Fue la consumación merecida de lo único que nos restaba por hacer y el motivo perfecto para dejarse caer en las redes carceleras de la oscuridad, siempre cómplice de lo prohibido, siempre presente en los afanes silenciados por la decencia y los apartados de la incertidumbre, pero eso combinado con la exasperación que se crea tras una noche de bohemia, cantidades industriales de alcohol, las ganas incontenibles de probar bocado de lo que no se conoce, genera el caos y el caos llama a aventurarse, a ser valiente y apostar todo con tal de entrar en el juego.
Era el nacimiento de la
tormenta perfecta, la prueba final para ponerle broche de oro a tantos años
de coqueteos fugaces condenados a la muerte prematura por temor al escrutinio
de lo correcto y lo que no.
Era menester acabar de una vez y para siempre con las incógnitas alimentadas por los tapujos
de la decencia y el tic tac del reloj avisando la fuga de la vida sin vivirla, asi que al estar solos, ya no habían ataduras apareciendo la liberación
de los instintos hibernales bajo la aprobación cómplice del fulgor de la
estrellas.
Un giro exquisito entre la
agonía y el renacimiento.
Fue la muerte, la resurrección
y el pecado condensados en uno, amalgamados con los besos que desfilaban cuello
abajo siguiendo la huella de las gotas de sudor en caída libre hacia el vacío de
piel ajena, que terminó fundiéndose de a poco con la geografía de mi cuerpo
tembloroso y como nunca antes, asustado.
Y si de algo estoy segura, fue
del cambio drástico en la historia. Ya no hay vuelta atrás, porque en unos
brazos conocí el pecado y el pecado resultó ser la divinidad misma aunque esto
me condene todavía más por blasfema.
Pudo ser la consumación
perfecta si tus ojos no se hubieran aparecido en mi cabeza censurándome la
absolución del albedrío.
Debiste haber estado conmigo esa noche, observando
inquisidor el siguiente paso que daría o
si era capaz de lanzarme al vacío sin mirar. Debieron haber sido tus manos las
que desnudaron sin piedad mi castidad, quizás el deseo sería diferente, quizás
las noches tendrían sabor a ti, quizás nada habría cambado por tu perpetua,
aunque disfrazada caballerosidad conmigo.
Había visto la perversión en tu
mirada más de una vez y no sé si tú viste la mía.
Debieron ser tus
besos los que despertaran reacciones exquisitas donde fuera que decidieran
reposar. ¿¡ Por qué nunca me robaste un beso, pero si te atreviste a robarme el
corazón, despiadado!? ¡Ni un puto beso! Y
ahora tienes el descaro de culparme por todo, por tu indecisión, tu cobardía,
tu seguridad absoluta frente a mis afanes. ¡Ni un puto beso y te atreves a
escudriñarme!
Odio recordar todo esto en
estas fechas, porque siento una carga todavía más pesada en los hombros al
saber de tu existencia tan alejada de la mía por morir en envidia de lo que no
pudiste tener. Siempre contigo y nunca para ti. ¡Maldito! No sé cómo terminé poniéndote en esto…Otra
vez. Maldito de nuevo.
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER
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