La mujer de tu vida, era la mujer que por muchos años se
refugió en el disfraz que le prometía una amistad y te relegó al silenció,
haciendo que tus labios se sellaran por inercia si es que había algo que
confesar si de amor se trataba, porque por allá en esa época, el amor era un
fantasma taciturno que solo atacaba cuando uno lo permitía, y ella, no habría de
hacerlo.
La mujer de tu vida, hacía que todo el mundo danzara al compás
del rugir de sus tacones, solo porque podía hacerlo, por ser la perdición de
varios y la más grande distracción que te pusieron en frente, por ser la confluencia escalofriante entre divinidad y
pecado, la sumatoria de todas tus reglas y la excepción a todas. La que si
solicitaba tu compañía para caminar por las noches bajo el amparo de la
oscuridad, la tenía, mientras la ciudad se hacía pequeña para los planes que
tenían para el futuro, no obstante, el futuro se hizo demasiado.
La mujer de tu vida, es esa mujer de carácter forjado al
fuego, inquebrantable de convicciones y de una sola palabra, mas, de vez en
cuando, se convierte solo en una coartada bien hecha para impedir que alguien,
alguna vez, le volviera a romper el corazón, mas, ahí estuvo el error, en
mostrarse como realmente era ante ti y darte el poder, de que ahora, con el
pasar de los años, seas tú quien le rompa lo poco que le queda de corazón.
La mujer de tu vida, habla mucho y pocas veces dice algo en
serio. Calla sin importar que con eso destruya su propia felicidad por privilegiar la ajena y cuando se
encuentra en el borde del abismo, grita lo que se hace intolerable, aunque, las
más de las veces, ya es demasiado tarde, pero
va dejando rastros de lo que piensa, siempre plasmado en papel y en
palabras difíciles, o que solo los implicados son capaces de reconocer,
entonces ¿Por qué nunca las reconociste?
La mujer de tu vida, ten por seguro que siempre te amó, a su
manera, pero siempre te amó, así que si alguna vez lo preguntaste, ahí tienes
tu respuesta, con varios años de retraso,
pero, mejor tarde que nunca ¿O no? Si es así, dónde quedó el mejor de
todo esto, porque hasta el momento, hay solo llantos desesperados, de aquella,
que por complacer, le regalaste tu vida.
La mujer de tu vida, nunca supo que lo era hasta que por
azares del destino, se armó de valentía e hizo la gran pregunta “¿Nosotros nos
queríamos de verdad?” y no lo hizo por pretensión ninguna, sino porque era una
pregunta que le rondó la mente desde hace ya tiempo y el único con la respuesta
eras tú, aunque nunca pensó que con eso, desataría los demonios que mantenía en
cautiverio, por ser ella misma la que juró adormecerlos si alguna vez amenazaban
con encontrar su vida con la vida de otro, en un mismo rumbo hacia un final
feliz, pero no, resultó ser peor: su vida en rumbo de colisión por las palabras
pendencieras que tú dijiste y que aniquilaron su razón.
La mujer de tu vida, aparecía con las primeras luces del
alba, con todos sus cabales limpios y dispuestos, llenos de ilusiones y de
juventud vibrante, y hacia al medio día sus pensamientos se nublaban con recuerdos
pasados y su alma se volvía incapaz de soportar el dolor de las mil
reencarnaciones, se quebraba en lamentos que nunca lamentó, mas, al ver tu sonrisa
mirándola desde el otro extremo de la habitación, volvía a la realidad, con más
fuerzas de las que se vanagloriaba. Desaparecía
en las horas de calor y hacía de nuevo su entrada triunfal cuando las estrellas
eran cómplices de sus secretos y de las manos que, por escasas horas, dejaban de
pender en suspenso, pues tú las albergabas tierno. Pero esas malditas
reencarnaciones o quizá el exceso de juventud no la hizo darse cuenta de que
ella podría haber sido la mujer de tu vida. No fue su culpa, sino del alma
vieja en un cuerpo demasiado joven.
La mujer de tu vida, recién hace unas cuantas noches supo
todo de un golpe y el mundo se condensó sobre sus hombros al saber que había
cometido el peor error de su vida, al haber permitido que tú te marcharas sin
retorno, porque tarde, siempre tarde, el destino le mostró lo que era conocido
para todos: que la mujer de tu vida está ciega, porque dejó escapar lo que más
quería, sin atreverse a refutarle a Cupido la decisión trágica de separarlos,
tal vez, porque para ti ya fue suficiente el dolor que ella te causó, o porque
ella, en su afán de alcanzar la perfección, le hizo desprecios a la felicidad
que rondaba cerca por los callejones vacíos que miles de veces recorrieron
juntos.
La mujer de tu vida, está aquí, ofreciendo su corazón,
porque, y mira que es graciosa esta historia, resultó ser, que tú eras el
hombre de su vida.
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER