Escuché su voz.
Ocurrió lo
mismo que con los olores, por muy añejos que sean, levantan reminiscencias
desde el panteón donde se habían extinto.
Jamás olvido un
sonido.
Son tantos los
años que llevo afinando mis odios para la percepción de los cambios en el
reventar de las olas en las rocas por si acaso existe peligro y deba salir
corriendo, que los rumores de las voces me evocan recuerdos a la primera.
No estoy segura
si son tres o cuatro años que no he escuchado palabra suya, pero su particular
timbre de tenores con ese ronroneo cargado de sexo camuflándose entre las
vocales mientras instan a las consonantes a hacer el amor antes que la frase se
esfume en el aire, es casi imposible de pasar por alto.
La verdad,
nunca supe si las vibraciones impresas en su hablar parsimonioso, se debían al
miedo que mis ojos encontraron al ver los suyos de cerca, tan difícil como la
esencia misma, o se parecía más a la forma de seducir que se inventó para
aprovecharse del subconsciente de alguna mujer vulnerable. Ahí radica la
cuestión.
Cuando dejamos
de hablarnos por razones conocidas sólo por él, debido a la supresión causada
por esa amnesia selectiva que siempre acaba olvidando lo que no se suponía,
pero que esta vez, sí hizo el trabajo encomendado, estaba segura,
abismantemente segura (y a salvo) que en lo que me restara de vida, no lo volvería
a escuchar y pasó.
Tras el
ausentismo de su figura en estos parajes , y no sólo de forma física y tangible,
sino también en fantasías levantadas por la efervescencia de la sangre cuando
ataca la lujuria, en sueños incólumes donde bailamos un tango hediondo a
naftalina, en mis plegarias diarias por la salvación del alma de mi gente, los
que siguen conmigo y los que se fueron a hacer patria al cielo, en mi cama que
nunca conoció, el ausentismo de sus manos en mis muslos, regresó de improviso
en lo bizarro de mis utopías, reclamando poderío donde no le pertenece.
Ya había
amainado la tempestad y el cielo se abría, corrían vientos frescos de los que revitalizan
al espíritu y apareció la luz en mi oscuridad. Lo revolvió todo el muy
condenado. Tenía el niño que desfilar por mis sueños.
Había sido un
dormir intermitente, febril y complejo seguido de la diva perpetua del
insomnio, sin embargo, se aburrió rápido de mí, dejándome exhausta para asegurar
la profundidad del descanso. No tuvo que haber pasado más de una hora.
Era una escena
donde no tenía nada que hacer metido en el medio, casi como si se asomara Mel
Gibson cantando en La Sirenita, pero por esas maldades que sólo las necesidades
más ocultas provocan, en este sueño me tocó llamarle por teléfono sin siquiera
saber porqué su número había aparecido de forma espontánea en mi celular, le marqué y al segundo tono
contestó diciendo “¿Aló? Hola ¿Quién es?”
Yo no fui capaz de pronunciar palabra.
Cuatro
palabras, un recuerdo punzante, la hambruna a causa del deseo inconcluso, mi
cabeza siempre masoquista, la seguridad de tenerlo entre mis brazos y bajo las
sábanas desnudándome los pudores en un futuro ni tan lejano y concluir, por
fin, la exaltación del instinto comenzada hace siete años.
La sumatoria de
todo y la aparición de esta ecuación armada para explicar la razón de un
capítulo tenebroso, de la forma que fuera y después de haber recorrido todos
los caminos posibles dentro del laberinto de posibilidades por si el destino se
volvía afable entregando una oportunidad para de una vez y por todas, enterrar al
amor tan jodido que nos desgració la existencia, seguía resultando en inconclusión
con raíz imaginaria
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER
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