lunes, 24 de febrero de 2025

VARAZÓN DE ERIZOS


 


 

 

Era el lugar de siempre, un punto muy discreto entre el mar y la tierra, donde  humanos ni la luz tocara a sus pieles.

La Sirena con un cigarro entre los dedos y él con el tiempo de mundo escondido en su reloj; si la Tierra se retrasaba en su órbita era porque el Rey de Inframundo jugó a ser Dios.

 

La noche estaba oscura y a lo lejos Venus se vestía del color del fuego, la luna debutaba en creciente y las luciérnagas bailaban romances con la espuma del mar. Si ella estaba inquieta, las olas igual.  

Llevaban tantos siglos en su ritual de negociación que en algún momento pasaron de ser rivales defendiendo sus territorios  a amigos nostálgicos.

 

Primero llegó ella. Ordenó a las mareas avivarse para que la conversación se perdiera en su reventar, después lo invocó con su canto. Ahí estaba él, tan hermoso como la última vez, con los ojos inyectados en sangre, alumbrando al vacío con su ferocidad.

 

- Hola - dijo la Sirena - tanto tiempo

- Hola Princesa del mar. Necesito tu ayuda. Después del eclipse pasado, varios demonios no volvieron al Inframundo, se quedaron vagando entre las corrientes. Descubrieron que tras un tiempo el ardor insistente en sus cuerpos desaparece con la sal de tu reino. Deben volver o te causarán daño Sirena. No quiero arriesgar nuestra tregua por ellos.

- Dime cuántos son y haré que los busquen ¿Qué hago con ellos después que los encuentre?

- destrúyelos por insolentes

Conversaron de todo un poco. La Sirena le contó que al final de todo, recuperó su corazón. Ya no era una exiliada y que posiblemente volvería para siempre al mar. Él le dijo que estaba cansado de tanta soledad, que el peso de  la corona lo colapsaba, pero que no queda de otra sino hasta seiscientos treinta y dos años, cuando pueda negociar su salida a cambio de un alma que por voluntad acepte quedarse en el infierno.

 

Ese día ella decidió ir a dormir a la casa desde donde vigila a las costas. Si los demonios la buscaban sería más fácil atraparlos en tierra. Deshizo la barrera de protección que hace tantos años conjuró para su refugio y fumó un último cigarro, cerró las ventanas y se fue a dormir. Nada. Fue una noche tranquila y plácida y sin las tribulaciones acarreadas por los demonios. Sin embargo, esa noche, el mar se volvió loco, explotando con ira sobre las rocas, lanzando golpes a todas partes, cubriendo las riveras con espuma densa y amarillenta. Los demonios habían encontrado con qué jugar.

 

Sirena volvió al agua. Al general de los tritones le dio la orden de encontrar como fuera a los invasores y traerlos con vida ante ella.

Eran 3, pero tres comandante de legiones. No sería fácil encontrarlos a menos que cometieran un error.  

Se desplegaron las fuerzas marinas a cada rincón del mar, vigilando las bahías y escudriñando las costas por si acaso decidieran salir a la tierra. Ahí los demonios cazan mejor.

Se corrió el rumor de una recompensa a cambio de información que llevara a la detención de los demonios y nada.

 

Durante una semana, nada.

 

La Sirena dejó vacío el trono.

 

Volvió a tierra, a su vieja casa con la barrera protectora deshecha, a sus clásicos cigarros en la noche y a contener el hambre que demandaba vidas. Era una trampa.

 

Para ningún ser sobrenatural le era indifertente el trono del océano. Tanto poder contenido en las olas, la bruma cegándolo todo y un batallón de criaturas a su merced. Tanto misterio oculto bajo el velo de lo traslúcido y un suplemento de almas infinito a placer de su gobernante.

 

Tic. Tac. Tic. Tac. Solo era cuestión de tiempo. Ella no podía estar en su reino pues el agua transmite su presencia a cada habitante del mar. Si ella estaba ahí, los demonios no se acercarían.

 

En el fondo del mar, comenzaron a aparecer cadáveres de peces comidos a la mitad, con ls tripas roídas y sin ojos. Ni un tiburón mata por matar.

Los ojos de los peces contienen los secretos del océano. Quién los tenga sabrá la geografía exacta del lecho marino, lo profundo de sus abismos y lo peligroso que es un volcán activo en el fondo del agua.

 

Estos demonios planeaban algo más que una estancia pacífica. Entre más austral el océano, más calmaban su piel en llamas.

 

Solo el comandante de los tritones podía salir a tierra y siempre que la Sirena lo permitiera; era un trato que tenían entre ellos: la obediencia absoluta a cambio de caminar en el mundo humano unas cuantas horas.

Encontró a la Sirena observando desde las rocas, con un cigarro en manos y lo suficientemente lejos para que ni una gota tocara su cuerpo.

 

- Vengo a informar el recuento de los días Princesa. Ningún rastro de los invasores, pero las corrientes traen información de un posible avistamiento  al sur de aquí, próximos al nacimiento de Humboldt

- Ya veo. Se están acercando ¿cuántas bajas llevamos?

- muchas menos de lo que estábamos esperando .

- Ya veo. ¿Hasta cuándo te quedas?

- Esta tarde y regreso. - No hablaron más y se separaron.

 

La Sirena conjuró al mar. Se volvería más frío hacia el norte hasta Pichilemu. Las olas serían mas grandes para mantener lejos a los humanos y los días serían cálidos para que se quemaran con el sol. Conjuró  defensas al rededor de su trono que destruiría de inmediato a quien lo usurpase . nada pasó ese día.

 

A las doce cincuenta y siete del día diez, cientos de erizos morados explotaron  n dirección al trono, envenenando lentamente a los tres demonios, clavándose con cada movimiento más adentro en su piel. Cientos hicieron lo mismo una segunda vez hasta asegurarse que nadie saliera vivo de ese lugar

La Sirena sintió en su sangre el disturbio , despertó exacerbada y en menos de tres minutos que estaba adentro del agua.

 

- Asesínenlos. Quítenles la piel pedazo a pedazo y dénselos de comer a las jaibas.

 

Aparecieron jaiba de pinzas enormes subiendo por entre los erizos comiéndose vivos a los invasores . dejaron limpios los huesos y de su existencia no quedó más que calaveras tiradas en el suelo.

 

- Quiero a estas tres - dijo apuntando a las calaveras - adornen mi carruaje.

Avísenle al Rey del Inframundo que ya fue controlada la situación  y que la paz, sigue.

 - ¿Qué hacemos con los erizos muertos, Princesa?

- Dejemos un aviso. Que aparezcan en  las costas por la mañana. 



ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER 


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