Y el menguante de
la luna alumbraba a las aguas, las olas se mecían adormiladas en su danza, a lo
lejos venus también brillaba queriendo estar más cerca de la Tierra que del
sol. No soplaba el viento. No había zancudos. Era la noche perfecta para el
amor.
Aún quedaban
rastros de atardecer en el horizonte, marcando al rojo vivo su figura
destilada. El sol se esfumó una vez más.
Olor a baja marea
abundaba en el ambiente con exceso de sal fatigando al aire, consumiendo de a
poco la cordura, haciendo que los demonios bailen en las hogueras.
No había más luz
que la de los astros y ninguna otra presencia llenando el vacío, más que la de
ella.
Bajó a tientas
hacia las rocas, caminando de memoria por donde no existían los filos, se lanzó
al agua sin pensarlo dos veces, siendo recibida por el carruaje de coral con
perlas negras incrustadas en las correas. En las profundidades hay maravilla
tan exquisitas que están más allá del entendimiento humano, asimismo contenía
bestias más terribles que las que habitan en el infierno.
- - Va a
ocurrir otra vez – dijo sentándose en el trono – lo noto inquieto, con una
tranquilidad a la fuerza que no es natural…va a ocurrir otra vez y no puedo
detenerlo.
- - Sirena,
princesa del mar, tú controlas las mareas, pero la tierra no. Si ha de ser,
será – dijo el general de los tritones.
- - No voy a permitir otra masacre amparada por mi océano. Tú sabes, general, que cuando la tierra se mueve yo no puedo contener su fuerza en las olas. La última vez arrastró tantas almas que todavía quedan vagando algunas por allí. Aseguren las costas, quiero bancos de arena en toda su extensión, que se sequen las lagunas y que el mar retroceda 15 metros. Esta vez no va a ser por nosotros que se pierdan más vidas de las necesarias.
- - Sí,
Sirena – contestó el general y se fue.
- - Quiero
a todos los tritones haciendo guardia en las bahías, que vigilen el mar y la
tierra y que, si hay algo extraño, me lo hagan saber de inmediato.
A lo lejos
escuchaba el bramido de los leviatanes y los rugidos del kraken. No era buena
señal. Ellos perciben cuando hay catástrofe cerca y exigen alimento: caos y
muerte.
Bajo la
superficie, batallones enteros de tritones se disponían a cumplir con las
órdenes de la Sirena. Algunos tenían la misión de ir a tierra a escudriñar
cualquier agitación que pudiera desencadenar la furia del mar. 103 comandantes
fueros enviados a tierra. Los 7 generales estarían cada uno en su mar. Las sirenas
se preparaban no cantar. Durante un año tenían prohibido atraer náufragos a sus
trampas. Dentro de ese año, la tierra se movería. Era un hecho. Y se movería
tanto que por un segundo dejaría de girar haciendo que los océanos se
descontrolen tanto que nadie podría contenerlo, ni siquiera Poseidón.
La Sirena vio
cuánta destrucción se aproximaba. Sabía el dónde, sabía cómo, solo faltaba el
cuándo.
El mar tiene un
cantico particular, que se repite ola, tras ola, tras ola y durante el último
mes, imperceptiblemente para todos, menos para la Sirena, se saltaba una nota,
lanzando en cambio un quejido escondido en el reventar de cada una. El agua transmite todo, incluso las catástrofes
por venir.
La vez anterior
que el mar tomó partido en los acomodos de la tierra, la Sirena tomó posesión
del trono tras matar a Poseidón y a su descendencia. Esta vez le tocaría a ella
enfrentarse a la verdadera furia del mar.
Había pasado
tanto tiempo fuera de casa que casi no recordaba cómo reinar; estaba
protegiendo a los humanos, olvidando que también afectaría a su pueblo. 13
sirenas murieron hace 15 años, tras quedar varadas en tierra, sin contar los
millones de peces, estrellas de mar, anémonas, coral y sueños mutilados ¿Qué
haría con su gente? ¿Cómo los protegería?
Hubo prohibición
de acercarse a la orilla, todos salvo los tritones que hacían guardia, tenían que
estar 1 milla náutica mar adentro. Se cumplió la orden tan bien que a los
humanos les fue difícil pescar. Nadie, bajo ningún punto podía trasgredir el
límite de la milla náutica.
Así pasaron 4
meses, tiempo en que la Sirena no volvió a la superficie a caminar en dos
piernas y nadie pensaba que pudiera ocurrir lo pronosticado, pues el mar seguía
tan calmo como el primer día de su regreso.
No llegaron
reportes desde las costas, en tierra todo parecía normal, los peces
proliferaban con la disminución de su pesca e incluso los humanos se estaban
adentrando más allá de los bancos de arena. Paz y calma en todo su esplendor.
Y pasó.
De nuevo de noche, de nuevo cerca del mar, de nuevo tres minutos.
- - ¡Qué
crezcan los bancos de arena! No tenemos tiempo. Avisa a los tritones que regresen
de inmediato. Los que están en tierra están más seguros que aquí.
35 metros se
recogió el mar dejando al descubierto sus secretos más íntimos.
Los humanos ya
sabían cómo actuar. No se podían equivocar dos veces.
Corrían lo más
lejos posible del agua, dejando olvidado lo que no fuera esencial. Tuvieron 3
minutos.
desde las
entrañas del océano se levantaron olas gigantes con masas de agua aún más
grandes. 5 olas arrasaron las costas, las primeras dos y las más destructivas
fueron amortiguadas por los bancos de arena y las otras tres cobraron los
límites que alguna vez perteneció al mar.
Se recogió de
nuevo tras un segundo temblor. Dos olas más golpearon todo a su paso.
Se cobraron vidas
humanas, almas que llegaron de golpe a pedir refugio al trono de la Sirena. Si no
les daba asilo, irían a parar al infierno.
Los tritones en
tierra, cuando vieron que las aguas retrocedían se lanzaron en picada y sin
importar si alguien los estaba mirando. Debían regresar a casa a toda costa y
bajo cualquier precio, porque si en tierra, una gota los tocaba quedarían al
descubierto, varados quién sabe dónde.
- - ¿Cuál
es el recuento? – preguntó la Sirena a sus generales.
- - 40
vidas humanas, 1 tritón y más de un millón de peces.
- - Muchos
menos que la última vez.
Decidió subir a
la superficie a verificar la destrucción, y arriba, la luna en menguante
alumbraba la oscuridad con Venus jugando a imitarla. Olas tranquilas movían la
superficie y el olor a baja marea regía por doquier.
Al voltearse a
ver a las tierras del hombre de las nieves, la hecatombe era impresionante.
Se escuchaban
gritos de las personas preguntándose porqué otra vez, las luces haciendo cortocircuito
y luego, el silencio abrumador.
El océano estaba
calmo y con eso, la tierra tenía una cosa menos de la que preocuparse.
ESCRITO POR:
FRANCISCA KITSTEINER
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