigo y con tu memoria?” Sorbió el brebaje ya templado dejándole un gusto amargo en la boca. 
Los perros enmudecieron, las luces descendieron al igual que sus fuerzas, parecía que el cansancio ganaba de a poco terreno, robándole la lucidez, poniendo cadenas en sus pestañas y tapándola con espigas multicolor. El soplido del viento le cantaba al oído acunando sus ambiciones de semiinconsciencia. Durmió cuando el reloj marcaba las 3:10 am.
Las ondinas comenzaban a salir emborrachadas por el dulzor del rocío, bailando tangos orgiásticos con las hojas volátiles que caían en torno a la alfombra humedecida. Bailaban sin interesarles la presencia de un humano es sus ritos fecundos, porque no le temían sino que les inducía una especie de compasión despreciable, desazón más que otra cosa. Luego, las alcanzaron los duendes para tratar de conquistar la ilusión de las ninfas, exigiéndolas como consortes, para que contasen monedas de oro dentro de la tierra antes que los arreboles tiznaran el firmamento de sangre. Entonces, la cacería estaba dispuesta.
El pavoneo de caderas corriendo, enardecía los mares de bajos instintos en los duendes, insatisfechos de cabalgar salvajes sin riendas, ni monturas sobre el vientre encuerado de cuanta virgen entregada al servicio del amanecer encontrasen en el camino, extrayendo de sus pechos la ambrosia utilizada como calor en tiempos de hielo y la avalancha de gimoteos cargados con lujuria extinguía la luminiscencia en todos lados. La masacre se prolongaba hasta donde los ojos tuvieran alcance. 
 Los árboles atacaron con estocadas de resina pegajosa impidiendo el avance de las tropas mercenarias y el atisbo de los líquenes detenía las flechas dirigidas a la colonia de princesas solares que gritaban por ayuda, martirizadas por la fricción de sus espaldas y el vaivén sexual entre sus piernas con ñácaras. Cuando ya estuvo muerta la última, los duendes se marcharon, encontrando de frente el cuerpo de la mujer con labios azules, cabellos con agua y resplandor por doquier. Era el mejor tesoro que podían albergar en sus arcas.
Se arrimaron en su cuello, escalando por sus prendas hasta desarmar las barreras de lo íntimo y lo permitido, como si no les hubiese bastado acabar con el reino ondino, sino que tenían hambre de expandir fronteras.
Pasaron sus manos cubiertas en fango por los el contorno de la cara, estremeciendo la piel y trayéndola de regreso al despertar.
- ¿Ignacio? - Pensó que podría ser él, pero no había nadie cerca. Los duendes, las nodrizas cadavéricas, los arqueros arbóreos se esfumaron y los perros volvieron a ladrar.
El universo se contrajo hasta lo absurdo y quedar albergado dentro del espacio que la retina le ofrecía como hogar y tras de sí refulgían en centelleos los diamantes esparcidos sobre el manto tácito del fondo con terciopelo, en donde las galaxias jugaban a dibujar mensajes dictados sin ortografía que seguir, con tal de ser descubiertos por sus respectivos destinatarios, el resto, no sería capaz de unir los puntos de luz descubriendo la verdadera función de los cometas lanzados desde el regazo de Hera.

No había nubes en el horizonte y el calor se filtraba hacia las raíces del pasto, convirtiendo a la escarcha en rebordes dorados de hálito seductor alrededor del vestido decorado con talabartes de indiferencia.
Por alguna extraña razón ya no veía transcurrir los recuerdos delante de sus ojos, él no la atormentaba con el intermitente aparecer y desaparecer, en las cosas que se dijo o las que se callaron sin solicitud. Muchas veces imaginó que ese día sus nervios no la dejarían en paz ni aunque la anestesiaran con la expiración. Correría de un lado a otro tirándose los cabellos por no saber en qué entretenerse, subiendo y bajando las escaleras sin cambiar nada en el derredor de los muebles, destruyendo sus vestiduras con tal de encontrar la indicada o sencillamente, no se cubriría en absoluto (¿Qué mejor que un cuerpo al natural?), pero no, nada había sido como debía. Estaba ahí, quieta, sin moverse, intrínseca en un trance que no necesitaba inducción ni vías de escape en caso de emergencias. Era como si no le importase nada ni nadie.
Desde hace horas que no miraba el reloj dar vueltas y detenerse ¿Era esto normal? ¿Había muerto y no le avisaron? ¿Era ella Raquel Bustamante? ¿Le quitaron el alma y dejaron atrás la escoria?
Dios musitaba los vaticinios pragmáticos acerca del futuro de la humanidad entre canticos agridulces inervados con arrepentimientos en dispersión, escupiendo saliva tóxica sobre los techos, tratando de advertirles de las consecuencias lacerantes que acarrean sus acciones, pero parecía ser que ninguno se acordaba de su vidorria, a excepción de ella que balbuceaba con nauseas una especie de súplica por su perdón.
En algún momento la radio se apagó dejando que el ruido que hace la espuma al desvanecerse proliferara sin controles que la estancasen justo cuando todavía no puede lastimar al éxodo de fantasmas que huyen desde sus lápidas mohosas hasta el confín del mundo. Estaba todo en tanta calma, que al caminar los ecos de las pisadas producían sinfonías celestiales estirando las últimas notas antes de introducir, de nuevo, los susurros divinos, creando réquiems exquisitos. Había dejado de molestarle el silencio.
Subió las escaleras con parsimonia, pasando por la baranda los dedos largos que apenas parecían deslizarse encima, haciendo pausas regulares de respiración entre un peldaño y otro y al llegar a la habitación, abrió las cortinas para contemplar el amanecer cargado con nostalgia y con el vuelo de los pájaros que traían comida en el buche para alimentar a sus hijos, ver la decantación de los vapores lunares y darle paso a la coronación del sol sobre la sien de la gran ciudad. De seguro no hay una cosa más maravillosa que el arribo de los astros en persecución infinita.
Le dio la espalda a la ventana cuando sintió repiquetear la alarma del tren que pasa a las 7 desde el norte al sur, y las sombras se adentraban por el piso hasta sus pies, tirándole los pantalones y transfigurando las imágenes que reflejan las baldosas; un nublo de miedo comenzaba a formarse sobre sus hombros y pesaba.
- ¿Qué quieres? – Preguntó sin levantar la vista. – Pensé que ya no volverías.
- ¿No volver? ¡Estás loca, querida mía!
- Entonces ¿Por qué ahora y no antes o después, sino que ahora? ¡Ahora! – Empezaba a exasperarse.
- Porque es ahora cuando tenía que volver… Ha pasado mucho tiempo y veo que sigues fumando ¿No quieres una copa? – Ella asintió. – Detrás de ti, querida.
- ¿Voy a poder despedirme?
- No. No podrás hacer nada.
- Ya veo… ¿Y dónde venía?
- A dos cuadras y media. ¿Terminaste? Porque tenemos que irnos antes de que él llegue.
- Sí, ya acabé. ¿Cómo fue que me metí en esto? Ya ni me acuerdo.
- Yo tampoco, pero ¿Sabes? Tenías razón: no existirá septiembre 9…– La sostenía por la cintura. – Cierra los ojos y exhala.
- Ignacio… - No volvió a abrir los ojos y la presencia lóbrega me esfumaba por los rincones.
Ignacio la encontró al rato con el cigarro aun consumiéndose y la copa de vino blanco chorreando por la pared.

- Y no pudiste esperar solo un par de horas más… - La abrazó queriendo despertarla, que lo mirase y le dijera que era solo una broma, pero no. Ya era muy tarde.

ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER
© Francisca Kittsteiner, 2008 - 2009.
- Franykityzado por Klaus, ©2009.