Ya era tarde cuando encontraron a David. Ensangrentado, con los ojos inyectados en rabia.
Era un tipo alto, corpulento de piel oscura. Nunca aprendió nada más que lo primordial: algunos números, su nombre y el de un abogado.
En general, era tranquilo, sensato, y no se destacaba en nada.... en absoluto.
Tiempo antes había llegado al pueblo un forastero radicalmente distinto a David; expelía vitalidad, conocimiento, carisma y belleza. Nunca nadie desconfiaría de él.
Ese día, David salió como cada noche a caminar sin destino hasta encontrar una cerveza en algún lugar, pero se cruzó en el camino de Ricardo.
Cuando encontraron a David, del cuerpo de Ricardo, seguía brotando sangre tibia, y asumieron inmediatamente que tenía que ser David y no otro quién lo mató. Un pobre analfabeto, sin vida ni dinero. Él tuvo que haberlo matado, tuvo que haberle robado para saciarse de cerveza. Tenía qué. Debía ser. Y así el rumor de cómo David mató a Ricardo, fue tomando forma: algunos decían que había sido con una piedra, otros que lo ahorcó, que había sido por envidia, o también por un amor no correspondido, porque iba borracho y por supuesto, porque David era violento, aunque todo eso era mentira y jamás ocurrió.
Lo que nunca supieron, fue que David, habría sido la victima ciento cuarenta y tres del degollador de la costa. Nunca lo sabrá tampoco, ya que nadie cree la historia de David.
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER
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