sábado, 2 de julio de 2016

LA RAÍZ IMAGINARIA



Escuché su voz.

Ocurrió lo mismo que con los olores, por muy añejos que sean, levantan reminiscencias desde el panteón donde se habían extinto.
Jamás olvido un sonido.
Son tantos los años que llevo afinando mis odios para la percepción de los cambios en el reventar de las olas en las rocas por si acaso existe peligro y deba salir corriendo, que los rumores de las voces me evocan recuerdos a la primera.

No estoy segura si son tres o cuatro años que no he escuchado palabra suya, pero su particular timbre de tenores con ese ronroneo cargado de sexo camuflándose entre las vocales mientras instan a las consonantes a hacer el amor antes que la frase se esfume en el aire, es casi imposible de pasar por alto.
La verdad, nunca supe si las vibraciones impresas en su hablar parsimonioso, se debían al miedo que mis ojos encontraron al ver los suyos de cerca, tan difícil como la esencia misma, o se parecía más a la forma de seducir que se inventó para aprovecharse del subconsciente de alguna mujer vulnerable. Ahí radica la cuestión.

Cuando dejamos de hablarnos por razones conocidas sólo por él, debido a la supresión causada por esa amnesia selectiva que siempre acaba olvidando lo que no se suponía, pero que esta vez, sí hizo el trabajo encomendado, estaba segura, abismantemente segura (y a salvo) que en lo que me restara de vida, no lo volvería  a escuchar y pasó.

Tras el ausentismo de su figura en estos parajes , y no sólo de forma física y tangible, sino también en fantasías levantadas por la efervescencia de la sangre cuando ataca la lujuria, en sueños incólumes donde bailamos un tango hediondo a naftalina, en mis plegarias diarias por la salvación del alma de mi gente, los que siguen conmigo y los que se fueron a hacer patria al cielo, en mi cama que nunca conoció, el ausentismo de sus manos en mis muslos, regresó de improviso en lo bizarro de mis utopías, reclamando poderío donde no le pertenece.

Ya había amainado la tempestad y el cielo se abría, corrían vientos frescos de los que revitalizan al espíritu y apareció la luz en mi oscuridad. Lo revolvió todo el muy condenado. Tenía el niño que desfilar por mis sueños.
Había sido un dormir intermitente, febril y complejo seguido de la diva perpetua del insomnio, sin embargo, se aburrió rápido de mí, dejándome exhausta para asegurar la profundidad del descanso. No tuvo que haber pasado más de una hora.
Era una escena donde no tenía nada que hacer metido en el medio, casi como si se asomara Mel Gibson cantando en La Sirenita, pero por esas maldades que sólo las necesidades más ocultas provocan, en este sueño me tocó llamarle por teléfono sin siquiera saber porqué su número había aparecido de forma espontánea  en mi celular, le marqué y al segundo tono contestó diciendo “¿Aló? Hola ¿Quién es?”  Yo no fui capaz de pronunciar palabra.

Cuatro palabras, un recuerdo punzante, la hambruna a causa del deseo inconcluso, mi cabeza siempre masoquista, la seguridad de tenerlo entre mis brazos y bajo las sábanas desnudándome los pudores en un futuro ni tan lejano y concluir, por fin, la exaltación del instinto comenzada hace siete años.

La sumatoria de todo y la aparición de esta ecuación armada para explicar la razón de un capítulo tenebroso, de la forma que fuera y después de haber recorrido todos los caminos posibles dentro del laberinto de posibilidades por si el destino se volvía afable entregando una oportunidad para de una vez y por todas, enterrar al amor tan jodido que nos desgració la existencia, seguía resultando en inconclusión con raíz imaginaria 


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 

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