viernes, 10 de septiembre de 2021

EL ADIÓS

 


Los años pasaron inconsecuentes a lo pensado en un inicio, quizás los mismos cimientos estaban mal hechos; era como construir entonces, sobre pilares de arena y despacio, se fueron formando grietas dolorosas de ausencia y lejanía. De pronto, ya no contaba días, sino décadas. Ya no contaba lágrimas, sino océanos.

El tiempo era cruel, regalándome olvido durante periodos largos, para después traerlo de golpe cuando más feliz estaba y así, mantenerme sumida en la espera de una coincidencia que nunca llegaba, expandiendo al mundo a un universo tan grande que volvía imposible volver a vernos.

Fui gastando mi juventud en la añoranza paupérrima de pensar que tal vez, al doblar la esquina estaría esperándome como antes solía hacer, de creer que la voluntad de desaparecer era menos fuerte que la de regresar a la escasa felicidad compartida. Más de alguna noche, me dormí entre súplicas cargadas de desesperanza por parar el dolor. Más de alguna noche, soñé con él, desvaneciéndome a la mínima expresión que un corazón podría ser capaz de soportar. De repente, redescubría el amor y la lujuria en el amparo de sus brazos, y amanecía llorando al no poder seguir por la eternidad habitando en un sueño. Respirar dolía. Vivir dolía.

 

Se fueron extinguiendo peligrosos los veinte, mientras los treinta bamboleaban una mano al final del pasillo, para burlarse de mí por permanecer atada a un amor nacido en los quince.  Tomé conciencia recién del tránsito fugaz de media vida marcada por él.

 

Ya no recuerdo su voz, pero el sentimiento que me causaba esconderme en su abrazo, sigue latente, como si lo hubiera hecho esta mañana, y me quedo estacionada en el suspenso dilatado de aferrarme a su calidez y ser feliz, hasta que por supuesto, caigo en cuenta, de que, al llegar a casa, no habrá nadie.

 

Siempre hubo un vínculo malicioso uniéndonos desde la primera mirada; nos conocíamos tan bien, hasta el punto de adivinarnos los pensamientos. Era cosa diaria, tan profunda y sin necesidad de verle los ojos para conocer el porqué de cada pálpito de su corazón. Venía en sueños a besarme la frente cuando tenía miedo o su voz vagaba vehemente en mi cabeza cuando la angustia azotaba. “Delilah, no llores” …

En secreto anhelaba camuflarme en sus rincones y amalgamar mi deseo con el suyo. En secreto, lo amé hasta la locura y siento, sin embargo, que ese amor, no ha muerto del todo. En secreto, diseñé una vida a su lado que se desdibujó en la espera taciturna del “momento ideal”. Tarde entendí que, por esperar, se me fue la juventud y con ella, su figura a lo lejos. Hice todo lo planeado, sin permitirme la licencia de cometer algún error; salirse de la línea, no era opción, debía ser todo perfecto, a los tiempos precisos para invocar a una puta casualidad, a un cruce forzoso de caminos, insistir tanto que aquel que controla el destino, se aburriera y nos dejara de una vez, descubrirnos. De nada sirvió.

 

 

 

Le pedí al viento un último favor “llévale mi mensaje esta vez” y una brisa cargada de pétalos rosados acarició mi pelo “dile que la espera se acaba dentro de dos semanas. Si no aparece en ese tiempo, que no lo haga en esta reencarnación ni en las próximas cien.”

 

ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER

 

 

 

 

© Francisca Kittsteiner, 2008 - 2009.
- Franykityzado por Klaus, ©2009.