jueves, 27 de agosto de 2020

EL HASTÍO


 



Pasa el tiempo, mi amor. Se me escarchan los ojos, me congelo y muero. Ya no sé qué hacer.

Se acumulan los años y me duele el cuerpo, la juventud se desvanece como bruma al salir el sol. No hay nada en los alrededores. No hay consuelo para mi llanto.

Pasa el tiempo, mi amor y del día, solo quiero las noches, que llegue el sueño para ser feliz, justo cuando entre quimeras forzadas, aparezca tu voz susurrándome secretos para olvidarlos al despertar. Lo único que pretendo son las noches para quedarme estacionada en un salón oscuro, donde no exista otra cosa que tú, desnudándome despacio, torturándome en deseo, desgarrándome la piel en la espera del amor, perdida en el ardor de tus ojos acechantes de consumación. ¡Gime mi nombre, grita mi nombre! Siempre hay una presa, siempre hay una cacería. He aquí al cazador.

Aparece el albor de nuevo, pero se vuelven de paja las horas, levantándose en ventoleras solo para molestar. La persecución incansable de una coincidencia, me agobia y nunca llega, nunca.

Hay hábitos difíciles de romper: yo derribo muros, arraso conciencias, invoco locura para crear devoción, sin embargo, te perdí antes del juego… derribé mis muros, arrasé mi conciencia, invoqué a mi locura por devoción hacia ti.  

Escucho a las olas llamarme entre cada explosión.  Saben que sufro, que cada respiración arde. Saben que mi corazón ya no le pertenece solo al mar y que con eso me condené al exilio hasta recuperarlo por completo. Se me abre la piel con el sofoco del aire de verano, dejando llagas sangrantes por doquier y en ningún lado, invisibles, como tu paso traicionero por mi rumbo. Cada herida se profundiza más con el correr de las horas sin volver a tocar el agua, pero cómo volver sin corazón.

 

Pasa el tiempo mi amor, y ya no hay remembranza de lo que se siente el calor de otro ser durmiendo a mi costado, ni el peso de un brazo envolviéndome cual si fuera su rehén, ni el bailoteo vehemente de mis cabellos al compás de una exhalación ajena. No hay vestigios de la resurrección de la carne, ni de la carencia de recato, no hay ni rastros de quién solía ser… ¿Cómo era que sonaba mi voz ahogada? ¿Aún temblarán mis manos si las toca alguien más? ¿Por qué puedo olvidarlo todo menos a ti?

 

Hay vanidad en mi locura, lo sé. Egolatría y vanaglorias. Hay carencias y podredumbre. Hay desesperación y caos. Hay de todo, menos luz.


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

 

 

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