ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER
jueves, 18 de noviembre de 2021
BITÁCORA DEL CAPITÁN, DÍA 4
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER
LÍNEAS EN BLANCO
Mi mano inmóvil sobre líneas en blanco, y el tormento coqueteándome a lo lejos… tanta cercanía y un desperdicio de tantos días sin verte. ¿nosotros? ¡NOSOTROS! Nunca lo fuimos y, aun así, al cerrar los ojos, cada noche, imagino a tus manos cobijándome. ¿Escuchas eso? Es el sonido de mi vida agotándose, yéndose en pesadumbre por entre las olas de un mar de lágrimas. Tanto te amo que es difícil respirar... tanto te extraño que la vida misma me es indiferente. Tanto tengo y nada me sirve.
Otra primavera sin tus besos…
Otra noche sin tu cuerpo cosechando deseo.
Las flores… el cansancio, la fatiga…
La búsqueda incesante de tu nombre en todos lados.
¿Cuándo la ambivalencia usurpará desidia inservible, odiosa, de nuestros destinos?
¿Cuándo un año, un día?
Cuándo un año, un día…
Sin querer volví a deletrear tu nombre y seguramente nunca lo sabrás… nunca entenderás… nunca volverás.
Caos, desesperación y angustia. Aniquilación, holocausto y desastre… en cada noche, en cada sueño y nunca, nunca, ni por si acaso, una coincidencia. El mundo, a veces, es muy grande.
Sangre escapa por mi boca. El corazón olvidó cómo palpitar y mis pulmones se rehúsan a extraer oxígeno, la gravedad rompe mis huesos y año tras año: ausencia.
Me acordé de ti, y perdí mi vida.
Yo me enamoré de ti y te espero.
Te espero, aunque hayas desaparecido.
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER
viernes, 10 de septiembre de 2021
EL ADIÓS
Los años pasaron inconsecuentes a lo pensado en un inicio,
quizás los mismos cimientos estaban mal hechos; era como construir entonces,
sobre pilares de arena y despacio, se fueron formando grietas dolorosas de
ausencia y lejanía. De pronto, ya no contaba días, sino décadas. Ya no contaba
lágrimas, sino océanos.
El tiempo era cruel, regalándome olvido durante periodos largos,
para después traerlo de golpe cuando más feliz estaba y así, mantenerme sumida
en la espera de una coincidencia que nunca llegaba, expandiendo al mundo a un
universo tan grande que volvía imposible volver a vernos.
Fui gastando mi juventud en la añoranza paupérrima de pensar
que tal vez, al doblar la esquina estaría esperándome como antes solía hacer,
de creer que la voluntad de desaparecer era menos fuerte que la de regresar a
la escasa felicidad compartida. Más de alguna noche, me dormí entre súplicas
cargadas de desesperanza por parar el dolor. Más de alguna noche, soñé con él,
desvaneciéndome a la mínima expresión que un corazón podría ser capaz de
soportar. De repente, redescubría el amor y la lujuria en el amparo de sus
brazos, y amanecía llorando al no poder seguir por la eternidad habitando en un
sueño. Respirar dolía. Vivir dolía.
Se fueron extinguiendo peligrosos los veinte, mientras los
treinta bamboleaban una mano al final del pasillo, para burlarse de mí por
permanecer atada a un amor nacido en los quince. Tomé conciencia recién del tránsito fugaz de
media vida marcada por él.
Ya no recuerdo su voz, pero el sentimiento que me causaba
esconderme en su abrazo, sigue latente, como si lo hubiera hecho esta mañana, y
me quedo estacionada en el suspenso dilatado de aferrarme a su
calidez y ser feliz, hasta que por supuesto, caigo en cuenta, de que, al llegar
a casa, no habrá nadie.
Siempre hubo un vínculo malicioso uniéndonos desde la
primera mirada; nos conocíamos tan bien, hasta el punto de adivinarnos los
pensamientos. Era cosa diaria, tan profunda y sin necesidad de verle los ojos
para conocer el porqué de cada pálpito de su corazón. Venía en sueños a besarme
la frente cuando tenía miedo o su voz vagaba vehemente en mi cabeza cuando la
angustia azotaba. “Delilah, no llores” …
En secreto anhelaba camuflarme en sus rincones y amalgamar
mi deseo con el suyo. En secreto, lo amé hasta la locura y siento, sin embargo,
que ese amor, no ha muerto del todo. En secreto, diseñé una vida a su lado que
se desdibujó en la espera taciturna del “momento ideal”. Tarde entendí que, por
esperar, se me fue la juventud y con ella, su figura a lo lejos. Hice todo lo
planeado, sin permitirme la licencia de cometer algún error; salirse de la
línea, no era opción, debía ser todo perfecto, a los tiempos precisos para
invocar a una puta casualidad, a un cruce forzoso de caminos, insistir tanto
que aquel que controla el destino, se aburriera y nos dejara de una vez, descubrirnos.
De nada sirvió.
Le pedí al viento un último favor “llévale mi mensaje esta
vez” y una brisa cargada de pétalos rosados acarició mi pelo “dile que la
espera se acaba dentro de dos semanas. Si no aparece en ese tiempo, que no lo
haga en esta reencarnación ni en las próximas cien.”
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER
viernes, 18 de junio de 2021
CADÁVERES DE MARIPOSA
El amor había desaparecido,
así como el remordimiento por entregarlo de ofrenda a los caprichos del mar.
Volví a estar en calma, con los pensamientos atiborrados de ansiedad
desprendida desde el aburrimiento... una cabeza ociosa, es peligrosa.
Pasaron los meses y la vida recobró el sentido
gris de un destino solitario, frío glaciar en mi piel debutando nuevamente y el
instinto adormilado por el invierno en el horizonte.
Respirar seguía siendo un riesgo, andar con la
cara descubierta, igual. Las muertes eran cosa cotidiana y ya no causaban miedo.
Ahora respirar era tan angustiante como el no hacerlo.
Los sueños se poblaron de conversaciones añejas,
había un dejo de nostalgia asociada a un nombre, quizá familiar, quizá
intermitente, quizá maldito desde el principio de los tiempos. Quizás…
Soy cambiante. Mi propia esencia es agua. Agua
tranquila en la superficie y turbulenta donde ya la luz no es capaz de entrar.
Hay demonios bailando en lo profundo, sedados por el ajetreo de un
corazón carente, escondido bajo 10 centímetros de hormigón armado.
En el silencio reina la locura... en mi reino
no hay ruido...
La ambivalencia eterna entre
conocer las posibilidades de un futuro tenebroso y aun así querer lanzarse a
los brazos de la desgracia, es un peso que cargo, y es por la misma
ambivalencia de un alma vieja paseando en una era dispar. El masoquismo cala
hondo cuando los siglos pasan sin sentido, por el mero afán de anhelar querer
sentir algo, aunque sea dolor… ¡AUNQUE SEA DOLOR! Dolor fue lo que trajo el tránsito iracundo
de un amor inconcluso.
La costumbre patológica del
saboteo anticipatorio me dejó donde estoy ahora. Meses habían pasado en la
posición estática de ser espectador de una historia que debí protagonizar; en
la inocencia de la juventud pacté con el mar a cambio de amor “Te
entregaré 100 almas, por unos cuantos años en la tierra. Te traeré 100 almas,
como pago por la mía” … cómo librarse.
El último romance entregado
como ofrenda, dejó cicatriz en donde no puedo sanar. Desde entonces, vivo en
piloto automático, con un gusto amargo en la boca por condenar a la felicidad a
morir a manos de lo que más quiero. El mar es vengativo. Yo lo abandoné, entonces
a mi pago será el abandono.
Ya el sueño había caducado
muchas noches antes del desquicio completo, no existía energía de reserva a la
que pudiera echar mano, mientras que el ardor crónico de la piel, se volvía insostenible.
Delirum tremens. Angina pectoris.
En dos segundos tenía en
frente la carretera, el sol encegueciéndome cuando se ocultaba tras los
cerros y cayó la noche poco antes de llegar. Un perfume dulce fue lo que me recibió al
abrir la puerta y el llanto no tuvo torniquete. Ese perfume que hasta hace poco
que se quedaba impregnado en mi piel después de hacer el amor, el que me traía
calma cuando los tormentos decidían despertar, el que ya no estaría nunca más,
fue el gatillante.
Caminé descalza por el filo
de las rocas sin importarme el daño, ni la sangre, ni que ya comenzaban a
brotarme las escamas. Grité.
- - ¿Hasta cuándo? ¿¡HASTA CUÁNDO!? ¿por qué no
deja de doler? ¿por qué, si yo te mantuve sereno a costa de mi propio suplicio,
me torturas así? – un reventar estrepitoso de una ola silenció mi llanto. -
¡Dios, contéstame!... una señal… es todo lo que pido… una señal…
Las lágrimas de las sirenas, son capaces de dar vida.
Una lagrima tocó el agua. Cinco minutos después vi a un hombre nadar hasta la costa, lo reconocí de
inmediato y estiré mis brazos para adorarlo todo lo que no pude. Me miró,
sonrió y se fue. Tomó la mano de otra mujer que esperaba en un estacionamiento
un par de kilómetros más al sur.
Por primera vez sentí miedo…
de un porvenir sola, de una cama perpetuamente vacía, de volver a tener una
mano oscilante en el viento sin respuesta.
Cómo fue que me convertí en
esto, en un despojo de emociones y sentimientos incomprensibles, cuándo fue que
mi corazón cambió de dueño. Habían pasado casi 10 años. Las sirenas no aman ¿Por
qué yo sí?
El cielo comenzaba a
aclararse con la promesa del amanecer entrando raudo por el este. Nunca estuve
tan desnuda como en ese amanecer… los miedos debutaron en mis pensamientos
durante horas ¿Quién era? ¿Dónde me perdí? ¿Por qué el provenir levantaba
inseguridades?
De frente al horizonte, con
los pies en sangre y las escamas ya secas, respiré hondo, abrí los brazos y
dije “Yo soy el mar. Yo soy la inmensidad. Yo soy hija de Poseidón”.
Las olas se embravecieron,
el viento rugió y el hombre que había salido del mar se hizo espuma en aquel estacionamiento dos kilómetros
al sur.
Regresé a esa casa que
inició la caída del castillo de naipes y de pronto, no hubo rastro de nada, solo cadáveres de mariposas, cerca de las ventanas, como queriendo escapar antes de
morir de hambre, sed y frío. Esa era la
señal… a mí nadie me puede aprisionar.
jueves, 11 de marzo de 2021
AMPARO
miércoles, 3 de febrero de 2021
LA CONDENA
Los miedos de pronto, no existieron, así como llegaron, un
día desaparecieron. Hubo paz donde el caos reinaba y los muertos dejaron de
aparecer por las noches. El silencio fue conquistado por suspiros agotados y ahora
mis pensamientos eran poblados por ti, joven indeciso. Fui feliz, escasa, pero
profundamente feliz. Un amor intenso apareció en el horizonte y tras dos
segundos se apoderó de mi corazón ya casi extinto; crecí, volé y amé en menos
de lo que dura un día. Así como llegó, se fue. Lo sentí desvanecerse entre mis
manos, mientras se esfumaba un gemido acallado entre los murmullos de las olas.
Era la primera vez que le presentaba a alguien. Le conté mil veces del dolor
que conlleva anhelar y nunca tener y entre suplicas le ofrecí mi alma a cambio
de amor: el mar contestó y yo se lo llevé. Fue ahí el error. Las aguas son
celosas, exigen atención total.
- - Tráenos su vida, Sirena. – Fue lo que dijeron. –
es su vida o la tuya, princesa del mar.
Un par de copas de vino. La sed, acrecentándose con cada
minuto y el palpitar ardoroso de la piel derritiéndose por querer lanzarse al
mar. Duele el exilio. Se sufre a cada instante, pero en la tierra descubrí el
amor y lo vale. Otro par de copas de vino y las estrellas resplandeciendo sobre
mi cabeza con la promesa latente del eclipse acercándose. He aquí otro secreto:
bajo todo el océano y oculta tras mil paredes de acero, cada que la luna juega
con el sol, hay que esconderse. Nada bueno pasa entonces. Es cuando los
demonios salen a molestar y el mundo pierde su destino.
Dos copas más y me dejé atrapar por unas redes. Me acorraló
en un lugar oscuro y sin piedad.
Me desnudó el cuerpo, el alma y el pensamiento. Un ejército
de besos debutó de pronto y así, de la nada, la sed se empezó a calmar. Me convertí
en bruma para apoderarme de su piel. Empapada en sudor, extasiada y delirante.
Todo lo que soy, se lo entregué. Todo lo que tengo, se lo
ofrecí. Le permití adentrarse en mis recodos. Le permití aferrarse a mi espalda
antes de naufragar. Asfixié sus gritos y reclamé mi nombre pronunciado por su
voz quejumbrosa. El sexo transmutó en devoción: muerte, resurrección y pecado.
Agoté sus fuerzas, al tiempo que se esfumaban mis ganas. Dejé
marcas perennes en su piel: si quería mi cuerpo, yo usurparía su razón.
Entre cuatro paredes, recobré la vida que abandoné por azar,
la juventud puesta en pausa por la inocencia de querer cambiar al mundo por
buena voluntad.
De sus gemidos, resurgió mi espíritu y recordé que todas las
sirenas saben seducir, solo que de vez en cuando, uno lo olvida a conciencia…
entre orgasmos comprendí, que ahora pertenecía más a la tierra que al mar.
Ola tras ola, los cimientos de la casa tambaleaban y polvo
caía desde las cornisas, mientras él se profundizaba en mí.
- - ¡Entréganos su vida, princesa del mar! – gritaban las malditas - ¡ese hombre nos pertenece!
¿Cómo entregar algo que no es mío? Tuve a su cuerpo y a sus
labios, a su deseo profanando al mío hasta saciarlo por completo. Tranquilizó la sed y el hambre, pero su corazón, así como el mío, era espuma y sal.
Sentí su calor adormeciéndome el cuerpo. El dolor paró. La piel dejó de arder bajo su abrazo. Esperé a que el
sueño debutara, besé sus manos y lo dejé.
La noche se presentaba clara con la luna llena en Cáncer,
alumbrando mi desesperación. Caminé por la vera de la playa hasta encontrarme
con vestigios de almas en pena: la estela paupérrima de sal seca sobre la
arena.
- - Vengan a mí – ordené a las mareas a cambiar el
rumbo y entre remolinos de escarcha fui sumergida hasta el fondo del mar. El agua
transmite todo. No tuve necesidad de hablar.
No tuvo necesidad de contestar.
Supe entonces, que mi tiempo con aquel muchacho inmaduro,
pese a su escases, ya había expirado hace mucho y se lo entregué.
- - No hay conjuro que proteja la casa. Puedes tomar
lo que quieras.
- - Debe ser por tu mano, Sirena o nuestra mano
tomará tu vida inmortal.
Entonces cientos de medusas hicieron fila frente a mí para
descansar en mis labios su veneno taciturno.
El mar es salado por las lágrimas de sus habitantes. Tercer secreto
revelado.
Volví a casa, tras esperar que mis escamas se secaran por
completo, con el frío de la madrugada firmado en mi piel. Él seguía en el sueño
profundo posterior al sexo y me acomodé entre sus brazos antes de besarle la
frente…
… con eso terminé su vida.
Al día siguiente, él entró al agua a cazar olas, pero las
mareas reconocieron la marca de la ofrenda y no devolvieron su cuerpo.
Ahí estaba yo de nuevo, sola, llorando un amor extinto por
los celos de mi reino.
Ahí estaba yo de nuevo, con la sed incesante de consumir una
nueva vida para poder mantener la mía en tierra, quizá un día más.
domingo, 10 de enero de 2021
CAMPOS DE HIELO
Hay un olor familiar anidandose dentro de las almohadas, la tortura feliz de un encuentro fugaz ya diluido en el correr de los días y ya con eso, se cuentan los años. Quién pensaría que un saludo podría reclamar tanto, que incluso hoy, despliega sensaciones extrañas asomándose por entre las cornizas.
Aquí fui feliz. Aquí desaté pudores. Aquí entregué cuerpo, vida y devoción. Aquí, hoy hay nada.
Llanuras inmensas se despliegan ante mí y se hace difícil enfrentar la noche. Aparece el frío maldito que corroe desde adentro, frío que hace no mucho, fue aplacado entre gemidos y orgasmos ¿Dónde estás que no estás? El cólera sí apareció en tiempos de amor.
El mar ruge de fondo, advirtiendo el veredicto a tomar. Hace siglos, en la imbecilidad de la juventud pacté entre lágrimas un trato. La última palabra la debe tomar él. Vaticina entre los reventares, la consumación de su voluntad: o mio y sólo mío, o de él y nada más. Presiento guerra por la reclamación de un corazón inmaduro. Presiento una noche cargada de batallas por pelear.
Extraño su voz seduciendo a mi delirio, apaciguado a los demonios antes de invocar a la desnudez, extraño sus manos profanado mis secretos y a sus labios silenciado a mis gritos de placer. Extraño su compañía en esta cama en expansión. Extraño su presencia junto a mí y su calor calmando mis dolores. Cuando se juega con fuego, es difícil escapar antes de calcinarse. Aquí estoy yo, ardiendo en desespero.
¿Dónde estás que no estás? El cólera sí aparece en tiempos de amor.