domingo, 12 de junio de 2016

LA FAMOSA TRASCENDENCIA



El repaso incesante de todo es lo que me pasa.
La trascendencia perseguida sin victoria hasta el momento, la felicidad huraña, escasa y destruida por el llanto, los días marcando la cadencia sepulcral de su continua extinción y con eso, la vida, mi vida. ¿Qué estoy haciendo? 
Hay aniquilación de fuerzas para levantarme del vacío donde fui a caer y los brazos se hacen hilachas mientras trato de trepar por muros cubiertos de cardos y vidrios rotos. Cómo subir si las manos sangran. 
No hay fuerzas, no sé si volverán en algún momento o si es que estuvieron conmigo, tampoco sé si las quiero salir a buscar ¿Y si me pierdo aún más por ir detrás de ellas? ¿Y si no son suficientes? Terminarían alentando a los demonios a torturarme por fracasar. Tengo miedo. Como nunca antes.

Respirar es dificultoso porque existe el anhelo de dejar de hacerlo cada que se inflan mis pulmones, secándome la garganta, oprimiéndome el pecho por la misma insuflación de bombas cargadas con melancolía, pero sin explotar, no todavía pues no han dolido todo lo que deberían.
Parpadear cuesta cada vez más por el cansancio perpetuo que descansa en los ojos llenándolos de arenas que raspan lo hermoso de cada atardecer. Casi me han cegado y me dejan así, casi ciega, para que pueda ver lo que nunca será mío. Parpadear en la conciencia cuesta horriblemente más, por la desesperación de encontrar un destello de luz que marque la guía a seguir lejos del páramo donde me fui a perder. La desesperación de saber que si sigo sin retomar ruta, más pronto que tarde, me atrapara la oscuridad y de ahí, no se puede salir. Cuesta, porque quieren remendar el daño que han causado en sus pestañeos coquetos a las víctimas que cobraron al hacerse azabaches con un universo detrás, pero no saben cómo, dónde o cuándo... Y sí conocen perfectamente al quién y el porqué. Crueldad absoluta, sobre todo cuando una y otra vez se despliegan en cada mísero pensamiento los momentos desperdiciados por inmadurez y los comparan con todo lo que pueden: La película 1000 veces vista y nunca tomada en consideración, hasta que de la nada fue barrumbada por un recuerdo. Adiós película. La canción 1000 veces oída sin ninguna significancia, excepto la letra cándidamente armada y la melodía que me engatusó. Una canción, sólo eso, hasta que se asoció a un nombre, a un lugar, a un año, mes, contexto, clima, y de pronto, adiós canción.  Una calle. ¡Una puta calle!  ¿¡Cómo puede ser posible que una franja de cemento mal hecha me clavetee el entrecejo hasta dejarme imbécil!? Una calle...tan azarosa como las demás, tan fea como las demás, con los mismos árboles plantados fuera de las casas como todas las demás, hasta con la misma mierda de los perros, pero pasó bailando la lluvia, se levantó el petricor y venía con un olor a castañas asadas y las castañas asadas con unas manos que cobijaron las mías tantos siglos atrás. Adiós calle... Me queda únicamente quedarme en casa y esperar hasta que se me agote la paciencia y haga lo que Dios no quiere hacer. Pero no puedo, no me gusta. Es tan fría, tan grande, tan vacía... 
¿Qué estoy haciendo? 
Se volvió un sinsentido todo.

Una vida sacrificada y repleta de pena para conseguir lo que ostento y ahora, continúa repleta de pena por obtener lo que quise hace una vida atrás. Es gracioso el destino...
Una juventud desperdiciada en prepararse para la adultez que quería y la adultez me consume lo que quedaba de alegría por envidiar lo que la juventud pudo e ignoró. Tal vez, el límite no era el cielo...
Se siente extraño cuando aparecen las risas porque es inevitable preguntarse cuánto durarán. ¿Cuándo fue la última vez que aparecieron? Esto es el resultado exclusivo de cimentar mi esencia en "tener y deber", casi nunca en "querer o porque si." Si hubiera soltado un poco el cordel, si hubiera sido benevolente conmigo misma como era con todos los demás, si no hubiera sido tan estructurada desde la concepción, podría ser que las risas no me fueran ajenas. Pero esto es lo que me formé para vivir: Un mundo de arrepentimientos por pensar demasiado (y de qué me sirve ahora), la decadencia misma de la oxidación en mi piel (porque le echa en falta una caricia), la ambivalencia de todo y siempre tomar la peor decisión y la reverberación en desahucio de un futuro extinto antes de llegar, porque llegó solo (sin él).

La trascendencia y el miedo intrínseco a trascender, la necesidad de todo y de nada al unísono, la ceguera inconclusa y masoquista, la insuflación a la fuerza de esperanzas declaradas muertas, el mar reclamándome su tributo en lágrimas y estos ojos en huelga de lo cansados que están, echar en falta lo que no se tuvo, pero que contradictoriamente, siempre fue mío, la decadencia, el tiempo, el solsticio de invierno que se acerca a pasos gigantes y con eso, la comprobación de la profecía que me soplaron por ahí, eso es lo que ocurre.



ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER

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