miércoles, 10 de marzo de 2010

Romance de la mar y el cielo




Hace días que no logro dormir,
Pues siento en las olas un extraño matiz,
Me hablan en los sueños de un nombre conocido
Y luego se callan dejando abierto el caudillo.

Lloran los peces azules en los corales marinos
Y se elevan las aguas y los cangrejos asesinos,
El agua ya no es difícil sino rojo sangre
Y  el mar grita porque tiene hambre.

Hambre milenaria de compasión y entendimiento
Clamando por alguien que escuche sus cantos de sufrimiento,
Mientas las golondrinas defecan tristezas en forma de corazones
Y  le machacan a los erizos  con rabia los caparazones.

Las rocas observan, nada más observan la historia
Que repite por siempre la cruenta ceremonia
De la gente que avanza sin prestar atención alguna
Del romance fallido entre el mar y la espuma.



Y me quedo un instante, parada por un segundo,
Y todo se detiene, ya no gira ni el mundo,
Me da pena el pobre y sus lágrimas de sal avinagrada
Que estallan en los cochayuyos por la espuma enamorada.

Enamorado del cielo con su esplendor de Calipso opalescentes
Que no la mira por estar embelesado con las nubes intermitentes
Y ella baila mostrando sus galas de mujer despechada y altanera
Besando el polvo salino tirado alrededor de la costanera.

Sólo desea que las piedrecillas escriban con ansias sirvientes
Los mensajes que dictan sus recodos perdidos e imponentes
Para que el cielo los lea con sus ojos de hombre
Que la tienen destruida  y con el alma ya pobre.

Ya  no desespera porque sabe que aún faltan,
Muchas personas, años, rocas, nubes, erizos, lágrimas infames, y las gaviotas que restan
Y que haga lo que haga la espuma quiere al cielo y el cielo al mar

Pero eso no le quita las ganas de amar.


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER

lunes, 8 de marzo de 2010

PICHILEMU 20



Estoy en la terraza viendo el mar. Es un día hermoso. No corre viento y está nublado. Hay gente caminado en los roqueros y me hablan las olas contándome sus pesares y amoríos con el cielo; siento pena por ella y por mi…Las dos estamos solas.
Hay una canción melancólica recordándome que sigo aquí y que debo escribir, dejar fluir mis pensamientos para terminar el libro ya.
Al fondo, en el horizonte van volando las gaviotas a dúo y los alcatraces alimentan a sus crías con peces mutilados mientras las olas se precipitan a espantarlos para llevárselos con ellas y transformarlos en sus hijos putativos.
Creo que la soledad es el mejor vestido que puedo traer puesto, adornado con el humo de ilusiones corrosivas y una corona de caracoles añejados en las piedras.
Los rayos de sol clavan en mi piel tostada como agujas envenenadas de ira y rencor, desquitándose conmigo y yo con ellos por ser ingenuos y tenaces.
Hay un par de pantuflas cerca de mi silla señalando los pasos por dar hacia mi propia vida.
(…) No busco compañía, todo lo contrario, quiero agonía, quiero dolor, fatiga y hambruna para sentirme mejor, para saber que existe la felicidad y la abundancia en el interior (…)
Mis pies están helados remedándole a mis brazos que desfallecen de calor. Se escucha la “Unchained melody” de fondo, pero, en verdad escucho el aguacero de las pulsaciones de la voz que escribe para no volverse loca entre los acordes acorazados, listos para la batalla naval de mi cabeza.
Sentí sed y fui por agua. Aproveché de cambiarme el sombrero porque ya no me sentía cómoda con el que traía.
Ahora hay tres colores en el límite cielo-océano. El celeste pastel de los días de verano al lado de las olas, un azul índigo delgado en el medio, como una línea de destacador que es ancha en la izquierda y se esfuma conforme se desplaza, separándolos y remarcándoles que no se pueden unir porque no fueron hechos para estar juntos y luego viene el azul petróleo del mar calmo que extraña su espuma.
No le he prestado atención a las canciones y ruge el agua, gritándole a Dios en la cara por un poco de amnistía para ser feliz otra vez.
La gente se marcha y volvemos a quedar solos los roqueros, el mar, el cielo, la línea azul y yo, como debería ser.
Sigo enamorada de un recuerdo y duele, duele mucho, porque lo quiero a mi lado, besarlo y con eso, se lleve mi suplicio.
Mi mano siente el sendero de la sangre por el cuello y corre una lágrima invisible por mi rostro. La solapa del sombrero no deja que el lápiz llene de aclamaciones tus páginas, diario, y lo odio por eso.
En mi mesa hay: Una canasta de pan vieja, una madeja de lana, una alcancía, una manta, un celular, un encendedor, una caja con cigarros, otro lápiz y el notebook y un par de lentes oscuros. Nada me sirve ahora.
Parece que Dios escuchó al mar porque ha desaparecido la franja que los separa, las nubes se alejan con rumbo al oriente y se callaron sus llantos…La ha escuchado ¿Lo hará conmigo?



ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 
© Francisca Kittsteiner, 2008 - 2009.
- Franykityzado por Klaus, ©2009.