HISTORIA
Tic tac, pasa el tiempo y yo aquí escribiendo palabras efímeras con
tal de hacer un poco más amargo el rencor que siento día con día, al recordar
el por qué de mi desgracia con el paso paroxístico de un puto tic tac.
Sigo sola esperando por algo, un no sé qué, quedándome aquí,
quieta, viendo a la gente pasar, reconociendo entre la masa rostros familiares,
rostros ajenos felices de jugar al mirar a otros, escuchando saludos dirigidos
al vacío del espacio, miles de frases sin sentido hiladas para quebrar un
silencio incomodo producido por el taconear de zapatos femeninos. Los hombres
fuman, exhalando el humo de sus pesares mezclado con añoranzas de romances
equívocos, de malas decisiones tomadas por el azar.
Nada nuevo, ni rastro de lo que busco con afán.
Sigo quieta, cual árbol echando raíces, cómplices con el tic tac
abrasador que va extinguiendo los últimos alientos de mi paciencia.
Tic… ¿Y qué pasó? ¿Dónde quedó el tac?
Se detuvo el reloj y con él la gente, el tiempo. Mis ojos llenos de ñácaras
encontraron descanso en un joven doliente, abrazado por la distancia y la ausencia
desatada al terminar el último sorbo de una taza de café mientras hojea un
libro casi tan grueso como la Biblia. En él quedó el tac.
¿Y ahora qué? Los papeles se han invertido, la muchedumbre se
paraliza y yo consigo moverme, mis raíces y las cadenas se desintegran y el
silencio no es silencio, sino ruido plácido camuflado con la muerte de las
hojas y el tiritar de mis dientes por el frío imperante. 5 minutos ya no lo son
más, son solo dos palabras extintas en mis labios azules.
Tic tac, tic tac. Vuelve el tiempo a mi vida, pero el humo de los
centenares de cigarros se arrebata en mi garganta intoxicándome despacio. Ya no pienso en nada, ya no escribo con
sentido. El Vermut se congela tratando de mantenerme sobria en el recuerdo de
alguien.
A lo lejos se refleja la sombra de mi lápiz proyectado unas mil
veces mientras él exhala y yo me inundo en sus aromas dispersos por el aire.
Muero de ansias por sentarme a su lado y no sé por qué, solo lo quiero, algo me
obliga a hacerlo, mas me mantengo firme muriendo de frío y retomando calor con
el elixir gélido que, paradójicamente, revive a mis células.
Pienso que, está tan cerca de la mesa donde permanezco letárgica. Le
invento un nombre acorde con su belleza, pero ninguno es suficiente.
Ya la luna empieza a alumbrar y es el cuarto menguante el que se
presenta. ¡Qué raro! Siempre es la luna llena. Algo ha fallado. Quizás no es
otra historia de amor. Lo único seguro hasta ahora, soy yo.
Comienzo a creer que es una ilusión desvaneciéndose con el frío
muerto a causa del alcohol. Él camina. Yo
escribo. Viene hacia acá. No, es demasiada coincidencia. Esto es la vida real,
no otra novela. Es imposible que me note siquiera.
Pasó por mi lado, volviendo todo a la normalidad: raíces, el silencio, el Vermut
tibio…
Él no lo sabe, pero se ha transformado en el príncipe azul echado
en falta en estas historias.
Ya es tarde, es mejor que me marche.
Sigue helando. De seguro esta noche habrá escarcha, aunque nada me
importa, quiero caminar, aunque eso signifique llegar al cementerio media
muerta y medio viva.
No soy la única que lo ha decidido, aunque sí la única con un
rumbo: El vacío, el final de las calles, el recorrido de una canción en la
memoria.
Tic tac, las cuatro y cuarto dan ¿Dónde dejé mis cigarros? Aquí
están ¿Y el encendedor? ¡Qué un mal rayo me parta, ya no funciona! No interesa,
mis nervios se calmarán con tan solo tener uno en los labios, esté encendido o
no. Qué más da, si a esas horas todo se confunde y nada es verdad.
- ¿Quieres fuego o solo imaginas que
fumas?
- Ambas ¿Me ayudas?
- ¡Por supuesto! Claro que con una
condición.
- Tú dirás entonces.
- Contéstame ¿Por qué no dijiste nada en
el café?
- Porque reescribía nuestra historia de
una forma diferente.
- Ah sí… ¿Y cómo termina?
- Con esta misma conversación y el
famoso tic tac.
Y desde ahí; silencio, besos, cigarros, tic y tac.
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER
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