viernes, 24 de febrero de 2012

GUERRA EN LA VENTANA



GUERRA EN LA VENTANA

-  Tres días, seis horas, nueve minutos, dieciocho segundos y contando - llevaba la cuenta exacta desde la última vez que sus ojos vieron a Marco. Ojos que se llenaban de lágrimas al pensar en las escabrosas historias dispuestas en su mente.

- Tres días, once horas, catorce minutos y no sé cuántos segundos han pasado desde que dejé a Helena en el umbral de la puerta llorando por mi partida, congelada por culpa de los arreboles fríos de la mañana. ¡Cuánto la amo! ¡Cuánto la extraño! Si pudiera estar en otra parte y no aquí, la tomaría y nos iríamos de este infierno. Vvolveríamos a ser felices los tres. - Contó Marco a sus compañeros, sin entender por qué lo hacía ¿Sería acaso una forma de aliviar su tormento o una forma de rememorar a su mujer entre lamentos?

Se despertó un día la mujer con un cierto gusto a amargura en el corazón, tomando prisionero a un rosario que llevaba colgando en el cuello sin soltarlo jamás, comenzó a rezar mientras abría las cortinas de su habitación, mientras su aliento congelado se dibujaba en los cristales. Arropó a la niña que dormía afable entre sus vestiduras. Se dirigió a la puerta de enfrente donde tiempo atrás vio caminar a su marido en dirección opuesta. Permaneció horas sentada en las escalinatas, sin importarle la nieve que comenzaba a caer, sin importar que su hija la llamara para que jugase con ella, sin importarle nada. Se quedó quieta, dejó caer el rosario al suelo, silenció sus labios y se incorporó secando las lágrimas escarchadas de sus mejillas.
De entre los árboles apareció un hombre, alto, mustio y cabizbajo que se acercaba con paso firme y continuado.

- Buenas tardes señora, soy el coronel Carvajal, espero no ser inconveniente, pero necesito hablar con usted. Su esposo, el oficial Montenegro, ha muerto en batalla, cumpliendo con su deber, lo lamento.

- ¡Hasta luego, coronel! - Dijo Helena antes de entrar a su casa y cerrar la puerta tras de sí. Se dirigió al cuarto donde esperaba expectante la niña en su cama. La besó y alzó en sus brazos. - Era papá que vino a preguntar por ti, dijo que te ama y no pudo pasar porque tenía prisa.
- ¿Cuándo volverá mamá? Lo extraño mucho, quiero que venga a jugar al té conmigo.

- Lucía, mi niña, papá no volverá, pues la guerra se ha desatado en nuestra ventana. - Se acercó cuidadosa a los vidrios y tras pasar su mano en uno de ellos, hizo mirar a la pequeña criatura, mientras se acercaban las tropas a las que algún día perteneció Marco.



ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER


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