miércoles, 20 de junio de 2018

LA NIEVE






Había nieve cayendo. Una capa blanca cubriendo la inmensidad del espacio. El hálito detenido en un instante para dibujar en él corazones porque sí. El día se consumía despacio, desvaneciéndose lento entre las marismas saliendo de las calderas expuestas al frio. Era otro día más. Era un día sin el desvarío de la incertidumbre. Quizás la misma nieve traía vaticino de cambio: una profecía cumpliéndose delante de mis ojos. No pensé verte.
Ese día desperté con el ímpetu del mar golpeando en el pecho y  con la misma serenidad que cuando la luna desaparece, feliz sin necesidad, por primera vez sin tormentas… como hace tantos años atrás no lo hacía e incluso así, no pensé en ti.

Jugué mis mejores cartas en un duelo donde la vida era el premio, y gané. Victoriosa, con glorias, honores y la rendición de mis enemigos postrándose a mis pies. Así se vaticinaba el futuro. Pero tú, jamás cruzaste en mi pensamiento.

Todo indicaba un cambio en el paradigma: la tranquilidad, la nieve cayendo tan cerca del mar, las victorias sin perder ni municiones. Debí darme cuenta. Sin embargo, se duermen los instintos en la postergación de sus afanes. Aburridos de ser ignorados, se largaron sin avisar, he ahí la razón de la ausencia del sobresalto.
En un dos por tes aparecieron planes para pasar la tarde y, aun así, nunca pensé en ti, hasta que mis pies estuvieron frente a frente a los tuyos, después de que abrieras la puerta. Cuántas veces crucé el umbral esperanzada en, por último, oír tu voz a través de las paredes colándose entre las rendijas y solo obtuve silencio, vacío y soledad.
Ahí estabas.

 ¡Cuántas veces no esperé este momento! ¡Cuánto tiempo perdido frente a un espejo, afinando hasta el más mínimo detalle, antes de emprender rumbo a esa puerta, por si la suerte era bondadosa! Y ahora, sin dormir durante días, despeinada, con el mal humor secundario al cansancio, saliendo literalmente de un diluvio provista solo con un disfraz de hospital, el destino quiso cumplir con mis afanes, casi al borde de la extinción por el olvido a la fuerza.

Sin tiempo de reacción. Sin un plan cuidadosamente estudiado. Sin el respaldo de las amigas ni la valentía del alcohol. Yo. Sola. El desastre hecho mujer frente al hombre causante de pesares repetitivos, conversaciones extensas con Dios y el continuo reproche de haber sido ciega, sorda y muda cuando más alerta tuve que estar. Él y yo detenidos en el zaguán. Él y yo, juntos en un saludo.

No puedo decir que se paralizó mi respiración o que se alteró el cantico del corazón o que los nervios no me permitieron emitir sonido, porque fue saludar a un desconocido… ¡Qué más se puede esperar después del correr de los años! Él cambió. Yo cambié. El mundo no dejó de girar ni de aparecer las arrugas. El calendario cobró venganza después de gastarlo a conciencia cuando todavía nos queríamos, que ahora nos despojó de la habitualidad.
Frases protocolares, cruce de miradas estrictamente necesarias, ni más ni menos… ni más ni menos… después de tanto.

Había dejado de nevar. Era hora de que apareciera el frío glaciar que congela los dedos con dolor. La noche era profunda, sin ni un rastro de nubes amenazando con tormentas.
Dormí con una sonrisa en mis labios y tu perfume impregnado en el cuello.
Dormí pensando que todo podría volver a ser maravilloso.



ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

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