lunes, 8 de enero de 2018

LA SEÑAL




Pedí por una señal y se enardeció la mar oscureciendo sus aguas hasta no dejar ver los secretos tallados en las rocas. Espuma se formó entre vaivenes sensuales de insinuaciones en respuesta a lo que pregunté, tentándome a lanzarme sin abrir los ojos antes de inhalar. Se apaciguó después de un rato.

De fondo empezó a sonar una canción que inevitablemente susurra tu nombre, aunque solo para mí. Ese sabor agridulce que acarrean los recueros al resucitar con tu rostro: dolor y alegría reducidos a ti.
Hay un barco echando redes cerca del horizonte… y detrás se aproxima amenazante la bruma…
De pronto, me encontré fantaseando con nosotros dos solos en la playa, sin nadie alrededor, cuando el mundo aún duerme, mirando el mismo barco echando redes, sumidos en coqueteos descarados, besos lentos suplicantes por no extinguirse jamás, perdida en el vibrato de tu voz camuflándose con el reventar de las olas, tus dedos jugueteando con mi pelo revuelto por el viento y yo, refugiándome en tu abrazo. Seríamos tan felices si nos decidiéramos.
Las golondrinas no pueden contra el suspiro del mar. Los alcatraces, sí.

Pedí una señal y tuve a la muerte de frente con dos opciones para ofrecer: acompañarla de una vez o dejar de desperdiciar la vida. Ahí fue cuando volviste a aparecer. Lo peor que puede pasar es que sigas sin querer saber de mí… Tengo que finalizar los asuntos inconclusos por si decide venir a buscarme o me voy a quedar vagando entre estas paredes por la eternidad.
Tengo ganas de tomar tu mano y caminar al caer la noche, hacer planes a futuro y reírnos de nuestra inocencia. Quedó un vacío tan grande al irte, exacerbándose cuando ataca la melancolía o cuando el deseo se convierte en fiebre incurable. Tengo ganas de retroceder el tiempo, maravillarme con la simpleza de un día cualquiera contigo matando las horas, contarte que tuve una profecía y que no importa lo jóvenes que fuimos, el amor era real y antiguo, de mil reencarnaciones, pero siempre tuya y siempre mío. Tengo ganas de desnudarte, de estudiarte, redescubrirte… de curarte. Sin embargo, nada de lo que quiero importa, porque de una forma u otra, muy en el fondo sé que no se cumplirán. 
Las golondrinas no pueden contra el suspiro del mar.  Los alcatraces, sí. Recuerdo un tiempo en que fui un alcatraz.


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER. 

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