Suenan los
vidrios, corre viento en los caminos,
Es Enero 24 y
la marea agita a las sirenas
Que gritan y
con eso despiertan la sangre en mis venas,
Mientras se
apresuran los autos y aúllan los caninos.
Rompen las
olas tristes en los roqueros entumecidos
Y se me escapa el sueño por los recodos de un rezo
Que elevo al
cielo pidiendo por encontrar en un beso,
El alfabeto
de palabras impresas en los gemidos.
Las sabanas
pesan, se congelan y fatigan
Por la espera
milenaria de la llegada de aquel hombre
Que escriba
en mi piel con caricias de fuego, su nombre,
Que solo me
quiera sin importar lo que le digan.
Gélidos los
pies buscan el calor perdido
Y les da
miedo correr porque está oscuro y callado,
Los ojos
miran el cielo y lo ven nublado,
Vaticinando el
regreso de los truenos con ruido.
Mi nariz
huele a la distancia un perfume conocido
Y se dibuja
la sonrisa que mis labios habían olvidado,
Obligando al corazón,
entre palpitaciones exaltado,
A recordar
aquel rostro que se ha desvanecido.
Reviven las lágrimas
que lo tenían lejos enterrado,
En el panteón
de los momentos vencidos,
Consumiendo
las fuerzas, el frio, el suplicio concebido
Presenciando otra
vez, los mejores tiempos evocados.
Se deshace de
apoco la clausura del lecho,
Sintiendo en
mi cuerpo el calor encontrado,
Que trae uno
similar contra el mío presionado,
Y que termina
agotado durmiendo en mi pecho.
Ya no suenan
los vidrios, ni corre viento en los caminos,
Ha cambiado
el día y queda el mar intacto,
Sigo teniendo
frío, lo percibo en el tacto,
Pero ya no me
importa, hoy sé que se cruzan los destinos.
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