Bitácora del Capitán, día 1:
Ansias… las ansias consumen peor que los pecados inconfesos.
Se confunden con la angustia despertada desde el vacío dejado por un fantasma
carroñero de juventud y prometedor de primaveras en fulgor: el amor.
Ansias como sinónimo de deseos impuros en su máximo
esplendor, quitándome el descanso para convertirlo en despilfarre de horas
plagadas de una fantasía tan real que casi logro tocarla con la punta de mis
dedos, pero tan tenue como mi voluntad por estos días.
Ansias llamadas a combate tras ver el amanecer de una
posibilidad tiznada de errores y tiempo bailando vals, separándonos en polos
opuestos del mundo.
Sonrisa seductora que me arrebató la cordura.
La resurrección de esa sonrisa ponzoñosa cuando pensé se
había convertido en un recuerdo sin recordar, perdido por los recodos de la
memoria y ahogado en varias copas de alcohol después de haber proclamado por mi
propia voz, desconocer a su dueño cuando el futuro llegara. Aquí está de nuevo,
dirigiéndose directo a mis ojos, invocando a mis instintos a saciar su
naturaleza.
Ansias de esa sonrisa por las mañanas y justo antes de
dormir.
Navego por aguas surcadas mil veces y siento que esta vez la
marea es distinta, los vientos son cálidos con olor a manzanas acarameladas y
una esencia familiar, aunque indistinguible del beso salino de brisa en mi cara,
se proclama por estribor como el ancla que detendrá mi huida de aquí. Las
corrientes son tranquilas, particularmente tranquilas con un arrullo cargado de
un gemido pospuesto, pero suyo, por mí.
Todo es tan igual… todo es tan distinto.
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER
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