Hoy las gaviotas volaron más alto de lo habitual. El agua se
tiñó de un verde profundo mientras las nubes se apoderaban del planeta. Hizo frío
haciendo estremecer a mi piel acostumbrada a no sentir calor. Hay veces en que
un presagio se presenta de distintas formas.
Salí a caminar para poner en orden el millardo de pensamientos
que atosigan mi conciencia, pero solo le presto atención al reventar de las
olas. Por primera vez oí el cántico de la espuma; ahí estaba el vaticinio. Era un desvanecimiento doloroso y atiborrado
de incertidumbre como un alma en pena pidiendo consuelo por sus pecados, el
manifiesto de una vida agotada sin remedio. Era la majestuosidad del agua
reducida a su mínima expresión, la furia del océano relegada a un susurro insípido
¿mi vida terminará igual?
Se asomaron nubes de tormenta por todo el horizonte y las
sirenas habían resguardado sus secretos pues la calamidad estaba certera a la
vuelta de la esquina. Reconocí de inmediato el desajuste en el mundo. Algo había
de cambiar, pero algo tan somero que pasaría inadvertido ante mis ojos
inexpertos.
Hubo sabor a sal en el aire y de pronto te tuve entre mis
brazos. De pronto, sobró la ropa. De pronto, mis manos tocaron tu piel. Me desvanecí
en el éxtasis, dejando tantos besos como días pasaron sin verte. Te conté mis
secretos mientras tus gemidos llenaban el silencio. Desperté a los
instintos robados desde hace tanto tiempo y les prendí fuego para que ardiéramos
juntos en las brazas del infierno. Fui tuya y tú, mío. Me hiciste el amor amparado en la complicidad
del vacío y te entregué mi alma, mis huesos y mi voz. Fuimos un despojo de
sangre retozando entre el sudor después de robarle felicidad desde la ultratumba a un amor cremado.
Desgastaste mi piel entre caricias flagelantes y abriste mis
caminos según tu voluntad. Te ofrecí mi sangre para saciar tu sed y sentí tu
amor floreciendo en mi vientre… fui tuya y tú mío… fui sal y arena entre tus
dedos; ahí estaba de nuevo el chirrido insoportable de la espuma en descomposición.
Volví de golpe a la conciencia, pero ya llevaba 5 millas náuticas nadando con desespero.
El horizonte estaba tan cerca. Quizá allí te pueda encontrar, donde la vida es
miserable comparada con los regalos que ofrece lo recóndito. Seguí nadando
hasta el cansancio con la ilusión de encontrarte en el límite del universo para
besarte con locura antes de perder la razón. Quise encomendarme a la benevolencia
de la muerte para calmar el dolor de una vida sin ti, pero cómo morir en el
agua, si yo comando al mar.
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER
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