Hubo plenilunio cuando julio nacía en 21 y el invierno dio
tregua mandando lejos al frío glacial que se había apoderado de las noches esa
semana y las estrellas alumbraban las promesas del
mundo invitando a los perdidos a enamorarse del sol en vez de desperdiciar la vida jurando devoción
al desengaño.
Un puñado de luceros se desparramó en el universo, marcando
el camino de regreso a la cordura después del fallo en el alumbrado marchito
por el vendaval. Hay que saber leer al cielo, puede ser traicionero cuando quiere. Y ahí estaba Marte sonriendo con galantería
porque buscaba seducir una última vez en la noche, antes que el orgullo se le
hiriera todavía más al no encontrar quien se lo sanase, pero nadie elevaba la
vista, a nadie le interesaba verle sangrar. Es el pago por ser inalcanzable: La
soledad eterna y un lecho vacío. Marte
no quería renunciar a la posibilidad, pese a la sapiencia de ser en vano.
Susurros de ánimas penitentes comenzaban a llenar la brisa nacida
en las copas de los árboles. “Está cerca – Decían. – Ten paciencia. Espera.”
Una pasó por mi lado tomándome la mano en su desesperación
por hacerse notar, aunque debí haberle dicho que eligió mal a quien reclamarle
atención, porque mis ojos fueron robados tiempo atrás y sólo me quedaba el
recuerdo de los espíritus pasando por las calles a media noche, sin saber si
pertenecían a la luz o a las sombras. Me quedé en silencio. No era necesidad
destruir las esperanzas de un alma condenada y yo no quería estar sola.
La respiración no se congelaba ni dejaba vestigio de su
existencia y las sombras tenían insuficiencia de amor, mientras lloraban por un
nombre resucitado desde la angustia de dos tazas de café enfriadas sobre la
mesa. El café nunca volvió a tener el mismo sabor, era algo parecido a la
extinción lastimosa de besos que nunca le di y a la momificación paulatina de
estos labios faltos de uso, pero suplicantes de reconsideración por los males
cometidos y las decisiones arraigadas. Es cruel pensar que aquellos que les
juraron fervor sean los mismos que me los condenaron a la sequía y al tormento.
Nunca nos pudimos besar.
La atmósfera se cargó de melancolía cuando la noche brillaba
con más ímpetu y se me escapó la sombra sin aviso. Se detuvo el tiempo mientras conversábamos
sobre negocios con la luna: Ella me deja echar un vistazo al futuro de vez en
cuando y yo le cuento poemas cuando aparezca triste tras la cordillera. Son
diez años que llevamos con lo mismo. ¡Cómo pasa el tiempo Dios mío! Asimismo,
ahora se me fue la mitad de la madrugada hablando con ella.
Sentí la insinuación de una fantasía y sus manos
desnudándome con una cadencia vehemente, el recorrido de su respiración por las
profundidades de mi piel y el placer alzándose al encontrarnos en una profecía
susurrada para un día de octubre, atrapados en un sillón, después de probar
valentía al empeñar ese beso que nunca nos dimos e invocar en un par de
perversidades al instinto de despojarse de la ropa y hacer lo que no se ha
hecho. Hasta entonces, su sombra se fugó con la mía para consumar su amor,
porque atadas a nosotros, no se podrían encontrar, por culpa de ese orgullo
condenatorio que no le deja volver a mis brazos, pese a que ambos sepamos de la
desidia implicada en esta lejanía forzada. La mayoría de las veces nos
obligamos a la mayoría de todo… Todo transmutado en nada…Nada después de un
corazón en trizas…Corazón que él me dio y yo no supe… Corazón que yo le di y él
rompió.
Si ellas se perdonaron, si ellas se buscaron, si ellas se
fugaron para hacer el amor bajo el amparo de plenilunio cuando en julio nacía
el 21 ¿Por qué nosotros nos retenemos?
Lloré mirando al cielo y Marte me dijo “Feliz cumpleaños,
hija de Poseidón.”
ESCRITO POR: FRANCISCA KITTSTEINER
No hay comentarios.:
Publicar un comentario