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¡ - ¡Voy a salir! – Grité antes de cerrar la puerta.
- - ¿Dónde vas? – Contestaron.
- - A perderme por el mundo.
Necesitaba ir a verte. La ausencia se hizo insostenible esta
mañana, con la añoranza de un abrazo cándido para volver a ser una niña llorona
de 5 años refugiada en su lugar favorito de mundo: Tus brazos.
Había melancolía rondando el aire, insuflándome los pulmones
para asimilarse en lo más profundo del ánimo. El olor a tu piel de apoderó de
mis recuerdos...
¿Dónde estarás ahora?
Iré a buscarte. Necesito hablar contigo.
Los aromos florecidos, el petricor levantándose del piso, la
cuidad bajando revoluciones con la aparición de los arreboles y esa latencia de
la venida del día de todos los santos, haciendo mixtura con la saciedad del espíritu al saber próximo el reencuentro entre lo nuestro.
Todo me gritaba tu nombre.
Todo me hacía
sentir ganas de lanzarme al vacío y escapar contigo ¡Es que te extraño tanto!
Te fuiste muy pronto de mi lado.
Nunca he estado sola, es verdad, siendo rodeada de amor por doquier, empero no es lo mismo. Me faltas… ¡Por la
cresta que me faltas! Quizás ahora, mientras me distraigo con caminatas al
azar, me esperarías en casa con el almuerzo calientito sobre la mesa… Pero no.
La vida es cruel y hay que aprender a vivir sin lo que más se quiere, a hacer
de tripas el corazón y continuar mientras el alma se desgarra de dolor en
silencio.
Un acontecimiento horrible, marcó el final de todo y tres
meses se tardó en destruirse el mundo. Lo sabías y no me dijiste, simplemente,
te fuiste. Yo no entendía, y aunque no me creas, sentía las advertencias de la
disipación de la alegría por estos parajes. Todavía no regresa. Se pudo haber perdido al alejarse tanto y por tanto tiempo ¿Quién no?
Tal vez por eso adoro tanto el mar. De una u otra forma, me
trae reminiscencias tuyas de cuando gastábamos las tardes enteras caminando por
los roqueros afilados con pies descalzos. Desde entonces, no importa si llueve, si el mar está enardecido, si acaba de
haber un terremoto y se evacuó la costa completa o si vienen a invadir los
marcianos, cada vez que me voy a la rivera de las olas, me paro a observar el
bamboleo de las aguas, a pies descalzos sobre las rocas y te mando un beso, todo mi amor, un par de oraciones y
la promesa de volvernos a ver.
Nunca dejará de doler, estoy segura. ¡Te amo tanto todavía!
Quiero dejar de quererte así. Me hace mal, aunque intentar es inversamente
proporcional al cariño guardado. Se me antoja que me caigas mal.
“¿Dónde metí las llaves? ¿Las traje? ¡No puedo ser tan tonta
de no haberlas traído! ¡Aquí están!” Ya tenía la cartera en el suelo con el
contenido desparramado en el cemento.
Abrí la puerta y ahí estabas.
Te besé hasta congelarme los labios, dejando el mármol con
labial rojo, mientras caían las lagrimas contenidas arruinándome el maquillaje (como si no me demorara nada en arreglarme las ojeras cada mañana).
“Te echaba de menos, pero ya vine. Parece que te gustaron
las flores que te traje la última vez. ¡Qué falta que me haces!”
18 años pasaron y recién fui capaz de hablar de ti sin
anhelar la misma muerte que te apartó de mi lado, abuela.
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