lunes, 3 de octubre de 2016

CUANDO TE VUELVA A ENCONTRAR





Un día, a media tarde, tras habernos encontrado por casualidad, te invitaría a cenar a casa y cocinaría el antojo predominante de esa semana, descorcharía una botella de vino  para al fin, usar las copas que siguen juntando polvo, mientras espero al sonido del timbre en mi puerta. Tal vez, no tenga tiempo de cambiarme el disfraz de hospital, pero es lo de menos. Música, como es habitual, de fondo y las luces de los departamentos vecinos, comenzando a encenderse. Suena el timbre. El corazón se detiene dos segundos y continúa.

Llegarías agobiado, tras el tumulto del metro en hora punta, algo más que reticente y solo estando ahí a la hora acordada, por cumplir, todavía convenciéndote que era buena idea lo de comportarse como adulto y conversar. ¿Yo? Sin respirar.

Un “hola” frío, distante, cordial, sin más expresión, seguido de un “Pasa, estas en tú casa”, “Huele bien. ¿Qué cocinas?”, “Lo de siempre: come y calla." Se tendrían que solucionar los asuntos pendientes entre los dos, antes de llegar al postre, o plantear un consenso decente, borrón y cuenta nueva o dejar todo como estaba y llevar la misa en paz, mal que mal, lo único que perseguía era una explicación al escándalo armado cuando Navidad desaparecía.

¿Café? ¿Té? ¿Vaina? ¿Whisky? ¿Qué prefieres?... Se me antoja un café… ¡Sí, con limón!  Todavía te acuerdas. Sí, sin azúcar.


 Está refrescando la noche ¿Y si entramos? Debuta el sillón. Tú en una esquina y yo en el polo opuesto, segura de cualquier artificio de pelea, con la sonrisa mentirosa para no delatar la ansiedad condensada durante años por verte volver.  ¿Recuerdas…? ¿Qué pendiente se puede resucitar para seguir hablando? Algo se me va a ocurrir para romper las distancias.


Hay olor a azares…primavera en plenitud. El desove de las fantasías traídas por la magia de una profecía.
Poco a poco se consumiría el intervalo en la inocencia de servir una copa más y cada vez, se haría ínfimo el espacio entre tu dominio y el mío. Cerca.

Ninguno podría, por más tiempo, mantener la fachada, trayendo de golpe la ternura a las miradas incineradas a fuego lento con las posibilidades de cumplir cuanto dejamos suspendido en un “Quizás”. Tú me mirarías, yo te miraría y sin querer nos encontraríamos estacionados en un centímetro cuadrado. Me acariciarías el cabello, burlándote de lo corto que lo uso en estas fechas, porque nunca pensaste que sería capaz de renunciar a la mejor arma de seducción. ¿Beso? Todavía no. Quiero perpetuar el momento, si no te molesta.


¡No sabes cómo te extrañé! ¡Cuánta falta me has hecho! ¡No sé cuándo me acostumbré a ti, pero sí, cuando lo descubrí y era tarde! ¡Fui tan tonta! ¡Te eché tanto de menos!

Me mirarías de la forma que solo en mis sueños he visto últimamente, igual a la vez que, entre súplicas tácitas, me confesabas tu devoción en pestañeos.

Era la hora.

El beso quedado en suspenso.

La magnificencia transmutada en pecado implícito, pero floreciendo en la reverberación de la necesidad.

A esos labios pertenecía y ahí debía morir. No sirvió de mucho mentir hasta la certidumbre, porque con ese beso, se confirmaría de golpe la verdad negada hasta lo absurdo: Siempre te amé. En una de esas, tú también.

Crecieron los ríos con los deshielos y las alboradas pasaban vanagloriosas dejando estragos en la piel tostada por la consecución de veranos implacables. Se vulneraron los árboles al despojarles de indumentaria, quedándoles las raíces expuestas. Yo aquí. Tú lejos. El viento hablando de amor…
Silencio. Después de todo, silencio en el cantar de los demonios.

Un puñado de años malgastados, una docena de historias que rellenaron el vacío intermitente entre esta, nuestra historia, y ahora, la ropa estorbaba.

Me abandonaría al instinto de probar condena, siempre y cuando, tus manos marcaran la cadencia de la desnudez.
Mis defensas serían aniquiladas y desde el fondo del pasillo, una puerta cerrada en perpetuidad, desataría sus cadenas, dejando entre abierta la cabida para el secreto.  Toda la vida quise guardar un secreto contigo, sólo nunca tuve las agallas para admitirlo.

Las insinuaciones estarían de sobra. Ya estamos viejo para bobadas.

Tengo miedo. Sí, eres tú de quien se trata, pero es precisamente eso lo que me agobia. La última vez que te vi éramos unos críos que todavía no sabían caminar sin ayuda.
 Mucha agua pasó bajo el puente y sin embargo, mucho menos de la que te puedes imaginar. Piensa que si el río suena, no siempre es porque lleva piedras, también suena porque no las lleva. A mí me da lo mismo lo que de aquí para atrás pasó. Cada cual carga con sus cruces. Tú no sabes lo que pesa la mía y yo no sé si alguien se ofreció a cargar la tuya cuando yo no estuve… Retórica… Retórica… Sabes de lo que hablo. Tengo miedo.


Me abandono en tus empresas y si tiemblo es porque empecé  a sospechar que la noche y su frescor se harán  menesterosos de más tiempo. 

Seríamos  tú  y yo de nuevo, en mi casa, un día  improvisado a media tarde, cuando después de dejar el manifiesto de tu propiedad en mi cuello y estremecer el alma anciana rehén de mis pesares, se desplegaría el porvenir, aunque ahora, en el ofrecimiento de la reivindicación, no sería  cobarde y cobraría poderío de lo que siempre fue mío: tú.  
Esta vez no saldría corriendo a ocultarme tras una broma forzada para salir del paso. No quiero salir. Me gusta la encrucijada. Reclamo soberanía. 

Si supieras la verdad de todo,  que cada que voy a charlar con Morfeo, le cuento esta misma quimera y él se ríe de mi estupidez. Si supieras que, de alguna u otra forma, escondo tu nombre en todo lo escrito (¿No te has dado cuenta? Busca ahora dónde.) Si supieras que la mayoría del día me traiciona la conciencia y vivo añejándome en reminiscencias tuyas y en decretos de fanfarrias con finales felices. Si supieras que en verdad te amo desde sólo  Dios sabe cuándo y nunca te dije por miedo a perderte.

"Quédate" Te diría entre suspiros porque hay mucho por poner al día: Los planes que teníamos, los besos que nos debemos, abrazos y manos buscando camino, amaneceres conversando, amando, seguros, en tus brazos, en mis brazos.

"Quédate" Te pediría, sin palabras, porque pronunciar deseos siempre se me hace difícil. Así  que recuerda mis mañas, mira que no han cambiado, o invéntame una excusa para alargar la noche ("Cerró  el metro ya. Me voy a ir caminando. Quiero escuchar música y aprovecho de elegir vivir sano" Esa la usé  yo ¿Te acuerdas? Y Resultó). Planea un plan planeadamente planeado o no me digas nada y simplemente, quédate.


ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 


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