jueves, 23 de febrero de 2012

CUANDO EL VIENTO DUERME


Cuando el viento decide detenerse y ni dar rastros de haber existido y las luces se apoderan de las calles como caravanas de promesas de tiempos mejores, es cuando comienzo a imaginar paraísos taciturnos de lo que nadie me ha prometido, aferrándome al hecho de que, cuando regresen las ventoleras, mis fantasías se transformarán en un futuro proclive para engendrar felicidad.
Cuando las copas de los árboles están quietas y ya no bailan los tangos de romances que no he concebido, cuando los perros dejan de ladrar y a lo lejos solo se percibe el ruido de los trenes pasando, el silencio me abruma, haciéndome desesperar y desvanecerme entre las sábanas que me mantienen amarrada a donde se supone que tengo que estar pero ¿Por qué no me dejan ir a bailar con los personajes que tantas veces he inventado para no sentirme sola? ¿Por qué no me dejan habitar en el mundo que he creado para otros? Me gustaría convertirme en la Cenicienta del cuento que lleva mi nombre, vivir aferrada en los brazos de los galanes que pueblan mis páginas vacías antes de caer en letargo y vivir de las marañas que solo Dios sabe que existen y que son, desde hace siglos, el causal de mil demonios que me persiguen donde sea que decido poner el ojo.
Cuando la cuidad duerme, el viento también, porque se va poniendo viejo y tiene ganas de que algún día, alguien escuche sus lamentos camuflados entre los vahos que se cuelan por los edificios al tiempo en que el plenilunio es máximo y las fragancias de las castañas se apoderan de los rincones olvidados de todos y por nadie. Quiere contar la gracia con la que fue bendecido, y las maldiciones que le conlleva ser tan etéreo, que a final de cuentas, cuando deja de hacer ruido, asusta más que cuando rompe en gritos de dolor y ausencia. Hay nostalgia en su canto, como si buscase con avidez los rastros de recuerdos engreídos entre la basura que se recoge de las calles llenas de ratas y de besos clandestinos. Hay miedo en el temblor de su voz, sin embargo, nadie se detiene a preguntarle por qué…

El viento, duerme, y cuando lo hace, yo despierto para poder vigilar su sueño y que no le apuñalen el corazón que le va quedando, para que imagine lo que le quitaron desde la cuna y no pudo disfrutar, para que él, por un minuto, sea tan feliz, como yo pretendo serlo, cuando el viento, me regrese la esperanza de mi vida.

ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER.

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© Francisca Kittsteiner, 2008 - 2009.
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