Vi los alcatraces pasar en perfecta alineación hacia el horizonte y de pronto, pensé en ti, tan distante en estos días como el mismo punto donde el mar se funde con el cielo. Y eso que nos amábamos tanto, nos bastábamos el uno al otro para enfrentarnos al mundo, haciendo planes de un futuro incierto, siempre cerrado con un “tú y yo”.
Vi al sol
dar su última exhalación con la belleza condensada para sí mismo y recordé el fulgor
de tus ojos, un jueves, a las 7:45 de la mañana, 7 años a la fecha cuando por
la misma puerta de todos los días me viste aparecer, reconociendo en seguida, que nuestras vidas
estarían atadas para la eternidad. La vida entera sería poco tiempo, como la vez
anterior: Tantas reencarnaciones atrás, con otras historias, otros nombres quizas, pero tuya
y mío.
De repente,
pienso que no fue menester habernos encontrado, ni menos siendo tan jóvenes,
pero cuando las coincidencias coinciden para hacernos coincidir, rara vez
preguntan si está bien o si es propicio. Sin embargo, nunca fui tan feliz como
cuando, en las noches de frío, sujetabas mis manos para ahuyentarme los miedos de
no tenerte cerca. Me tenías y yo te tenía.
Vi las olas
agitarse por el viento de febrero y recuerdos vagos aparecieron en primer
plano, contándome de aquellos tiempos en que hablábamos de tener cuatro hijos,
porque dos son muy pocos y con tres, siempre quedaría uno solo, de las cuatro
casas para que pudiera escribir donde me apeteciera: En el campo, en la
playa, en la cuidad y en la montaña. Cuando prometiste construir una casa
submarina para invitar a La Sirenita a tomar el té y conversar la
tarde entera sobre visitar la Atlántica. En nuestra inocencia, había amor.
Ahora que
los años pasaron, que nuestros caminos son distintos, me pregunto si en este
cuento habrá un final feliz cuando el príncipe lea las palabras que la
princesa le escribió un día pensando en él. Me pregunto si aún estás dispuesto a revivir el amor en esta resurrección.
Hace falta tu mano sujetando la mía y mi voz diciéndote lo que te quiero.
¿Qué quieres? ¿Qué recorra el mundo buscándote? ¡YA LO HICE! pero no te puedo encontrar. ¿Por qué borraste todo tu rastro?
¿Quieres que llore? Ve a preguntarle al mar cómo fue que sus mareas ascendieron.
¿Quieres que sufra? Ya no me queda nada... Ni un motivo, ni una razón para sonreír.
¿Quieres que no vuelva a amar? No lo volví a hacer, aunque haya tratado de convencerme de lo contrario cada noche, cada día, en cada respiración y en cada beso entregado por tener qué. No volví a amar porque nunca dejé de amarte a ti.
¿Quieres que muera de frío? El frío aquí se hizo menester para mantener las esperanzas preservadas de la podredumbre al saberte lejos, olvidándome de a poco ¿A la fuerza? Posiblemente. La Muerte...La muerte no es la muerte. La Muerte es lo que queda tras perder el corazón.
Pasó la bruma dejando escharcha en mis labios, una cosa así como un premio de consuelo o una prueba para saber si aún continuaba ligada a la cordura. Se entumecieron y te odié por eso. La sal los escocía y te odié un poco más.
El viento me abrazó garrido en consuelo por la rotura estrepitosa y en expansión de mi alma desolada.
Envuelta en sus caricias me susurró la respuesta a las dudas enraizadas, sin poderlas entender... No sé qué dijo. Hace tanto que no hablo con él que perdí el acento y el vocabulario.
Me volví terrena al alejarme de los parajes donde crecí, pero por sobre todo, al enamorarme de tus ojos. Ahí perdí humanidad, lo naturalmente sobrenatural de las premoniciones, corazón, vida, deseo, fatiga, albedrío...
Le pedí un único favor: Te pregunte dónde estás o te diga dónde estoy.
Nunca terminaste de conocer a la que estaba parada en frente de ti.
"Ojo de loca no se equivoca."
El cántaro se rompió por la caída constante del agua en sus inseguridades.
Sé que escuchas mis llamados al sucumbir en el letargo cada noche.
Todos los ríos llegan al mar.
Algo del mar queda en mis venas todavía.
El destino, pese a lo que se diga, viene escrito desde la creación misma.
Una vez, me dejaron echarle una leída a la rápida, tan a la rápida que puede que se haya convertido en efímero el recuerdo.
Nos volveremos a encontrar. Probablemente, pronto.
Deberíamos ponerle fecha y lugar, así dejamos de depender del azar para saber si seguimos vivos lejos del otro ( o si, y no lo quiero considerar, aparece quien te sacaría de mis pensamientos y a mi de tu corazón.) Deberíamos acordar.... El viento habla... ¿Qué es lo que dice? Habla más fuerte, por favor...
Me cuenta que aquella sensación de liberación de las cadenas puestas específicamente para unirnos los pasos, esa parecida a cuando a recuerda algo olvidado, eso como un "ah eso era" fue falsa. Hubo alguien caminando en la cuerda floja de este puente entre tu existencia y mis suspiros, por eso se tensó casi hasta romperse, pero sigue firme. Nunca se cortó.
¿ Y sabes por qué estoy tan segura? Porque vi tu rostro desvanecerse en los arreboles del atardecer, con los ojos fulgorosos y cargados de anhelo por si llegase otra coincidencia que nos hacen coincidir coincidentemente, porque me echas de menos.
Así que tú dirás dónde iremos a tomar un café.
Así que tú dirás dónde iremos a tomar un café.
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER
No hay comentarios.:
Publicar un comentario